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viernes, 27 de abril de 2012

Generar rechazo. (En Hoy por Hoy León, 27 de abril de 2012)


         Me pasa porque, en cuanto llego a la cocina por las mañanas, antes de prepararme el café con leche, lo primero que hago es encender la radio. Normalmente me pilla con Francino en su pildorita reflexiva de las siete y poco y con los primeros titulares del día, de manera que, cuando llegan Chechu y Valentín a las siete y veinte, ya me ha dado tiempo de tomarme un café y estoy espabilando. Por eso las primeras noticias nacionales e internacionales se revuelven en mi cabeza medio dormida y, cuando llega el tramo local, ya tengo puestas todas las antenas de la consciencia. Pero digo que eso es lo que me pasa normalmente. En cambio ayer, me levanté unos minutos más tarde y, cuando encendí la radio, ya estaba Chechu con las noticias. Es más, lo primero que recuerdo nítidamente es el “me regalaste unas MO”, que últimamente había sido sustituido por un “de eso nada, calvito mío”, esa campaña de publicidad sobre la que en alguna ocasión hemos discutido, al hilo de si lo importante es que guste el anuncio o que la gente se acuerde del anuncio, aunque no guste, siempre que no produzca un sentimiento hostil en el que escucha, claro.

         El caso es que debí tragarme las noticias a la vez que el desayuno y se me quedaron bailando por el cerebro unas declaraciones de Nicanor Sen anunciando su posicionamiento del lado oficialista en la batalla por el PSOE leonés. Cierto que, como es natural, he tenido la ocasión de escuchar el mismo corte con toda tranquilidad en radioleon.com y se me han aclarado mucho las ideas, pero en aquel momento, en la brumosa rutina diaria de la puesta en marcha, con el sistema perceptivo todavía a medio gas, me quedé solamente con una idea: no estarán los que generan rechazo. ¡No me digan que la afirmación no está medida! 


           Es un poco más en la línea de esa tercera vía que él lideraba, esa corriente de opinión, o como se diga, que manejó el sutil eslogan “El partido que queremos” y que parecía que iba a disputar un espacio a las dos líneas oficialmente enfrentadas en la renovación. Me recuerda mucho a un amigo que, aunque la cosa suena a chiste de Gila o de Gomaespuma, decía que se quería presentar a las elecciones de su pueblo con el eslogan: “Señora, usted querría que su hijo fuese como yo”. Un visionario, seguro. Es, en cierto modo, lo que dice Sen. Nosotros no generamos rechazo, somos el partido que queremos. Nadie que genere rechazo en la militancia o en la sociedad estará en la nueva ejecutiva del PSOE leonés. 


           ¿Habrá algún político en España en la situación en la que estamos viviendo que no genere una pizca de rechazo? ¿Realmente los políticos se creen lo que dicen? Creo que confunden militancia con sociedad, que piensan que la opinión que se publica en los medios es la opinión de la sociedad, que creen que lo que se decide en las urnas con los votos es lo que realmente quiere la sociedad. Lo malo es que hay gran parte de la sociedad que no vota, no opina y no milita. A veces da la impresión de que la gente va por un lado y la sociedad se cosifica y va por otro, por los pasillos de los congresos, por las mesas de las ruedas de prensa, por las alfombras de los despachos.

La gente está muy cansada de escuchar palabras huecas y eso que dijiste que las MO eran para mí.

domingo, 22 de abril de 2012

Libros Libres. (En Hoy por Hoy León, 19 de abril de 2012)


         Tengo pendiente una charla con José Antonio Sánchez, presidente de la Asociación de Libreros de León. Me dijo hace tiempo que le gustaría contarme algunas de las dificultades con las que se ha encontrado para organizar esta Feria. Ayer, cuando le llamé, seguro que no era el mejor momento y me imagino que en estos días previos a la inauguración estará sobrepasado de quehaceres, ultimando detalles, ajustando un programa que todavía no se había hecho público a día y medio del pistoletazo de salida, pero del que ya se conoce alguna cosa. Se sabe que el tema de la Feria es el de los Libros Sagrados, convocando, en uno de los actos centrales, una mesa redonda en la que intervendrán representantes de las tres principales religiones monoteístas: cristianos, judíos y musulmanes.

         Me interesa el tema. No tanto el del diálogo entre religiones, que también, como el del Libro Sagrado. Me interesa, porque siempre he creído que los libros nos hacen libres. El libro, me da igual en papel o en formato electrónico, ese baúl que atrapa nuestra humanidad -el conocimiento, la memoria- y que la muestra para que la descubra cualquiera que simplemente lea, nos abrió el camino de la libertad, desde los primeros papiros, hasta los PDFs. Un camino hacia la libertad que se empezó a convertir en autopista con el maravilloso descubrimiento de Gutenberg, la posibilidad de hacer multitud de copias de la misma idea, difundirla a los cuatro vientos, gritarla en el silencio negro de la tinta para que todos los oídos que lo quieran hacer, oigan. Y si es verdad que los libros nos hacen libres, por el conocimiento, sí, pero también por la belleza, la pura belleza de la poesía, la belleza audaz de una novela, también es verdad que han sido armas. Por eso los totalitarismos los han prohibido, han confeccionado listas, han promovido censuras, han quemado en la hoguera lo que no les convenía. Se han destruido valiosas bibliotecas, verdades en perspectiva múltiple, asoladas por la verdad única sostenida con pulso firme en alguno de esos Libros Sagrados. Ese es el tema que me interesa, porque se dice que uno de los factores que contribuyeron al nacimiento de la filosofía en Grecia es precisamente la ausencia de un Libro Sagrado, la necesidad de cubrir con el ingenio el hueco que en otro caso habría cubierto la verdad oficial de la Palabra Revelada. Algunos dirán que la filosofía ha hecho más daño que otra cosa, pero no podrán negar que la propia idea de lo que es el mundo en que vivimos, desde los avances científicos más sorprendentes hasta el modo en el que nos organizamos política y socialmente, son fruto de la tradición filosófica que arrancó hace más de dos mil seiscientos años en las privilegiadas playas de lo que hoy es la rescatada Grecia y la silente Turquía.

         No sé por qué me enredo en este enredo, cuando solo quería decir que el lunes es la fiesta del libro, que, para entonces, con los euros que sobraron de la edición anterior, porque para esta no hay ni un céntimo, habrá arrancado la Feria de este año que hace ya el número 35. Valdrá la pena darse una vuelta por San Marcelo, aunque no vengan este año las estrellas de otras ediciones. Y, por cierto, si se encuentran un libro sin dueño, léanlo y después déjenlo libre. Puede que sea uno de los 5.000 libros que entre MUSAC y otros setenta museos ponen hoy en libertad.

viernes, 13 de abril de 2012

Lunes de supermercado. (En Hoy por Hoy León, 13 de abril de 2012)

         Me pasó el lunes. Dado que el Sábado Santo los supermercados estaban arrasados por las hordas compradoras que se abalanzaron sobre la mercancía como si la crisis estuviese a punto de estrangular las líneas de abastecimiento, y vista la lucha titánica que había que sostener para hacerse con la preciada posesión de un carro, optamos por una prudente retirada y estirar las existencias de la casa dos días más para hacer la compra el lunes. Y fue allí, este lunes,  a la salida del supermercado, después de una de esas compras en las que te dejas una pasta gansa en la caja y miras para el carro y compruebas la lista y te dices una y mil veces: “¿Pero qué llevo? Si no he comprado más que lo básico, si no he comprado nada que no fuese estrictamente necesario para el funcionamiento de la casa”. Fue en ese momento, casi en la puerta, todavía envuelto en esa sensación de irrealidad que te machaca el cerebro cuando vas caminando hacia el coche pensando en la distancia tan abismal que se va abriendo entre el ritmo al que crece el precio de las cosas y el estancamiento o en muchos casos caída de tu poder adquisitivo, cuando me encontré con el repartidor de publicidad que me tendió aquella tarjeta.

         Era una tarjeta dura, de plástico, no una simple octavilla de papel. Una tarjeta pensada para durar, para ser conservada en el tiempo. Un hermoso fondo azul, con la imagen de unas margaritas en primer plano y unas letras blancas que destacan prometiendo un descuento de trescientos euros. La verdad, salir del supermercado con la sensación de ser un pollo desplumado y encontrarme en las manos con aquella tarjeta descuento para un servicio funerario me pareció una invitación al suicidio o una triste metáfora de los tiempos que vivimos. Entre la caja del supermercado y tu casa lo mejor que te puede pasar es que te mueras, al menos tendrás un buen descuento. No me quedé a observar si el hombre de la publicidad entregaba aquella tarjeta de forma indiscriminada, si la daba con la misma eficiencia a jóvenes de dieciocho años que saliesen con las provisiones del próximo botellón que a ancianos que empujasen con dificultad la compra de la semana. Hubiera debido fijarme.

         La tarjeta, por detrás, viene con alguna instrucción sobre lo que conviene hacer en caso de fallecimiento de una persona para que el médico pueda certificar la defunción, las condiciones de la oferta y una síntesis de los servicios que ofrece la funeraria. Hasta ahí, casi lo normal en una oferta publicitaria. Pero, además, aparece explicado en negrita el sentido del término coacción, probablemente en referencia a la ya conocida cuestión que enfrenta a las empresas funerarias de la capital. Al leerlo, sentí que yo mismo me sentía coaccionado. “Nosotros nos encargamos de todo”, dice. “Usted muérase que se va a ahorrar trescientos eurazos, de lo demás no se preocupe”, pensé en ese momento de desconcierto psicológico. Luego ya fui colocando la compra en el coche y la aprensión se me fue pasando y comprendí que no es que, como están las cosas tan mal, nos vayamos a morir todos de golpe, sino que es que la gente se muere y morirse es caro y es un negocio y es algo en lo que a muchos les gusta pensar y tenerlo todo preparado para no causar molestias llegado el caso. Así es que guardo la tarjeta por si las moscas, que no caduca hasta final de dos mil doce.