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viernes, 11 de febrero de 2011

Desde Guzmán a Santa Elvira. (En Hoy por Hoy León, 11 de febrero de 2011)

     Ya se asoma a la avenida del doctor Fleming el futuro de la ciudad. Se puede ver la anchura de miras que se abre en el horizonte de un barrio condenado por el cinturón de hierro de las vías del tren, la soga metálica a la que en aquellos años del desarrollismo se agarró toda una generación ligada al nuevo progreso, la azucarera, RENFE, aquel mundo que ya no existe en el que las gentes que se venían de los pueblos abandonando las vacas a la suerte de los más ancianos, encontraban sin dificultad un trabajo de ocho horas, tal vez diez, a cambio de un sueldo con el que ni se les había ocurrido soñar, las letras de la nevera, la lavadora, el piso, el seiscientos, la vida nueva en la ciudad que llenó ese barrio nuevo del otro lado del río en un suspiro de confort.

     Hay una novela de Saramago que cuenta la historia de aquellos días en clave portuguesa, transportándonos al mito platónico de la caverna para explicar el choque cultural que le supuso a un sencillo alfarero encontrarse con el paraíso tecnológico-cultural de la gran urbe. Aquel fenómeno lo conocemos, porque es la vida de nuestros padres, como mucho la de nuestros abuelos. Nosotros no supimos de su sufrimiento, somos generaciones del baby-boom que ya hemos crecido con Cola-Cao y dibujos animados. Las generaciones que nos siguen ya lo tienen integrado, ya vienen con el chip global incorporado y no se reconocen encerrados en una cultura pegada a la tierra, por mucho que se alisten emocionalmente en movimientos políticamente regionalistas, localistas, autonomistas, separatistas o sencillamente nacionalistas. Ese es nuestro entorno cultural, una realidad cada vez más abierta, un mundo nuevo en el que todo está a un click de distancia, en el que la extensión cibernética del encuentro en la plaza del pueblo a través de las redes sociales se ha convertido en obsesión y entretenimiento.

     Aquella Arcadia construida a espaldas de la estación creció en un boom de desarrollo, ya se ha dicho, y se deterioró a la misma velocidad por el declive de las grandes empresas que la sostuvieron: la misma azucarera, la propia RENFE y la infatigable Antibióticos que entre crisis y crisis, dueño tras dueño, resiste  como puede a los vientos de cambio en los modos de producción en el sector que vienen soplando como un vendaval chino.

     Y han ido llegando otros conquistadores, otras almas inquietas que vienen de más lejos, de Marruecos, de Senegal, de Colombia, de Santo Domingo, gentes que han llegado del sur y que han ido ocupando este territorio abandonado, gentes que ahora se asoman por el hueco del futuro Palacio de Congresos y que miran a través de las vías para ver que allí mismo, a cinco minutos de la azucarera está la fuente de Guzmán. Ahora hay una nueva generación que habita el barrio, los hijos de los inmigrantes que han ido llegando en los últimos años, jóvenes educados en la cultura del tuenti y puede que del botellón, una generación que se planta frente a sus padres mirando sin obstáculos de Guzmán a Santa Elvira. Ocurrirá de forma inevitable un choque cultural, una colisión de trenes sin paso a nivel que tendremos que integrar desde nuestros balcones del centro o nuestros jardines en los adosados de las afueras, pero una realidad que está ahí, a unos quinientos metros del despacho del alcalde. Imagino que el elenco de candidatos habrá pensado en la integración social del viejo barrio, que se convierte, al eliminar la barrera de las vías, en un nuevo barrio del centro.

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