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viernes, 10 de diciembre de 2010

Manos que dan. (En Hoy por Hoy León, 10 de diciembre de 2010)

Manos que no dais, ¿qué esperáis? Lo dice mucho mi amigo Luis, porque se ve que se lo ha oído mucho a su madre y, como pasa con las cosas que nos repiten tantas veces las madres, se le ha quedado en el tejido de los órganos vitales. Nos pasa a todos, porque todos podemos encontrar sentimientos, ideas, actitudes que interiorizamos de un modo natural, de la misma forma que integramos los nutrientes que nos llegan por el cordón umbilical, como hacemos nuestro a través suyo lo que nos conecta a este mundo de locos con el que nos enfrentamos en cuanto somos dados a la luz.

Este Luis del que les hablo, que sale más bonito que un San Luis en una foto que le hicieron ayer en La Crónica con motivo de la nota de prensa que anunciaba la presentación de su libro, es uno de esos que se ha aprendido el refrán y tiene las manos siempre abiertas, que no extendidas. Curiosa imagen: una mano extendida que recoge lo que las manos que están abiertas están dispuestas a dar. La generosidad es una condición.

Ayer por la mañana me llegaba noticia de una muchacha anónima en su generosidad. Un gesto infantil y pequeño, pero que me supo enorme. Se ve que la niña dijo, a propósito de una campaña de recogida de juguetes que está haciendo la asociación de vecinos San Antonio de Padua en Armunia, que no le parecía bien que los otros niños tuviesen que jugar siempre con juguetes usados, que ella iba a ahorrar por lo menos treinta euros para poder comprar juguetes nuevos con los que jueguen esos otros niños que no tienen juguetes. Juguetes para que los niños suelten la cuerda que les amarra a la realidad, libros para que aprendan a soñar. Manos que no dais, ¿qué esperáis?



No es caridad, es justicia. Lo digo porque se acerca la navidad y nos asaltan los buenos sentimientos, nos descubrimos generosos y queremos hacer cosas buenas para sentirnos mejor. Está bien. Bienvenido sea lo que bien viene, pero deberíamos tener siempre presente que las manos que tenemos extendidas para recibir, también deben aprender a dar, sin esperar recompensa. Curioso asunto, sólo esperamos recompensa los que no estamos acostumbrados a dar, que las manos que siempre dan, nunca esperan nada. Le pasa a Luis - pura generosidad -, que ha escrito un libro en el que nos dice que es posible la vida sin dolor de espalda, que está en nuestras manos y que no necesitamos grandes milagros para conseguirlo. Lo ha escrito en un lenguaje sencillo, claro, directo, como es él, un lenguaje generoso que explica las cosas con la honestidad del que cuenta todo lo que sabe, sin dejarse ninguna reserva en el tintero de la consulta a tanto la hora: esto es lo que yo sé y aquí se lo cuento a ustedes.

Sobre lo que él sabe, vale decir que son muchos años de experiencia encarándose con muchas espaldas doloridas. Habrá quien discuta sus técnicas, habrá lesiones a las que él no puede llegar, pero hay una verdad que está por encima de todas las consideraciones: cuando uno comprende lo que le pasa, cuando toma conciencia de su situación y la asume como propia y decide ponerle remedio, se pone en marcha el mecanismo que conduce tarde o temprano a la solución. Otra cosa es que haya soluciones que no nos gustan, pero es que no siempre nos gusta lo que nos conviene.

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