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sábado, 26 de mayo de 2012

Todos los que robaron pan. (En Hoy por hoy León, 25 de mayo de 2012)


Entiendo que hay sucesos pequeños que van llenando los resquicios de la vida para conseguir que sea plena. De hecho, la vida siempre es plena. Es como una de esas funciones continuas en todos sus puntos que dicen los matemáticos: para un determinado intervalo, siempre hay un punto entre otros dos, la vieja paradoja de Aquiles persiguiendo incansable a la tortuga sin alcanzarla jamás. Quiero decir que me impacta saber que hasta la vida más vacía es una vida llena, porque no se puede renunciar a estar vivo mientras se está vivo, es imposible. ¿Pero de qué es de lo que estamos llenando nuestras vidas? Me cuesta saberlo. Incluso para un optimista que siempre ha sostenido la bondad natural del ser humano resulta difícil comprender todo lo que que hacemos. Les cuento el caso y acabo antes:

Resulta que en cierto quiosco del barrio de Armunia este domingo estaban de fiesta. La dueña del quiosco, previsora, sabiendo que iba a tener que cerrar por la celebración familiar, comunicó a los panaderos, que no le sirviesen ese día, porque no iba a haber despacho. La mayoría de los panaderos registraron su orden y no llevaron mercancía, salvo uno que dejó a la puerta del quiosco dos sacos de pan.

Puede que en algún país civilizado el pan pasase a la puerta todo el día sin que nadie lo tocara. Claro que sería una pena, porque ¿qué hubiéramos hecho con el pan duro? Por eso este domingo el pan se aprovechó. Algunos de los que pasaban por la puerta, al ver bajada la trapa y el pan sin vigilancia, aprovecharon para servirse. Aquel señor de mediana edad una hogaza, esa chica que pasa haciendo footing una chapata y un bollo, dos barras de pan que se lleva para casa un jubilado. No fue exactamente una rapiña, sino más bien un goteo constante de hurtos. Muchos que iba a comprar el pan y el periódico, como todos los domingos, se fueron sin periódico, pero llegaron a casa con el pan. Un vecino que observaba desde su casa el espectáculo lo contaba días después: “Y veías a gente normal que veía el saco y metía la mano y cogía el pan como si nada. Pero, oye, que era gente como tú y como yo, no vayas a pensar que eran cuatro de esos…” Y dejaba ahí la frase, comprendiendo que no podemos hablar de “esos” y de “otros”, que la gente es siempre gente y se comporta como gente, de manera que ve una hogaza de pan en la calle y piensa que, como está en la calle, no es de nadie, y se puede coger. Por eso en otros países no es necesario que haya cobradores para que la gente pague en el transporte público y en España sí. Por eso quizá estamos como estamos, porque como lo que está en la calle no es de nadie, lo coge el primero que pasa y así ha ocurrido con tantas cosas, con el dinero de las Cajas, con el de los Ayuntamientos, con todo lo que estaba a nuestra disposición por estar en la calle, por ser público, ser de todos y a la vez de nadie. Por eso ahora ponemos guardias al pan y hay muchos que exigen cerrar todo lo que pueda ser de todos, porque el abuso insensato de unos cuantos lo ha hecho insostenible.

Esa es la guasa, que el saco del pan no es un saco sin fondo, que no hay pan para todos todas las casas. Lo más curioso del asunto es que el lunes, cuando la dueña del quiosco abrió el negocio, el único que pasó por allí para pagar las dos hogazas que se había llevado el domingo era el hijo de Esperanza, una familia gitana que casi no tiene ni lo justo para vivir.

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