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jueves, 3 de enero de 2013

Doce. (En Hoy por Hoy León, 28 de diciembre de 2012)


Se termina este dos mil doce que comenzó envuelto en peste. El año de los recortes, que ya anunciaba de entrada su terrible condición regalándonos aquellos días nauseabundos de enero, no sé si se acuerdan, que por una parte parece que fue ayer, pero por otra, el río de los acontecimientos ha amontonado tantos sedimentos informativos que nos queda a años luz aquella pestilencia que colocó a León en las páginas de los periódicos de tirada nacional y en los magacines matinales de televisión. Aquel misterio del mal olor terminó resolviéndose en una montaña de boñigas, por eso digo que empezó apestoso este doce que ahora termina.

He tenido tentaciones de no escribir hoy este artículo y componerlo con frases recortadas de los que he ido escribiendo a lo largo del año. No se lo van a creer, pero el resultado final, que yo pensé que sería un refrito impresentable, tenía sentido. Había un hilo conductor, una idea martillo que machacaba de un modo más o menos sutil todo lo que se iba diciendo cada viernes: la idea de que los recursos son limitados, pero actuamos todos como si el mundo fuese un pozo sin fondo. Me parece que ese pensamiento machacón responde a la creencia básica, una idea casi adolescente, de que somos seres inmortales. Vamos por nuestra vida con la absurda convicción de que la muerte es cosa solo de los otros. Claro que, en una aproximación infantil, eso es lo que nos dice la experiencia: siempre son los otros los que se mueren. No sé por qué les cuento esto, tómenselo como una pequeña inocentada.

En el repaso del año elaborado con frases inconexas que había ideado para el artículo de hoy, no aparecía ninguna mención a los incendios. El fuego nos sorprendió en verano, en los meses en que no hay columna los viernes, pero no me gustaría dejar aquel desastre sin comentario y aprovecho ahora la distancia para hacerlo. Es enorme el porcentaje de incendios que esconde entre sus causas un interés económico. Se habló mucho de que es ahora en invierno cuando se apagan los fuegos del verano. Es casi una muletilla, una frase hecha. Me gustaría saber qué fuegos se están apagando ahora. Hubiera sido muy bonito que en las fotos del otro día, en la apertura de la LE-11, con todos los estamentos del poder ejecutivo, Gobierno, Junta, Diputación y Ayuntamiento reunidos junto al monolito de la inauguración, alguien hubiera dicho “y, además estamos apagando los fuegos que no habrá en el verano del trece, porque se están llevando a cabo las siguientes actuaciones: tal y tal y tal”, que ahí ya sí que a mí me pillan, que no soy ingeniero forestal y no sé qué es todo eso que hay que hacer en el invierno para que no ardamos en verano. Del otro incendio, del de la sede del Ayuntamiento de León, solo decir que, a pesar de las dificultades, que habrán sido muchas - ¿quién lo podría dudar?-, me queda esa sensación de desconcierto que te produce, al pasar mucho tiempo desde la última mudanza, descubrir que todavía tienes una caja sin abrir. Es decir, que hasta de lo más imprescindible podemos llegar a prescindir. Todo lo que se quemó ha sido olvidado, o lo será con el tiempo.

Feliz dos mil trece, en serio, lo digo en serio, no es ninguna inocentada.

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