Me pido tres minutos para escapar de la
actualidad. Actualidad en paro en una provincia que tiene la tercera tasa de
actividad más baja de España. Y subiendo, es decir, bajando. Tres minutos de
silencio de actualidad, tres minutos para hablar de algunas cosas sencillas.
El tío Cayo. Dicen que el tío Cayo es
uno de los lectores más voraces de León. A pesar de su edad avanzada sigue
abordando el Bibliobus cada vez que puede, renovando lecturas de las que habla
con brillo en los ojos, con una voz firme, sin más drama que la perspectiva de
los años. “Réquiem por un Campesino Español fue una de las novelas que más me
gustaron”, nos dijo, “porque es algo que
yo he conocido”. Hay un réquiem pendiente, por un campesino español, por un
minero, por un trabajador de antibióticos, por un autónomo, por un enfermo.
Creo que el verbo “requenear” es imposible en español, aunque lo usó
deliciosamente en gallego Rafael Dieste en un cuento maravilloso titulado
“Sobre a morte do Bieito”. Hay mucho por lo que “requenear” aquí, pero hoy
toca hablar de cosas sencillas. Del tío Cayo disfrutando del sol de la tarde
del martes pasado sentado con su libro en las manos, escuchando la radio en su
casa de Matadeón de los Oteros. Una estampa que es un grito, un aullido de vida.
Habíamos ido a los Oteros. Era el Día de
los Comuneros a efectos oficiales y nosotros hicimos nuestra campa entre la
cebada, acercándonos sigilosos al espectacular flirteo de las avutardas, plumas
hinchadas al escaso sol, barbones imponentes paseando palmito entre las
siembras, peleándose por enseñar más pluma, más pecho, más planta, haciendo la
rueda con descaro animal para poder poner la semilla de sus genes en el futuro
huevo. Esa triste pasión por perdurar. ¡Y mira que se ponen chulos! Parecían
barcos vikingos navegando el verde escandaloso que lucen los Oteros estos días.
Un espectáculo de velas hinchadas, rebaños de machos moviéndose por estelas
invisibles. Nos contaba Pedro Luis que hubo unos franceses que se apostaban de
noche, escondidos entre los arbustos, para poder sacar unas fotos al empezar el
día. Se entiende esa pasión. Se entiende que los alcaldes de la zona pretendan
un turismo controlado, una especie de marca de calidad, como se ha venido
haciendo con el prieto picudo. Sería una buena apuesta poder contar con
observatorios, porque es verdad que el espectáculo merece la pena.
Tuvimos tiempo de celebrar el día
tomando un vino en Pajares y hasta nos dejamos caer por Valdesaz, de iglesia
sorprendente, obra de Juan de Badajoz el Mozo, en donde nos encontramos con
Daniel de Cabreros, que ha estado viviendo solo, y eso que tiene ya ochenta y
nueve, sin necesidad de nada ni de nadie, en la sencillez más absoluta hasta
que unos desaprensivos vinieron a robarle, porque como él dice, es que “hoy ya no
se puede tener nada en ningún lado”. Hay muchos arises sueltos.
Un día de cosas sencillas con el
pretexto de hacer unas fotos de las avutardas, “altardas”, como se dice por la
zona. Un día de fiesta, una fiesta que celebran otros, porque, como nos decía Pedro
Luis, allí nunca se guardó.