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viernes, 7 de enero de 2011

Obsolescencia programada. (En Hoy por Hoy León, 7 de enero de 2011)

La idea es sencilla y a la vez genial. Lógico que los primeros en ponerla en práctica fuesen los fabricantes de bombillas. Si las bombillas que hacemos duran más de dos mil horas encendidas, se dijeron, pongámonos todos de acuerdo en fabricar bombillas que sólo duren mil horas. Habremos multiplicado por dos nuestras ventas. Y lo hicieron. Es verdad que hubo algunos que siguieron fabricando bombillas buenas, pero, como no gozaban de los beneficios del cártel, cada vez tuvieron más problemas para vender sus productos, hasta que se vieron obligados a desaparecer o plegarse a la tiranía de las mil horas.



Esta historia de las bombillas tengo entendido que es una historia real, aunque suena a paranoia-ficción. Es algo que siempre hemos pensado a propósito de algunos aparatos: parecen hechos para estropearse al cabo de un cierto tiempo. Lo que resulta difícil de creer es que esa caducidad de los productos, sea una caducidad calculada, eso que ahora se llama "obsolescencia programada". Según esta tesis, los coches estarían hechos para durar cuatro años, los ordenadores dos, los móviles uno y medio. Parece que tiene lógica en esta sociedad de consumo infinito en la que vivimos: la única forma de asegurar que se sigue consumiendo es que lo que se consume no dure. ¿Cuántos móviles ha tenido en los últimos cinco años? ¿Cuántos ordenadores se le han quedado obsoletos? ¿Cuántos ha comprado desde aquel prodigioso ZX Spectrum de finales de los ochenta?

Me venía a la cabeza esta idea el día cuatro por la tarde, esperando en el coche a que se deshiciera el atasco que bloqueaba la circulación en la zona de Eras. Parecía que la lluvia había empujado a todo el mundo para hacer las penúltimas compras y me dio por pensar que esa fiebre consumidora terminaría generando toneladas de basura. Al principio lo pensé sólo por los envoltorios, los cartones, los plásticos, las gomas -hay que ver lo difícil que es liberar una muñeca de su caja-, los paneles de porespán. Me los imaginé formando una montaña en el punto limpio. Después me di cuenta de que no son sólo los desechos directos que vienen con los paquetes, sino el efecto reemplazo, las montañas de viejos móviles, ordenadores, patinetes, coches teledirigidos, máquinas afeitadoras, tostadoras, planchas grill, cafeteras. ¡Qué furor de cafeteras este año! Me atrevo a decir que han sido uno de los éxitos de la Navidad. Por si no teníamos ya la tensión por las nubes con la crisis, toma café, para que te vayas a tomarlo al cielo con John Malkovich.



Sé que me dejo en el tintero los dos grandes temas de la semana, a saber, la ausencia de humo en los establecimientos públicos cerrados (con la consiguiente lucha por la conquista del espacio en la terraza y el descubrimiento de que en los bares había un olor que no era el del tabaco) y la tragedia de la Cultural, un drama que quizá sí que tenga un punto de obsolescencia programada, pero es que me parecía más importante reflexionar sobre las consecuencias de este furibundo consumir por consumir que nos embarga.

Para no terminar con algo tan serio, les dejo con un cotilleo: me dijeron de un posible candidato del PP que andaba hace poco examinando con lupa las obras de Fernández Ladreda. Se ve que puede ser un punto fuerte en la campaña.

1 comentario:

  1. Y la pregunta que se suscita es inevitable ¿Le llegará su hora a la época consumista? Por ahí hay quien habla de la sociedad post-consumista, en la que la clase media se acrecentaría viviendo con sueldos de 1.000 € y satisfaciendo bastante bien sus necesidades con productos duraderos, y evidentemente la diferencia entre esa clase media y la dominante aumentaría mucho más. Creo que la teoría tiene sentido y parece razonable, ahora el llevarlo a la práctica me parece más difícil.
    ¿Qué ocurrirá? Personalmente pienso que Malkovich y Clooney seguirán vendiendo mucho café, pero con estilo, glamour y cápsulas de colores, eso que no falte.

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