Es la noticia de la semana,
ya lo sabes, vivirías en otro planeta si a estas alturas todavía no te hubieras
enterado: por fin, tras una intensa investigación, las autoridades han podido
detener a 18 personas más cuando se encontraban en plena faena apañando
castañas en el Bierzo. Me imagino que, cuando les pregunten, dirán que ellos no
sabían, que las castañas estaban ahí, que no parecían tener dueño y que, en
fin, es algo que todo el mundo hace y, si no lo hacen ellos, otros vendrían a
hacerlo. Lo mismo pasa con las tarjetas maravillosas que permiten gastar sin
cuento, sin explicaciones y sin impuestos, por la sencilla razón de que están
ahí y que no hay nadie que explique al
señor Presidente de la Caja si son salario o si son otra cosa y el Gerente del
Fondo Monetario Internacional, como dice que no es un experto contable, no sabe
bien si son galgos o si son podencos. Y luego están los que pasaban por ahí y
suponen que algún papel debieron de firmar.
Apañar castañas. Me encanta
el verbo. Lo he buscado en el diccionario y no sé si lo sabes, pero tiene diez
acepciones. Apañar es coger con la mano y también recoger frutos del suelo.
Este es el caso específico de las castañas. Claro que también sirve el verbo
apañar para remendar lo que está roto, acicalar, asear, ataviar, aderezar una
comida. Coloquialmente se dice apañar en el sentido de arreglar algo
parcialmente, vamos, algo así como hacer una chapuza y también coloquialmente
apañar es abrigar, arropar a alguien. Hay un uso en buena parte de América
latina que no hace al caso, que sería el de encubrir, ocultar o proteger a
alguien, pero no sé por qué me da que eso no va a pasar aquí y ahora y en esto
de la castaña es fundamental tirar de la manta o del paño o de lo que quiera
que se haya colocado en el suelo para ir apañando lo que caiga. Quinientos
kilos parece ser que se llevaron, oye, que eso no se recoge del suelo en un
rato. Pero mi acepción preferida del verbo apañar es la que se usa
coloquialmente en el sentido de darse maña para hacer algo. Ese fabuloso “no te
preocupes, si ya me apaño yo” o aquello de “hay que ver qué bien se las apaña
el Presidente con todo lo que está cayendo”. La maña, ya sabes, que siempre ha
valido más que la fuerza. Y la fuerza es la gente, la fuerza somos nosotros. Lo
que ocurre es que vale mucho más la maña y ellos se dan mucha maña para
manipular nuestra fuerza. Si te fijas, todo esto que te he contado sobre el
verbo apañar cae como anillo al dedo en el asunto de las castañas, y también en
otros menos voluminosos, que no es lo mismo hablar de quinientos kilos de
castañas que de un insignificante tres por ciento, o lo que sea, para apañar
adjudicaciones.
Me duele escuchar que los 20
españoles más ricos tienen lo mismo que los 14 millones más pobres. No sé si
eso tiene apaño o si nos tenemos que quedar diciendo aquello de “apañaos
estamos”. Me duele que eso sea así o de modo parecido en el mundo y que esos
pocos que se apañan bien tengan en su mano lo mismo que tantas personas que no
se pueden apañar. Pienso que fotos como la del otro día del Presidente de la
Diputación saliendo del Palacio de los Guzmanes en un coche estupendo conducido
por la Guardia Civil muestran que hay algunos que quieren arrimarse como sea al
carro de los 20 que saben apañarse. Es algo que está en la naturaleza humana,
pero me gustaría no tener que oír que otros en su lugar también lo harían o que
no sabía bien qué era lo que estaba haciendo.
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