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viernes, 11 de noviembre de 2011

Pintadas. (En Hoy por Hoy León, 11 de noviembre de 2011)

Debe ser que todavía no está a pleno rendimiento el plan del Ayuntamiento para la eliminación de pintadas o debe ser que, como hay mucho por limpiar, todavía no le ha llegado el turno a las paredes de los recorridos más habituales para mí. Hay una pared concreta que debe ser el lienzo perfecto, porque no hay ya un hueco en el que dejar ni una mancha de spray. Se trata de la pared de la Plaza de San Pelayo que guarda el solar de los Pincipia, una pared apuntalada que señala la paradójica situación de lo que podría ser centro de interés turístico y cultural y que hoy se esconde a las miradas curiosas bajo un manto de provisionalidad, con ese aspecto de obra abandonada que la crisis del ladrillo ha extendido por tantos lugares. Los grafiteros lo han sabido ver. Esa es una pared que no parece de nadie, de modo que han dejado allí sus firmas amontonadas unas sobre otras, empujándose como se empujan las letras mismas con las que las componen.

Esta moda urbana de la “crew”, no es en absoluto una moda nueva. Desde que existen, es decir, desde siempre, los adolescentes se han buscado a sí mismos enfrentándose al mundo adulto,  sobrepasando sus límites, sabiendo que el modo de crecer es no aceptar lo que les viene impuesto y para ello se encuentran en el grupo de iguales, en la pandilla, sabedores, en el fondo, de que esa unión circunstancial es pasajera, como una cuerda que se utiliza para alcanzar la madurez. Una cuerda que, después de usada, ya es inútil, pero, en tanto que está ahí, mancha las paredes.

La psicología del grafitero ofrece una interesante etiología. La mayoría se limita a poner su marca en la pared, dejar su firma. Las hay más o menos simbólicas. Algunas, recordemos el caso del famoso muelle, se convierten casi en una marca comercial. Se aprecia la rivalidad entre los que pintan en el modo de hacerse ver en una misma pared o en la audacia a la hora de elegir las paredes más peligrosas. No es lo mismo firmar en la tapia de un solar de un barrio alejado del centro que hacerlo, como han hecho recientemente algunos gamberros, en el lienzo de la muralla. Otros no firman, pero nos dejan alguna idea, un mensaje. Recojo dos que he leído recientemente. Uno dice: “¿Quién necesita razones?” Lo deja escrito en inglés en lo que podría interpretarse como una referencia a la película Trainspotting, un mensaje a favor del consumo de drogas o tal vez de la negativa a elegir un modelo de vida. La otra la he visto en Navatejera. “Te quiero, patosina” es el mensaje directo y optimista. Me gusta pensar que no se trata de una apuesta, sino de un desborde amoroso, una incontinencia; otro tipo de grafitis ya no son simplemente pintadas. Hay paredes que son verdaderas obras de arte, como algunas que se ven por el barrio de Armunia, en Doctor Fleming  junto a la Azucarera o en la Avenida de San Ignacio de Loyola. De hecho, las paredes que cierran las vías en el antiguo paso a nivel del Crucero se han cubierto enseguida de pintadas que subrayan la alegría de haber eliminado aquellas barreras.

Cuento hoy esto de las pintadas porque han aparecido hace una semana cientos de carteles, banderolas y vallas publicitarias con mensajes extraños hablando de rebelarse, de pelear por lo que quieres, de sumarse al cambio y, la verdad, no sé bien de qué me están hablando.

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