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viernes, 21 de febrero de 2014

El mundo a las ocho. (En Hoy por Hoy León, 21 de febrero de 2014)

Dice un tuit de mi poeta leonesa preferida, Sara R. Gallardo, que “el mundo debería ser siempre como a las ocho de la mañana”. Me gustó la frase, porque entendí que lo que quería decirnos es que hay un momento, justo antes de que empiecen a pasar cosas, en el que todo está lustroso, sin tocar, inalcanzable para las imperfecciones de la realidad. Creo que es eso lo que la poeta quiere decir y eso que interpretar poesía es siempre andar con los pies rozando en la raya del abismo. 

Hay un mundo sin tocar que está listo para el desgaste antes de las ocho de la mañana. A partir de ahí, ya todo es ruido, arañazos, desolación. Está claro que, quien dice las ocho, dice las siete o las nueve, quiero entender, como que eso depende del ritmo de cada uno. Pero veo también que esa idea recurrente de que la humanidad todo lo arrasa y que el mundo solo es perfecto momentos antes de que la vida de la gente amanezca, nos aleja de la realidad de lo cotidiano, nos aparta también de la posibilidad de la felicidad, porque creo que, para ser feliz, hay que saltar de la cama y enfangarse en el ruedo de la vida. 

Quizá malinterpreto a Sara, porque sé que ella no es de las que se quedan escondidas entre las sábanas. Más bien al contrario, ella siempre tiene un puñal en la boca para arrancar un trozo de realidad en cada instante. Lo que me pasa es que me resulta tentador quedarme asomado a una estampa bucólica de un mundo recién estrenado, ese mundo que estrenamos cada día y que todavía está sin usar a las ocho de la mañana. En ese mundo, antes de encender la radio, todavía no han entrado las cuentas suizas ni los problemas de Ucrania. Luego ya, en cuanto pones un pie en el suelo o alargas el brazo para echar un ojo al móvil, te engancha el tiovivo de los acontecimientos y te lleva en volandas, a toda velocidad, desde las sábanas de tu cama, aún calientes segundos después de las ocho de la mañana, a la cabezada en el sofá a una hora incierta de la noche, momento en el que pondrás de nuevo en marcha la eterna rueda de lo mismo.


Hay una niña de siete años que siempre sonríe y pienso que lo que le pasa es que siempre vive en el mundo de antes de las ocho de la mañana. Todo lo que sucede después ni le roza y se mantiene intocable en su sonrisa, en su actitud de bienvenida a los demás, como dice de su permanente sonrisa una conocida escritora mexicana. 

Es una niña que tiene una vida difícil. Vive con otros cuatro hermanos y merienda por las tardes una magdalena. Una magdalena para los cinco, una magdalena que su madre procura cortar en trozos muy iguales. Es una madre que ya sabe que son más de las ocho de la mañana a esa hora de la tarde, pero la niña y alguno de sus hermanos siguen sonriendo al mundo en la confianza de que el tiempo no les alcanza. Lo que no me han contado es la marca con la que se vende la magdalena, no sé si es de Tierra de Sabor o de Productos de León y me importa poco, porque se trata de una magdalena partida en cinco cachos. 

Entiendo a Francino cuando dice que ya está harto de oír hablar de la “marca España”, porque a mí me cansa tanta fotografía del corazón amarillo que vende Tierra de Sabor y eso que sé que en el mundo de después de las ocho de la mañana es imprescindible competir con el vecino, pero, estoy con Sara, ese es un mundo que no debería de existir. Si hay una niña que no enseña su sonrisa, es que el mundo de después de las ocho se le ha colado en las entrañas.

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