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viernes, 20 de junio de 2014

Atraco a las tres. (En Hoy por Hoy León, 20 de junio de 2014)

El miércoles Madrid era una ciudad tomada. En los puentes de la A-6 desde Moncloa hasta la salida del Pardo había Guardia Civiles armados o Policía Nacional y ese estado de sobreprotección se mantenía, por lo que sé, a lo largo de ayer jueves en una manifestación de fuerza que creo que era más una exhibición que un temor real a un atentado. Desde luego el peligro de un atentado de ETA era mínimo y parece ser que el peligro de una acción terrorista de fundamentalistas islámicos tampoco era muy elevado. Según me contaban ayer, la actuación violenta más plausible tendría que ver con algún grupo anarquista. Ya estoy viendo que el peligro máximo vendría a ser la presencia de banderas republicanas, como sabes prohibidas en el día de ayer en el entorno de los actos de coronación. 

Quizá fuese que unos ojos como los míos, hechos a fuerza de costumbre a la normalidad, son incapaces de advertir el riesgo que solo una mirada experta e informada estaría en disposición de interpretar, pero a mí me daba la impresión que, como en la canción de Brassens, la gente ha estado a esto de la coronación como quien echa un ojo en la peluquería al Hola o al Semana, que la música militar nunca nos supo levantar o por lo menos no ya en este tiempo, no ya en este mundo en el que se mira un poco como espectáculo ese momento histórico que nos está ofreciendo en directo la televisión. Que si los gestos, que si los discursos, que si el relevo generacional. Me parece que a la mayoría le importó más el desastre de Maracaná o el precio del pollo y no estoy muy seguro de que no sea bueno que esto sea así. Pero, como decía, más allá de las flores y los adornos, Madrid era una ciudad tomada por la policía, al menos en ciertos tramos. Una ciudad detenida para servir de marco a la historia. Otra cosa es que los bárbaros que vieron caer Roma supieran comprender el momento histórico que estaban viviendo o que los revolucionarios parisinos que hicieron rodar tantas cabezas con sus guillotinas supieran que en ese momento se estaba poniendo el primer pie en la Edad Contemporánea. Por eso dicen que vale la pena dejarse unos euros en los fastos de la historia.  Y no hablo del acto de ayer, sino de cosas pequeñas: ¿Cuánto cuesta, por ejemplo, cambiar todos los cuadros del Rey? ¿Por qué no se dejan los antiguos hasta que haya que ir sustituyéndolos por renovación natural? ¿Hay que ponerse al día en cuestión simbólica en dos semanas? Entiéndeme, que digo dos semanas por decir algo, que no tengo ni idea del plazo que se ha dado la administración para sustituir los cuadros de los Reyes, aunque creo que va a ser un plazo corto.

Me siento, con todo esto del fasto y la corona, casi como Victorino, ese cliente del Banco de Villaquejida en el que se produjo el atraco del miércoles, que se quedó el hombre con los pantalones por los tobillos ante la exigencia del atracador. Me imagino a José María Forqué dirigiendo la escena y a Cassen de protagonista, como en aquella película mítica del cine español de los sesenta que se llamó Atraco a las tres. "Arriba las manos y abajo los pantalones". Celtiberia show. Una de indios más que de robo, con esa huida en bici y después en el coche del panadero, aprovechando que se había dejado puestas las llaves. Parece que llegó a Benavente, no se sabe si vendiendo hogazas por el camino. Imposible llegar más lejos. Hay que ver la que se puede liar con una pistola de juguete y un hacha. Como dice Victorino, lo peor es el mal rato, que es que el mundo está que da miedo y ya no puede fiarse uno ni de los señores atracadores. Así es que, viva este nuevo Rey, que igual nos sale republicano.

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