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viernes, 19 de diciembre de 2014

¡Cuánta Navidad! (En Hoy por Hoy León, 19 de diciembre de 2014)

Dice la campaña publicitaria de una tienda de muebles que la navidad nos desamuebla la cabeza. Yo soy escéptico. Me parece que no hay nada que desamueblar. Tenemos la cabeza vacía, tan vacía que caben en ella cantidades ingentes de contenidos que se nos instalan desde fuera. Tenemos las cabezas llenas de imágenes, ideas, hasta emociones. Cientos de preocupaciones, fantasías, deseos, se acomodan en nuestro vacío interior asaltándonos desde la tele, desde internet, desde mil situaciones comunes de la vida diaria.

Cabezas huecas llenas de elementos ajenos. ¿Te has parado a pensar cuántos pensamientos propios has tenido hoy? No, no me refiero a las ideas que te han pasado por la cabeza, las cosas que has llegado a pensar a propósito de algo que has sentido, pero que has incorporado en ti sin ser realmente consciente de si ese pensamiento es original, si es realmente tuyo. Me interesan los pensamientos propios conscientes cuyo sujeto has sido tú, ese yo cartesiano que piensa, ese invento de última hora para salvar a la conciencia del escepticismo. ¿Cuántos pensamientos genuinos has tenido esta mañana? ¿Acaso este es el primero? Ni siquiera. Este tampoco es tuyo del todo. ¿No te das cuenta de que son mis palabras las que están haciendo que se dispare el pensamiento en el interior de tu cabeza? Incluso si te digo que trates de aislar un pensamiento puramente tuyo, te vas a dar cuenta de que está siendo determinado por el modo en que influyo en ti para que lo encuentres. Cabezas vacías, llenas de cachivaches externos. No hay nada que desamueblar. Lo único que hace la navidad de los anuncios de la tele y de los escaparates de las tiendas es revolverlo todo. Complicar las cosas. No se puede desamueblar lo que no está amueblado, por mucho que la idea de que la imaginación es el elemento más poderoso del ser humano sea una idea tan sumamente atractiva. Ocurrió tantas veces que un niño se puso a jugar a hacer carreras con la caja del regalo y dejó apartado en un rincón el coche último modelo que venía dentro, que no nos debería resultar tan original la campaña publicitaria del molde de galletas. En cambio, como parece que llena nuestro vacío, nos atrapa. Desprecie usted la navidad, está sobrevalorada, dice la campaña. En realidad nos desamuebla la cabeza. Venga usted a la verdad y llénela de estanterías exactamente iguales a las de los salones de media humanidad. Me lo dijo también mi amigo Luis, alguien que siempre está a la caza de pensamientos propios: “¿Sabes qué creo?”, dijo, “creo que todo empieza con el amor y termina en los pasillos de Ikea”. No quise entender el aforismo. Hay cosas que es mejor no entenderlas.


Otras se entienden fácil, como el anuncio de la Coca Cola, ese de “haz feliz a alguien” o el ya comentado hace algún viernes de la lotería, porque efectivamente “el mejor premio es compartirlo”. Hay mucha navidad por ahí suelta. Tanta que ya resulta difícil distinguir entre la navidad auténtica y la impostada. Hay mucho muñeco de nieve hecho de porespán, mucho hueco en las cabezas. Demasiada navidad desde hace demasiados días. A este paso llegaremos al 25 ahítos ya de turrón y mazapanes. Hasta las narices de tanta navidad. Pero hay detalles, pequeños detalles como el que encontré la otra noche en el Restaurante El Capricho. En cada mesa hay un pequeño ramo leonés y cada uno de esos ramos tiene una etiqueta en la que se lee: “trabajo artesanal realizado en el Centro Ocupacional y Laboral “La Serna”. ALFAEM. Y dos teléfonos a los que se puede llamar por si se quiere colaborar con la asociación comprando un ramo. ¿Sabes? Llenar el vacío trabajando con personas que tienen un duende en la cabeza es un modo de cerrar la puerta a los pensamientos trampa. Hay mucha navidad por ahí suelta, comparte, sé feliz y amuebla tu cabeza.

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