El titular de la noticia en Radio León fue: “El Colegio de
Dentistas de León reniega de las ofertas milagrosas de las grandes cadenas”. La
tentación habría sido titular sencillamente: “Los dentistas enseñan los
dientes”. Me dirás que es fácil el juego de palabras pero, ¿quién se podría
resistir? Ahí tenemos a los
representantes de los dentistas explicando que las ofertas de las grandes
cadenas tienen trampa, o al menos eso es lo que he podido leer en la
información. Nos habla el Presidente del Colegio del riesgo que pueden suponer
para nuestra salud los tratamientos ofertados a precios excesivamente bajos por
empresas que persiguen un fin mercantilista y que no ponen al mismo nivel el
afán por conseguir la salud de los pacientes. Me perdonas si te digo que creo
que esto es como un dolor de muelas. No lo puedo entender.
Resulta que llevamos una marea de días a vueltas con el tema de la
privatización del sistema de salud pública, escuchando las bondades de una
gestión privada bajo el imperio exclusivo de las reglas del mercado y en este
sector tan despegado de lo público - o al menos esa es la sensación que yo
tengo, porque a pocas personas conozco que no vayan a ver al dentista a su
consulta privada- se nos dice que ojo con el mercado puro y duro, que hay
empresas que solo piensan en ganar dinero y que el tema de la caries lo ven más
como un medio que como un fin. Y digo yo, ¿acaso no ocurrirá otro tanto en
todos los asuntos sanitarios en el momento en el que nos desboquemos por la senda de la privatización?
Parece que la salud viene a ocupar el vacío que ha dejado la
burbuja de la construcción con su estallido. Hay sobrados ejemplos de emprendedores de postín
que se están recolocando desde un sector al otro y toman posiciones en busca
del mordisco más sabroso.
El mercado de la salud dental ya tiene muchos años de experiencia
en la gestión privada. Mi dentista, a
quien por cierto admiro y respeto, porque es un profesional excelente y además
piensa muy poco en el negocio, compite con otros muchos en el territorio
absorbente del empaste, la endodoncia, la ortodoncia y demás “oncias”
impronunciables. Tiene lista de espera, quizá más larga que la de muchas
operaciones en hospitales públicos. También goza del grado suficiente de
saturación como para que te sientas como en Urgencias al llegar a la sala de
espera de su consulta: sabes a la hora que entras, pero es difícil saber cuándo
vas a salir. Y digo que a mí me gusta, porque es un tío sensacional, pero no le
veo yo muchas ventajas al hecho de que su consulta sea privada. Si ahora
resulta que pretendemos eliminar el efecto más inmediato de la gestión de los
mercados, es decir, la presión de la libre competencia, me entran más dudas que
al Presidente de la Comunidad de Madrid con esto de las privatizaciones sanitarias.
No, no me sirve que me digan que a lo mejor resulta que los tratamientos no son
los adecuados. Eso no puede ser. Si ponemos la salud en manos privadas, tenemos
que asegurarnos de que, en todo caso, las prácticas de los profesionales deben
estar controladas, tienen que satisfacer unas exigencias de fiabilidad que nos
permitan enfermar tranquilos.
Si estos dentistas que enseñan los dientes a las
grandes cadenas creen que hay riesgo de malas prácticas no tienen que
advertirnos a los pacientes, tienen que comunicarlo a las autoridades. Pase que
nos quieran colocar a todos la misma sonrisa perfecta a base de brackets y
otros hierros, pero que esa sonrisa no nos dibuje cara de tontos.
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