Entiendo que hay sucesos pequeños que van
llenando los resquicios de la vida para conseguir que sea plena. De hecho, la
vida siempre es plena. Es como una de esas funciones continuas en todos sus
puntos que dicen los matemáticos: para un determinado intervalo, siempre hay un
punto entre otros dos, la vieja paradoja de Aquiles persiguiendo incansable a
la tortuga sin alcanzarla jamás. Quiero decir que me impacta saber que hasta la
vida más vacía es una vida llena, porque no se puede renunciar a estar vivo
mientras se está vivo, es imposible. ¿Pero de qué es de lo que estamos llenando
nuestras vidas? Me cuesta saberlo. Incluso para un optimista que siempre ha
sostenido la bondad natural del ser humano resulta difícil comprender todo lo
que que hacemos. Les cuento el caso y acabo antes:
Resulta que en cierto quiosco del barrio
de Armunia este domingo estaban de fiesta. La dueña del quiosco, previsora,
sabiendo que iba a tener que cerrar por la celebración familiar, comunicó a los
panaderos, que no le sirviesen ese día, porque no iba a haber despacho. La
mayoría de los panaderos registraron su orden y no llevaron mercancía, salvo
uno que dejó a la puerta del quiosco dos sacos de pan.
Puede que en algún país civilizado el pan
pasase a la puerta todo el día sin que nadie lo tocara. Claro que sería una
pena, porque ¿qué hubiéramos hecho con el pan duro? Por eso este domingo el pan
se aprovechó. Algunos de los que pasaban por la puerta, al ver bajada la trapa
y el pan sin vigilancia, aprovecharon para servirse. Aquel señor de mediana
edad una hogaza, esa chica que pasa haciendo footing una chapata y un bollo,
dos barras de pan que se lleva para casa un jubilado. No fue exactamente una
rapiña, sino más bien un goteo constante de hurtos. Muchos que iba a comprar el
pan y el periódico, como todos los domingos, se fueron sin periódico, pero
llegaron a casa con el pan. Un vecino que observaba desde su casa el
espectáculo lo contaba días después: “Y veías a gente normal que veía el saco y
metía la mano y cogía el pan como si nada. Pero, oye, que era gente como tú y
como yo, no vayas a pensar que eran cuatro de esos…” Y dejaba ahí la frase,
comprendiendo que no podemos hablar de “esos” y de “otros”, que la gente es
siempre gente y se comporta como gente, de manera que ve una hogaza de pan en
la calle y piensa que, como está en la calle, no es de nadie, y se puede coger.
Por eso en otros países no es necesario que haya cobradores para que la gente
pague en el transporte público y en España sí. Por eso quizá estamos como
estamos, porque como lo que está en la calle no es de nadie, lo coge el primero
que pasa y así ha ocurrido con tantas cosas, con el dinero de las Cajas, con el
de los Ayuntamientos, con todo lo que estaba a nuestra disposición por estar en
la calle, por ser público, ser de todos y a la vez de nadie. Por eso ahora ponemos
guardias al pan y hay muchos que exigen cerrar todo lo que pueda ser de todos,
porque el abuso insensato de unos cuantos lo ha hecho insostenible.
Esa es la guasa, que el saco del pan no
es un saco sin fondo, que no hay pan para todos todas las casas. Lo más curioso
del asunto es que el lunes, cuando la dueña del quiosco abrió el negocio, el
único que pasó por allí para pagar las dos hogazas que se había llevado el
domingo era el hijo de Esperanza, una familia gitana que casi no tiene ni lo
justo para vivir.