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viernes, 25 de marzo de 2011

Un futuro entre algodones, de azúcar. (En Hoy por Hoy León, 25 de marzo de 2011)

Ayer, los trabajos en el Petit Palais se aceleraban a ritmo de víspera de inauguración. Los dos carriles en dirección al Crucero de la Avenida Fleming se desviaban para invadir los que vienen en sentido contrario, sin que el incordio llegase a producir los inconvenientes del desaparecido paso a nivel. Desde el semáforo de la calle Orozco el nuevo/viejo edificio relucía con galas de Grand Premiere, listo para el festival que esta tarde va a seguir a su inauguración oficial, un festival que tendrá de todo, magia, globoflexia, espectáculos de animación, verbena, hasta puestos que venderán algodón de azúcar a una velocidad de vértigo, mil en tres horas, dice la nota de prensa.

Se ve que este trozo de viejo/nuevo León es la zona del vértigo de la velocidad. Velocidad de transformación del paisaje de un barrio que, muriéndose como estaba en tantos años, va a convertirse, como quien dice en unos meses, en la carroza suntuosa que conduzca a la ciudad a su cita ansiada con el futuro: túnel en el cruce de Michaisa, supresión del paso a nivel, continuación de Ordoño, en realidad avenida de Palencia, más allá de la barrera de la estación de tren. Imagino que no habrá que lamentar que, cuando den las doce, la carroza se convierta en calabaza. Es de esperar que este Palacín, que hoy con tanta pompa se inaugura, sea el germen de ese futuro que nos entra por la vía de los congresos, que ese turismo prometido sea una realidad sólida lo antes posible, porque es una vía segura para la consolidación de la actividad económica de la ciudad.


También aquí, en esta zona, crecerá en trece meses, a toda velocidad, un “cubo conformado por un zócalo en piedra de Boñar y una estructura envolvente realizada en acero” en el que tendrá su sede el Centro de Regulación y Control de AVE. Una infraestructura que, en principio, estaba pensada para Valladolid, pero que terminará construyéndose en ese nuevo/viejo León que está emergiendo a la sombra de lo que queda de aquellos dos motores que fueron RENFE y la azucarera.


Toda la modernidad se da cita en este lado del río. Todo el futuro, a los ojos del viejo cine -que después fue sala de fiestas y ahora observa silencioso lo que sucede a su alrededor desde sus taquillas cerradas en la entrada- se despliega en promesas de provechoso porvenir. Los trabajos que se crearán, las empresas que podrán ofrecer sus servicios, los turistas que vendrán a participar en ese futurible de congresos, toda una arcadia feliz entre algodones, esperando su definitiva realización material.


Algodón de azúcar por miles, para cuidar al polluelo que apenas acaba de nacer. Magos sorprendentes que mantengan viva la ilusión, espectáculos que nos animen a imaginar, música que nos aturda. Me gustaba ayer cómo hablaba un profesor universitario, cuyo nombre no desvelo, de su infancia en el barrio, de cómo iban en el verano a la balsa de RENFE, a la que ellos llamaban la piscina, de sus correrías por los campos, de sus escapadas hasta las fiestas de Armunia, en la que alguno perdió su inocencia. Él sí que hablaba claro de futuro, defendiendo la apuesta por la movilidad, por el intercambio, por la formación más allá del aula y de la tiza. Me gustó aquello que dijo de que si la ULE era una universidad de provincias, no tenía por qué ser provinciana.


Ése es el auténtico futuro, que ser de provincias no nos condene a ser provincianos. Que del recuerdo del olor de la melaza surja el aroma de algodón de azúcar de mil colores.

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