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viernes, 18 de marzo de 2011

La semana del pánico. (En Hoy por Hoy León, 18 de marzo de 2011)

En la semana del pánico, ésta en la que el viento del este nos trae terribles noticias desde Japón, he tenido la fortuna de compartir una tarde con dos hombres que ya no tienen miedo. Están enfermos, sufren la enfermedad de Parkinson, la sufren como pacientes y comparten con ellos ese padecimiento quienes los cuidan. Sé que sucede en todas las enfermedades incapacitantes, que exigen de los cuidadores un altísimo nivel de compromiso, llamémosle amor, aunque suene cursi.

En esta semana, la del acorralamiento y muerte de un jato en la Plaza de San Marcos, he aprendido que hay toros que uno tiene que lidiar en la vida sin aviso previo y que no vale apostarse tras un coche para disparar un rifle, o salir corriendo y esconderse en un rincón. He aprendido, hablando con esos dos hombres, que ellos podemos ser cualquiera. De hecho reconocen que tuvieron síntomas de la enfermedad que no supieron interpretar hasta que tuvieron un diagnóstico. Cuando ya la enfermedad se nos presenta delante con toda su fiereza tenemos dos opciones, la de asustarnos y encogernos escondidos en un armario de la casa o la de salir a la calle y encontrarnos con otros que tienen que enfrentar nuestro mismo problema. Me contaban estos dos hombres el martes que hay muchos enfermos de Parkinson que evitan acudir a las asociaciones, porque piensan que ver por anticipado en otros el deterioro que a ellos les espera los puede hundir en la depresión. Un error muy común, porque es la depresión misma la que los encierra.

En la semana en la que se van conociendo los nombres de las listas de los partidos para el 22 de mayo, con lo que salió a la luz el primo de Rajoy, estos hombres me hablaban de su lista de necesidades, de las dificultades que tienen para pagar el alquiler del modesto piso de la sede, los gastos de mantenimiento, el coste de la trabajadora social que les ayuda a vertebrarse. Me hablaron de que alguien en la asociación tiene un primo en una caja y que ese primo había sido quien les había echado el último capote, pero que con la mala situación que tienen ahora, depender de la obra social de las cajas es declararse en vía muerta. Hasta el momento era esa obra social el único balón de oxígeno que les permitía respirar y dar vida a sus proyectos, porque, en la semana en la que el Ayuntamiento ha hecho pública la lista de beneficiarios de subvenciones, habrán visto que la Asociación Parkinson San Marcelo de León no está en el listado. Y me decía uno de estos hombres sin miedo que entienden que el Ayuntamiento no les subvencione, porque su asociación no es de carácter local, sino provincial. Apuntaba el otro que con las cuotas que pagan los socios no llega para cubrir los gastos y que, aunque pudieran conseguir financiarse con las campañas de calle, apelando a la solidaridad de la ciudadanía, deberían sostenerse con el apoyo de las instituciones. No es de recibo, y esto lo digo yo, que la Junta de Castilla y León les haya recortado la subvención a la mitad. La asociación atiende un problema social, un problema que es de todos, no sólo de quienes están enfermos y sus familias y lo razonable es que la solidaridad social se haga efectiva a través de las instituciones, que no basta con tenerles médicamente atendidos a través del sistema sanitario o hacer grandes campañas de mentalización social.

Esta semana en la que para la mayoría será la del fin del paso a nivel del crucero, para mí, es la semana en la que dos hombres que ya no tienen miedo me regalaron un tulipán como símbolo de esperanza.

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