Es algo que surgió con mi hija hablando
del modo en el que el Alcalde de León se defendía de la acusación de acosar a un
testigo en relación con la famosa carta. Se trata de lo siguiente: si un
testigo en un juicio está obligado a decir la verdad de cuanto sabe acerca del
asunto que se juzga, ¿qué más da que lo presente la defensa o que lo presente
la acusación? En principio, ateniéndose al espíritu de la justicia – ya saben
ustedes que dicen que es ciega-, daría lo mismo que el testigo fuese de la
defensa o de la acusación, al final, tendrá que decir lo que sabe. Claro que la cuestión está en que a una parte o la
otra le interese que determinados testigos hablen o se callen. Vamos que el
problema no debería ser que García Prieto vaya al juicio de la mano de la
acusación. En principio, si la justicia es como debe ser, si va por la defensa
o por la acusación debería ser indiferente.
Pero cabe pensar que la justicia no sea
pura. Alguna mente malpensante, que no la mía, podría decir que no es
enteramente ciega, que la venda que le cubre los ojos, si no es transparente,
por lo menos es traslúcida y deja adivinar la silueta del que es juzgado, de
manera que los testigos no son siempre enteramente veraces y tienden, a pesar
de las severas advertencias de los jueces, a explicar los hechos desde la
perspectiva que más conviene a sus intereses. Es evidente que un testigo,
cuando testifica, puede, como dijo mi hija, “adornar la realidad”. Desde esa
perspectiva se podría entender cierta preocupación ante la idea de un compañero
de partido ejerciendo como testigo hostil. Se entiende sí, pero la pregunta es,
¿acaso no es García Prieto procurador por el PP? ¿Acaso no fue Presidente de la
Diputación? ¿Por qué le molesta al partido que sea llamado al juicio por la
acusación? ¿Es una cuestión de estética? No deberían temer al modo en que el
expresidente adorne la realidad y menos a la verdad pura y dura, que es lo que
en un juicio se debería conocer.
Me gustó la idea de que los testigos no mienten, sino que adornan
la realidad. Algo muy propio de estos días en los que vestimos de fiesta esta
realidad terca y triste. La realidad de los que sufrimos el festín de los que
terminaron insolventes con millones escondidos en las esquinas. Vestirse de
fiesta, sí, pese a las colas de las Oficinas de Empleo, los anuncios de huelga,
los rumores de cierre.
Hay uno de esos rumores que me ha llegado estos días y que tiene
que ver con adornar la realidad, con el modo de vestirse. Me han dicho que
corre peligro el Museo de la Indumentaria Tradicional Leonesa de Valencia de
Don Juan. Seguro que no es un museo rentable, pero debemos hacer todo lo
posible para que no se cierre. Si no lo han visitado, háganlo cuanto antes.
Vayan este fin de semana, dejen que Pedro o alguno de sus compañeros les cuente
por qué son así los trajes, por qué se vestían de ese modo, cómo eran las cosas
no hace tantos años, cuando el ritmo de la vida era un ritmo lento que devoraba
los días al mismo compás que el devenir del tiempo. Que no se pierda el enorme
trabajo que hay bajo las faldas de ese Museo, que no se cierre la oportunidad
de aprender tantas cosas en una visita tan agradable.
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