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viernes, 27 de septiembre de 2013

Esperanza. (En Hoy por Hoy León, 27 de septiembre de 2013)

Todos tenemos sueños que queremos ver cumplidos. Eso es esperanza. 

¿Cuáles son tus sueños? ¿Cuánto tiempo hace que no te lo preguntas? 

Apuesto a que te parece que sueñas todos los días con un golpe de suerte: quizá una lotería o una oportunidad para torear en Las Ventas o una prueba para jugar en un equipo de fútbol de primera división, participar en la enésima Operación Triunfo o en la entrega siguiente del fenómeno Máster Chef. Sueñas tal vez con una oportunidad en el trabajo, un tropezón del jefe, un cambio de destino. Piensas que sueñas una casa más cómoda, un coche más molón. Se te olvida que hay quienes sueñan con un plato de lentejas, con un yogur, aunque sea de esos caducados que se come el ministro, o con un riñón compatible para el trasplante. Igual soñaste alguna vez un tranvía o una moderna estación de FEVE en el centro de la ciudad. Tal vez sueñas un aeropuerto al lado de una Escuela de Pilotos.

¿Eres de los que sueñan cosas baratas, pongamos por caso más trenes de alta velocidad o sueñas a lo grande, por ejemplo un Reino de León independiente a la escocesa, por no mezclar con otras culturas más extrañas, culturas en las que no existe la gaita? ¿Tu sueño es un acordeón, una caricia, la mirada de un nieto? Esperanza. 

Te sueñas dentro de diez minutos tomando una taza de café. Te sueñas dentro de diez días en un viaje a una isla lejana. Te sueñas dentro de diez años al calor de una chimenea sonriendo al leer la última página de ese libro. Terrible condición esta del ser humano, siempre agarrado a la esperanza. Y eso que solo sabe bailar cha-cha-chá.

Será verdad que es lo último que se pierde.

Cuando un filósofo alemán dejó dicho que una de las tres preguntas fundamentales cuya respuesta  explica qué es el hombre es qué me cabe esperar, nos colocó en la pista de lo que somos. Uno está hecho de la pasta de sus sueños, porque toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. Y eso que Calderón apuntaba más alto, que, a pesar de su condición, hay en su idea un vitriolo disolvente que reduce la realidad a puro sueño. Una avanzadilla del idealismo.

Pero decía una canción de los setenta que cantábamos en catalán que la fe no es esperar, que la fe no es soñar y es que los catalanes saben que no se trata de esperar, sino de hacer. Por eso Escocia tendrá un referéndum para seguir siendo parte de Gran Bretaña y los catalanes, que no tocan la gaita, lo harán de otra manera. Pero vuelvo al suco, que me esnorto, como decía el tío Ful: esto de hoy mío con la esperanza no es porque sí, es porque me tiene muy buena pinta el estreno de teatro de este domingo en Espacio Vías. Será a las nueve de la noche, con entrada libre y se titula precisamente así, “Esperanza”. No es un estreno definitivo, sino una muestra al público para afinar un trabajo que desde hace meses vienen realizando la actriz María Giménez y la directora Olga Peris, en una apuesta valiente de la primera, que es protagonista, autora de los textos y productora del espectáculo. Una actriz leonesa que vuelve a casa para hablarnos de la necesidad permanente de escapar.


Ya lo saben. A revisar los sueños. Y mucho ojito con lo que se espera, porque lo malo de los sueños es que, si se sueñan como se debe, es decir, a la catalana, trabajando, haciendo cosas, terminan siendo realidad.

viernes, 20 de septiembre de 2013

ISBN (En Hoy por Hoy León, 20 de septiembre de 2013)

Hace dos semanas se celebró el mercadillo Gelete para el intercambio de libros de texto. Ya saben que, desde hace algún tiempo, no se realiza en la plaza de la Pícara Justina, como era tradicional, sino en el Centro Comercial León Plaza, un cambio de ubicación al que se vio obligada la organización por razones que ya han ido quedando olvidadas. Cada vez tenemos que ir con más cuidado en lo que hacemos o decimos, porque puede resultar lesivo para los intereses de alguien que tenga capacidad para anteponer esos intereses a cualquier otra consideración y eso puede traernos problemas. Por ejemplo, en esto del intercambio de libros usados conviene dejar muy claro que se trata de eso, de un intercambio y siempre, desde luego, entre particulares. Los chicos venden sus libros de cursos pasados y compran los del que va a empezar, aunque no conviene decirlo. Se debe hacer hincapié en la idea del intercambio, porque esa compra-venta podría ser algo no del todo legal. Y el caso es que un poco lo entiendo, pero no me digan que no les suena ridículo que se pudiera perseguir la compra-venta de libros de texto de segunda mano como si se tratase de un tráfico ilegal. El caso es que la sensatez siempre termina por imponerse y no les digo ya la realidad, de manera que en esta edición han participado en el mercadillo alrededor de doce mil personas, un dato que no está nada mal.

Doce mil personas. Resulta difícil decir qué porcentaje representa ese número del total de escolares, aunque no hace falta estar muy informado para comprender que se trata de un porcentaje muy elevado y lo sigue siendo en cualquier caso, a pesar de que alguien nos pudiera decir que esa cifra es una estimación y que seguramente incluye a muchos que sencillamente pasaban por ahí, curiosos o espabilados que sacaron el polvo a cuatro libros viejos con la idea de sacarse unos euros. Es igual. Doce mil personas son muchas personas. Y otro dato, los mil libros que quedaron sin intercambiar fueron recogidos por la Federación Leonesa de AMPAs que ha pensado en poner en marcha un banco de libros. Lo han oído bien, mil, mil libros. Mil libros que ya no quiere nadie y que quedan en manos de las AMPAs para que puedan ser utilizados por quienes los pudieran necesitar. Mil libros. ¿Cuántos se tiran a la basura? ¿Cuántos dejan de servir? ¿Se han fijado en que esos libros que este año ya no valen son exactamente los mismos que valían el año pasado pero con dos fotografías más o una pregunta cambiada de lugar? Es odioso que las editoriales nos coloquen como nuevas ediciones libros que son exactamente el mismo que en la edición anterior pero con cuatro cambios mal disimulados. Eso sí. tienen otro ISBN. ¿Saben cuánto cuestan unos libros nuevos para un curso de ESO o de Bachillerato? No se trata de la crisis, es que es insensato gastar todo ese dinero por el placer, maravilloso placer, es verdad, de estrenar los libros de texto, su tacto, su olor. Recortar las fundas para el forro, poner el nombre. Me viene a la memoria la primera vez que fui consciente del lujo que suponía tener aquellos libros, cuando todavía no sabíamos bien qué es eso del ISBN. Tengo la impresión de que los libros duraban más. Ahora es fácil que no valgan de un año para otro, aún siendo de la misma editorial. Era una frase repetida en el mercadillo: “pues los libros parecen iguales, pero no me sirve: no tiene el mismo ISBN”.

Por cierto, ¿saben que este año se exige el ticket de compra o la factura como requisito para percibir la ayuda de libros de texto? Además hay que pedir una factura por niño, para que todo esté clarito. Será que por fin la Junta va a perseguir el fraude, que lo que pasa es que hay mucho listo, que les das dinero para libros y se lo gastan en viajes a Nueva York.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Bad girl. (En Hoy por Hoy León, 13 de septiembre de 2013)

Un chico quiere una buena chica que sea traviesa solo para él y una chica sueña con un chico malo que solo sea bueno con ella. Es una de esas frases que te llegan en correos electrónicos o mensajes de whatsapp. Una idea que esconde un cierto estereotipo acerca de las relaciones entre hombres y mujeres y, si se quiere, una forma de entender la vida muy a la inglesa: mi casa es mi castillo y lo que soy en la intimidad no tiene por qué parecerse a lo que soy fuera.

Este juego de chicos malos y buenas chicas es un juego que jugamos de manera inconsciente, empujados por las leyes sociales que gobiernan una sociedad sexista en la que nos hemos ido educando. Es un juego que me gusta solo en la medida que seamos capaces de subvertir los términos, en la medida en que seamos capaces de no escandalizarnos ante las mujeres que deciden actuar abiertamente como chicas malas y de no despreciar a los chicos que se comportan públicamente como chicos buenos.

Hay muchos que se confunden. Sobre todo los hombres, que no sabemos jugar el rol social desde la perspectiva de la estricta igualdad y enseguida nos sonreímos o nos ponemos chulitos cuando una mujer no se comporta como los cánones del machito al uso pretenden imponer. La desgracia es que esa conducta de machotes se exagera en ocasiones y terminamos en la violencia. Tenemos un ejemplo cercano en el tiempo y en el espacio, algo que finalmente ha venido a reconocer la ministra en el caso de la muchacha asesinada la semana pasada aquí en León. No hay nada que pueda explicar un crimen. Nunca. En ningún sentido. Pero hay crímenes que me parecen más inexplicables que otros y este es el caso: ¿cómo puede alguien con sus propias manos acabar con la vida de la persona a la que dice que ama? No lo puedo comprender. Me produce náusea pensarlo.

Pero volvamos al estereotipo, revolvamos un poco en la idea de lo que es una buena chica, en la idea un poco macarra del chico malo, ese que resulta más atractivo por la esperanza de su reconversión. No me pregunten por qué, pero me vino a la cabeza la idea de dar una vuelta de tuerca a esto de los chicos malos y las chicas buenas escuchando hablar a la Presidenta de la Diputación del asunto de los aviones y del no tan good fly de los vuelos que salen por autocar desde el aeropuerto de León o que ya ni salen, que es verdad que, como ella misma dice “en las situaciones que hay que resolver algo de aviación, es complicadísimo”. Y debe de ser que es complicadísimo porque la Junta se comporta como una chica buena, pero que nos hace muchas travesuras y el Consorcio del Aeropuerto, que va de malo, al final se pasa de bueno en la intimidad. Y aquí se mezclan y se lían mucho los papeles, que no se sabe si es que hay una chica mala en León y un chico bueno en Valladolid, o si es al revés o de la otra manera. El caso es que ahí tenemos una infraestructura muerta de risa que terminará como tantos aeropuertos, con un vacío tan enorme que no van a despegar de él ni las mismísimas flys.


 Mejor no hablamos del dinero que se ha invertido no ya en la infraestructura, sino en el apoyo a las compañías que han ido yendo y viniendo por los mostradores de facturación. ¿O acaso piensas que lo que se ha gastado ha salido de otro sitio que no sea nuestro bolsillo? Y eso que, la mayoría de nosotros, volar, lo que se dice volar, pues no volamos.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Cosas por las que no nos importa pagar. (En Hoy por Hoy León, 6 de septiembre de 2013)

Hay cosas por las que nadie está dispuesto a pagar y cosas por las que no nos importa pagar lo que nos pidan. Quizá, si nos pusiésemos a hacer listas, ninguna sería idéntica para ninguno de nosotros y quizá resultase que yo pagaría lo que me pidieran por algo por lo que usted no daría ni un real. Algún publicista podría pensar que lo que nos define es la relación de todo lo que consigue sacarnos el dinero del bolsillo.

Yo creo que pagaría lo que me pidiesen por escuchar el agua del río fluyendo en el silencio de la noche al abrigo de un avellano, o por ver a mi hija levantarse en una tabla de surf arrastrando consigo una ola, o por saber qué hay en el cajón de los tesoros escondidos en lo más oscuro de un palacio. Creo que pagaría por muchas cosas que son gratis y eso me confunde, porque no daría ni un duro por un reloj maravilloso, ni por vestir el traje más elegante de la fiesta o por dormir en la suite más cara del planeta.

Esa confusión entre lo que es gratis y lo que es valioso es una confusión que se lleva por delante muchas cosas y quería, al hilo de esto, empezar la temporada compartiendo con usted una tristeza: la de que se haya tenido que cerrar La Crónica. Sé que es una noticia de hace mucho. Lo sé y que, por tanto, no es ya una noticia. Lo que quiero compartir con usted hoy es mi tristeza de aquel día, algo que no pude hacer en su momento. Quiero empezar la temporada pagando esa pequeña deuda, la del reconocimiento a todos los que trabajaban en el periódico, en los últimos tiempos cobrando mal o sin cobrar, para que usted y yo pudiéramos tener en las manos una mirada más sobre lo que pasa. Algo que ahora ya no tenemos. Valdría decir que el agujero que nos muestra el día a día es un poco más estrecho desde que no podemos leer las noticias en La Crónica. Y en el fondo de esta pequeña o gran desgracia está la crisis, por supuesto. Las empresas no gastan en publicidad, primero porque no tienen qué gastar, segundo porque a pesar de que ya sabemos que no es así, muchos de nuestros empresarios siguen pensando que la publicidad es un gasto y no una inversión. No sé si es cierta la anécdota que se atribuye al fundador de la Ford, quien supuestamente fue preguntado acerca de en qué gastaría su último dólar y, sin dudarlo un segundo, contestó que en publicidad. Nuestros empresarios no estarían de acuerdo y en la mayor parte de los casos piensan que eso de la publicidad es algo por lo que no vale la pena pagar. 

Tiene usted razón, no son todos así. Afortunadamente.


Lo que pasa es que La Crónica ha desaparecido absorbida por el marasmo de la crisis y un poco también por todo lo que les está pasando a los medios en general, que han tenido que asumir que, para la mayoría de los ciudadanos, la información es algo por lo que no vale la pena pagar. En cambio no les importa en absoluto pagar una cifra escandalosa por el fichaje de un jugador de fútbol. No, ahí no tiene usted razón, no es Florentino quien paga los 101 millones por el fichaje de Bale. Él es quien firma el cheque, pero quienes finalmente pagamos somos todos los que consumimos fútbol, los que vamos a los bares a ver los partidos, los que los compramos para verlos en casa, los que pagamos lo que sea por una camiseta, los que nos gastamos un dineral en ver un partido en el estadio, incluso los que dedicamos tiempo de radio a hablar de este asunto. Entre todos lo pagamos, ¿o acaso pensabas que el aturdimiento futbolero es algo que nos sale gratis?