Un chico le preguntaba a su
profesora de Religión, “profesora, ¿Dios nunca duerme? Y si nunca duerme, ¿cómo
es que no se cansa? Y si se cansa y tiene que dormir, ¿dónde tiene su cama?
¿Cómo es la cama de Dios, profesora?” He de decir que no recuerdo con claridad
qué le contestó, quizá porque entendí que no hay una respuesta que pueda
satisfacer la curiosidad ingenua de un muchacho a quien le habían explicado que
Dios hizo a los hombres a su imagen y semejanza y que pensó naturalmente que si
los hombres y Dios son semejantes, entonces tiene que existir en algún sitio
algo que sea la cama de Dios, el dormitorio de Dios, el lecho de Dios, el lugar
en el que Dios descansa. Poderosa imagen la de Dios poniéndose el pijama.
Es verdad, tenemos que
hablar de lo que nos ha pasado esta semana. No lo podemos evitar. Está en todas
las conversaciones, así es que también tiene que salir en esta nuestra. Nos ha
pasado que seguramente Dios estaba saliendo de la siesta a esa hora de la tarde
del lunes, todavía adormijado entre las sábanas de su maravillosa cama. Por eso
pasó lo que pasó. Debe ser que le ocurrió algo así, que estaba saliendo del
sopor de la siesta y se le escapó un detalle y por eso tuvo que poner en marcha
todas las demás casualidades, las que hicieron posible que el crimen no quedara
a merced de cualquier interpretación y se explicase con todo lujo de detalles,
como sin duda se hará, para terminar con el río de comentarios que se vierten
en el flujo constante de información y de opinión que se ha generado desde el
lunes a las cinco y poco de la tarde.
Hubiera preferido no hacerlo
y está en mi libertad, y hasta todavía estoy a tiempo de no hablar de aquello,
todavía puedo. No obstante, como todos, me veo empujado por una fuerza extraña
a hacer un comentario del suceso. Me gustaría comentar, por ejemplo, que no
entiendo la necesidad de demonizar, como se ha hecho, las redes sociales, ni
las miles de palabras ridículas que se han escrito y reproducido sin pensar en
su posible repercusión mediática. De verdad que no entiendo por qué tantas
personas se han visto en la necesidad de expresar públicamente su opinión sobre
el asesinato, sobre la víctima, sobre las personas aparentemente responsables,
sobre los políticos que aparecieron a toda prisa en la escena del crimen, sobre
los tuiteros, sobre los motivos, sobre la historia previa, sobre los cotilleos
maldicientes, sobre el carácter de unos y de otros, sobre tantas y tantas
cosas, que llego a pensar, como aquel muchacho del que les hablaba al
principio, que debe ser que Dios está echándose una buena siesta, porque es
difícil entender que lo que ha sucedido esta semana realmente suceda. ¿Qué
necesidad real tenemos de hablar de todo esto? ¿No bastaba sencillamente con
hacer una condena de lo ocurrido y poner en marcha el martillo pilón de la
justicia?
Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.
Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.
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