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viernes, 16 de mayo de 2014

El lecho del río. (En Hoy por Hoy León, 16 de mayo de 2014)

Un chico le preguntaba a su profesora de Religión, “profesora, ¿Dios nunca duerme? Y si nunca duerme, ¿cómo es que no se cansa? Y si se cansa y tiene que dormir, ¿dónde tiene su cama? ¿Cómo es la cama de Dios, profesora?” He de decir que no recuerdo con claridad qué le contestó, quizá porque entendí que no hay una respuesta que pueda satisfacer la curiosidad ingenua de un muchacho a quien le habían explicado que Dios hizo a los hombres a su imagen y semejanza y que pensó naturalmente que si los hombres y Dios son semejantes, entonces tiene que existir en algún sitio algo que sea la cama de Dios, el dormitorio de Dios, el lecho de Dios, el lugar en el que Dios descansa. Poderosa imagen la de Dios poniéndose el pijama.

Es verdad, tenemos que hablar de lo que nos ha pasado esta semana. No lo podemos evitar. Está en todas las conversaciones, así es que también tiene que salir en esta nuestra. Nos ha pasado que seguramente Dios estaba saliendo de la siesta a esa hora de la tarde del lunes, todavía adormijado entre las sábanas de su maravillosa cama. Por eso pasó lo que pasó. Debe ser que le ocurrió algo así, que estaba saliendo del sopor de la siesta y se le escapó un detalle y por eso tuvo que poner en marcha todas las demás casualidades, las que hicieron posible que el crimen no quedara a merced de cualquier interpretación y se explicase con todo lujo de detalles, como sin duda se hará, para terminar con el río de comentarios que se vierten en el flujo constante de información y de opinión que se ha generado desde el lunes a las cinco y poco de la tarde.

Hubiera preferido no hacerlo y está en mi libertad, y hasta todavía estoy a tiempo de no hablar de aquello, todavía puedo. No obstante, como todos, me veo empujado por una fuerza extraña a hacer un comentario del suceso. Me gustaría comentar, por ejemplo, que no entiendo la necesidad de demonizar, como se ha hecho, las redes sociales, ni las miles de palabras ridículas que se han escrito y reproducido sin pensar en su posible repercusión mediática. De verdad que no entiendo por qué tantas personas se han visto en la necesidad de expresar públicamente su opinión sobre el asesinato, sobre la víctima, sobre las personas aparentemente responsables, sobre los políticos que aparecieron a toda prisa en la escena del crimen, sobre los tuiteros, sobre los motivos, sobre la historia previa, sobre los cotilleos maldicientes, sobre el carácter de unos y de otros, sobre tantas y tantas cosas, que llego a pensar, como aquel muchacho del que les hablaba al principio, que debe ser que Dios está echándose una buena siesta, porque es difícil entender que lo que ha sucedido esta semana realmente suceda. ¿Qué necesidad real tenemos de hablar de todo esto? ¿No bastaba sencillamente con hacer una condena de lo ocurrido y poner en marcha el martillo pilón de la justicia?

          Pues no, se ve que no bastaba. Ahí estaba permanente, siempre uno y el mismo y a la vez distinto, el río que fluye en nuestra conciencia. Hay personas que se acercan hasta el límite de la orilla con la duda de saber si la corriente bastará para arrastrarlas, pero ahí permanece siempre el lecho, mientras lo demás todo eternamente cambia, duerma o esté en vela ese Dios del que somos imagen y semejanza. Al menos, eso es lo que creo que dijo la profesora como respuesta a aquella pregunta tan embarazosa.

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