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viernes, 26 de diciembre de 2014
Macarena. (En Hoy por Hoy León, 26 de diciembre de 2014)
En las tardes en las que aprendí la radio, sentado junto a Mures en
“Por fin es viernes”, aquí en Radio León, comprendí que es cierto que “hay que
ver para creer”. Y en la radio es muy difícil que el oyente vea. Hay que
contarlo todo. Por eso te cuento que este comentario está grabado desde hace
días y yo en estos momentos me encuentro a muchos kilómetros de León. Por eso no
puedo hablarte de la actualidad. Te cuento también, porque me han dicho que hay
que decir siempre la verdad, que estoy escribiendo mientras veo en la
televisión la ceremonia de entrega de medallas del europeo femenino de
balonmano. Lo hago con mal sabor de boca, porque en la primera parte llegué a
pensar que las españolas le ganarían a Noruega. Al final no pudo ser, pero ahí
están “las guerreras”, subiendo al podio para recoger la medalla de plata,
vestidas con un chándal en el que se puede leer “León cuna del parlamentarismo”.
Son minutos de televisión para todo el mundo, minutos en los que el eslogan
luce en las pantallas, minutos en los que León se ve. ¿Cómo? ¿Que no lo habías
visto? ¿Que no te habías dado cuenta? No importa, lo que en la televisión se ve,
hace falta que se oiga por la radio, por eso te lo cuento, porque es posible
que te pasara desapercibido, pero ahí estaba. León es, en muchos sentidos,
balonmano.
Pero déjame que te hable unos segundos de Macarena Aguilar, una de
las capitanas del equipo español. Macarena se hizo jugadora de balonmano en mi
pueblo y es curiosa la historia del balonmano en un pueblo como el mío. Como
hay que decir toda la verdad, te contaré que en el primer equipo femenino de
balonmano que hubo allí jugaron dos de mis hermanas. Las entrenaba un muchacho
que venía de Granollers que sabía de esto y que se había venido para trabajar
de camarero en un bar de la plaza. Ya. Ya sé que he dicho Granollers y que no
debería haberlo dicho, que nos hubiera gustado una final contra el Barça en la
copa ASOBAL, pero tampoco pudo ser. Aquel primer equipo de chicas de mi pueblo
no ganó ningún partido. Casi estoy por apostar que no perdió nunca por menos de
diez goles de diferencia. Pero ellas siguieron jugando. Siguieron jugando esa
temporada y las siguientes y el camarero de Granollers siguió enseñando a
nuevas promociones de chicos y chicas a jugar y aparecieron otros entrenadores
y hubo más equipos y perdieron muchísimos partidos, pero hoy está ahí Macarena,
jugando a pesar de su pubalgia, lesionada pero imprescindible, decisiva en el
último gol de la primera parte. Por eso me ha gustado mucho ver en el chándal
el logo de León, porque lo he asociado con una historia de superación, esfuerzo
y éxito. Te vas a reír, pero esto me recuerda otra historia de éxito, la de la
IGP Lenteja de Tierra de Campos. Hay un vídeo de la lenteja hablando con un
chorizo por whatsapp. Dice la lenteja: “Chori he vuelto. Necesito hablar
contigo”. “Claro, nos vemos donde siempre”, le contesta el chorizo. El pobre
chori se cree que la lenteja vuelve a sus brazos, pero ella ahora es una mujer
de mundo con una misión: ser la estrella de la navidad. Resulta que, como en
Italia comen lentejas para atraer la suerte en el año nuevo, la lenteja de
Tierra de Campos le dice a su Chori que a ver si todo el mundo se come estas
navidades un buen plato de lentejas. ¿Qué te parece, lo ponemos de moda? En
fin, que como el viernes próximo ya será enero, feliz año Chechu, feliz año
Mures, feliz año a ti también Pepe, que aunque no te veo sé que estás por ahí,
y a ti, que siempre estás escuchando al otro lado, feliz año también. Y no te
agobies porque llegue un año más: al fin y al cabo son lentejas.
viernes, 19 de diciembre de 2014
¡Cuánta Navidad! (En Hoy por Hoy León, 19 de diciembre de 2014)
Dice la campaña publicitaria de una tienda de muebles
que la navidad nos desamuebla la cabeza. Yo soy escéptico. Me parece que no hay
nada que desamueblar. Tenemos la cabeza vacía, tan vacía que caben en ella
cantidades ingentes de contenidos que se nos instalan desde fuera. Tenemos las
cabezas llenas de imágenes, ideas, hasta emociones. Cientos de preocupaciones,
fantasías, deseos, se acomodan en nuestro vacío interior asaltándonos desde la
tele, desde internet, desde mil situaciones comunes de la vida diaria.
Cabezas huecas llenas de elementos ajenos. ¿Te has
parado a pensar cuántos pensamientos propios has tenido hoy? No, no me refiero
a las ideas que te han pasado por la cabeza, las cosas que has llegado a pensar
a propósito de algo que has sentido, pero que has incorporado en ti sin ser
realmente consciente de si ese pensamiento es original, si es realmente tuyo.
Me interesan los pensamientos propios conscientes cuyo sujeto has sido tú, ese
yo cartesiano que piensa, ese invento de última hora para salvar a la
conciencia del escepticismo. ¿Cuántos pensamientos genuinos has tenido esta
mañana? ¿Acaso este es el primero? Ni siquiera. Este tampoco es tuyo del todo.
¿No te das cuenta de que son mis palabras las que están haciendo que se dispare
el pensamiento en el interior de tu cabeza? Incluso si te digo que trates de
aislar un pensamiento puramente tuyo, te vas a dar cuenta de que está siendo
determinado por el modo en que influyo en ti para que lo encuentres. Cabezas
vacías, llenas de cachivaches externos. No hay nada que desamueblar. Lo único
que hace la navidad de los anuncios de la tele y de los escaparates de las
tiendas es revolverlo todo. Complicar las cosas. No se puede desamueblar lo que
no está amueblado, por mucho que la idea de que la imaginación es el elemento
más poderoso del ser humano sea una idea tan sumamente atractiva. Ocurrió
tantas veces que un niño se puso a jugar a hacer carreras con la caja del
regalo y dejó apartado en un rincón el coche último modelo que venía dentro,
que no nos debería resultar tan original la campaña publicitaria del molde de galletas.
En cambio, como parece que llena nuestro vacío, nos atrapa. Desprecie usted la
navidad, está sobrevalorada, dice la campaña. En realidad nos desamuebla la
cabeza. Venga usted a la verdad y llénela de estanterías exactamente iguales a
las de los salones de media humanidad. Me lo dijo también mi amigo Luis,
alguien que siempre está a la caza de pensamientos propios: “¿Sabes qué creo?”,
dijo, “creo que todo empieza con el amor y termina en los pasillos de Ikea”. No
quise entender el aforismo. Hay cosas que es mejor no entenderlas.
Otras se entienden fácil, como el anuncio de la Coca
Cola, ese de “haz feliz a alguien” o el ya comentado hace algún viernes de la
lotería, porque efectivamente “el mejor premio es compartirlo”. Hay mucha
navidad por ahí suelta. Tanta que ya resulta difícil distinguir entre la
navidad auténtica y la impostada. Hay mucho muñeco de nieve hecho de porespán,
mucho hueco en las cabezas. Demasiada navidad desde hace demasiados días. A
este paso llegaremos al 25 ahítos ya de turrón y mazapanes. Hasta las narices
de tanta navidad. Pero hay detalles, pequeños detalles como el que encontré la
otra noche en el Restaurante El Capricho. En cada mesa hay un pequeño ramo
leonés y cada uno de esos ramos tiene una etiqueta en la que se lee: “trabajo
artesanal realizado en el Centro Ocupacional y Laboral “La Serna”. ALFAEM. Y
dos teléfonos a los que se puede llamar por si se quiere colaborar con la
asociación comprando un ramo. ¿Sabes? Llenar el vacío trabajando con personas
que tienen un duende en la cabeza es un modo de cerrar la puerta a los
pensamientos trampa. Hay mucha navidad por ahí suelta, comparte, sé feliz y
amuebla tu cabeza.
viernes, 12 de diciembre de 2014
El Senado y el Pueblo. (En Hoy por Hoy León, 12 de diciembre de 2014)
Hace apenas un rato, a eso
de las diez de la mañana, ha habido un encuentro en un Instituto de Educación
Secundaria de las afueras de León entre senadores de nuestra provincia y un
grupo de alumnos y alumnas del centro. El motivo ha sido recordar que el día
seis, aunque cayera en sábado, fue un día especial y, como todos los años, se
celebró el día de la Constitución. No vamos a entrar en el qué del asunto, si
la muchachada se ha portado bien, si los senadores han estado o no aburridos o si las preguntas del debate
han sido interesantes, sino que preferiría que pensáramos sobre el porqué,
sobre la necesidad de que tengan lugar este tipo de actos.
Siempre que escucho la
palabra Senado me acuerdo de los romanos y me imagino los estandartes de las
legiones avanzando imparables por un mar de conquistas. Me figuro aquellas
siglas recortadas en oro sobre un fondo granate, el Senado y el Pueblo de Roma
apareciendo triunfantes sobre las cabezas de todo bárbaro circundante. La
civilización venciendo inexorable a la barbarie. La sofisticada filigrana de las
siglas bordadas en la tela del imperio arrasando poblados, colmando esta tierra
nuestra de castañas, acueductos, calzadas, baños, glorias, alcantarillado, minas
de oro, leyes, poesía, teatro, teatros, circo, música, mosaicos, estrategia
militar, orden y concierto. Imágenes del éxito de la razón y del derecho, con
la ayuda inestimable de las máquinas de guerra, sobre la estampa bucólica de
aldeuchas de chozas redondas con techos de paja. Sí, el Senado y el Pueblo de
Roma extendieron la civilización, la ingeniería, el refinamiento cultural, la
ley.
Hoy no distinguimos así. Hoy
decimos que el Senado no es algo distinto del pueblo, porque en nuestra
sociedad no hay esa distinción entre patricios y plebeyos que obligaba a los
romanos a separarlos. Hoy sabemos que el poder es exclusivamente del pueblo,
que no hay más poder que la Soberanía Nacional y que el pueblo delega ese poder
en las Cámaras de Representantes, por lo que el Senado no es como el Senado
Romano, aunque a alguno pudiera parecerle. Y por eso los representantes del
pueblo, elegidos en las elecciones, sienten de vez en cuando la necesidad de
seguir algún programa institucional para acercarse a la realidad del pueblo y
esa es la clave del asunto que nos ocupa, que, como resulta que en la urna del
Senado, la vida se ve pasar a través de un filtro de metacrilato y leyes,
suelos enmoquetados y paredes forradas de maderas, conviene de vez en cuando
salir de la torre de marfil e ir un poco más allá del coro de los grillos que
cada tarde recuerdan a sus señorías por qué les han votado o por qué han sido
elegidos para aparecer en una lista de posibles candidatos. El mundo existe, el
mundo del pueblo existe y el Senado se acerca a él para saber si tiene fiebre,
si estornuda, si está bien arropado.
Me parece bien. Menos es
nada. La pena es que me imagino que la primera página de todos los informativos
de hoy en León será para la vuelta a la vida en libertad de Marcos Martínez y
esta iniciativa de los senadores de conocer un par de centros educativos de la
ciudad pasará más desapercibida que la fugaz visita de Míster Marshall en la
película de Buñuel. Y las castañuelas estarán pendientes de cómo el anterior
Presidente de la Diputación administra sus silencios y cómo dobla los pliegues
de la manta, por si hay que mirar por dónde empiezan los tirones.
viernes, 5 de diciembre de 2014
Un tiempo para el silencio. (En Hoy por Hoy León, 5 de diciembre de 2014)
El fin de semana pasado estuve celebrando la muerte de
una persona de mi familia especialmente querida para mí. Sé que digo celebrar
la muerte y solo el hecho de conectar esas dos ideas, muerte y celebración, te
producirá un respingo de rechazo, porque la muerte es angustia y duele, porque
es luto y es pérdida, porque asusta, pero hay ocasiones en las que la muerte,
por mucho que la pena hiera, es celebración y es gozo. Lo dice Bremón, uno de
los personajes de Jardiel Poncela en Cuatro
corazones con freno y marcha atrás: “Morirse es un acierto estupendo.
Morirse es vivir. Cuando se ha sabido aprovechar la vida, morirse es vivir. De
igual modo que cuando no se ha sabido aprovechar la vida, vivir es morirse”. Es
un poco filosofía barata, si se quiere, pero suena muy bien. Lo que cuenta,
desde este lado de la Laguna Estigia, es naturalmente la vida, lo que uno es
capaz de hacer con su vida. El término “aprovechar” aplicado a la vida me
resulta difícil de digerir, aunque comprendo que no hay muchos otros que se
puedan aplicar aquí. Quizá tendríamos que acudir, como casi siempre, a los
griegos y hablar no tanto de “aprovechar la vida” como de vivir una “vida
buena”. Morirse es vivir cuando se hace al final de una buena vida, y eso es lo
que hizo este familiar mío tan querido, esta persona de quien te hablo.
La última frase que tuvo para mí, cuando él ya sabía
que se estaba muriendo fue: “una vida sin amor no vale la pena”. Quizá esa es
la mejor herencia que me deja, saber que una vida sin amor no merece ser
vivida. Quizá más allá de toda su historia, desde aquellas fotos con todas las
banderas del Régimen hasta los últimos días abanderando la lucha por la
igualdad, por la justicia social, por la dignidad de los más pobres, es esta reflexión
sencilla lo que le coloca en el altar en el que se asientan los tronos de todos
los hombres y mujeres buenos. Eso y haber sabido amar y reconocer el amor que
otros, especialmente su hermana y su cuñado, pusieron siempre en él.
Cuando volvía para León este domingo pasado, todo en
la radio eran noticias sobre la muerte del seguidor del Deportivo de la Coruña,
una muerte tan distinta, tan idéntica en lo esencial, pero tan distinta, que no
tuve por menos que reflexionar sobre ese hecho, sobre la curiosa condición de
víctima de quien podría haber sido perfectamente el victimario, sobre el
extraño modo en que la vida nos saca de una patada en el momento más
inesperado. Y la reflexión me conducía por el camino de que en ese extraño
pulso que es la civilización, pura tensión entre salvajismo y socialización,
entre competencia y cooperación, está triunfando el lado más salvaje, aunque
sea disfrazado de ejecutivo de traje y corbata, que no hace falta ir vestido de
neonazi por dentro y por fuera para representar ese lado salvaje del ser humano
que triunfa en el fútbol y no sólo en él. “No pienses, vive”, me recetaron como
medicina contra la tristeza. Se me hace difícil no pensar. Me cuesta cerrar los
ojos.
Me tomaré una píldora de Amancio Prada contra la tristeza.
Voy a celebrar la muerte escuchando de su voz las Coplas de Jorge Manrique, tan
callando, apartando un tiempo para el silencio, como él ha apartado un tiempo
para estar mañana con ASPRONA Bierzo y recibir el premio Solidaridad 2015,
tanto por su colaboración directa con la asociación, como por el carácter
solidario que ha demostrado en su carrera.
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