Buscar este blog

viernes, 5 de diciembre de 2014

Un tiempo para el silencio. (En Hoy por Hoy León, 5 de diciembre de 2014)

El fin de semana pasado estuve celebrando la muerte de una persona de mi familia especialmente querida para mí. Sé que digo celebrar la muerte y solo el hecho de conectar esas dos ideas, muerte y celebración, te producirá un respingo de rechazo, porque la muerte es angustia y duele, porque es luto y es pérdida, porque asusta, pero hay ocasiones en las que la muerte, por mucho que la pena hiera, es celebración y es gozo. Lo dice Bremón, uno de los personajes de Jardiel Poncela en Cuatro corazones con freno y marcha atrás: “Morirse es un acierto estupendo. Morirse es vivir. Cuando se ha sabido aprovechar la vida, morirse es vivir. De igual modo que cuando no se ha sabido aprovechar la vida, vivir es morirse”. Es un poco filosofía barata, si se quiere, pero suena muy bien. Lo que cuenta, desde este lado de la Laguna Estigia, es naturalmente la vida, lo que uno es capaz de hacer con su vida. El término “aprovechar” aplicado a la vida me resulta difícil de digerir, aunque comprendo que no hay muchos otros que se puedan aplicar aquí. Quizá tendríamos que acudir, como casi siempre, a los griegos y hablar no tanto de “aprovechar la vida” como de vivir una “vida buena”. Morirse es vivir cuando se hace al final de una buena vida, y eso es lo que hizo este familiar mío tan querido, esta persona de quien te hablo.

La última frase que tuvo para mí, cuando él ya sabía que se estaba muriendo fue: “una vida sin amor no vale la pena”. Quizá esa es la mejor herencia que me deja, saber que una vida sin amor no merece ser vivida. Quizá más allá de toda su historia, desde aquellas fotos con todas las banderas del Régimen hasta los últimos días abanderando la lucha por la igualdad, por la justicia social, por la dignidad de los más pobres, es esta reflexión sencilla lo que le coloca en el altar en el que se asientan los tronos de todos los hombres y mujeres buenos. Eso y haber sabido amar y reconocer el amor que otros, especialmente su hermana y su cuñado, pusieron siempre en él.

Cuando volvía para León este domingo pasado, todo en la radio eran noticias sobre la muerte del seguidor del Deportivo de la Coruña, una muerte tan distinta, tan idéntica en lo esencial, pero tan distinta, que no tuve por menos que reflexionar sobre ese hecho, sobre la curiosa condición de víctima de quien podría haber sido perfectamente el victimario, sobre el extraño modo en que la vida nos saca de una patada en el momento más inesperado. Y la reflexión me conducía por el camino de que en ese extraño pulso que es la civilización, pura tensión entre salvajismo y socialización, entre competencia y cooperación, está triunfando el lado más salvaje, aunque sea disfrazado de ejecutivo de traje y corbata, que no hace falta ir vestido de neonazi por dentro y por fuera para representar ese lado salvaje del ser humano que triunfa en el fútbol y no sólo en él. “No pienses, vive”, me recetaron como medicina contra la tristeza. Se me hace difícil no pensar. Me cuesta cerrar los ojos.


Me tomaré una píldora de Amancio Prada contra la tristeza. Voy a celebrar la muerte escuchando de su voz las Coplas de Jorge Manrique, tan callando, apartando un tiempo para el silencio, como él ha apartado un tiempo para estar mañana con ASPRONA Bierzo y recibir el premio Solidaridad 2015, tanto por su colaboración directa con la asociación, como por el carácter solidario que ha demostrado en su carrera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario