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viernes, 28 de septiembre de 2012

Lo que queremos ver. (En Hoy por Hoy León, 28 de septiembre de 2012)


Uno de los problemas que más me interesan de los que se plantean en filosofía es el llamado “problema arduo” de la conciencia. A la mayoría le parecerá una estupidez, pero a mí me resulta sorprendente darme cuenta de que me puedo dar cuenta de las cosas. ¿Por qué pasa eso? ¿Qué mecanismos operan en nuestro cerebro que nos permiten tener conciencia de que tenemos conciencia de las cosas? No sé si se dan cuenta de lo que quiero decir y me resulta difícil contarlo mejor. Me pasa como en aquel texto de Cortázar con instrucciones para subir una escalera, que la coincidencia entre el pie y el pie dificulta la explicación.

Uno ve una pradera. Una pradera verde, ahora que ha llovido algo. Por cierto que uno de estos días se regaba un jardín con profusión de aspersores bajo la intensa lluvia, que será que es verdad lo que dicen en mi pueblo, que agua de lluvia no quita riego, pero me pareció exagerado regar así el césped mientras llovía. Y de vuelta al tema de la conciencia: ¿Cómo es que nuestro cerebro es capaz de ofrecernos una experiencia cualitativa de la pradera? ¿Cómo es que nos permite comprender el matiz del verde? No digo ya el sorprendente juicio moral sobre si está bien o no regar la hierba mientras llueve. La conciencia es un enigma. Pero no me confundan, que no quiero hablar de conciencia moral. No es ver si tenemos buena o mala conciencia. Es solo el hecho mismo de tenerla, el hecho de darnos cuenta, lo que interesa.

Ayer, en el portal de un edificio que se asoma a los jardines de La Granja, hablaba con un amigo catalán reconvertido a leonés y me daba cuenta de que en ese bloque viven dos amigos míos, uno este barcelonés que se ha hecho de La Cueta y el otro, un leonés que se está afincando en Barcelona. Hablábamos de política y me decía que quería traerse a unos castellers, para demostrar a los políticos que todo este lío de la autodeterminación se puede resolver, si nos damos cuenta de que todos somos la misma cosa, catalanes, vascos, leoneses, gallegos, galeses, bantúes y hasta los de Minnesota: sencillamente personas. Terminamos hablando de un ciruelo de ciruelas claudias que le ha florecido este año en agosto y me enseñó una foto, en la que se veían las flores arropando ciruelas gordas como las pelotas de goma que se están poniendo últimamente de moda. Un comportamiento anormal de la naturaleza. ¿Se dan cuenta?

Y si es así, si nos damos cuenta de las cosas, si somos capaces de comprender, ¿por qué hay quien se atreve a pensar que no pensamos? ¿Por qué agradeció Rajoy en América el comportamiento de los que no se manifiestan? ¿De verdad cree que muchos que se quedan en su casa no comparten el enfado de los que salen a tomar las plazas? Me pareció una soflama en favor de las revueltas, una temeraria llamada a la revolución, que es verdad que cada uno es capaz de ver siempre lo que quiere ver, como en los experimentos de ceguera al cambio o, al revés, como en esas imágenes en las que queremos ver algo que quizá no está, como quien quiere ver una garza en el Bernesga parada ante un árbol, que, en la distancia, parece otra garza que la mira enamorada. Un milagro de la conciencia.

martes, 25 de septiembre de 2012

Agua y Albéitar. (En Hoy por Hoy León, 21 de septiembre de 2012)


         El martes por la noche, en la Plaza de San Marcelo, a las puertas del Ayuntamiento, en las barbas mismas de los policías locales, que en ese momento milagrosamente no estaban en la puerta controlando el aparcamiento reservado a la municipalidad, hubo una discusión digna de entrar en la Historia Universal no digo ya de la Infamia, pero sí de la Vesania.

         Se trataba de una discusión sobre si galgos o podencos, porque lo que se debatía, mientras un operario del Servicio de Limpieza desplegaba su poderosa manguera sobre las piedras del solado de la Plaza, era si son mejores las patatas que se riegan mucho o las que crecen con poco agua, si es mejor criar patatas grandes, cuánto más grandes mejor, o si por el contrario son preferibles las pequeñas, por sabrosas. Les digo que la discusión alcanzó tintes dramáticos, con descalificaciones del tipo “tú qué vas a saber de patatas si eres el único hortelano en el mundo que planta las msimas patatas de una año para otro en el mismo sitio” o “cállate, anda, que para encontrar las patatas en tu huerto hay que llevar microscopio con la azada”. Mientras los hortelanos de ciudad discutían sobre su capricho, el operario de limpieza había empezado a regar la Plaza, arrastrando con el chorro de agua de la manguera toda la porquería que encontraba a su paso, cambiándola de sitio, arrinconándola, quizá levantando también, en un indeseable efecto colateral, algún elemento minúsculo del empedrado.

            Me dio por pensar algo que después se ha subrayado con la petición de los Regantes del Porma al Ayuntamiento de León para que modere el riego de calles y jardines y es que se hace raro ver el derroche nocturno de agua tras los pasos de la cochambre, cuando los embalses están en unos niveles que dan miedo. Habría que pensarse si el Club Náutico debía estar en el Embalse de Luna o en el mismísimo San Marcelo, que a esa hora de la noche -es una exageración, ustedes me entienden- parecía que había más agua en el centro de León que en el mismísimo Pantano. Al final tuvimos que marcharnos, porque aquel hombre tenía que hacer su trabajo y dejamos lo del huerto para otro día, pero yo me volví para casa dándole vueltas a eso del ciclo del agua, pensando que por algún sitio se nos escapa algo, que el agua que no nos ha llovido tiene que haberse escondido en alguna parte y no solo en los desagues por los que se vierten litros y litros cada día a manos de los que nos dejan tan limpias las calles.

         Es muy de los árabes este gusto por el agua, aunque para ellos, por escasa, es un bien muy preciado, de modo que saben conservarla y reutilizarla y hablo ahora de los árabes, aunque sea mezclar las cosas, porque me pregunto si habrá sido algún manguerazo el que ha barrido la Casa del Estudiante de entre los servicios que presta la Universidad de León. El anuncio habla del mes de Septiembre, pese a que hay voces que alertan de un cierre permanente, de manera que cabe la posibilidad de que El Albéitar, esa palabra árabe, que funciona como sinónimo de veterinario, esté cerrado para estudiar todo el curso por mor de los recortes, de manera que los estudiantes se vean obligados como único recurso a recluirse en la Biblioteca del Campus de Vegazana. Decidan ustedes mismos si es o no es una animalada.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Mal de ojo. (En Hoy por Hoy León, 14 de septiembre de 2012)



Una curandera de mi pueblo lo quitaba rezando una oración que parecía más uno de aquellos cantares de ciego de otras épocas: “Si te ha entrado por la cabeza, que te lo quite Santa Teresa. Si es por los pies, que te lo quite San Andrés”. Le gustaba adornarse quemando un poco de incienso, pero siempre reconocía que aquello no era fundamental, que si la “clienta” acababa de salir de la peluquería o le molestaba el olor, no importaba y se le quitaba el mal de ojo igual, que lo importante en estas cosas, como en todo, digo yo, es la fe con la que se hacen.

Es una imagen del miércoles por la mañana, un miércoles de sol con una mañana leonesa fresca, una de esas de medio-verano que te quitan la manga corta hasta la hora del almuerzo, a no ser que seas como Julio, que siempre dice que le gusta sentir el frescor en los brazos y se frota las manos y los biceps, dejando claro que el fresco va un punto más allá del frío en la escala de temperatura de cualquier persona normal. El caso es que era una mañana para dar un paseo, pongamos por caso por la calle Palencia, en lo que es la prolongación de Ordoño por encima de las vías del tren, esa avenida nueva que solo tiene acera por la derecha según se camina hacia el Palacio de Congresos. Será para que no se te ocurra pasar cerca de las obras o porque se les ha olvidado construirla, pero ya les aviso desde aquí: ni se les ocurra seguir caminando por la izquierda, porque, llegando a la rotonda, la acera se termina y desde ahí, o se cruzan al otro lado, o se la juegan caminando contra el tráfico. Pero el tema no es este. Hoy no se trata de las obras ni de los proyectos. ¿Quien se atrevería a predecir el futuro del Palacio de Congresos después de la decisión del Consejo de Ministros de hace quince días? Se trata precisamente de esto otro, de un cartel tamaño A3 pegado a una de las farolas que hay justo al pasar el edificio nuevo de la estación, en el que se puede leer, debajo del número de un teléfono móvil, el reclamo que ya es habitual en tantos escaparates: Anticrisis. Hoy todo lo que trae esa marca nos interesa, o sea que, ¿cómo no vas a seguir leyendo después de haber mordido el anzuelo “anticrisis”? “Tarot”, anuncia el cartel más abajo, “videncia, hechizos” y en letra un poco más pequeña, “mal de ojo”. No queda claro si lo que se ofrece es librarse de un hechizo o hechizar a alguien, si se trata de quitarse el mal de ojo que uno pueda tener o de hacer un cursillo para poder aojar al vecino del quinto. Seguro que a algún político del PSOE le quedan ganas de echarse en cara a Matías Llorente y hacerle algún trabajo de estos de mal rollo, que todo suma y todo resta. y harían mal los jóvenes líderes socialistas en despreciar la capacidad de movilización del viejo sindicalista. Lo veo en mi bola de cristal particular.

Es fenomenal que nos pongamos en el antimundo del ensueño para enfrentar nuestros problemas más reales, dejando en manos de la magia las soluciones anticrisis. Siempre me ha interesado el modo de actuar del mal de ojo como enfermedad social, como instrumento para la compensación de la pérdida, como elemento útil para la superación de la desgracia. ¡Si hasta sin darse cuenta uno puede echarle mal de ojo a alguien! Por eso les ponían aquellos llamativos gorros de cristianar a los niños, para que las miradas envidiosas se fuesen al gorro y dejaran en paz al guaje. Pueden ver algunos de estos gorros en el Museo de la Indumentaria Tradicional Leonesa de Valencia de Don Juan, una visita más que recomendable.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La ola. (En Hoy por Hoy León, 7 de septiembre de 2012)


Prefiero pensar que estos dos meses no han existido. Voy a saludarles sin mencionar la ausencia de todos estos viernes, porque me resisto a encarar un nuevo comienzo. No tengo cuerpo para sentir que tenemos que empezar nada de nuevo. No me encuentro con fuerzas para hablar de nueva temporada, nuevo curso, nuevo nada y me siento más cómodo en la continuidad de los días, que hasta me parece que todos estos cambios en la radio, no son tales, sino que las cosas han sido así siempre, con el estandarte de Radio León defendiendo, contra la ola de programación nacional y regional que nos invade, la importancia de llamarse uno como se llama y hacer radio para León, contándonos a los oyentes la realidad más cercana. Es algo que agradezco profundamente, porque, como me decía siempre el amigo Luismi, “no hay nada más aburrido que un informativo regional”.

Admiro profundamente a todos los que se sienten con ganas de empezar con algo nuevo, a quienes tengan en estos días el espíritu de iniciar proyectos, poner en marcha empresas, ejercer el optimismo de creer en que hay un futuro prometedor.

Hacer un repaso de lo que nos ha ido pasando en el verano es escribir una crónica del pesimismo, así es que mejor no hacerlo, mejor no enumerar el batallón de pequeñas y grandes desgracias que nos han ido acorralando en la trinchera. Solo que no veo más futuro que el de encontrar un momento apropiado para calar la bayoneta y salir al frente en una carga suicida y desesperada. Algunos ya están en ello, pero la mayoría nos  tapamos la cabeza con las manos sobre el casco, mientras silban a nuestro alrededor los obuses del paro, la recesión, los recortes y todos esos tecnicismos financieros que nunca habíamos querido leer en las páginas de color salmón del periódico del domingo. De verdad que admiro a quienes tienen esperanza y me sobrecoge pensar en la ilusión con la que se ponen en marcha proyectos, vidas nuevas. Admiro sinceramente a todos esos que se han apuntado al gimnasio para bajar los kilos del verano, a todos los que se han apuntado a clases de inglés o de alemán o de chino, pensando que ya no lo van a dejar pasar más y que este año sí que van por fin a aprender idiomas. No saben cuánto admiro a quienes tienen el valor de fundar una empresa, de casarse, de pensar en tener hijos, quienes creen con sinceridad en proyectos de futuro. Y por encima de todo, admiro a todas esas personas que empezaron la colección “Aprenda a hacer ganchillo”, que pagaron un euro por el primer fascículo y se lanzaron a la aventura de un aprendizaje incierto, sin conocer de antemano la subida de precio que sufrirían los fascículos siguientes.

¡Qué pereza el nuevo curso! Admiro a todos esos niños que miran con ilusión su baby nuevo y los rizos dorados de su nueva profe. Admiro al batallón de muchachotes que desbordó las previsiones en el Mercadillo Gelete intercambiando libros de texto, revendiendo los viejos, comprando ese tocho de filosofía que habrá que meterse este curso entre pecho y espalda. Curioso que este año, debido a ciertas trabas administrativas, tuviera que celebrarse en León Plaza y no en la Pícara como siempre, quizá es que la calle llena de chicos con libros en las manos sea una estampa demasiado optimista para los tiempos que corren.

Hay que hacer la ola a todo aquel que sea capaz de mirar para afuera y sonreír.