Quizá lo que pasa es que es algo que todos tenemos escondido en
algún rincón de nuestro cuerpo, que da sentido a cada gesto, algo que ilumina.
Es como un botón que se enciende. Me lo imagino como un pulsador rojo de
plástico que se aprieta y se queda enganchado en la posición “on” y que se
vuelve a apretar y se suelta para colocarse en “off”. Ese pulsador, que cuando
está enganchado es lo que da brillo a la mirada, está en la intimidad de cada
uno y cada uno sabe hacerlo funcionar, solo que se nos olvida que existe. Y
quienes lo mantienen pulsado saben colocar el foco y consiguen resultados
óptimos en lo que hacen. Esa es la sensación que he tenido en su restaurante,
que andan con el foco encendido, con el resorte en “on”, haciendo fácil todo lo
que ocurre desde que traspasas la puerta de la calle. Por eso me gusta hablar
hoy de su estrella, esa que les han vuelto a reconocer esta semana. No se trata
de comer mejor o peor. Se trata de saber envolverse en el brillo de esa
estrella, un brillo que está por todas partes y que procede de ellos, de su
ilusión y su trabajo, de ese algo escondido que han sabido encontrar dentro de
sí. No, no estoy hablando de políticos, ya se han dado cuenta, estoy hablando
de arte, de Cocinandos y yo también me uno a esa voz unánime de enhorabuena. Es
fácil subirse al carro del éxito. Lo hacemos demasiado a menudo, nos subimos rápido
al tren del éxito de la misma manera que ahondamos sin consideración en el pozo
del fracaso. Todos nos apuntamos a lo fácil, pero…
Por mucho que nos apuntamos a esas campañas que todos seguimos
como un tropel de niños hechizados por una flauta mágica, está por ver que lo
hagamos con brillo suficiente en la mirada. Hacer las cosas porque las hacen otros,
decir que nos gusta lo que sabemos que nos tiene que gustar porque así lo dicen
los que saben, abandonarse a la tiranía de la moda o de la corriente de opinión
más numerosa, no dejan de ser comportamientos ciegos, pueriles, como el de
estos muchachos nuestros a los que les ha dado por decir que es bonito llevar
el pantalón a medio calzoncillo.
No es el caso, pero por mucha estrella que
tenga un restaurante, por mucho lujo que se exhiba a la puerta de un hotel,
tenemos que juzgar por nosotros mismos, por nuestra propia sofisticación o
sencillez. Cada cosa en su estilo, la comida de las Jornadas de la Matanza de
Puebla de Lillo, pongamos por caso, también es digna de un reconocimiento
estrella. Debemos valorar las dos cosas y ser libres, tener la capacidad por lo
menos de poder decirlo.
Pero hay campañas y campañas. Este lunes se celebra el Día
Internacional contra la Violencia hacia la Mujer y ya muchas y muchos han
decidido recordarlo colocando una imagen "ad hoc" en su estado del móvil. Me
parece bien. Ojalá ninguno utilice ese mismo móvil para ejercer esa misma
violencia.
Me gusta, en este sentido, una campaña de sensibilización que
recuerda a las víctimas escribiendo su nombre en las alas de mariposas moradas
a la vez que enseña otras muchas mariposas volando libres e intocables. Este es
mi artículo de hoy, recordar la buena estrella y también la mala. Me viene a la
cabeza la película de Ricardo Franco sobre este tema y me acuerdo de las
mujeres que han muerto a manos de quienes las amaron, de esos que un día
dijeron sentir que al mirarlas les recorrían mariquitas por el cuerpo, como si
estuviesen encendidos, iluminados bajo el sol de la Toscana.
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