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viernes, 14 de enero de 2011

Un hombre bueno. (En Hoy por Hoy León, 14 de enero de 2011)

         Es una costumbre sabia acudir a un hombre bueno para resolver conflictos, no a un juez, ni a un experto o a un técnico, sino sencillamente a un hombre bueno, alguien que merezca ese tratamiento y que sea reconocido como tal por todos. Andan por el Ministerio de Fomento y por las torres de control de los aeropuertos pensando en acudir a alguien que reúna esa condición, les costará encontrarlo. Los hombres buenos no abundan.


         Quiero decir antes que nada que la mayoría de hombres buenos que he conocido eran mujeres, porque, en contra de los estereotipos del santo y la bruja, en la generalización imposible del término mujer hay más generosidad, más capacidad de trabajo desinteresado que en la torpe condición de machote que llevamos enredada en el ADN los de nuestro género. Decía un diputado elegido por Madrid que veía en la política cada vez más gente mediocre, gente cada vez más mala. Lo dijo así, gente mala. A mí me parece que el problema es más la mediocridad que la maldad. El Príncipe, Maquiavelo dixit, no busca el reconocimiento de los gobernados.


        En un mundo que no anda sobrado de gente inteligente y buena, se nos ha ido esta semana un hombre bueno e inteligente. No, no era un personaje público, aunque mentiría si dijese que no era conocido, porque era imposible caminar con él sin detenerse a saludar a alguien. Desde que era un crío tuvo que andar peleando por las cosas, como todos, claro. Nació en el verano anterior al crack del 29, o sea que vino al mundo en la antesala de la depresión económica más famosa de occidente, salvando ésta que estamos construyendo ahora. De crisis a crisis, que se diría en una oca de la historia. Por el tablero quedan las casillas de un recorrido vital marcado por la enfermedad -desde muy joven sometido a un régimen espartano, una disciplina de hierro, un tesón inamovible- y por el trabajo: clarividencia, oportunidad, control, éxito. Un hombre sencillo, recogido en la intimidad de sus cosas. Un ciudadano capaz de llamar la atención a alguien que tira un papel en la calle y no cejar hasta que lo recoja. Un patrón que cuidaba de su gente incluso en detalles que podrían parecer paternalistas. No tendrá grandes esquelas, probablemente no habrá más panegírico que éste que hoy le hago sin mencionar su nombre, digamos que se llamase por ejemplo Pepe, tan corriente, y de apellidos algo común como Martínez, puede que Pérez. La fuerza de lo invisible, lo que no está en los periódicos, ni en las teles, ni en las radios, un pedazo de bondad que se escapa con la muerte.


      Escribo esta noche de jueves lejos de León por esta circunstancia y, aunque me llegan noticias de que el PP ya habrá desvelado mañana quien será su candidato y eso merecería un comentario, permítanme que hoy me quede con mi pena.

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