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sábado, 25 de diciembre de 2010

Orgullo y satisfacción. (En Hoy por Hoy León, 24 de diciembre de 2010)

Me llena de orgullo y satisfacción poder felicitarles de este modo tan regio en estos días tan entrañables de las fiestas de Navidad. Creo que es un deseo sincero y compartido por muchos, si no por todos, el de que la paz y la buena voluntad sean los motores de las relaciones entre las personas y que esa naturaleza de buen salvaje que algunos teóricos de la antropología reconocen en la raíz del hombre, esté por encima de esa otra idea básica según la cual lo que ha hecho del ser humano un animal extraordinariamente bien adaptado al medio sea una supuesta naturaleza agresiva.

Es verdad que me reconozco detractor de la Navidad a lo Capra, que me cuesta escuchar el sonido de las campanillas que otorgan alas a un nuevo ángel, pero algo ha de tener el agua cuando la bendicen si resulta que esa película suya –estoy hablando de “¡Qué bello es vivir!”-, se ha convertido en un icono de la Navidad a pesar de no tener más relación con lo navideño que el mero hecho de situar la acción en la víspera de Nochebuena. Seguro que se acuerdan de Clarence, el viejo ángel sin alas que consigue evitar el suicidio de una jovencísimo James Stewart, agobiado ante la desaparición de una enorme cantidad de dinero, mostrándole simplemente lo que podríamos llamar el verdadero sentido de la vida o, mejor, lo que muchos, en el marco de nuestra cultura occidental, podríamos reconocer como el verdadero sentido de la vida: la posibilidad de compartir con otras personas. Y dejo la frase así de abierta, porque así creo que debe quedar. El sentido de la vida es, en algún modo amplio, altruismo, capacidad de compartir, tanto a nivel material como sentimental. Somos hombres porque supimos compartir, somos humanos porque reconocemos sentimientos compartidos.

No es el turrón, ni el lechazo, ni los langostinos, tampoco las lucecitas de colores o los abetos importados “made in China” con marca de agua anglosajona en el ADN de la propiedad intelectual. Ni tan siquiera el portal de Belén con aromas de infancia de musgo y serrín, agua papel de plata, también ríos de espejo salpicados de polvos de talco semejando una improbable nevada. Tampoco son los villancicos, el aguinaldo, los ramos, las pastoradas. Decía hace poco Paco Alonso, cuando nos enseñaba su recién impreso “Calendario San Jorge de la Agricultura y de la Construcción para 2011” que hay un influjo cósmico especial en esta época del año, que la energía del universo se vierte sobre nuestro planeta de un modo muy sutil en estos días de diciembre y que esa es la razón que nos impulsa hacia los buenos sentimientos. Será por eso, digo yo, que bajamos la guardia y nos dejamos caer en brazos del feroz consumismo, nos abandonamos a la deglución pantagruélica sin control y nos extralimitamos con los alcoholes de toda clase y condición. Será que, mecidos por la complacencia cósmica, nos dejamos hacer como bebés que hubieran perdido toda capacidad crítica.

Así es que claro que sí, me llena de orgullo y satisfacción poder felicitarles en estas entrañables fiestas que nos llenan la boca de tantos buenos deseos de paz y de amor. Y sería estupendo que, como en la película de Capra, los buenos sentimientos tuviesen la recompensa de la felicidad, lo que pasa es que este influjo cósmico que dice Paco Alonso es un influjo pasajero y nos dejará sólos ante el peligro a las primeras de cambio y esa ya no es una película de Capra y Gary Cooper no es James Stewart.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Las cosas, por su carril. (En Hoy por Hoy León, 17 de diciembre de 2010)

Me gustaría pensar que las cosas van por su carril, pero me cuesta. Me gustaría creer que las sombras que nos acechan desde la entrada del año once son sólo un fantasma de las navidades presentes, que el optimismo de lo festivo acaba recorriendo nuestras casas, inundando los pueblos, tomando las ciudades. Es casi un deseo pueril en estas entrañables fechas que se nos caen encima. Lo hablaba este miércoles con Muñiz, que es un teórico de la Navidad. Me decía que esto de que exista una obligación de divertirse con cita previa es una perversión que va en contra de la libertad de los seres humanos y que él prefiere recogerse a disfrutar de sus colecciones de grabados o a leer un buen libro en estos días bulliciosos en los que todo el mundo se echa al monte de la diversión. Y yo no dije mucho más, no fuera que el espíritu de Dickens se me presentara en versión Walt Disney 3D y me diera un susto.

Y no se ve que las cosas vayan por su carril ni tan siquiera en esto del espíritu navideño. Lo digo, por ejemplo, por el hecho de que se haya tardado tanto en encender las luces, siendo consciente, como soy, de que el espíritu navideño es por encima de todas las cosas, algo muy caro. Entiendo que el ayuntamiento limite el gasto encendiendo lo más tarde posible, porque es muy costoso mantener encendidas tanto tiempo tantas bombillitas, aunque sean LEDs de bajo consumo. Lo entiendo, pero querido Muñiz, esta cosa tan hortera del espumillón y de las luces de colores, es un empujón de optimismo, un brillo extra en estos días negros como el carbón que nos rodean.


Veo, no obstante, que, cuando te das un paseo por las zonas comerciales, no hay muchas bolsas colgando de las manos de los que vamos paseando. Las tiendas están medio vacías y se nota en las caras de los dependientes que las cosas no van por su carril, o por lo menos no van por el carril que ellos desearían. Será que León es una ciudad de funcionarios y el funcionariado tiene muy claro que este diciembre la paga extra no va a ser precisamente extraordinaria. Aunque en propiedad sí, porque será extraordinariamente pequeña y eso se notará en el espíritu consumidor de las navidades presentes. Solo los niños tienen asegurada la fiesta, porque hacen como hacía mi hija pequeña, que los juguetes caros no los pedía para su cumpleaños, porque prefería que se los trajesen Papa Noël o los Reyes Magos: así nos salían gratis. Por eso en las tiendas de juguetes sí hay mucho movimiento en estos días. Será lo único que finalmente vaya por su sitio, que para eso está la magia del espíritu de la navidad de todos los tiempos dibujada en la sonrisa ilusionada de los niños.

Únicamente decir que, una prueba más de que las cosas no marchan por su sitio es observar el tráfico de vehículos que circula por el fenomenal carril bici de la zona de la Ciudad Universitaria. Si se apostan a contabilizar bicicletas, verán que es mayor el número de ciclistas que circulan por la calzada normal (y en ocasiones por los pasos de cebra y por las aceras) y que en realidad la gran utilidad de esta magna obra, todavía sin terminar, consiste en favorecer ocasionalmente el tránsito de carritos de la compra que vuelven de los supermercados y, de modo principal, la circulación de trolleys del alumnado universitario que disfruta así de la placentera sensación de llevar sus ordenadores o sus libros o simplemente la ropa para lavar en casa el fin de semana sin el permanente sobresalto de las ruedas de la maleta botando por las aceras. 

viernes, 10 de diciembre de 2010

Manos que dan. (En Hoy por Hoy León, 10 de diciembre de 2010)

Manos que no dais, ¿qué esperáis? Lo dice mucho mi amigo Luis, porque se ve que se lo ha oído mucho a su madre y, como pasa con las cosas que nos repiten tantas veces las madres, se le ha quedado en el tejido de los órganos vitales. Nos pasa a todos, porque todos podemos encontrar sentimientos, ideas, actitudes que interiorizamos de un modo natural, de la misma forma que integramos los nutrientes que nos llegan por el cordón umbilical, como hacemos nuestro a través suyo lo que nos conecta a este mundo de locos con el que nos enfrentamos en cuanto somos dados a la luz.

Este Luis del que les hablo, que sale más bonito que un San Luis en una foto que le hicieron ayer en La Crónica con motivo de la nota de prensa que anunciaba la presentación de su libro, es uno de esos que se ha aprendido el refrán y tiene las manos siempre abiertas, que no extendidas. Curiosa imagen: una mano extendida que recoge lo que las manos que están abiertas están dispuestas a dar. La generosidad es una condición.

Ayer por la mañana me llegaba noticia de una muchacha anónima en su generosidad. Un gesto infantil y pequeño, pero que me supo enorme. Se ve que la niña dijo, a propósito de una campaña de recogida de juguetes que está haciendo la asociación de vecinos San Antonio de Padua en Armunia, que no le parecía bien que los otros niños tuviesen que jugar siempre con juguetes usados, que ella iba a ahorrar por lo menos treinta euros para poder comprar juguetes nuevos con los que jueguen esos otros niños que no tienen juguetes. Juguetes para que los niños suelten la cuerda que les amarra a la realidad, libros para que aprendan a soñar. Manos que no dais, ¿qué esperáis?



No es caridad, es justicia. Lo digo porque se acerca la navidad y nos asaltan los buenos sentimientos, nos descubrimos generosos y queremos hacer cosas buenas para sentirnos mejor. Está bien. Bienvenido sea lo que bien viene, pero deberíamos tener siempre presente que las manos que tenemos extendidas para recibir, también deben aprender a dar, sin esperar recompensa. Curioso asunto, sólo esperamos recompensa los que no estamos acostumbrados a dar, que las manos que siempre dan, nunca esperan nada. Le pasa a Luis - pura generosidad -, que ha escrito un libro en el que nos dice que es posible la vida sin dolor de espalda, que está en nuestras manos y que no necesitamos grandes milagros para conseguirlo. Lo ha escrito en un lenguaje sencillo, claro, directo, como es él, un lenguaje generoso que explica las cosas con la honestidad del que cuenta todo lo que sabe, sin dejarse ninguna reserva en el tintero de la consulta a tanto la hora: esto es lo que yo sé y aquí se lo cuento a ustedes.

Sobre lo que él sabe, vale decir que son muchos años de experiencia encarándose con muchas espaldas doloridas. Habrá quien discuta sus técnicas, habrá lesiones a las que él no puede llegar, pero hay una verdad que está por encima de todas las consideraciones: cuando uno comprende lo que le pasa, cuando toma conciencia de su situación y la asume como propia y decide ponerle remedio, se pone en marcha el mecanismo que conduce tarde o temprano a la solución. Otra cosa es que haya soluciones que no nos gustan, pero es que no siempre nos gusta lo que nos conviene.