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viernes, 8 de noviembre de 2013

Candy Crush y el Hada de los Dientes. (En Hoy por Hoy León, 8 de noviembre de 2013)

Es un negocio de casi 150 millones de beneficio al año. Millones de personas en todo el mundo se entretienen horas y horas explotando caramelos en la pantalla de su móvil, del ordenador o de su tablet. Les hablo de Candy Crush, el juego de Face Book más popular en todo el mundo. Seguro que ha oído hablar de él, si no es que en este momento está usted peleándose con ese nivel que se le atasca. Parece que es muy adictivo y algunos jugadores confiesan que son incapaces de dejar de jugar y que, cuando cierran los ojos, llegan a ver caramelos de colores desfilando por su inconsciente. Es sentirse atrapado en un universo de golosinas. Incluso hay rumores de que, en determinados niveles, aparece un personaje que proporciona vidas extra llamado el hada de los dientes.

Mientras no llega esta ayuda extra parece que los ciberjugadores acuden a trucos de toda índole para poder seguir jugando sin tener que esperar la media hora que tarda en recuperarse el juego, cuando ya se ha fallado en cinco ocasiones al intentar superar un nivel. Son pequeñas trampas, sencillas manipulaciones, artimañas para conseguir satisfacer esa adicción a las golosinas virtuales que revientan. Creo que es una actitud que habla de la naturaleza humana: no nos importa contravenir ciertas normas que consideramos poco importantes con tal de conseguir lo que queremos, aunque sea algo tan inocente como jugar a un sencillo juego de ordenador. Y en realidad, lo hacemos a todas horas. Nos saltamos pequeñas normas para mantener intacta nuestra capacidad de jugar. A medida que vamos adquiriendo experiencia, más trucos conocemos, más alejados estamos de la pureza inicial, la inocencia de los primeros niveles. Le pasó hace poco a un amigo cincuentón en una conversación por wsp. Tenía que recoger unas entradas que le iba a dar una joven compañera de trabajo, por cierto, para el concierto de mañana de Hierba del Campo, un concierto más que recomendable. ¿Dónde te dejo las entradas?, le preguntó la veinteañera al cincuentón. En cualquier parte, le contestó, en mi mesa, en la entrada, donde quieras. O mejor déjamelas debajo del felpudo. Y cerró lo que a él le parecía claro que se trataba de una broma con un expresivo “ja, ja” de esos que se escriben en el móvil. Pero la chica, en su inocencia, lo interpretó literal y se fue como loca a buscar un felpudo en el que meter las entradas. La inocencia tiene estas cosas. La ingenuidad es un regalo que vamos perdiendo con el tiempo.


Por eso no me extraña esa noticia de ayer que habla de la escalada de simulaciones de robo de “smartphones”. Como resulta que ya no nos dan los móviles con la amenaza del cambio de compañía, la picaresca está en aprovechar el seguro de robo, claro que es un seguro que no cubre los hurtos o las pérdidas al descuido, con lo que hay que denunciar que la sustracción ha sucedido de algún modo violento. Y claro, aquí ya entra en juego la pasta de las compañías de seguro y la cosa se pone tensa, porque al Ministerio del Interior se le dispara también la estadística de delitos y no les digo ya el crecimiento del porcentaje de delitos que quedan sin resolver. Así es que, llámenme ingenuo o inocente, pero me parece que la noticia de ayer va más contra la estadística que contra el hecho denunciado. Interesa mucho que la gente no invente según qué cosas, no vaya a ser que los números se nos escapen de las manos.

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