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viernes, 31 de octubre de 2014
Apañar castañas. (En Hoy por Hoy León, 31 de octubre de 2014)
Es la noticia de la semana,
ya lo sabes, vivirías en otro planeta si a estas alturas todavía no te hubieras
enterado: por fin, tras una intensa investigación, las autoridades han podido
detener a 18 personas más cuando se encontraban en plena faena apañando
castañas en el Bierzo. Me imagino que, cuando les pregunten, dirán que ellos no
sabían, que las castañas estaban ahí, que no parecían tener dueño y que, en
fin, es algo que todo el mundo hace y, si no lo hacen ellos, otros vendrían a
hacerlo. Lo mismo pasa con las tarjetas maravillosas que permiten gastar sin
cuento, sin explicaciones y sin impuestos, por la sencilla razón de que están
ahí y que no hay nadie que explique al
señor Presidente de la Caja si son salario o si son otra cosa y el Gerente del
Fondo Monetario Internacional, como dice que no es un experto contable, no sabe
bien si son galgos o si son podencos. Y luego están los que pasaban por ahí y
suponen que algún papel debieron de firmar.
Apañar castañas. Me encanta
el verbo. Lo he buscado en el diccionario y no sé si lo sabes, pero tiene diez
acepciones. Apañar es coger con la mano y también recoger frutos del suelo.
Este es el caso específico de las castañas. Claro que también sirve el verbo
apañar para remendar lo que está roto, acicalar, asear, ataviar, aderezar una
comida. Coloquialmente se dice apañar en el sentido de arreglar algo
parcialmente, vamos, algo así como hacer una chapuza y también coloquialmente
apañar es abrigar, arropar a alguien. Hay un uso en buena parte de América
latina que no hace al caso, que sería el de encubrir, ocultar o proteger a
alguien, pero no sé por qué me da que eso no va a pasar aquí y ahora y en esto
de la castaña es fundamental tirar de la manta o del paño o de lo que quiera
que se haya colocado en el suelo para ir apañando lo que caiga. Quinientos
kilos parece ser que se llevaron, oye, que eso no se recoge del suelo en un
rato. Pero mi acepción preferida del verbo apañar es la que se usa
coloquialmente en el sentido de darse maña para hacer algo. Ese fabuloso “no te
preocupes, si ya me apaño yo” o aquello de “hay que ver qué bien se las apaña
el Presidente con todo lo que está cayendo”. La maña, ya sabes, que siempre ha
valido más que la fuerza. Y la fuerza es la gente, la fuerza somos nosotros. Lo
que ocurre es que vale mucho más la maña y ellos se dan mucha maña para
manipular nuestra fuerza. Si te fijas, todo esto que te he contado sobre el
verbo apañar cae como anillo al dedo en el asunto de las castañas, y también en
otros menos voluminosos, que no es lo mismo hablar de quinientos kilos de
castañas que de un insignificante tres por ciento, o lo que sea, para apañar
adjudicaciones.
Me duele escuchar que los 20
españoles más ricos tienen lo mismo que los 14 millones más pobres. No sé si
eso tiene apaño o si nos tenemos que quedar diciendo aquello de “apañaos
estamos”. Me duele que eso sea así o de modo parecido en el mundo y que esos
pocos que se apañan bien tengan en su mano lo mismo que tantas personas que no
se pueden apañar. Pienso que fotos como la del otro día del Presidente de la
Diputación saliendo del Palacio de los Guzmanes en un coche estupendo conducido
por la Guardia Civil muestran que hay algunos que quieren arrimarse como sea al
carro de los 20 que saben apañarse. Es algo que está en la naturaleza humana,
pero me gustaría no tener que oír que otros en su lugar también lo harían o que
no sabía bien qué era lo que estaba haciendo.
viernes, 24 de octubre de 2014
Seda de araña. (En Hoy por Hoy León, 24 de octubre de 2014)
Anoche me decía mi hijo que
tenía un tema para mi artículo. Confieso que ya tenía escrito un texto para hoy
cuando hablé con él, porque me lo dijo, más que anoche, esta madrugada. También
dice que esta ciudad es distinta los jueves por la noche, que deja de ser la
ciudad consabida de morcilla, Húmedo y paso atrás de todos los fines de semana
y que este jueves universitario de cada semana se viste de fiesta y gente de
mil sitios distintos que sale a divertirse como si no hubiera mañana. De hecho
es verdad que hace solo un rato, a eso de las ocho, cuando iba en el coche
hacia mi trabajo, se veían grupos de jóvenes deambulando por calles todavía
oscuras con la mirada vidriosa de una noche de juerga. Es un paisaje común los
viernes por la mañana, algo que produce un tímido desconcierto en algunos de
los profesores nuevos en la ULE, que no entienden por qué tienen los viernes
tan pocos alumnos en sus aulas. Poco a poco lo han ido sabiendo y eso que hay
muchos que, como el mío, aunque se acuesten tarde y con mal cuerpo, al día
siguiente están en clase dando el callo. Claro que vaya usted a saber a qué se
le llama dar el callo en semejantes condiciones, aunque tienen cuerpos que todo
lo aguantan, que también fuimos jóvenes un día y sabemos de qué es de lo que
estamos hablando.
El caso es que me dijo que
el tema del que todo el mundo está hablando en la ciudad es el tema de las
arañas. Pensaba yo que me iba a señalar algún asunto de su Facultad o una de
las noticias de escándalos de las últimas horas o de los tres días de huelga
que ha habido esta semana, de modo que me dejó de piedra con esto de las
arañas. “¿No te has fijado que hay un montón de telas de araña? Todo el mundo
lo dice, que es que sales a la calle y te enredas en esas telarañas que hay por
todas partes”. Y sí, si es verdad que me había fijado. Precisamente el
miércoles, en una pradera espectacular en Villanueva del Árbol, el sol dibujaba
una estampa preciosa al esconderse por Villasinta, revelando un mar de hilos de
seda que cubría todo el campo. Una de las personas que estaba conmigo dijo que
cuántas arañas bebía haber por todas partes y me dio por pensar que mejor así,
que mejor que fuesen muchas arañas pequeñitas tejiendo laboriosas muchos hilos
que no pensar en una sola araña grande que hubiera hecho todo aquello. Así es
que le he dado la razón a mi hijo y he tirado a la basura el artículo que tenía
escrito hablando del poder político y la importancia de la información libre al
hilo de la dimisión del flamante número dos de la nueva ejecutiva del PSOE de
Castilla y León y alcalde de Pajares de los Oteros, porque me parece más
interesante esto de las arañas. Al fin y al cabo esta red de hilos pegajosos
que vemos en la calle es más tangible que esa otra en la que se enredan
nuestros políticos a la hora de confeccionar una ejecutiva o una lista
electoral, una red de hilos invisibles, de intereses, favores, deudas, apoyos,
compromisos, pactos, estrategias, equilibrios. Una red de hilos frágiles que se
va tejiendo alrededor de unas siglas hasta que se convierte en una estructura
sólida y flexible capaz de atrapar cualquier insecto que sea más pequeño que el
insecto que teje la trampa.
No sé qué político era el
que decía que temía más a los de dentro que a los de fuera. Parece que la tela
de araña que ha enredado a Tudanca no se la ha tejido ningún enemigo, ni de los
de dentro, ni de los de fuera. Ha sido un desatino de toma pan y moja y cómete
este insecto atrapado en su propia telaraña.
viernes, 17 de octubre de 2014
Gusanos. (En Hoy por Hoy León, 17 de octubre de 2014)
Se ve que hay alguien que no
entendió bien aquello de que a los niños les gusta comer gusanitos. Los
gusanitos que les gustan a los niños no saben nadar en la sopa. Todo lo demás,
la discusión sobre si se comieron o no se comieron las larvas, la cuestión de
la inocuidad si las hubieran comido, incluso si el historial de la empresa de
catering es intachable y por eso merece confianza o si solo es un gigante del
sector que se come los contratos por deglución instantánea, no tiene la menor
importancia. La cuestión es que las larvas de gusanos aparecieron en la sopa y
a cualquiera que lo piense un poco le parece que eso es inaceptable, aunque no
signifique que alguien pretende envenenar a nuestros escolares.
Todavía la semana que viene
estaremos hablando de gusanos. Los técnicos informarán, la administración sopesará
los informes, la Consejería decidirá y estoy seguro de que será una decisión
difícil, porque cabe imaginar un sinfín de intereses contrapuestos. Es un
sillón difícil el del Consejero de Educación. El problema ahora es el de la
confianza. Habrá que esperar a que se nos despejen las dudas y las autoridades
sean capaces de devolver confianza a los comedores y hagan desaparecer toda
clase de gusanos.
No creo que lo consigan. Una
vez sembrada la desconfianza es inútil cualquier esfuerzo. Piénsalo bien.
Imagínate entrando en el jardín de un psiquiátrico. Imagina un día espléndido
de sol en que los enfermos salen a pasear en compañía de las personas que han
venido a visitarlos. Imagínate que tú eres uno de ellos, un visitante que llega
por primera vez a ese lugar. ¿Cómo podrías saber si todas esas personas que ves
están sanas o enfermas? No lo puedes saber, pero en tu mirada se dibujará la
duda y a cada persona que veas la someterás a juicio. Enseguida te das cuenta
de que esas personas que te miran están poniendo en duda igualmente tu cordura.
Hace apenas unas horas he sentido la fascinación de esta idea. Dos mujeres
sentadas en un banco. ¿Cuál de las dos es la que está enferma? La confianza es
la única prueba. Y además resulta que la línea que separa la cordura de la
insania es una línea que se dibuja muy delgada.
Y ahora permite que te haga
algunas preguntas sin sentido: ¿por qué nos repelen los gusanos? ¿Por qué nos
asusta la enfermedad? ¿Qué hay en el corazón de Ángel para que su latir sea disparatado?
¿Qué tiene Manel en su cerebro para que su cuerpo escupa inestabilidad? ¿Qué se
esconde en el tumor encapsulado de Bernardo que no afecta en nada a esa
maravillosa forma suya de cantar? Todo es cuestión de confianza. Saber que la
siguiente cucharada está vacía de venenos, que la teja suelta caerá a diez
centímetros de mi espalda, que el virus mortal que acaba de llegar de África
está congelado en la sonrisa de los misioneros que se empapan de muerte cada
mañana sin parpadear. Esa confianza quiero para ti, para que sepas que la
carrera del domingo, esa carrera de Mujeres contra el cáncer de mama, no es
solo un brochazo rosa en la mañana, es una cuestión de confianza para que
sepamos tú y yo y todos que no hay gusanos a la vista, que está limpia la
manzana y que importa poco quien se sienta en el banco incierto de la locura.
Lo del plan de asfaltado quede para la tertulia, que ahí sí que nos va a hacer
falta un ejercicio de confianza.
viernes, 10 de octubre de 2014
Pay to win. (En Hoy por Hoy León, 10 de octubre de 2014)
Es una consecuencia de la piratería digital. En todos los
sectores afectados por el fenómeno se desarrollan estrategias para generar
nuevas formas de ingreso distintas del pago directo por las compras, porque los
consumidores hemos dejado de comprar determinados productos al poder acceder a
ellos de forma gratuita a través de la red, ya saben, libros, discos,
películas, juegos de ordenador,… Y las empresas, en algún caso, como por
ejemplo el de ciertos videojuegos, han optado por ofrecer gratis sus productos
y buscar otras formas de ingreso. Es lo que en el argot se llama free to play.
No es nuevo, pero es un fenómeno que me interesa, porque me parece que el modo
en el que los adolescentes abordan la vida indica cómo será el mundo que
construyan cuando sean mayores. Y a lo que les estamos acostumbrando es a una vida
en la que, de entrada, muchas cosas que nos interesan se nos dan gratis.
El problema estriba en que este tipo de juegos, que además
en su mayor parte están pensados para ser jugados en red, terminan por no
jugarse en igualdad de condiciones de los jugadores, porque la necesidad
evidente de las empresas de obtener ingresos les ha llevado a la puesta en
práctica de estrategias como el conocido “pay to win”, por la cual se ofrece a
los jugadores la posibilidad de pagar dinero por obtener ventajas en el juego
frente a otros jugadores, de manera que terminan teniendo más éxito a la hora
de jugar que los que simplemente se basan en su habilidad y esfuerzo. Al
principio se les ocurrió sencillamente meter publicidad o cobrar a los
jugadores por personalizar su experiencia de juego, lo que venía a ser más o
menos pagar por ser diferente o pagar porque los otros sepan que he pagado.
Claro que el paso siguiente es inmediato: mejor pagar por algo útil, pagar
sencillamente por tener ventaja a la hora de jugar. Ese es el asunto que me
parece interesante, darme cuenta de que hay muchas personas que, dado que es
gratis jugar, no se conforman con la experiencia del juego, sino que lo que
quieren es, por encima de todo, ganar. Ya, ya sé que todos, cuando jugamos, lo
hacemos para ganar. Lo inquietante es que el juego deje de tener interés en sí
mismo. Yo sigo siendo de los que disfrutan de una partida de ajedrez aunque
pierda siempre y de los que pagan gustosamente el café por haber perdido al
mus. A mí me educaron en la adolescencia en la belleza del juego y creo en que
es más importante disfrutar que resultar ganador. Quizá por eso nunca he sido
un trepa.
Me preocupa que a los chicos de hoy les estemos enseñando a
triunfar a base de dinero, que digamos tan claramente que el asunto es pagar
por ganar. Quizá estemos construyendo una sociedad muy distinta de esa con la
que habíamos soñado cuando teníamos dieciocho años. Lo cierto es que cada vez
lo veo más claro: en el fútbol, en las universidades, en el mundo de la
empresa, lo que se lleva es pagar por ganar. Se ve que en el asunto de los
trenes en León a alguien se le ha olvidado comprar las ventajas para el juego
y, aunque jugaremos, porque, como es gratis, jugamos todos, la cosa del AVE
parece que se quedará en un discreto apeadero. Igual había que haber preguntado
dónde está la ventanilla y cuánto cuesta, pero seguro que esto que digo es una
barbaridad y, en realidad, todo responde a evidentes cuestiones técnicas y
presupuestarias. Tres con las que saques, decíamos jugando a los chinos. Y
muchas veces perdías, pero no siempre.
viernes, 3 de octubre de 2014
Las manos que hacen el mundo. (En Hoy por Hoy León, 3 de octubre de 2014)
Las manos que hacen el mundo
no están atadas en joyas, ni escondidas en suaves guantes, eso lo sabe
cualquiera. Las manos que hacen el mundo son las manos de quienes empujan la
vida cada día en cualquiera de sus manifestaciones, desde la vendimia de un
racimo de uvas, hasta el dibujo del ciclo del agua en el encerado de una clase
de ciencias naturales o la pinza recién colocada en el alambre que sujeta la
sábana tendida al sol de esta mañana de viernes. Las manos que hacen el mundo
son tus manos y las mías, conviene que lo recuerdes. Te lo digo hoy y lo hago
así, sin transición de “¡cuánto tiempo! ¿Qué tal el verano? ¡Ya tenía mucha
gana de que volviéramos a encontrarnos!”, porque tengo en la punta de la lengua
esta idea obsesiva desde hace muchos días, casi desde el comienzo del verano y
me encontré a mediados de julio con dos promesas que hoy debería cumplir.
La primera se la debo a un
maestro que tiene manos que hacen el mundo en su taller de encuadernación. No voy
a mencionar su nombre, no es necesario, pero le hice una promesa porque me
encantó encontrarme con él y saber que es como tú, uno de los miles de leoneses
que en toda la provincia se encargan de hacer la radio, escuchándola en segundo
plano, mientras sus manos hacen esa parte del mundo que les toca hacer cada
mañana. Me decía que le encanta este programa, que lo escucha siempre desde
hace años y que participa siempre que puede en el buzón del oyente, sobre todo
denunciando situaciones que impiden la autonomía de las personas
discapacitadas, advirtiendo de barreras arquitectónicas, desnudando la
hipocresía de una sociedad que proclama la integración de las personas
diferentes, pero que llena de trabas el día a día de quienes no son como los
otros. Me pareció más que valiente y me gustó mucho hablar con él. Es verdad
que había en su voz cierto desánimo, pero quiero decirle hoy que sus denuncias
son siempre necesarias, que no debe dejarse vencer por el cansancio, porque es
una actitud como la suya la que permite que cada día se construya el mundo y
eso es algo por lo que debemos darle las gracias.
La segunda promesa se la
hice a Pepe Muñiz y tiene que ver con alguien que también, como tú, hacía la
radio escuchándola en segundo plano, mientras sus manos hacían la parte del
mundo que le tocaba hacer cada mañana, solo que, curiosamente, esa parte del
mundo que él tenía que hacer era la radio, precisamente esta radio y la hacía
desde el rincón más apartado de los focos, desde la sencilla y discreta
distancia de los maestros que saben usar sus manos en la hora que les toca
hacer el mundo. Se lo dije a Pepe el mismo día en que asistimos a su funeral,
después de un paseo y de tomar una cerveza, mirando el sol dibujar reflejos en
el gallo de la torre de San Isidoro: las personas más sólidas se van siempre
sin hacer un ruido. Creo que fue algo así lo que dijimos y nos prometimos que,
a pesar de que pasaría demasiado tiempo para esta sociedad de vértigo, el
primer artículo de la nueva temporada hablaría necesariamente de él, aunque fuera
levantar la piel que se va endureciendo sobre la herida para muchas personas
que trabajan en esta casa. No me lo toméis a mal. Tampoco voy a decir su
nombre. No hace falta, porque tenía manos que hacen el mundo y sabemos todos de
quien estamos hablando. Echaremos en falta su abrazo, su sonrisa. “Dame un
abrazo por si acaso”, me contó Pepe que fue lo último que le dijo.
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