Buscar este blog

viernes, 7 de febrero de 2014

Un vendaval de fisuras. (En Hoy por Hoy León, 7 de febrero de 2013)

A la Ministra de Fomento le parece que la variante de Pajares estará abierta en esta Legislatura y que si esto no es así, será por problemas técnicos, no por falta de dinero. Me sorprende escuchar al poco tiempo a la Directora del Instituto Geológico Nacional afirmar que costará mucho dinero resolver esos problemas técnicos, que no son otros que las filtraciones que, por usar palabras de la propia Ministra, hacen que el túnel parezca un manantial. Y resulta que el tema es que en su día, por la razón que fuese -¿quién podría imaginarse cuál?-, no se encargó el estudio hidrogeológico al Instituto Geológico Nacional en León, porque ADIF prefirió que lo hiciese otra empresa. La consecuencia es una infraestructura que se retrasa por causa de las filtraciones y la imagen que me viene a la cabeza es la del agua escapándose entre las manos, como el dinero, que se nos cae entre los dedos. La sensación de que el dinero se escapa como agua no es una imagen literaria, sino una agobiante realidad. Siento que el dinero se nos cae de los bolsillos a velocidad de vértigo, como si estos vientos que arrancan planchas con el nombre de un hotel, cierran escuelas de música y derriban árboles sobre las carreteras, soplaran también los números de nuestras cuentas corrientes, dejándolas arrasadas. Cuánto más las cuentas públicas, saqueadas con la impunidad del argumento falaz de siempre: “todos lo han hecho”.

Dice alguna teoría moderna de esto del coahing que existe en nuestras vidas una  zona de confort que es aquella en la que habitualmente nos movemos, compuesta por elementos cotidianos que, aunque sean desagradables, nos hacen sentir seguros. Más allá de esa zona de confort, existe la llamada zona de aprendizaje, en la que nos adentramos para aprender idiomas, hacer viajes, conocer nuevos ambientes, encontrar otros amigos. Aquí hay que esforzarse algo más, pero seguimos todavía muy cerca de la zona de confort. Más allá de la zona de aprendizaje, nos adentramos en la zona de pánico, zona de no experiencia, zona mágica o de la creatividad, el espacio en el que nos deberíamos atrever a vivir. Ocurre que estamos tan encerrados en nuestra zona de confort, que sentimos que ese es el único universo que merece la pena, ese en el que no hay filtraciones, ese en el que no aparecen fisuras y miramos desde su interior las noticias que nos llegan sin mover un músculo, aunque comprendamos inmediatamente que hay algo raro en tener un Instituto Geológico Nacional y que las empresas públicas no le encarguen los estudios hidrogeológicos de una obra tan importante. No decimos nada. Nos mantenemos al abrigo de nuestra vida cotidiana: la tele en el salón, la quiniela de los sábados, el paseo de después de comer si no hace mucho frío, el ir y venir cotidiano de la casa al trabajo. Una vida en la que no hay fisuras, en la que no hay espacio para las filtraciones y pensamos que en eso consiste ser feliz. Luego resulta que llega un día en que tienes a uno de tus hijos en la UCI pediátrica y te das cuenta de que solo puedes estar en un pasillo si te quieres quedar junto a él y, si sales de tu zona de confort y te rebelas y consigues que te hagan algún caso, como ha hecho Beatiz Robles en el Hospital de León, puede que lo único que logres sea la llave de una oficina en la que poder meterte a llorar, pero debes saber que es un comienzo, que es un baile nuevo por la zona del pánico, que es un modo de abrir una puerta por la que entre algo más que el agua que todo lo enfanga, al mezclarse con la tierra removida por la tuneladora que te abre las entrañas. 

También del dolor puede surgir la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario