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viernes, 24 de mayo de 2013

¡A la rica Ley de Educación! (En Hoy por Hoy León, 24 de mayo de 2013)


Cuando las inspecciones de sanidad no eran tan rigurosas y asumíamos el riesgo de intoxicaciones alimentarias de un modo más alegre, el vendedor de helados, al menos en mi pueblo, iba anunciando su mercancía a voces por las calles. En aquel lugar de La Mancha de cuyo nombre tengo que acordarme, el vendedor de helados se anunciaba con un hermético grito, una consigna solo para iniciados. No era como esos otros vendedores de ciudad, sofisticados, con mucha palabrería, que sabían anunciar con rimas elaboradas su llegada. Quizá la más célebre, “al rico helado de piña para el niño y la niña”. Aquél mío solo gritaba una palabra que repetía una y otra vez como en una letanía luctuosa y no festiva. “Helaete”, decía. Y, la verdad, ahora me doy cuenta de que había que estar muy en la onda para entenderlo. “Helaete”. En cambio, “al rico helado de piña”, es más universal, por lo menos tiene más prensa. Se entiende mejor. Así es que vamos a usar esa construcción para decirlo: “A la rica Ley de Educación, para cambiar lo que funciona y, si acaso, lo que no”. Fácil de entender. En una versión para iniciados sería algo así como “LOMCE”. Algo hermético y encerrado entre siglas de difícil pronunciación.
Siempre he procurado no hablar de educación en esta columna. Por dos razones. La primera, porque la educación es mi profesión y es muy elemental que no se deben mezclar el ocio y el negocio. La segunda, porque sé que cualquier aspecto que aborde en este campo me va a desbordar y voy a ser incapaz de encerrar en solo treinta líneas el borbotón de ideas que me viene a la cabeza, así es que cambio de tercio y me pongo a hablar del paisano aquel que vendía helados siendo yo un parvulín que iba a la escuela en pantalón corto a estudiar aquella EGB que se había inventado un ministro franquista en el 70. Desde esa, ya han pasado unas cuantas leyes y ahora llega esta nueva reforma del sistema educativo, esa que aprobó el Consejo de Ministros la semana pasada. Una ley nueva para volver a hacer las cosas con la misma mirilla partidista que se han hecho siempre, con el mismo gran problema: la falta de un consenso total. Dejando de lado los temas más caros a los periodistas, a saber, la cuestión de las lenguas y el asunto de la Religión, la nueva ley presenta una tara de salida, una tara compartida con las anteriores leyes y es que se trata de una ley coyuntural. Es una ley pensada para ahora mismo, para resolver los problemas del momento, los problemas de la educación, sí, pero sobre todo, los números del Ministerio de Educación. La financiación del sistema, el fracaso escolar, el deterioro de la formación profesional, el abandono escolar temprano. Problemas de hoy y de todo tiempo, pero que se abordan desde una perspectiva coyuntural, para que sigan siendo los problemas de ahora y de siempre por los siglos de los siglos.
Les quería hablar de educación. Conozco chicos que son incapaces de aprenderse cinco ríos de la Vertiente Atlántica, no digo ya los afluentes del Ebro. Precisamente esos chicos, incapaces de lo uno, se han aprendido sin esfuerzo los versos que escribió Lorca en su Romancero Gitano. No todos, es cierto. Solo los necesarios para representar en su Instituto, un Instituto de un barrio bastante deprimido de León, una obra de teatro que han ido creando ellos mismos a partir de la poesía del poeta granadino, con la ayuda de una profesora que sabe bien lo que es la educación, pero que nunca se ha leído (entera) ninguna ley. No les invito, porque no hay sitio para todos, pero me gustaría que lo vieran.

sábado, 18 de mayo de 2013

Esvásticas, insectos y entradas para el fútbol en el aniversario del 15 M. (En Hoy por Hoy León, 17 de mayo de 2013)


En el ojo de pez que hay a la salida de mi casa ya no se ve si vienen coches de la derecha ni de la izquierda. Algún vándalo ha hecho una pintada en el espejo, una pintada con el símbolo nazi de la cruz gamada. La primera vez que lo vi estaba medio dormido y no me fijé bien. Pero llevo ya muchos días enfrentándome a él cada vez que salgo. Hay pintadas semejantes en las paredes, pintadas que recuerdan aquellos viejos enfrentamientos de los años setenta que señalaban ciertos barrios como “zona nacional”, pintadas que simulan puntos de mira, avisos de bronca, un juego insensato de provocación.  Porque, es verdad, también hay a montones mensajes de los llamados “antinazis”, muchachos que en algún caso no tienen ni idea de lo que fue el Holocausto más allá de la Lista de Schindler o El Niño del Pijama de Rayas. Con todo, me asombra ver cada mañana la esvástica dibujada en el espejo que miro forzosamente para saber si hay tráfico. Me asombra y me enciende. ¿Quién está colocando en la cabeza de nuestros jóvenes la idea de dibujar esvásticas por ahí? ¿Qué clase de moda es esa?

A algunos colectivos integrados en el 15 M se les ha asociado con movimientos antifascistas, se les ha descalificado con despectivos clichés. Se les ha llamado “perroflautas”, “okupas”, “anti-sistema” y yo que sé qué otras lindezas en un intento por desactivar una idea que venía empujando en contra de lo que el viernes pasado Chechu Gómez calificó con exactitud, en una de sus perlas del informativo de las nueve menos diez, como “políticas florero”. Hay un hartazgo de las políticas florero. Chechu lo decía a propósito del panfleto machista de Santovenia de la Valdoncina y la falta de respuesta del PSOE ante la insistencia del PP para que tome alguna medida, algo que en ese momento todavía no había hecho. Política florero. Decimos, proclamamos, exigimos, pero, cuando nos vemos en la situación, nos convertimos en un jarrón chino. Y nos estamos cansando de tanta flor. Tanta pose, tanta campaña, tanto bienqueda, tanta foto, tanto relumbrón y tanta miseria.

Me gusta la nueva pintura en los pasos de cebra: según se entre en él se le advierte al peatón que mire a la izquierda o a la derecha. Si vas, miras a un lado. Si vuelves, al otro. Es bueno saberlo. No sé si hacía falta, pero hay que reconocer que es bueno saberlo. Lo que ocurre es que, como es tan amarilla la pintura y llama tanto la atención, donde miras es al suelo y no miras ni a un lado ni al otro. A la mayoría no nos hace falta que nos digan hacia dónde tenemos que mirar. Yo sé lo que me duele tener que ver una esvástica pintada en el espejo cada vez que salgo de mi casa y sé que el movimiento del 15 M está cambiando el modo de pensar de muchas personas, a pesar de la habilidad de los políticos florero para traer todo a su terreno.

Acuérdense de los romanos, que, cuando el pueblo se encendía, le daban pan y circo, pan y toros en versiones más recientes. Ahora dan fútbol, eso sí, por la tele, que para conseguir una entrada en un partido como el de esta noche hay que dejarse un pico y, a falta de pan, dicen en la OMS que volvamos a comer insectos, que tienen muchas proteínas y hay muchos. Fijo que ellos no se los comen y si les apetece irse al fútbol, tienen gratis una entrada de las de más de doscientos cincuenta euros.

viernes, 10 de mayo de 2013

Corrosión del carácter. (En Hoy por Hoy León, 10 de mayo de 2013)


Hay un sociólogo anglosajón que, desde la perspectiva del pragmatismo, analiza la realidad del trabajo en un ensayo titulado “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”. (Richard Sennett, 1998). En este libro, Sennet dice que  el corto plazo hace imposible la confianza; y que la presión por la obtención de resultados de manera eficaz y eficiente ha convertido a la persona en un ser que debe reinventarse cada día para ser competitivo en su entorno.

Parece que hay que olvidarse definitivamente de la idea de definir a una persona por su profesión. Ya no podremos hablar del zapatero de la esquina. Ni siquiera podremos hablar de Ino, el de la pollería de la calle Villafranca, aunque lo diga su cartel y su negocio, porque el artesano o el comerciante que han desarrollado toda su vida en una misma actividad son fenómenos a extinguir. El mundo ya no es así. La exigencia del nuevo capitalismo nos aparta de nuestra identidad: el hombre ya no es más su trabajo. Ya no hay ni tan siquiera un trabajo. Si hace cuatro días se hablaba de flexibilidad, de reconversión, incluso de los eufemísticos “mini jobs”, ahora ya estamos dos casillas más allá, por eso no es corrosión del carácter, lo que hay ya es desesperación. Lo dice este sociólogo: el hecho de vivir bajo la idea de “nada a largo plazo” socava la confianza mutua, hace imposible el compromiso. ¿En quien pueden confiar los trabajadores que hasta hace nada estuvieron haciendo esfuerzos para sacar adelante sus empresas, aguantando EREs, trabajando horas extra, cuando descubren de un día para otro que ya no existe, que su puesto de trabajo se ha esfumado en el intercambio de acciones? ¿A qué empresario, si es que tienen la suerte de volver a encontrar trabajo, podrán creer ya? No quiero hablar de empresas de aquí, porque me da la sensación de que me repito cada viernes. Podemos hablar, por ejemplo, de un gigante como Pescanova que se desmorona parece ser que para caer en manos japonesas. El dinero japonés se está convirtiendo en nuestro alivio y esperanza. Es el río de inversión japonesa lo que está manteniendo a flote esa deuda que nos embarga cada vez que abren la boca nuestros políticos, esa presión que nos cuesta más que todos los recortes. El dinero llega de Japón, para chocar con China. O lo que sea, que uno ya no tiene interés por más cosas, salvo que sabe que hay algo que ha venido a corroerle el carácter, a socavar su confianza. Pero como vinieron a por los comunistas y yo no soy comunista, no hice nada. Ya saben.

Y dice la Presidenta del PP de León que va a denunciar a quienes vuelvan a llevar a cabo protestas como las que en estos días pasados han causado molestias a los vecinos y problemas en la propia sede, al tener que quitar los huevos que se habían lanzado durante las mismas, algo que, es verdad, cuesta dinero. También se podría decir aquí que, como a mí no me tiraban los huevos, yo no hice nada. Seguro que no deberíamos llegar a esta situación. Pero, ¿quién se atreve a pedir confianza a quienes se manifiestan porque ven cerradas todas las puertas? Seguro que han visto ese anuncio del Atleti en el que un grupo de señores de mediana edad se presentan a una entrevista de trabajo. Es bonito, sí, pero muy duro. Yo me acuerdo de muchos amigos que trabajan en la Caja pensando que tienen un trabajo para siempre. Ya, ya sé, que como yo nunca he trabajado en la Caja no hace falta que diga nada. 

viernes, 3 de mayo de 2013

Mayo: uno, dos,...tres. (En Hoy por Hoy León, 3 de mayo de 2013)


Así es que se quejan los hosteleros del Barrio Húmedo de competencia desleal por parte de los sindicatos. ¿Qué les parece? Entiendo que la cosa debe ser porque en la noche del 30 de abril al día 1de mayo hubo una fiesta en la Plaza Mayor en la que se podía comprar bebida y comida a precios más baratos que los que se cobran en los bares de la zona. Es una discusión recurrente, algo que ya ha ocurrido otros años. Si se asoman a Google encontrarán un intenso cruce de comunicados que tuvo lugar a raíz de la fiesta que Comisiones organizó en la Plaza Mayor en 2.011. Aunque es historia reciente, es historia y deberíamos aprender algo de ella. Ya sé que agua pasada no mueve molino y no quiero recuperar aquí la agria discusión de hace años, lo que ocurre es que hay algunos términos que se repiten y me interesa saber por qué hay obsesiones que vuelven y vuelven.
¿De verdad no les parece bien a los hosteleros del Húmedo que se convoque una fiesta al lado de sus negocios a la que acuda un volumen importante de posibles clientes? ¿Es en serio que toda esa actividad no genera a los empresarios otra cosa que problemas? Uno de mayo. Una pelea que ya dura. Un día para recordar la lucha por conseguir la jornada de ocho horas, aquella que empezó con los mártires de Chicago en el XIX y que hoy todavía permanece abierta.
He recibido uno de esos correos electrónicos que me gusta comentar con ustedes, quizá lo hayan visto. Trata de las condiciones en las que trabajan miles de niños en el mundo (tal vez millones, no lo sé). Nosotros nos afectamos mucho cuando vemos las imágenes, pero nos ponemos las camisas que ellos confeccionan, compramos las deportivas que se nos venden como gangas en el primer mundo, fabricadas con el dolor del tercero. Miramos para otro lado cuando vemos las etiquetas, porque la única etiqueta que nos interesa ver es la del precio. Podríamos hacerlo, podríamos bloquear los productos que sabemos que se han fabricado con manos de niños, en condiciones imposibles de aceptar por nuestra bien pensante moralidad de ciudadanos de primera categoría, ciudadanos que no necesitan subirse a una balsa de juguete para cruzar el mar y escapar a un mundo sin competencia desleal, sin morcilla, sin prieto picudo, sin sindicatos, sin primero de mayo y sin comunicados de prensa. ¿Por qué esa necesidad de mezclar las cosas? Y, con todo, quizá los empresarios tengan su parte de razón, no lo sé. Que me imagino que a los sindicatos les vienen muy bien los beneficios de las ventas de la fiesta, que todo suma, aunque me arriesgo a que me tapen la boca y me digan que ese dinero lo emplean para alguna acción solidaria distinta a la propia financiación.
Eso el día 1. Y después de lo de Alemania, nos llega el día 2. Nos cuenta la historia que el pueblo de Madrid (o quien lo instigase) se levantó un dos de mayo contra la ocupación francesa que había traído al país la modernidad, eso sí, con la mano de un ambicioso Napoleón escondida en la casaca. Siempre se dice que hubo un pronunciamiento previo aquí en León el 24 de abril, ¿quedará algo de aquellos genes? ¿Habría que decirle algo a los alemanes, aunque solo sea por eliminar de ese modo al Madrid y al Barcelona? Mejor lo dejamos estar. Mejor nos fijamos en este tres de mayo que ya parece que trae buen tiempo, nos damos un paseo relajado por La Candamia y hacemos como que nos vale con que la Cultu juegue por el ascenso.