En el año del centenario del hundimiento del Titanic, la
Corporación Municipal avista, como si saliese de entre una espesa niebla, el
iceberg de la herencia recibida. Una herencia que, en palabras del Alcalde, nos
tiene al filo del colapso, lo que obliga a los actuales regidores a llevar a
cabo un esfuerzo titánico para salvar al Ayuntamiento del desastre. Lo dijo
esta semana en la entrevista mensual que mantiene en Radio León y lo hizo en el
contexto de la justificación de los presupuestos para 2012, en los que ha
habido un recorte del 25 %.
Es por
lo menos curioso ese empeño en hacernos ver lo titánico del esfuerzo que se
realizará en los despachos de Ordoño no ya para salir adelante, sino
simplemente para que el Ayuntamiento pueda ser viable. Me gusta la expresión
“titánico”, aunque quizá no sea este el año para emplearla, por aquello del
naufragio, y me gusta por su sonoridad, por su regusto clásico, porque evoca la
tarea creadora de los Titanes, verdaderos responsables de la realidad según la
mitología griega. Aquellos doce hijos de Urano y de Gea son la personificación
de las fuerzas puras de la naturaleza y entre ellos se encuentra Cronos, cuya gran
tarea fue la de destronar a su padre, por lo que le quedó la cosa de tener
miedo a sus hijos y decidió comérselos para no correr riesgos a medida que iban
naciendo. Y así lo hizo, salvo en el caso de Zeus, quien escapó a las fauces de
su padre gracias a una treta de su madre (y a la vez tía, que en las mitologías
se formaban todos estos jaleos de parientes) quien lo sustituyó por una piedra.
El caso es que luego Zeus lo destronó, dándole irónicamente la razón.
De modo
que “un esfuerzo titánico” es un modo de hablar que nos sitúa en la esfera de
los dioses, o mejor, de los padres de los dioses. Se refiere concretamente a la
historia del titán Atlas, quien se enfrentó a Zeus en la guerra entre los
titanes y los olímpicos y, tras su derrota, fue condenado a sostener los
pilares que separan el cielo de la tierra. Por eso me extraña el empeño en subrayar
lo titánico de la tarea, lo terrible de la herencia, lo insostenible de la
situación. La terrible cercanía del colapso. Y entiendo que en el Ayuntamiento
deben tener dificultades para encajar todas las cuentas, que les debe parecer
insoportable el peso de la deuda, el peso del personal, el peso de ese gigante
engendrado con aires divinos a lo largo de los años, pero no solo en la época
de Fernández, sino ya en momentos anteriores, que me parece a mí que a esta
situación desesperada no se ha llegado en seis meses, ni en cuatro años, ni en
diez. Pienso que el problema de sobredimensión de este y de tantos otros
Ayuntamientos en España no es un iceberg que se esconde en la niebla, sino que
es más bien una montaña que se ha ido engordando a base de camiones y camiones
de arena, muchos de ellos cargados en el furor desatado de los años gloriosos
de la construcción.
Ahora
nos dicen que no hay dinero, que hay que recortar, que debemos ser realistas,
que si no lo hacemos corremos un serio riesgo de naufragar. Me pregunto si no
será esta la estampa triste de una orquesta que, mientras otros se afanan en
conseguir en un bote el hueco salvador, sigue tocando sin ver que el agua ya ha
inundado un barco que se está hundiendo sin remedio.
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