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viernes, 28 de enero de 2011

Tozudos. (En Hoy por Hoy León, 28 de enero de 2011)

Ya tenemos servido el partido que terminará en mayo. Con la designación del candidato Gutiérrez, a falta todavía de que se vaya aclarando definitivamente la constelación de pequeños partidos que constituirán el cielo de opciones que se nos expondrá en las mesas electorales el día de las elecciones municipales y autonómicas, con permiso de los partidos con vocación de bisagra, la disputa principal ya está planteada en la ciudad de León, que está visto que, aunque entendemos aquello de que, por encima de las personas, lo que importa son las ideas, los programas, los proyectos de los partidos, sabemos que cuando escogemos una papeleta de entre las muchas y la metemos en el sobre que irá a la urna, lo hacemos pensando fundamentalmente en dos cosas: en primer lugar escogemos la papeleta de nuestro partido de manera visceral, ese partido del que somos, como se es del atleti o del Madrid, del barça o del Bilbao, un poco por convicción, un poco por costumbre, un poco también porque uno siempre ha estado ahí. Supongo que habrá estudios sesudos que expliquen cómo se va conformando el hecho de hacerse de un partido o de otro, pero la cuestión es que un porcentaje alto de los simpatizantes de cualquier partido político llegan a serlo sin darse mucha cuenta del proceso, como cuando se dice que uno es católico por la gracia de dios. Acabas, por ejemplo, siendo leonesista por empatía, un proceso casi químico, sin haber hecho una reflexión sobre el tema, sin pararte a pensar sobre el sentido del nacionalismo en un mundo global. Pero lo mismo pasa con la ideología liberal o con la socialdemocracia. Un simpatizante del PP me dijo un día, hablando de liberalismo económico, que él era conservador, que eso de ser liberal no iba con su forma de ver el mundo.

No digo nada del leonesismo socialista o del socialismo leonesista, que son cosas que me resultan difíciles de comprender por definición o de esa izquierda unida históricamente en proceso de desmembración, como tampoco de las nuevas corrientes ciudadanas que se conforman alrededor de significadas figuras escindidas, desgajadas o directamente arrancadas de otros partidos y que se colocan en la papeleta de enfrente entorno a unas siglas minoritarias con vocación de romper el equilibrio en el delicado juego de fuerzas que sostiene calentitos los sillones de los puestos con dotación para el mando, ya sea en la casa de los Guzmanes o en la de Ordoño II o en otras de más humilde condición, pero también con llave de paso en el manejo y pastoreo de los presupuestos. Uno se hace de un determinado partido por convicción, cierto, pero esa convicción nos llega por senderos inescrutables, es un advenimiento casi religioso, que nos convierte en votantes fieles. No a todos, ya sé. Ya sé que la batalla se juega siempre en el campo de los indecisos, los infieles, los que son capaces de cambiarse de bando, los inconstantes. Menos mal. No quiero ni imaginarme un mundo en el que la gente no fuese capaz de cambiar de opinión. Por cierto, que hay un estudio en el que se analiza nuestra resistencia al cambio de opinión en comparación con otras especies animales y se demuestra que el ser humano, y no la mula, es el bicho más tozudo de la naturaleza.

La segunda cosa, créanme, ya no me acuerdo de cual era. 

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