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viernes, 26 de diciembre de 2014
Macarena. (En Hoy por Hoy León, 26 de diciembre de 2014)
En las tardes en las que aprendí la radio, sentado junto a Mures en
“Por fin es viernes”, aquí en Radio León, comprendí que es cierto que “hay que
ver para creer”. Y en la radio es muy difícil que el oyente vea. Hay que
contarlo todo. Por eso te cuento que este comentario está grabado desde hace
días y yo en estos momentos me encuentro a muchos kilómetros de León. Por eso no
puedo hablarte de la actualidad. Te cuento también, porque me han dicho que hay
que decir siempre la verdad, que estoy escribiendo mientras veo en la
televisión la ceremonia de entrega de medallas del europeo femenino de
balonmano. Lo hago con mal sabor de boca, porque en la primera parte llegué a
pensar que las españolas le ganarían a Noruega. Al final no pudo ser, pero ahí
están “las guerreras”, subiendo al podio para recoger la medalla de plata,
vestidas con un chándal en el que se puede leer “León cuna del parlamentarismo”.
Son minutos de televisión para todo el mundo, minutos en los que el eslogan
luce en las pantallas, minutos en los que León se ve. ¿Cómo? ¿Que no lo habías
visto? ¿Que no te habías dado cuenta? No importa, lo que en la televisión se ve,
hace falta que se oiga por la radio, por eso te lo cuento, porque es posible
que te pasara desapercibido, pero ahí estaba. León es, en muchos sentidos,
balonmano.
Pero déjame que te hable unos segundos de Macarena Aguilar, una de
las capitanas del equipo español. Macarena se hizo jugadora de balonmano en mi
pueblo y es curiosa la historia del balonmano en un pueblo como el mío. Como
hay que decir toda la verdad, te contaré que en el primer equipo femenino de
balonmano que hubo allí jugaron dos de mis hermanas. Las entrenaba un muchacho
que venía de Granollers que sabía de esto y que se había venido para trabajar
de camarero en un bar de la plaza. Ya. Ya sé que he dicho Granollers y que no
debería haberlo dicho, que nos hubiera gustado una final contra el Barça en la
copa ASOBAL, pero tampoco pudo ser. Aquel primer equipo de chicas de mi pueblo
no ganó ningún partido. Casi estoy por apostar que no perdió nunca por menos de
diez goles de diferencia. Pero ellas siguieron jugando. Siguieron jugando esa
temporada y las siguientes y el camarero de Granollers siguió enseñando a
nuevas promociones de chicos y chicas a jugar y aparecieron otros entrenadores
y hubo más equipos y perdieron muchísimos partidos, pero hoy está ahí Macarena,
jugando a pesar de su pubalgia, lesionada pero imprescindible, decisiva en el
último gol de la primera parte. Por eso me ha gustado mucho ver en el chándal
el logo de León, porque lo he asociado con una historia de superación, esfuerzo
y éxito. Te vas a reír, pero esto me recuerda otra historia de éxito, la de la
IGP Lenteja de Tierra de Campos. Hay un vídeo de la lenteja hablando con un
chorizo por whatsapp. Dice la lenteja: “Chori he vuelto. Necesito hablar
contigo”. “Claro, nos vemos donde siempre”, le contesta el chorizo. El pobre
chori se cree que la lenteja vuelve a sus brazos, pero ella ahora es una mujer
de mundo con una misión: ser la estrella de la navidad. Resulta que, como en
Italia comen lentejas para atraer la suerte en el año nuevo, la lenteja de
Tierra de Campos le dice a su Chori que a ver si todo el mundo se come estas
navidades un buen plato de lentejas. ¿Qué te parece, lo ponemos de moda? En
fin, que como el viernes próximo ya será enero, feliz año Chechu, feliz año
Mures, feliz año a ti también Pepe, que aunque no te veo sé que estás por ahí,
y a ti, que siempre estás escuchando al otro lado, feliz año también. Y no te
agobies porque llegue un año más: al fin y al cabo son lentejas.
viernes, 19 de diciembre de 2014
¡Cuánta Navidad! (En Hoy por Hoy León, 19 de diciembre de 2014)
Dice la campaña publicitaria de una tienda de muebles
que la navidad nos desamuebla la cabeza. Yo soy escéptico. Me parece que no hay
nada que desamueblar. Tenemos la cabeza vacía, tan vacía que caben en ella
cantidades ingentes de contenidos que se nos instalan desde fuera. Tenemos las
cabezas llenas de imágenes, ideas, hasta emociones. Cientos de preocupaciones,
fantasías, deseos, se acomodan en nuestro vacío interior asaltándonos desde la
tele, desde internet, desde mil situaciones comunes de la vida diaria.
Cabezas huecas llenas de elementos ajenos. ¿Te has
parado a pensar cuántos pensamientos propios has tenido hoy? No, no me refiero
a las ideas que te han pasado por la cabeza, las cosas que has llegado a pensar
a propósito de algo que has sentido, pero que has incorporado en ti sin ser
realmente consciente de si ese pensamiento es original, si es realmente tuyo.
Me interesan los pensamientos propios conscientes cuyo sujeto has sido tú, ese
yo cartesiano que piensa, ese invento de última hora para salvar a la
conciencia del escepticismo. ¿Cuántos pensamientos genuinos has tenido esta
mañana? ¿Acaso este es el primero? Ni siquiera. Este tampoco es tuyo del todo.
¿No te das cuenta de que son mis palabras las que están haciendo que se dispare
el pensamiento en el interior de tu cabeza? Incluso si te digo que trates de
aislar un pensamiento puramente tuyo, te vas a dar cuenta de que está siendo
determinado por el modo en que influyo en ti para que lo encuentres. Cabezas
vacías, llenas de cachivaches externos. No hay nada que desamueblar. Lo único
que hace la navidad de los anuncios de la tele y de los escaparates de las
tiendas es revolverlo todo. Complicar las cosas. No se puede desamueblar lo que
no está amueblado, por mucho que la idea de que la imaginación es el elemento
más poderoso del ser humano sea una idea tan sumamente atractiva. Ocurrió
tantas veces que un niño se puso a jugar a hacer carreras con la caja del
regalo y dejó apartado en un rincón el coche último modelo que venía dentro,
que no nos debería resultar tan original la campaña publicitaria del molde de galletas.
En cambio, como parece que llena nuestro vacío, nos atrapa. Desprecie usted la
navidad, está sobrevalorada, dice la campaña. En realidad nos desamuebla la
cabeza. Venga usted a la verdad y llénela de estanterías exactamente iguales a
las de los salones de media humanidad. Me lo dijo también mi amigo Luis,
alguien que siempre está a la caza de pensamientos propios: “¿Sabes qué creo?”,
dijo, “creo que todo empieza con el amor y termina en los pasillos de Ikea”. No
quise entender el aforismo. Hay cosas que es mejor no entenderlas.
Otras se entienden fácil, como el anuncio de la Coca
Cola, ese de “haz feliz a alguien” o el ya comentado hace algún viernes de la
lotería, porque efectivamente “el mejor premio es compartirlo”. Hay mucha
navidad por ahí suelta. Tanta que ya resulta difícil distinguir entre la
navidad auténtica y la impostada. Hay mucho muñeco de nieve hecho de porespán,
mucho hueco en las cabezas. Demasiada navidad desde hace demasiados días. A
este paso llegaremos al 25 ahítos ya de turrón y mazapanes. Hasta las narices
de tanta navidad. Pero hay detalles, pequeños detalles como el que encontré la
otra noche en el Restaurante El Capricho. En cada mesa hay un pequeño ramo
leonés y cada uno de esos ramos tiene una etiqueta en la que se lee: “trabajo
artesanal realizado en el Centro Ocupacional y Laboral “La Serna”. ALFAEM. Y
dos teléfonos a los que se puede llamar por si se quiere colaborar con la
asociación comprando un ramo. ¿Sabes? Llenar el vacío trabajando con personas
que tienen un duende en la cabeza es un modo de cerrar la puerta a los
pensamientos trampa. Hay mucha navidad por ahí suelta, comparte, sé feliz y
amuebla tu cabeza.
viernes, 12 de diciembre de 2014
El Senado y el Pueblo. (En Hoy por Hoy León, 12 de diciembre de 2014)
Hace apenas un rato, a eso
de las diez de la mañana, ha habido un encuentro en un Instituto de Educación
Secundaria de las afueras de León entre senadores de nuestra provincia y un
grupo de alumnos y alumnas del centro. El motivo ha sido recordar que el día
seis, aunque cayera en sábado, fue un día especial y, como todos los años, se
celebró el día de la Constitución. No vamos a entrar en el qué del asunto, si
la muchachada se ha portado bien, si los senadores han estado o no aburridos o si las preguntas del debate
han sido interesantes, sino que preferiría que pensáramos sobre el porqué,
sobre la necesidad de que tengan lugar este tipo de actos.
Siempre que escucho la
palabra Senado me acuerdo de los romanos y me imagino los estandartes de las
legiones avanzando imparables por un mar de conquistas. Me figuro aquellas
siglas recortadas en oro sobre un fondo granate, el Senado y el Pueblo de Roma
apareciendo triunfantes sobre las cabezas de todo bárbaro circundante. La
civilización venciendo inexorable a la barbarie. La sofisticada filigrana de las
siglas bordadas en la tela del imperio arrasando poblados, colmando esta tierra
nuestra de castañas, acueductos, calzadas, baños, glorias, alcantarillado, minas
de oro, leyes, poesía, teatro, teatros, circo, música, mosaicos, estrategia
militar, orden y concierto. Imágenes del éxito de la razón y del derecho, con
la ayuda inestimable de las máquinas de guerra, sobre la estampa bucólica de
aldeuchas de chozas redondas con techos de paja. Sí, el Senado y el Pueblo de
Roma extendieron la civilización, la ingeniería, el refinamiento cultural, la
ley.
Hoy no distinguimos así. Hoy
decimos que el Senado no es algo distinto del pueblo, porque en nuestra
sociedad no hay esa distinción entre patricios y plebeyos que obligaba a los
romanos a separarlos. Hoy sabemos que el poder es exclusivamente del pueblo,
que no hay más poder que la Soberanía Nacional y que el pueblo delega ese poder
en las Cámaras de Representantes, por lo que el Senado no es como el Senado
Romano, aunque a alguno pudiera parecerle. Y por eso los representantes del
pueblo, elegidos en las elecciones, sienten de vez en cuando la necesidad de
seguir algún programa institucional para acercarse a la realidad del pueblo y
esa es la clave del asunto que nos ocupa, que, como resulta que en la urna del
Senado, la vida se ve pasar a través de un filtro de metacrilato y leyes,
suelos enmoquetados y paredes forradas de maderas, conviene de vez en cuando
salir de la torre de marfil e ir un poco más allá del coro de los grillos que
cada tarde recuerdan a sus señorías por qué les han votado o por qué han sido
elegidos para aparecer en una lista de posibles candidatos. El mundo existe, el
mundo del pueblo existe y el Senado se acerca a él para saber si tiene fiebre,
si estornuda, si está bien arropado.
Me parece bien. Menos es
nada. La pena es que me imagino que la primera página de todos los informativos
de hoy en León será para la vuelta a la vida en libertad de Marcos Martínez y
esta iniciativa de los senadores de conocer un par de centros educativos de la
ciudad pasará más desapercibida que la fugaz visita de Míster Marshall en la
película de Buñuel. Y las castañuelas estarán pendientes de cómo el anterior
Presidente de la Diputación administra sus silencios y cómo dobla los pliegues
de la manta, por si hay que mirar por dónde empiezan los tirones.
viernes, 5 de diciembre de 2014
Un tiempo para el silencio. (En Hoy por Hoy León, 5 de diciembre de 2014)
El fin de semana pasado estuve celebrando la muerte de
una persona de mi familia especialmente querida para mí. Sé que digo celebrar
la muerte y solo el hecho de conectar esas dos ideas, muerte y celebración, te
producirá un respingo de rechazo, porque la muerte es angustia y duele, porque
es luto y es pérdida, porque asusta, pero hay ocasiones en las que la muerte,
por mucho que la pena hiera, es celebración y es gozo. Lo dice Bremón, uno de
los personajes de Jardiel Poncela en Cuatro
corazones con freno y marcha atrás: “Morirse es un acierto estupendo.
Morirse es vivir. Cuando se ha sabido aprovechar la vida, morirse es vivir. De
igual modo que cuando no se ha sabido aprovechar la vida, vivir es morirse”. Es
un poco filosofía barata, si se quiere, pero suena muy bien. Lo que cuenta,
desde este lado de la Laguna Estigia, es naturalmente la vida, lo que uno es
capaz de hacer con su vida. El término “aprovechar” aplicado a la vida me
resulta difícil de digerir, aunque comprendo que no hay muchos otros que se
puedan aplicar aquí. Quizá tendríamos que acudir, como casi siempre, a los
griegos y hablar no tanto de “aprovechar la vida” como de vivir una “vida
buena”. Morirse es vivir cuando se hace al final de una buena vida, y eso es lo
que hizo este familiar mío tan querido, esta persona de quien te hablo.
La última frase que tuvo para mí, cuando él ya sabía
que se estaba muriendo fue: “una vida sin amor no vale la pena”. Quizá esa es
la mejor herencia que me deja, saber que una vida sin amor no merece ser
vivida. Quizá más allá de toda su historia, desde aquellas fotos con todas las
banderas del Régimen hasta los últimos días abanderando la lucha por la
igualdad, por la justicia social, por la dignidad de los más pobres, es esta reflexión
sencilla lo que le coloca en el altar en el que se asientan los tronos de todos
los hombres y mujeres buenos. Eso y haber sabido amar y reconocer el amor que
otros, especialmente su hermana y su cuñado, pusieron siempre en él.
Cuando volvía para León este domingo pasado, todo en
la radio eran noticias sobre la muerte del seguidor del Deportivo de la Coruña,
una muerte tan distinta, tan idéntica en lo esencial, pero tan distinta, que no
tuve por menos que reflexionar sobre ese hecho, sobre la curiosa condición de
víctima de quien podría haber sido perfectamente el victimario, sobre el
extraño modo en que la vida nos saca de una patada en el momento más
inesperado. Y la reflexión me conducía por el camino de que en ese extraño
pulso que es la civilización, pura tensión entre salvajismo y socialización,
entre competencia y cooperación, está triunfando el lado más salvaje, aunque
sea disfrazado de ejecutivo de traje y corbata, que no hace falta ir vestido de
neonazi por dentro y por fuera para representar ese lado salvaje del ser humano
que triunfa en el fútbol y no sólo en él. “No pienses, vive”, me recetaron como
medicina contra la tristeza. Se me hace difícil no pensar. Me cuesta cerrar los
ojos.
Me tomaré una píldora de Amancio Prada contra la tristeza.
Voy a celebrar la muerte escuchando de su voz las Coplas de Jorge Manrique, tan
callando, apartando un tiempo para el silencio, como él ha apartado un tiempo
para estar mañana con ASPRONA Bierzo y recibir el premio Solidaridad 2015,
tanto por su colaboración directa con la asociación, como por el carácter
solidario que ha demostrado en su carrera.
viernes, 28 de noviembre de 2014
Temblor esencial. (En Hoy por Hoy León, 28 de noviembre de 2014)
No sabría decir si está en
un poema de algún poeta chileno o si es algo que voló desde tu miedo a mi
memoria. A veces nos ocurre eso, que se nos pegan palabras de otros y se nos
meten en la cabeza como si fueran nuestras. Yo sé que cuando escuché reunidas
las palabras “temblor” y “esencial” comprendí que era un verso, como es un
verso decir que “tú tienes la única almohada sobre la que puedo descansar”.
Porque, por mucho Black Friday que se nos aparezca, por mucha rebaja post Thanksgiving
recién importada de América que nos llene el día de hoy de tentaciones
consumistas, sé que está brotando en el entorno de tu almohada el verso suelto
que se resuelve en temblor del cielo, en temblor esencial. ¿Ves cómo la
enfermedad es a veces solamente lo que tú quieres que sea? Ese temblor esencial
tuyo, querido maestro, el mejor maestro que nunca haya tenido Lucas, puede ser
también, siempre que tú quieras, el verso primero de un poema. “Temblor
esencial, el cielo, ese lugar señalado
por tu almohada”.
Así es que tiemblas, querido
maestro, hay algo en ti que tiembla, cuando levantas el café, cuando repasas la
hoja, cuando te acercas a la boca un prieto picudo de tu tierra y tratas de
disimular tu miedo a ese temblor esencial que te atenaza: no me extraña que lo
tengas. Hay motivos sobrados para que los maestros tengan miedo y motivos
sobrados para no querer descubrir ese absurdo temblor entre tus manos.
Supongo que habrás visto ya
las fotos de las ovejas escapadas por la fuente de Guzmán, atolondradas por
Papalaguinda, descarriadas por el Puente de los Leones. La foto que me llegó
ayer al móvil traía un comentario que la sacaba de contexto en vez de
explicarla. “León es muy rural”, decía el pie de foto que alguien había
colocado, desconectando así la imagen de las ovejas, que pastaban en el césped
de la fuente, de su causa original. Habían ido hasta allí en una manifestación
contra la LOMCE. Sí, ya sabes, ayer hubo una manifestación contra la Ley Wert y
desde el sindicato Comisiones Obreras pensaron que sería buena idea hacer que
se manifestase un grupo de ovejas por la capital en señal de protesta. La
metáfora es clara: según el sindicato, la nueva ley de educación convierte al
alumnado en ganado, concretamente lo aborrega. Ovejas en manifestación contra
la ley de educación, ¿te das cuenta?
Y resulta que las ovejas,
como si se tratase de alumnos aventajados, decidieron ayer saltarse todas las
expectativas y darse un garbeo libertario por el centro de León. Parece ser que
el pobre pastor no era capaz de controlar a su ganado y la manifestación
ocurrió al revés, con los manifestantes siguiendo a los borregos. A veces pasa.
Subestimamos el efecto de nuestras iniciativas y no es que se nos vaya de las
manos, es que el resultado puede ir mucho más allá de lo que habíamos calculado,
produciendo otros efectos, como este en el que se habla más de las ovejas que
de la crítica a la nueva ley. Si la Ley Wert aborrega, que puede, está por ver,
pero lo que adocena o libera no es lo que está en la ley, sino lo que contagian
maestros como tú. Maestros que enseñan a no dejarse llevar como borregos por la
existencia de inventos como este del Black Friday, a comprender que la fórmula
para dormir tranquilo no está en la almohada del consumismo, a descubrir la
belleza de un verso aunque sea el nombre de esa enfermedad tuya, ese temblor
esencial que dices que tienes.
viernes, 21 de noviembre de 2014
Quiero tu chiflatón. (En Hoy por Hoy León, 21 de noviembre de 2014)
Se lo dijo Jordi Savall a
Gemma Nierga en una entrevista a propósito de su renuncia al Premio Nacional de
Música: “La música es una base fundamental para la educación del ser humano. Es
con la música que podemos contactar con lo más profundo de nuestro ser. La
música nos habla al corazón, es un elemento de sensibilidad fundamental para
los jóvenes”. El músico catalán se encontraba en el aeropuerto de León, a punto
de tomar un avión para Barcelona. Me acordaba vagamente del contenido de la
entrevista y he tenido que buscarla en internet y tengo la sensación de que, en
la grabación, falta precisamente una de las frases que quería recordar, una en
la que el maestro se refiere al latido del corazón como la primera música, el
primer ritmo que escuchamos. No es solo que la música nos habla al corazón, es
que es el corazón, que nuestro corazón es música.
Claro que fue una simple
coincidencia que Savall hablase por teléfono desde el aeropuerto de León en la
entrevista, pero es que, ya sabes, León es zona de músicos, aunque la música
está en cualquier lugar en el que haya seres humanos. Por eso quiero recordarte
que mañana es el día de Santa Cecilia, patrona de la música y dice Wikipedia
que también de los poetas. Y un poco poética es la idea del mercado de
instrumentos usados que se celebra mañana en el Centro Comercial León Plaza.
Una idea que parte de los 40 León y del paisano que está ahora mismo del otro
lado del cristal, el amigo Mures. Estaría bien que ese mercado sirviera como encuentro
de músicos y músicas, porque la iniciativa no tiene detrás ningún otro interés.
Se trata de recuperar de aquel rincón esa arpa silenciosa y cubierta de polvo,
para que deje de ocupar espacio y deje de esperar la mano de nieve que venga a
arrancar notas dormidas en sus cuerdas, devolver vida a los instrumentos
adormecidos y tener también la oportunidad de encontrar ese instrumento en el
que está latiendo un corazón. Dice Mures que piensa vender un cliflatón que tiene
en buen uso. Miedo da solo de pensarlo.
Y
como dice Wikipedia que Cecilia de Roma también es patrona de los poetas, me
gustaría traer también hoy unas líneas de eso que Borja Rivero ha llamado
poesía de lo cotidiano. La AMPA del Colegio San Claudio, que colabora con la
Conferencia de San Claudio en la recogida de alimentos no perecederos para
distribuir entre familias con bajos recursos, no va a entregar este año lo que
se recoja a ninguna ONG, sino que lo va a repartir íntegramente entre familias
necesitadas del colegio. Los detalles de cómo participar en la campaña están a
disposición de cualquiera en el propio Colegio, pero lo que cuenta aquí no es
que se organice una campaña para recoger alimentos, sino que, como dijo ayer el
Papa Francisco en la cumbre sobre nutrición, “el hambriento está ahí en la
esquina de la calle”, pero no ya en la esquina, sino a tu lado, puede que hasta
seas tú, porque, también lo dijo el Papa, “aunque hay comida para todos, no
todos pueden comer” y nos parecía que eso era una cosa de otros, de otros
mundos de tercera división, cosa de otras calles, de otras gentes y resulta que
tienes el hambre a la mano, que se te para la música, se te congela el corazón
cuando comprendes que la necesidad está sentada en el pupitre de tu hijo y se
pone el mismo babi. Quisiera saber que hay los suficientes hombres buenos para
conseguir que esto cambie, pero no sé qué pasa que cada vez quedan menos.
sábado, 15 de noviembre de 2014
Veintiún euros. (En Hoy por Hoy León, 14 de noviembre de 2014)
Del otro lado del mundo me
llegó un mensaje para nosotros, los que tenemos vidas complicadas. El mensaje
era sencillo, porque solo lo sencillo es útil para iluminar lo complicado. Es
un dibujo en el que se ve a Winnie the Pooh caminando por la nieve junto a su
amigo Piglet. “¿Qué día es?”, pregunta Pooh. “Es hoy”, le contesta su amigo.
“Mi día favorito”, sentencia el oso. Algo sencillo para simplificarnos a los
que tenemos vidas complicadas.
Llenamos nuestras vidas de
complicaciones. ¿Cuál es tu día favorito? ¿El viernes? ¿El sábado? ¿El lunes?
¿Los martes que son día impar salvo los que caen en trece? ¡Con lo sencillo que
es encontrar la respuesta correcta: mi día favorito es hoy! Pero no somos
capaces de evitar la complicación. Y creo que la clave está en desnudarnos de
tanta seriedad y madurez y recuperar algo de la mirada inocente de los niños
que todavía queda en algún reflejo de nuestra pupila. Hay un ejemplo de esto
que te cuento en un vídeo que también me llega del otro lado del mundo, esta
vez a través de internet. Se llama “50 personas, 1 pregunta”. La pregunta es
sencilla: ¿si pudiera cambiar cualquier cosa de su cuerpo, qué cambiaría? La
mayoría de los adultos a los que se hace la pregunta contestan cosas del estilo
“mi frente”, “mi cara regordeta”, “mis estrías de después del embarazo”, “mi
nariz”, “mis orejas”, pero todos sienten la necesidad de además de contestar a
la pregunta dar una explicación. “Me gustaría cambiar mi piel, porque desde
pequeña siempre he tenido acné y eccemas” y todos hablan de lo mucho que
sufrían por sus pequeños defectos físicos cuando eran niños. En cambio, cuando
esa pregunta se le hace a un grupo de niños, las respuestas no son en absoluto
complicadas. Muchos dicen que no cambiarían nada, que están muy bien como
están, pero, si tuvieran que cambiar algo, quizá les gustaría tener una cola de
sirena o una boca de tiburón, el poder de la teletransportación, unas alas para
volar. Ser niño es ver con claridad. Luego las cosas se complican y ya no hay
manera de ver el mundo con la sencillez que merece.
Te cuento esto porque en
esta semana he sentido la locura de la complicación del mundo de los adultos y
he decidido ser Winnie the Pooh. Hoy es mi día favorito. Por eso no voy a
hablar de las noticias, ni siquiera de las buenas. Lo decidí a principio de la
semana cuando tuve que escuchar que se había detenido a la madre de un bebé de
18 meses que había aparecido muerto en una maleta en la vía del tren, cuando
escuché que habían apresado al presunto autor del asesinato de una mujer de 90
años en El Burgo Ranero. ¿Cómo podemos complicar tanto las cosas? No sé qué
contestaría el inminente Presidente de la Diputación, Emilio Orejas, si le
preguntasen qué cambiaría. Quizá eso que dice el PSOE de los dos mil
ochocientos euros, o lo del censo, o aquello otro de los seis mil euros de la
cruz. La vida de los adultos se hace a veces muy complicada. Por eso yo quiero
ser esta semana Winnie the Pooh y pensar que las cosas son tan sencillas como
deben ser. Por cierto, y hablando de gente sencilla, ¿has visto el anuncio de
la lotería? Sí, el de los veintiún euros por un café. A Winnie the Pooh le
gustaría poder pensar que esas cosas pasan, que no todo es lo que nos llega del
mundo cenagoso de la política o de los sucesos y que hay gente sencilla que
realmente cree que “El mayor premio es compartirlo” y que, además, lo comparte de
verdad.
viernes, 7 de noviembre de 2014
Hebras de Luz. (En Hoy por Hoy León, 7 de noviembre de 2014)
Sé
que es algo que los cardiólogos hacen de forma rutinaria. Sé que no tiene
excesivo riesgo, que es una práctica tan habitual que llega uno por la mañana
al hospital y por la tarde está en su casa. Todo eso lo sé. Lo que pasa es que
me tienes que reconocer que suena muy arriesgado saber que te van a cambiar el
ritmo al que te late el corazón. Se llama cardioversión y es una de esas
maravillas técnicas de la medicina, un procedimiento sencillo para resolver
problemas de arritmia por el que, mediante un electrochoque, se interrumpe
brevemente toda la actividad eléctrica del corazón y luego se retoma el ritmo
cardíaco normal.
Si
no fuera por la cara de susto que tenía ayer mi amigo Ángel, quien a estas
horas estará recuperando un ritmo normal para sus latidos, utilizaría la
cardioversión como metáfora de lo que está pasando en el Partido Popular de
León. Diría que había un ritmo cardíaco anormal que marcaba todos los pasos del
partido desde una dirección controladora omnipresente que caminaba al ritmo
frenético de su Presidenta hasta el día fatídico de su asesinato, momento en el
que tuvo lugar, si me lo permites, un fuerte electrochoque, tan inesperado y
brutal que, lejos de producir el efecto de una cardioversión programada y
controlada, supuso una alteración extrema, una suerte de baile de San Vito que
aceleró los “tironeos” internos de unos y otros en la lucha por el control del
poder, huérfano de líderes carismáticos a la sombra del torbellino que acababa
de desaparecer. La fibrilación ventricular o la taquicardia, imagínate lo que
quieras, se aceleró.
Y
parece que en estos días, tan convulsos y excitantes en el terreno de la
información, en la cocina del partido se ha ido programando un proceso de
parada y recomposición, un intento por recuperar el latido rítmico del corazón
azul, sangrante y delicado. No se puede gobernar la Diputación desde la cárcel,
dicen. Las llaves del salón del Reino ya están en manos de quien siempre las
tuvo, solo que ahora el ritmo del partido lo controla su propio corazón. No sé
si esto hará que el Partido Popular de León quede definitivamente curado,
aunque tiene pinta de que, para ellos, por ahí puede ir la solución, con
independencia de cuántas calles se asfalten de aquí al día de las municipales.
Deberían
pensar, no obstante, los viejos nuevos dirigentes, que entre los barrotes de
siglas que nos manejan, sea al frente de las instituciones o desde la
oposición, se está colando una forma diferente de ver las cosas. Ya lo ha dicho
incluso el último barómetro del CIS y, cuando otro enfoque aborda los problemas,
una nueva solución se abre paso como las hebras de luz que atraviesan las
hayas. Y puede ocurrir, lo he leído en ese poema de mi amiga Paz, que rescaten
el corazón de morir ahogado en el desconcierto, mientras la calma despedaza los
sentidos. Sé que mezclo muchas cosas, quizá porque mi corazón late de cualquier
manera a la vista de tanto deterioro y es que, me lo podrían haber escrito en la servilleta de algún bar, no se
consiguen resultados diferentes si se siguen haciendo las mismas cosas, porque
en un arco iris caben todos los colores que tú quieras soñar y no hay
aprendizaje si no hay transformación. Así es que Ángel, arriba, que tienes un
viejo nuevo corazón que late acompasado, ahora que ya tienes superado tu
chispazo.
viernes, 31 de octubre de 2014
Apañar castañas. (En Hoy por Hoy León, 31 de octubre de 2014)
Es la noticia de la semana,
ya lo sabes, vivirías en otro planeta si a estas alturas todavía no te hubieras
enterado: por fin, tras una intensa investigación, las autoridades han podido
detener a 18 personas más cuando se encontraban en plena faena apañando
castañas en el Bierzo. Me imagino que, cuando les pregunten, dirán que ellos no
sabían, que las castañas estaban ahí, que no parecían tener dueño y que, en
fin, es algo que todo el mundo hace y, si no lo hacen ellos, otros vendrían a
hacerlo. Lo mismo pasa con las tarjetas maravillosas que permiten gastar sin
cuento, sin explicaciones y sin impuestos, por la sencilla razón de que están
ahí y que no hay nadie que explique al
señor Presidente de la Caja si son salario o si son otra cosa y el Gerente del
Fondo Monetario Internacional, como dice que no es un experto contable, no sabe
bien si son galgos o si son podencos. Y luego están los que pasaban por ahí y
suponen que algún papel debieron de firmar.
Apañar castañas. Me encanta
el verbo. Lo he buscado en el diccionario y no sé si lo sabes, pero tiene diez
acepciones. Apañar es coger con la mano y también recoger frutos del suelo.
Este es el caso específico de las castañas. Claro que también sirve el verbo
apañar para remendar lo que está roto, acicalar, asear, ataviar, aderezar una
comida. Coloquialmente se dice apañar en el sentido de arreglar algo
parcialmente, vamos, algo así como hacer una chapuza y también coloquialmente
apañar es abrigar, arropar a alguien. Hay un uso en buena parte de América
latina que no hace al caso, que sería el de encubrir, ocultar o proteger a
alguien, pero no sé por qué me da que eso no va a pasar aquí y ahora y en esto
de la castaña es fundamental tirar de la manta o del paño o de lo que quiera
que se haya colocado en el suelo para ir apañando lo que caiga. Quinientos
kilos parece ser que se llevaron, oye, que eso no se recoge del suelo en un
rato. Pero mi acepción preferida del verbo apañar es la que se usa
coloquialmente en el sentido de darse maña para hacer algo. Ese fabuloso “no te
preocupes, si ya me apaño yo” o aquello de “hay que ver qué bien se las apaña
el Presidente con todo lo que está cayendo”. La maña, ya sabes, que siempre ha
valido más que la fuerza. Y la fuerza es la gente, la fuerza somos nosotros. Lo
que ocurre es que vale mucho más la maña y ellos se dan mucha maña para
manipular nuestra fuerza. Si te fijas, todo esto que te he contado sobre el
verbo apañar cae como anillo al dedo en el asunto de las castañas, y también en
otros menos voluminosos, que no es lo mismo hablar de quinientos kilos de
castañas que de un insignificante tres por ciento, o lo que sea, para apañar
adjudicaciones.
Me duele escuchar que los 20
españoles más ricos tienen lo mismo que los 14 millones más pobres. No sé si
eso tiene apaño o si nos tenemos que quedar diciendo aquello de “apañaos
estamos”. Me duele que eso sea así o de modo parecido en el mundo y que esos
pocos que se apañan bien tengan en su mano lo mismo que tantas personas que no
se pueden apañar. Pienso que fotos como la del otro día del Presidente de la
Diputación saliendo del Palacio de los Guzmanes en un coche estupendo conducido
por la Guardia Civil muestran que hay algunos que quieren arrimarse como sea al
carro de los 20 que saben apañarse. Es algo que está en la naturaleza humana,
pero me gustaría no tener que oír que otros en su lugar también lo harían o que
no sabía bien qué era lo que estaba haciendo.
viernes, 24 de octubre de 2014
Seda de araña. (En Hoy por Hoy León, 24 de octubre de 2014)
Anoche me decía mi hijo que
tenía un tema para mi artículo. Confieso que ya tenía escrito un texto para hoy
cuando hablé con él, porque me lo dijo, más que anoche, esta madrugada. También
dice que esta ciudad es distinta los jueves por la noche, que deja de ser la
ciudad consabida de morcilla, Húmedo y paso atrás de todos los fines de semana
y que este jueves universitario de cada semana se viste de fiesta y gente de
mil sitios distintos que sale a divertirse como si no hubiera mañana. De hecho
es verdad que hace solo un rato, a eso de las ocho, cuando iba en el coche
hacia mi trabajo, se veían grupos de jóvenes deambulando por calles todavía
oscuras con la mirada vidriosa de una noche de juerga. Es un paisaje común los
viernes por la mañana, algo que produce un tímido desconcierto en algunos de
los profesores nuevos en la ULE, que no entienden por qué tienen los viernes
tan pocos alumnos en sus aulas. Poco a poco lo han ido sabiendo y eso que hay
muchos que, como el mío, aunque se acuesten tarde y con mal cuerpo, al día
siguiente están en clase dando el callo. Claro que vaya usted a saber a qué se
le llama dar el callo en semejantes condiciones, aunque tienen cuerpos que todo
lo aguantan, que también fuimos jóvenes un día y sabemos de qué es de lo que
estamos hablando.
El caso es que me dijo que
el tema del que todo el mundo está hablando en la ciudad es el tema de las
arañas. Pensaba yo que me iba a señalar algún asunto de su Facultad o una de
las noticias de escándalos de las últimas horas o de los tres días de huelga
que ha habido esta semana, de modo que me dejó de piedra con esto de las
arañas. “¿No te has fijado que hay un montón de telas de araña? Todo el mundo
lo dice, que es que sales a la calle y te enredas en esas telarañas que hay por
todas partes”. Y sí, si es verdad que me había fijado. Precisamente el
miércoles, en una pradera espectacular en Villanueva del Árbol, el sol dibujaba
una estampa preciosa al esconderse por Villasinta, revelando un mar de hilos de
seda que cubría todo el campo. Una de las personas que estaba conmigo dijo que
cuántas arañas bebía haber por todas partes y me dio por pensar que mejor así,
que mejor que fuesen muchas arañas pequeñitas tejiendo laboriosas muchos hilos
que no pensar en una sola araña grande que hubiera hecho todo aquello. Así es
que le he dado la razón a mi hijo y he tirado a la basura el artículo que tenía
escrito hablando del poder político y la importancia de la información libre al
hilo de la dimisión del flamante número dos de la nueva ejecutiva del PSOE de
Castilla y León y alcalde de Pajares de los Oteros, porque me parece más
interesante esto de las arañas. Al fin y al cabo esta red de hilos pegajosos
que vemos en la calle es más tangible que esa otra en la que se enredan
nuestros políticos a la hora de confeccionar una ejecutiva o una lista
electoral, una red de hilos invisibles, de intereses, favores, deudas, apoyos,
compromisos, pactos, estrategias, equilibrios. Una red de hilos frágiles que se
va tejiendo alrededor de unas siglas hasta que se convierte en una estructura
sólida y flexible capaz de atrapar cualquier insecto que sea más pequeño que el
insecto que teje la trampa.
No sé qué político era el
que decía que temía más a los de dentro que a los de fuera. Parece que la tela
de araña que ha enredado a Tudanca no se la ha tejido ningún enemigo, ni de los
de dentro, ni de los de fuera. Ha sido un desatino de toma pan y moja y cómete
este insecto atrapado en su propia telaraña.
viernes, 17 de octubre de 2014
Gusanos. (En Hoy por Hoy León, 17 de octubre de 2014)
Se ve que hay alguien que no
entendió bien aquello de que a los niños les gusta comer gusanitos. Los
gusanitos que les gustan a los niños no saben nadar en la sopa. Todo lo demás,
la discusión sobre si se comieron o no se comieron las larvas, la cuestión de
la inocuidad si las hubieran comido, incluso si el historial de la empresa de
catering es intachable y por eso merece confianza o si solo es un gigante del
sector que se come los contratos por deglución instantánea, no tiene la menor
importancia. La cuestión es que las larvas de gusanos aparecieron en la sopa y
a cualquiera que lo piense un poco le parece que eso es inaceptable, aunque no
signifique que alguien pretende envenenar a nuestros escolares.
Todavía la semana que viene
estaremos hablando de gusanos. Los técnicos informarán, la administración sopesará
los informes, la Consejería decidirá y estoy seguro de que será una decisión
difícil, porque cabe imaginar un sinfín de intereses contrapuestos. Es un
sillón difícil el del Consejero de Educación. El problema ahora es el de la
confianza. Habrá que esperar a que se nos despejen las dudas y las autoridades
sean capaces de devolver confianza a los comedores y hagan desaparecer toda
clase de gusanos.
No creo que lo consigan. Una
vez sembrada la desconfianza es inútil cualquier esfuerzo. Piénsalo bien.
Imagínate entrando en el jardín de un psiquiátrico. Imagina un día espléndido
de sol en que los enfermos salen a pasear en compañía de las personas que han
venido a visitarlos. Imagínate que tú eres uno de ellos, un visitante que llega
por primera vez a ese lugar. ¿Cómo podrías saber si todas esas personas que ves
están sanas o enfermas? No lo puedes saber, pero en tu mirada se dibujará la
duda y a cada persona que veas la someterás a juicio. Enseguida te das cuenta
de que esas personas que te miran están poniendo en duda igualmente tu cordura.
Hace apenas unas horas he sentido la fascinación de esta idea. Dos mujeres
sentadas en un banco. ¿Cuál de las dos es la que está enferma? La confianza es
la única prueba. Y además resulta que la línea que separa la cordura de la
insania es una línea que se dibuja muy delgada.
Y ahora permite que te haga
algunas preguntas sin sentido: ¿por qué nos repelen los gusanos? ¿Por qué nos
asusta la enfermedad? ¿Qué hay en el corazón de Ángel para que su latir sea disparatado?
¿Qué tiene Manel en su cerebro para que su cuerpo escupa inestabilidad? ¿Qué se
esconde en el tumor encapsulado de Bernardo que no afecta en nada a esa
maravillosa forma suya de cantar? Todo es cuestión de confianza. Saber que la
siguiente cucharada está vacía de venenos, que la teja suelta caerá a diez
centímetros de mi espalda, que el virus mortal que acaba de llegar de África
está congelado en la sonrisa de los misioneros que se empapan de muerte cada
mañana sin parpadear. Esa confianza quiero para ti, para que sepas que la
carrera del domingo, esa carrera de Mujeres contra el cáncer de mama, no es
solo un brochazo rosa en la mañana, es una cuestión de confianza para que
sepamos tú y yo y todos que no hay gusanos a la vista, que está limpia la
manzana y que importa poco quien se sienta en el banco incierto de la locura.
Lo del plan de asfaltado quede para la tertulia, que ahí sí que nos va a hacer
falta un ejercicio de confianza.
viernes, 10 de octubre de 2014
Pay to win. (En Hoy por Hoy León, 10 de octubre de 2014)
Es una consecuencia de la piratería digital. En todos los
sectores afectados por el fenómeno se desarrollan estrategias para generar
nuevas formas de ingreso distintas del pago directo por las compras, porque los
consumidores hemos dejado de comprar determinados productos al poder acceder a
ellos de forma gratuita a través de la red, ya saben, libros, discos,
películas, juegos de ordenador,… Y las empresas, en algún caso, como por
ejemplo el de ciertos videojuegos, han optado por ofrecer gratis sus productos
y buscar otras formas de ingreso. Es lo que en el argot se llama free to play.
No es nuevo, pero es un fenómeno que me interesa, porque me parece que el modo
en el que los adolescentes abordan la vida indica cómo será el mundo que
construyan cuando sean mayores. Y a lo que les estamos acostumbrando es a una vida
en la que, de entrada, muchas cosas que nos interesan se nos dan gratis.
El problema estriba en que este tipo de juegos, que además
en su mayor parte están pensados para ser jugados en red, terminan por no
jugarse en igualdad de condiciones de los jugadores, porque la necesidad
evidente de las empresas de obtener ingresos les ha llevado a la puesta en
práctica de estrategias como el conocido “pay to win”, por la cual se ofrece a
los jugadores la posibilidad de pagar dinero por obtener ventajas en el juego
frente a otros jugadores, de manera que terminan teniendo más éxito a la hora
de jugar que los que simplemente se basan en su habilidad y esfuerzo. Al
principio se les ocurrió sencillamente meter publicidad o cobrar a los
jugadores por personalizar su experiencia de juego, lo que venía a ser más o
menos pagar por ser diferente o pagar porque los otros sepan que he pagado.
Claro que el paso siguiente es inmediato: mejor pagar por algo útil, pagar
sencillamente por tener ventaja a la hora de jugar. Ese es el asunto que me
parece interesante, darme cuenta de que hay muchas personas que, dado que es
gratis jugar, no se conforman con la experiencia del juego, sino que lo que
quieren es, por encima de todo, ganar. Ya, ya sé que todos, cuando jugamos, lo
hacemos para ganar. Lo inquietante es que el juego deje de tener interés en sí
mismo. Yo sigo siendo de los que disfrutan de una partida de ajedrez aunque
pierda siempre y de los que pagan gustosamente el café por haber perdido al
mus. A mí me educaron en la adolescencia en la belleza del juego y creo en que
es más importante disfrutar que resultar ganador. Quizá por eso nunca he sido
un trepa.
Me preocupa que a los chicos de hoy les estemos enseñando a
triunfar a base de dinero, que digamos tan claramente que el asunto es pagar
por ganar. Quizá estemos construyendo una sociedad muy distinta de esa con la
que habíamos soñado cuando teníamos dieciocho años. Lo cierto es que cada vez
lo veo más claro: en el fútbol, en las universidades, en el mundo de la
empresa, lo que se lleva es pagar por ganar. Se ve que en el asunto de los
trenes en León a alguien se le ha olvidado comprar las ventajas para el juego
y, aunque jugaremos, porque, como es gratis, jugamos todos, la cosa del AVE
parece que se quedará en un discreto apeadero. Igual había que haber preguntado
dónde está la ventanilla y cuánto cuesta, pero seguro que esto que digo es una
barbaridad y, en realidad, todo responde a evidentes cuestiones técnicas y
presupuestarias. Tres con las que saques, decíamos jugando a los chinos. Y
muchas veces perdías, pero no siempre.
viernes, 3 de octubre de 2014
Las manos que hacen el mundo. (En Hoy por Hoy León, 3 de octubre de 2014)
Las manos que hacen el mundo
no están atadas en joyas, ni escondidas en suaves guantes, eso lo sabe
cualquiera. Las manos que hacen el mundo son las manos de quienes empujan la
vida cada día en cualquiera de sus manifestaciones, desde la vendimia de un
racimo de uvas, hasta el dibujo del ciclo del agua en el encerado de una clase
de ciencias naturales o la pinza recién colocada en el alambre que sujeta la
sábana tendida al sol de esta mañana de viernes. Las manos que hacen el mundo
son tus manos y las mías, conviene que lo recuerdes. Te lo digo hoy y lo hago
así, sin transición de “¡cuánto tiempo! ¿Qué tal el verano? ¡Ya tenía mucha
gana de que volviéramos a encontrarnos!”, porque tengo en la punta de la lengua
esta idea obsesiva desde hace muchos días, casi desde el comienzo del verano y
me encontré a mediados de julio con dos promesas que hoy debería cumplir.
La primera se la debo a un
maestro que tiene manos que hacen el mundo en su taller de encuadernación. No voy
a mencionar su nombre, no es necesario, pero le hice una promesa porque me
encantó encontrarme con él y saber que es como tú, uno de los miles de leoneses
que en toda la provincia se encargan de hacer la radio, escuchándola en segundo
plano, mientras sus manos hacen esa parte del mundo que les toca hacer cada
mañana. Me decía que le encanta este programa, que lo escucha siempre desde
hace años y que participa siempre que puede en el buzón del oyente, sobre todo
denunciando situaciones que impiden la autonomía de las personas
discapacitadas, advirtiendo de barreras arquitectónicas, desnudando la
hipocresía de una sociedad que proclama la integración de las personas
diferentes, pero que llena de trabas el día a día de quienes no son como los
otros. Me pareció más que valiente y me gustó mucho hablar con él. Es verdad
que había en su voz cierto desánimo, pero quiero decirle hoy que sus denuncias
son siempre necesarias, que no debe dejarse vencer por el cansancio, porque es
una actitud como la suya la que permite que cada día se construya el mundo y
eso es algo por lo que debemos darle las gracias.
La segunda promesa se la
hice a Pepe Muñiz y tiene que ver con alguien que también, como tú, hacía la
radio escuchándola en segundo plano, mientras sus manos hacían la parte del
mundo que le tocaba hacer cada mañana, solo que, curiosamente, esa parte del
mundo que él tenía que hacer era la radio, precisamente esta radio y la hacía
desde el rincón más apartado de los focos, desde la sencilla y discreta
distancia de los maestros que saben usar sus manos en la hora que les toca
hacer el mundo. Se lo dije a Pepe el mismo día en que asistimos a su funeral,
después de un paseo y de tomar una cerveza, mirando el sol dibujar reflejos en
el gallo de la torre de San Isidoro: las personas más sólidas se van siempre
sin hacer un ruido. Creo que fue algo así lo que dijimos y nos prometimos que,
a pesar de que pasaría demasiado tiempo para esta sociedad de vértigo, el
primer artículo de la nueva temporada hablaría necesariamente de él, aunque fuera
levantar la piel que se va endureciendo sobre la herida para muchas personas
que trabajan en esta casa. No me lo toméis a mal. Tampoco voy a decir su
nombre. No hace falta, porque tenía manos que hacen el mundo y sabemos todos de
quien estamos hablando. Echaremos en falta su abrazo, su sonrisa. “Dame un
abrazo por si acaso”, me contó Pepe que fue lo último que le dijo.
viernes, 27 de junio de 2014
IRPF. (En Hoy por Hoy León, 27 de junio de 2014)
La primera idea que tuve
para despedir la temporada fue hablarte de León, el león que nació en el circo
Kaos y que aparece en una foto fantástica en brazos del Alcalde de León ante la
sonrisa entre nerviosa y cómplice del Concejal de Cultura. Me parecía que era
un modo sencillo de reunir en muy pocas palabras muchas de las reflexiones que
he compartido contigo a lo largo de todos estos viernes. Un león albino, un
animal precioso y extraño -como esta ciudad nuestra, como esta provincia
hermosa y secreta- en manos del Alcalde a punto de ser elevado al cielo como en
la película de Disney. Simba en manos de Mufasa contra el cielo lleno de
estrellas. Claro que es una mala pata que el circo venga a llamarse Kaos y que
sea precisamente un circo. Quizá por eso pensé que este no debía ser el tema
del último viernes de la temporada, por mucho que la imagen me resulte
seductora.
Desechar una idea es abrir
la puerta a otra y normalmente vienen una y otra de la mano. No sé qué clase de
conexión establecí con esto del león llamado León y su circo Kaos, pero el tema
que se me vino de inmediato a la cabeza es el de la iniciativa leonesista de preparar
una ceremonia en la catedral, con toda la parafernalia, cuando el Rey de España
y su esposa vengan en visita oficial, para que juren como Reyes de León.
Seguramente tiene una justificación histórica incuestionable y estoy seguro de
que un evento semejante proporcionaría minutos de televisión sin tener que
hablar de crímenes u otras historias, lo que no nos viene mal, porque todo lo
que sea salir en la “tele” es existir en este mundo tan exagerado en el que nos
toca vivir, un mundo en el que no se es, si no se es conocido. Ya hace mucho
que no vale aquello de que el buen paño en el arca se vende. Y sí, salir por la
tele es vender turismo, y tener turistas es mover dinero. Mover dinero para
todos, siempre lo digo. No hay más que ver el empujón que le ha dado a las
visitas al Panteón de los Reyes la noticia del Santo Grial.
Pero todo esto son lindezas,
adornitos primaverales ya estropeados por las tormentas de este comienzo de
verano. ¿Lo viste la noche de San Juan? ¿Viste el cielo encendido por encima de
los colorines de los fuegos artificiales? Hay algunas fotos increíbles, casi
más tiernas que la del alcalde con el cachorro albino, o la hipotética imagen
de la Reina Letizia jurando en Santa María como Reina de León, fotos
espléndidas de ese cielo sobrecogido iluminando la noche de los fuegos, la
noche mágica del fuego. El cielo se ha estremecido en este comienzo de verano,
porque el tiempo es un tiempo sombrío. Vivimos en tiempos sombríos. Son los
tiempos que ya adivinaba Brecht en su poema. Esos tiempos en los que sigue
siendo insensata la palabra ingenua, en los que la frente lisa revela
insensibilidad. Ya lo sabes, vivimos en tiempos sombríos. No es aquella guerra
insensata, pero sigue siendo un tiempo de guerra, quizá más cruel. ¡Come y
bebe!, nos dicen. Pero, ¿cómo podemos hacerlo si sabemos que lo que comemos y bebemos
pertenece a otro con más hambre, con más sed? Es una forma de leer aquel poema,
un poema que todavía está vivo entre nosotros, porque más allá del paro, del
mileurismo, de la precariedad, está la mirada de las mujeres y los hombres
sabios, que se encuentran ciegos ante el desorden del mundo y se abruman con la
injusticia de la iniquidad. Y luego pagan, como si fueran ricos, su cuota anual
de IRPF.
viernes, 20 de junio de 2014
Atraco a las tres. (En Hoy por Hoy León, 20 de junio de 2014)
El miércoles Madrid era una
ciudad tomada. En los puentes de la A-6 desde Moncloa hasta la salida del Pardo
había Guardia Civiles armados o Policía Nacional y ese estado de
sobreprotección se mantenía, por lo que sé, a lo largo de ayer jueves en una
manifestación de fuerza que creo que era más una exhibición que un temor real a
un atentado. Desde luego el peligro de un atentado de ETA era mínimo y parece
ser que el peligro de una acción terrorista de fundamentalistas islámicos
tampoco era muy elevado. Según me contaban ayer, la actuación violenta más
plausible tendría que ver con algún grupo anarquista. Ya estoy viendo que el
peligro máximo vendría a ser la presencia de banderas republicanas, como sabes
prohibidas en el día de ayer en el entorno de los actos de coronación.
Quizá
fuese que unos ojos como los míos, hechos a fuerza de costumbre a la
normalidad, son incapaces de advertir el riesgo que solo una mirada experta e
informada estaría en disposición de interpretar, pero a mí me daba la impresión
que, como en la canción de Brassens, la gente ha estado a esto de la coronación
como quien echa un ojo en la peluquería al Hola o al Semana, que la música
militar nunca nos supo levantar o por lo menos no ya en este tiempo, no ya en
este mundo en el que se mira un poco como espectáculo ese momento histórico que
nos está ofreciendo en directo la televisión. Que si los gestos, que si los
discursos, que si el relevo generacional. Me parece que a la mayoría le importó
más el desastre de Maracaná o el precio del pollo y no estoy muy seguro de que
no sea bueno que esto sea así. Pero, como decía, más allá de las flores y los
adornos, Madrid era una ciudad tomada por la policía, al menos en ciertos
tramos. Una ciudad detenida para servir de marco a la historia. Otra cosa es
que los bárbaros que vieron caer Roma supieran comprender el momento histórico
que estaban viviendo o que los revolucionarios parisinos que hicieron rodar
tantas cabezas con sus guillotinas supieran que en ese momento se estaba poniendo
el primer pie en la Edad Contemporánea. Por eso dicen que vale la pena dejarse
unos euros en los fastos de la historia.
Y no hablo del acto de ayer, sino de cosas pequeñas: ¿Cuánto cuesta, por
ejemplo, cambiar todos los cuadros del Rey? ¿Por qué no se dejan los antiguos
hasta que haya que ir sustituyéndolos por renovación natural? ¿Hay que ponerse
al día en cuestión simbólica en dos semanas? Entiéndeme, que digo dos semanas
por decir algo, que no tengo ni idea del plazo que se ha dado la administración
para sustituir los cuadros de los Reyes, aunque creo que va a ser un plazo
corto.
Me siento, con todo esto del fasto y la corona, casi como Victorino, ese cliente del Banco de Villaquejida en el que se produjo el atraco del miércoles, que se quedó el hombre con los pantalones por los tobillos ante la exigencia del atracador. Me imagino a José María Forqué dirigiendo la escena y a Cassen de protagonista, como en aquella película mítica del cine español de los sesenta que se llamó Atraco a las tres. "Arriba las manos y abajo los pantalones". Celtiberia show. Una de indios más que de robo, con esa huida en bici y después en el coche del panadero, aprovechando que se había dejado puestas las llaves. Parece que llegó a Benavente, no se sabe si vendiendo hogazas por el camino. Imposible llegar más lejos. Hay que ver la que se puede liar con una pistola de juguete y un hacha. Como dice Victorino, lo peor es el mal rato, que es que el mundo está que da miedo y ya no puede fiarse uno ni de los señores atracadores. Así es que, viva este nuevo Rey, que igual nos sale republicano.
Me siento, con todo esto del fasto y la corona, casi como Victorino, ese cliente del Banco de Villaquejida en el que se produjo el atraco del miércoles, que se quedó el hombre con los pantalones por los tobillos ante la exigencia del atracador. Me imagino a José María Forqué dirigiendo la escena y a Cassen de protagonista, como en aquella película mítica del cine español de los sesenta que se llamó Atraco a las tres. "Arriba las manos y abajo los pantalones". Celtiberia show. Una de indios más que de robo, con esa huida en bici y después en el coche del panadero, aprovechando que se había dejado puestas las llaves. Parece que llegó a Benavente, no se sabe si vendiendo hogazas por el camino. Imposible llegar más lejos. Hay que ver la que se puede liar con una pistola de juguete y un hacha. Como dice Victorino, lo peor es el mal rato, que es que el mundo está que da miedo y ya no puede fiarse uno ni de los señores atracadores. Así es que, viva este nuevo Rey, que igual nos sale republicano.
viernes, 13 de junio de 2014
Eso que pasa cuando se cruzan los cables. (En Hoy por Hoy León, 13 de junio de 2014)
Es una pena que haya tantas familias que no pueden comprar Coca
Cola todos los días, fíjese usted, que lo dijo el abogado de la mujer de
Bárcenas explicando lo mal que lo estaba pasando su defendida, que no podía ni
ofrecerle una Coca Cola a las visitas. Se entiende la dramática situación. Por
eso seguramente la necesidad de poner en marcha la campaña de la Junta de
Castilla y León para detectar necesidades entre los escolares de la Comunidad
ahora que llega el verano y se sospecha que habrá muchos niños que no podrán
comprar la Coca Cola nuestra de cada día, incluso se teme que, al cerrarse los
comedores escolares, puedan quedarse sin la única comida razonable que toman de
lunes a viernes. Esa preocupación, no la de la Coca Cola, a ver si me explico,
sino esta por los chicos que no tienen claro que vayan a hacer una comida
completa cada día, se choca con la noticia que se publicaba hace poco hablando
del porcentaje de niños de entre 6 y 12 años que padecen obesidad infantil,
nada menos que uno de cada cuatro, según un estudio del propio Ayuntamiento
sobre una muestra de 4.640 niños leoneses. No tengo el dato del porcentaje de
familias que necesitan ayuda para que sus hijos puedan comer todos los días,
pero me da en la nariz que no es ni mucho menos insignificante. ¿Y qué hacemos
con todo esto? ¿Cómo lo parcheamos? La idea de nuestros políticos es la de
acudir a los colegios. Acudir a los colegios para que los maestros hablen con
las familias y les convenzan de la importancia de una alimentación equilibrada.
Acudir a los colegios para que los maestros colaboren en la organización de un
sistema de atención a las familias que puedan atravesar una situación de
necesidad. Dos apuestas iluminadas: la solución está en la escuela.
Hablaba en la tarde de ayer con un inspector de educación sobre el número tan elevado de escolares que presentan problemas de salud a nivel psicológico o psiquiátrico. Lo comentábamos preocupados, comprendiendo que no es que tengamos más diagnósticos que nunca porque se atienden más casos que nunca, sino que efectivamente se ha disparado el número de chicos y chicas con problemas. Como que esta sociedad nuestra de la abundancia y la indigencia genera el daño colateral del desequilibrio emocional, la ansiedad, la depresión, la angustia escrita en rostros salpicados de acné juvenil. Me da por pensar que este mundo nuestro genera con soltura cables pelados que se entrecruzan en los cerebros tan increíblemente plásticos de nuestros jóvenes. Lo puedo ver en los ojos aceituna de un muchacho de 12 años que no aguanta cincuenta minutos sin fumar un cigarro, en la mirada esmeralda de una cría que pierde los estribos con la facilidad de quien se siente abandonado a su suerte.
¿Qué hay en esos cerebros tan moldeables de quinceañero? ¿Qué es eso que les sucede cuando se les cruzan los cables? ¡Qué difícil es conseguir que algunos levanten la cara y te sostengan la mirada en los ojos! Y luego están aquellos que no traen los cables cruzados de serie, los que sufren de hiperprotección y responden de forma desajustada porque están acostumbrados a hacer lo que les viene en gana. Lo que me sobrecoge es imaginar lo que sucede en la caja oscura del cerebro cuando hay cables que fallan.
Sería bueno saber si hay algún ladrón de cobre que tira del cable como en San Andrés y deja a oscuras a la chavalada, se llame consumo, dependencia o sencillamente moda, como esa moda estúpida de hacerse cortes en los brazos que es un grito de socorro en mitad del mar de la abundancia.
Hablaba en la tarde de ayer con un inspector de educación sobre el número tan elevado de escolares que presentan problemas de salud a nivel psicológico o psiquiátrico. Lo comentábamos preocupados, comprendiendo que no es que tengamos más diagnósticos que nunca porque se atienden más casos que nunca, sino que efectivamente se ha disparado el número de chicos y chicas con problemas. Como que esta sociedad nuestra de la abundancia y la indigencia genera el daño colateral del desequilibrio emocional, la ansiedad, la depresión, la angustia escrita en rostros salpicados de acné juvenil. Me da por pensar que este mundo nuestro genera con soltura cables pelados que se entrecruzan en los cerebros tan increíblemente plásticos de nuestros jóvenes. Lo puedo ver en los ojos aceituna de un muchacho de 12 años que no aguanta cincuenta minutos sin fumar un cigarro, en la mirada esmeralda de una cría que pierde los estribos con la facilidad de quien se siente abandonado a su suerte.
¿Qué hay en esos cerebros tan moldeables de quinceañero? ¿Qué es eso que les sucede cuando se les cruzan los cables? ¡Qué difícil es conseguir que algunos levanten la cara y te sostengan la mirada en los ojos! Y luego están aquellos que no traen los cables cruzados de serie, los que sufren de hiperprotección y responden de forma desajustada porque están acostumbrados a hacer lo que les viene en gana. Lo que me sobrecoge es imaginar lo que sucede en la caja oscura del cerebro cuando hay cables que fallan.
Sería bueno saber si hay algún ladrón de cobre que tira del cable como en San Andrés y deja a oscuras a la chavalada, se llame consumo, dependencia o sencillamente moda, como esa moda estúpida de hacerse cortes en los brazos que es un grito de socorro en mitad del mar de la abundancia.
viernes, 6 de junio de 2014
Modos de enfrentar exámenes. (En Hoy por Hoy León, 6 de junio de 2014)
A mí ya hace muchos años que
se me perdió la cuenta de los exámenes que he hecho en mi vida. Muchos, desde
luego. Trato de recordar cuál fue el último. Me parece que puede hacer más de
veinte años de eso, no lo sé. También es verdad que siento que pasamos exámenes
más a menudo de lo que pensamos, solo que no nos damos cuenta. Está claro que
en un examen lo que importa es el resultado final, la nota que se obtiene, pero
hay otros muchos aspectos que también me parecen importantes, lo que podríamos
llamar maneras de enfrentar los exámenes.
Se me ha ocurrido hablarte
hoy de este asunto porque he sabido de la polémica que se está generando en La
Central a cuenta de la cantidad extraordinaria de estudiantes que está
acudiendo estos días a esa Biblioteca de la ULE para preparar las Pruebas de
Acceso a los Estudios Universitarios. Parece ser que, como van tantos chicos
que están preparando la PAEU, lo estudiantes universitarios se encuentran con
todo ocupado y no tienen sitio donde estudiar. O al menos, no tienen sitio para
estudiar donde ellos quieren, cuando ellos quieren. Hay muchas maneras de
preparar los exámenes: yo, por ejemplo, no soportaba estudiar en compañía, de
manera que nunca iba a una biblioteca para prepararlos, nunca hubiera tenido el
problema de disputar una silla en La Central. Muchos necesitan dar paseos
mientras recitan en voz alta los temas que se aprenden, otros tienen que
colocar algunos objetos encima de la mesa de un modo determinado, los hay que
necesitan música o quienes necesitan tener a mano el móvil para consultar las
dudas por Whatsapp y hasta he sabido de alguien que necesitaba oír pasar el
agua, con lo que, a falta de río en su piso, se sentaba a estudiar en el suelo
de la cocina y ponía en marcha la lavadora. Los hay que no necesitan nada en
absoluto y que se enfrentan al examen sin haber estudiado nada, sea porque les
sobra con lo que han aprendido en las clases, sea porque no les importa lo que
pueda pasar con su nota. También los hay que llevan amuletos, que se visten con
una determinada ropa, por ejemplo sé de un estudiante que siempre va a los
exámenes vistiendo un pantalón de chándal o quienes hacen un determinado
recorrido camino de la Escuela, el Instituto o la Facultad en una especie de
ritual supersticioso. Me acuerdo que hubo un tiempo que hasta en los Institutos
se permitía fumar en los exámenes, tiempos en los que se creía que el humo del
tabaco ayuda a contener los nervios.
El viernes de la semana que
viene toda esta disputa por una silla en La Central ya habrá terminado, porque
los exámenes de Selectividad ya serán historia y en quince días, treinta a lo
sumo, la biblioteca estará prácticamente vacía, si no cerrada y toda esta
muchachada que hoy pasea su ansiedad camino de los pupitres habrá dado un paso
más en su camino hacia el último examen, no el último examen del curso, sino el
último examen en sentido amplio, ese momento en el que ya no te importa nada el
juicio de los otros y alcanzas la libertad total que consiste en la superación
de toda necesidad de aprobado. Me encanta pensar que esa cadena de aprobaciones
que empezamos a buscar en el parvulario llega un momento en el que se detiene
definitivamente, un momento en el que nos llegan unas verdaderas vacaciones de
los otros. Me siento así muchos días cuando cuento estas cosas y eso que
sentarse delante de este micrófono amarillo es siempre pasar un examen.
viernes, 30 de mayo de 2014
Libertad en la periferia. (En Hoy por Hoy León, 30 de mayo de 2014)
Eso ya lo sabes. Cada día
nos deja un momento mágico, por muy negativas que se nos presenten a priori las
condiciones. Por muy asfixiados que nos sintamos en el cotidiano maremágnum de
presiones, exigencias, informaciones, deseos, ilusiones, miedos, daño, dolor,
angustia, ¿quién sabe qué? Por muy agobiante que nos resulte la realidad de
cada día, siempre hay un momento que brilla sobre los otros, un momento lúcido
en el que se nos escapa una sonrisa.
Te cuento lo que me pasó
ayer. Estuve charlando unos minutos con el pintor Modesto Llamas. Fue una
charla banal, mantenida en un pasillo con la cortesía de la buena educación y,
en ese contexto, el artista se convirtió en teórico y me regaló la historia de
hoy, quizá para que la conecte con la historia de la semana, esa que arranca,
te lo puedes imaginar, con el estrepitoso batacazo electoral del partido
socialista y la sangría de votos del PP.
No conozco a ningún gran artista que
no tenga en la mirada el brillo genial que hay en los ojos del pintor. Es la
luz de la inteligencia, una luz que solo está en algunas miradas, pero que es
la misma siempre y que nos advierte de que estamos en el territorio de la
magia. Modesto, naturalmente, la tiene.
La primera idea que me
regaló es que desde la marginalidad puede levantarse la grandeza. Y de hecho yo
sé que tiene razón, porque en la comodidad de la zona de confort en la que nos
movemos es difícil que surja el genio. Es preciso salir de ahí, levantarse como
un volatinero entre las torres de marfil de nuestra costumbre y atreverse a
cruzar el vacío sobre el alambre de la imaginación. Creo que la frase exacta
fue “¿sabes? Llegó un momento en el que tenía más hijos que cuadros y me dije,
esto no puede seguir así”. ¿Qué habría pasado si Modesto Llamas se hubiera
dedicado sencillamente a sus hijos? Seguramente habría sido un hombre feliz,
porque su inteligencia habría permanecido intocable, pero habríamos perdido un
gran artista. ¿Es eso importante? No lo sé. Muchas veces pienso en personas geniales
que no pueden desarrollar su talento o que, aún pudiendo, no lo desarrollan y
creo que es una pena, sí, pero que no es importante, que ya hay bastantes
genios en el mundo, que poco importa que haya o no un puñado más. Y ese es
justamente el segundo regalo de Modesto Llamas. “Siempre he pintado lo que me
sale de los pinceles”. Seguramente, si se hubiera quedado en Madrid, habría
alcanzado mayor fama, habría estado junto a otros artistas al frente de las
vanguardias, pero eligió la libertad de la periferia. O mejor, tal y como él
mismo dijo ayer, “la libertad en la periferia”. Es verdad, el centro, el punto
exacto en el que suceden las cosas, no permite tanta libertad como los
alrededores. Por eso la genialidad salta a la luz desde las afueras. Y después
de todo, este Modesto de nombre y de actitud aunque diga de sí mismo que es la
persona menos modesta del mundo, comprende la verdad de las cosas, la
importancia de vestirse en música cada mañana y afrontar la soledad del día a
día a la caza y captura de la sonrisa de la magia.
¿Las elecciones? ¿La
reacción de los responsables leoneses de los dos grandes partidos? ¿Qué quieres
que te diga? Han sido unas elecciones en la periferia, por eso aquí ha
triunfado la libertad. El PSOE y el PP creen que cuando se hable de cosas más
cercanas será diferente, pero eso es algo a lo que no se deberían arriesgar.
viernes, 23 de mayo de 2014
La nada o un cielo incierto. (En Hoy por Hoy León, 23 de mayo de 2014)
Los más conocidos fueron
Marcial Lafuente Estefanía, en lo que se refiere a novelas del oeste y Corín Tellado, autora de unas cuatro mil
novelas de las llamadas “novelas rosa”, pero hubo muchos más. Hay que tener unos
años para acordarse de aquellas “novelas de a duro” que se vendían en los
kioscos y que proporcionaban una evasión rápida, sencilla y barata. Por eso
conviene explicar a quienes no sepan de qué estoy hablando, que se trataba de una
especie de analgesia de bolsillo consumida de manera popular como hoy se
devoran los capítulos de las series de televisión, sean los seriales
costumbristas de la hora de la siesta o las comedias de humor más o menos
grueso pensadas para la hora de la cena. Consumo inmediato, energía directa
para la fantasía.
Hay uno de estos autores que
me presta alguna frase para estos artículos míos de los viernes. Escribía bajo
el seudónimo de Jim Murray, y puesto que así lo quiso él, mantendré su
anonimato. Sí diré que me gustaría utilizar este espacio para rendirle hoy un
pequeño homenaje. Por nada en especial. En atención a su actual situación, que
requiere del cuidado y la atención total de otras personas. Tiene suerte de que
su hija haya decidido ocuparse absolutamente de él y de hecho es esta circunstancia,
la atención sin medida de su hija, lo que le mantiene todavía con vida.
Escribió muchísimas novelas, títulos como “Oeste indómito” o “Un luchador” que
se publicaron en la colección “Cuatreros”, pero también pequeñas joyas de la
imaginación como “El peso de la ley”, “Logan vuelve” o “Cuatro cirios para
Snake” publicadas en la colección FBI. Seguro que andan todavía algunas por la
casa del pueblo arrumbadas en algún baúl, en algún puesto del mercado de los
sábados en Don Gutierre o entre los cachivaches de alguna tienda de esas que
recogen el pasado, le dan una mano de betún de Judea y lo devuelven como nuevo.
Hay frases suyas que son máximas. Por ejemplo esta: “¿qué le importa al tigre
una raya más?” Es cierto, de enloquecer hay tiempo. Mantengamos la serenidad y
expliquemos que está ya viviendo sus últimos días, que en cualquier momento
llega la hora de su último final y entonces tendrá valor otro pensamiento suyo,
otra sentencia. “¿Y después qué? La nada o un cielo incierto”. La nada o un
cielo incierto. Exactamente esa es la realidad que hay detrás de cada batalla,
de cada derrota, de cada pérdida. La nada o un cielo incierto.
El vacío que nos deja el
corazón encogido tras la ausencia es semejante a esa perplejidad existencial,
la nada o un cielo incierto. Ya no valen ideas fantásticas, ni elegantes
criminales escondidos en el aire informal de un dandi americano, ni rudos
vaqueros estableciendo a balazos el límite exacto entre el bueno y el malo. Son
tiempos de fin de novela, tiempos de entrever la nada más oscura o la tímida
luz de un cielo incierto, pero no es momento de estarse quieto. No digo yo que
haya que romper a patadas la transparencia de las urnas, ni que haya que
encender en tinta de colores la gris prepotencia de las papeletas de los
partidos que nos pedirán el voto para el domingo hasta esta noche. Pero
conviene saber que después de que se haga el recuento, sean quienes sean los
que vayan a representarnos en Europa, no tendremos a nuestro alcance más que la
nada o un cielo incierto. Gracias Jaime, seguirás siendo Jim Murray en cada
duelo.
viernes, 16 de mayo de 2014
El lecho del río. (En Hoy por Hoy León, 16 de mayo de 2014)
Un chico le preguntaba a su
profesora de Religión, “profesora, ¿Dios nunca duerme? Y si nunca duerme, ¿cómo
es que no se cansa? Y si se cansa y tiene que dormir, ¿dónde tiene su cama?
¿Cómo es la cama de Dios, profesora?” He de decir que no recuerdo con claridad
qué le contestó, quizá porque entendí que no hay una respuesta que pueda
satisfacer la curiosidad ingenua de un muchacho a quien le habían explicado que
Dios hizo a los hombres a su imagen y semejanza y que pensó naturalmente que si
los hombres y Dios son semejantes, entonces tiene que existir en algún sitio
algo que sea la cama de Dios, el dormitorio de Dios, el lecho de Dios, el lugar
en el que Dios descansa. Poderosa imagen la de Dios poniéndose el pijama.
Es verdad, tenemos que
hablar de lo que nos ha pasado esta semana. No lo podemos evitar. Está en todas
las conversaciones, así es que también tiene que salir en esta nuestra. Nos ha
pasado que seguramente Dios estaba saliendo de la siesta a esa hora de la tarde
del lunes, todavía adormijado entre las sábanas de su maravillosa cama. Por eso
pasó lo que pasó. Debe ser que le ocurrió algo así, que estaba saliendo del
sopor de la siesta y se le escapó un detalle y por eso tuvo que poner en marcha
todas las demás casualidades, las que hicieron posible que el crimen no quedara
a merced de cualquier interpretación y se explicase con todo lujo de detalles,
como sin duda se hará, para terminar con el río de comentarios que se vierten
en el flujo constante de información y de opinión que se ha generado desde el
lunes a las cinco y poco de la tarde.
Hubiera preferido no hacerlo
y está en mi libertad, y hasta todavía estoy a tiempo de no hablar de aquello,
todavía puedo. No obstante, como todos, me veo empujado por una fuerza extraña
a hacer un comentario del suceso. Me gustaría comentar, por ejemplo, que no
entiendo la necesidad de demonizar, como se ha hecho, las redes sociales, ni
las miles de palabras ridículas que se han escrito y reproducido sin pensar en
su posible repercusión mediática. De verdad que no entiendo por qué tantas
personas se han visto en la necesidad de expresar públicamente su opinión sobre
el asesinato, sobre la víctima, sobre las personas aparentemente responsables,
sobre los políticos que aparecieron a toda prisa en la escena del crimen, sobre
los tuiteros, sobre los motivos, sobre la historia previa, sobre los cotilleos
maldicientes, sobre el carácter de unos y de otros, sobre tantas y tantas
cosas, que llego a pensar, como aquel muchacho del que les hablaba al
principio, que debe ser que Dios está echándose una buena siesta, porque es
difícil entender que lo que ha sucedido esta semana realmente suceda. ¿Qué
necesidad real tenemos de hablar de todo esto? ¿No bastaba sencillamente con
hacer una condena de lo ocurrido y poner en marcha el martillo pilón de la
justicia?
Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.
Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.
viernes, 9 de mayo de 2014
Todo lo que está en nuestras manos. (En Hoy por Hoy León, 9 de mayo de 2014)
He leído un verso que dice:
“Vivo con tu ligereza entre mis manos”. Ya sabemos que la poesía no se explica,
por mucho que pretenciosamente se instalen artificios entre las líneas de los
poemas más premiados o más reconocidos por los literatos. La poesía es un golpe
al corazón, un arrebato. No necesita explicación. Así es que, cuando leo “vivo con tu ligereza entre mis manos”, ahora
que tú lo escuchas del otro lado del hilo de la radio, no hay mucho que
explicar, porque lo entiendes. La palabra es arte porque te entiendo. Y traigo
hoy aquí, a este rincón de los viernes, ese verso aislado quizá por muchas cosas
que hasta yo mismo desconozco, pero sobre todo porque llevo toda la semana
pensando en lo que yo llevo entre mis manos. ¿De qué clase de ligereza o de qué
pesada carga tienen que ocuparse mis manos?
Y te cuento más. Ayer miraba
las manos de un chico de quince años. Manos huesudas, esqueléticas, manos
arañadas por la ansiedad, tatuadas de cicatrices, enrojecidas de golpes,
cortes, heridas, unas manos de uñas hundidas en la carne, mordidas hasta más
allá de lo posible. Unas manos que dibujan sin pudor el paisaje de la angustia.
Un chico de quince años encerrado en sus tensiones. Me acordaba, al ver sus
manos, de la perfecta manicura de un viejo carpintero, unas manos blancas,
finas, de dedos ágiles pero regordetes, de su agradable charla, de sus sabias
opiniones. Me acordaba del ambiente mágico de su taller de carpintería
condenado al silencio por causa de la jubilación. La luz de la tarde dibujaba
la perfección de las formas bañando toda la estancia desde una claraboya. Los
buriles, los punzones, los destornilladores, descansando en perfecto orden en
sus exactos huecos subrayaban la plácida sensación de alcanzada perfección. Los
olores de las maderas, el polvo acumulado sobre las cajas de tornillos en
desuso, el banco de encolar, las sierras. Las manos del carpintero dibujando
una explicación en el aire incierto. Los ojos cansados del carpintero hablando
de su ictus, de su retiro temprano, de su escasa jubilación. Unas manos y
otras. Un mundo este que se resuelve en Ikea un sábado por la mañana y aquel
lento descubrir los muebles con las manos en el interior de la madera bruta. Y
me dio por pensar que entre el chico y el carpintero jubilado hay un salto al
vacío. Que hubiera sido estupendo para el muchacho poder sentarse a aprender
todo lo que ese hombre sabio ha ido acumulando entre sus manos. Me dio por
pensar que las manos vacías del muchacho de quince años, repletas de estampas
del momento, eran impropias, tan impropias como las manos del jubilado, sin un
rasguño, sin una cicatriz, con la tersura y el color de la piel de un bebé.
¿Por qué hemos tenido que saltarnos ese modo tan feliz de contagio que era la
relación del maestro y su aprendiz? No te digo en qué calle de León está ese
remanso de paz, ni te digo en qué barrio feroz tiene que vivir cada día ese adolescente.
No quiero que sepas lo fácil que sería unir una cosa y la otra. No quiero que a
nadie se le ocurra desenterrar la vieja idea de que los muchachos aprendan de
los ancianos.
Mucho mejor llevarlos a la
Plaza de Toros y montar un espectáculo de esposas, tiros, explosiones,
detenciones a la americana en plan los Hombres de Harrelson como se hizo hace
unos días para conmemorar los 170 años de existencia de la Guadia Civil. La
foto del periódico era toda una declaración de principios. De verdad que a veces
dudo si sabemos qué es lo que nos traemos entre manos.
viernes, 2 de mayo de 2014
Un traje nuevo para el Emperador. (En Hoy por Hoy León, 2 de mayo de 2014)
La noticia que apareció ayer en el diario me saltó a los ojos
desde el teléfono móvil: El Emperador tendrá amo en junio. Una frase extraña.
¿Por qué escogió la periodista la palabra “amo” para encabezar su información?
Podría haber utilizado expresiones más habituales en los medios, expresiones
como “propietario”, “dueño”, “comprador”, hasta podría haber usado un rebuscado
“adquiriente” o un aséptico “titular”. Pero no, prefirió utilizar la palabra
“amo”. El Emperador tendrá amo en junio, casi
dotándolo de vida, en el sentido de que se es amo de algo que está vivo,
aunque es verdad que basta con ser dueño de algo para ser su amo, pero no
decimos de alguien que es el amo de su bicicleta o el amo de su casa. La
expresión “ama de casa” tiene otro sentido, pero es que las formas en que se
conjuga el verbo amar se escapan de los libros de gramática.
Me resulta difícil la interpretación en este sentido, pero creo
que tiene que ver de algún modo con el viejo cuento del emperador y el sastre,
aquel en que nadie se atreve a decirle al emperador que va desnudo hasta que la
inocencia de un niño desencadena el río de la verdad y del ridículo. Como que
hay una necesidad de reconocer lo que se ve en el espejo cuando el emperador se
mira. Alguien como el sastre, que es capaz de resolver sus dificultades de
manera que pervierte las condiciones en su propio beneficio es de algún modo
“amo” del Emperador, al convencerlo de que va impecablemente vestido cuando en
realidad va desnudo bajo el palio. Esa ridícula situación con la que tantos
terminan comulgando, asumiendo la exquisita elegancia de un maravilloso traje
inexistente, es algo de lo que me hablaba mi amiga Paz hace poco a propósito
del rebuscado comentario de un conocido escritor sobre cierto poema. Es como si
nos viésemos obligados por la presión de
los otros a reconocer como excelente lo que los entendidos certifican que lo
es, aunque en nuestras manos resulte hueco y artificioso. Es ceder ante nuestra
ignorancia, sin darnos cuenta de que todos tenemos al lado del hueco enorme de
nuestras carencias, un cesto lleno de verdades, de sueños, de experiencias. Y
lo vemos todo. Somos amos de nosotros mismos, amos de cualquier emperador que
se nos ponga por delante. Así es que esa noticia de que el teatro Emperador
volverá en junio a manos privadas no debería sorprendernos en el contexto de la
política de privatizaciones que nos rodea. Está claro que el negocio ha sido
ruinoso. Lo que se compró en 2006 por cuatro millones y medio, se intentará vender
ocho años después por un precio de salida de setecientos cincuenta mil euros
menos. Podrá decirse lo que se quiera, pero el emperador va desnudo y nadie nos
puede convencer de que todo el proceso de compra y ahora venta del Teatro más
emblemático de la ciudad no ha sido un auténtico dislate. Lo que no se dice con
exactitud es si al nuevo amo del Emperador se le obligará a seguir siendo un
teatro o si se le permitirá que lo transforme. También es verdad que no podemos
estar seguros de que vaya a haber quien quiera comprarlo, porque parece ser que
hay ciertas restricciones respecto al uso que no se podrán cambiar y que hay
que realizar una excavación arqueológica si se quiere acometer la
rehabilitación del edificio.
Me encantaría poder pensar que de vuelta a manos privadas el
Teatro Emperador estará vivo de nuevo, pero me resulta imposible. Yo lo veo en
cueros.
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