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viernes, 25 de septiembre de 2015
La menos uno. (En Hoy por Hoy León, 25 de septiembre de 2015)
En la planta menos uno del
Virgen Blanca está la Unidad de Custodia. Supongo que, por el nombre, en esa
unidad deben ingresar personas reclusas que necesitan de una atención médica
hospitalaria. También imagino que deben ingresar allí personas que padezcan
enfermedades psiquiátricas que puedan suponer un peligro para la integridad de
otros o para la integridad de sí mismos. Pero esto solo lo supongo, porque la
referencia a la existencia de esta Unidad me ha llegado por un camino que no
puedo desvelar. Uno nunca supone que existen soluciones a necesidades que nunca
ha tenido, o mejor dicho, aunque sabemos que hay necesidades que nunca hemos
tenido y suponemos que deben existir mecanismos de solución para problemas que
nunca han sido nuestros, no nos podemos imaginar qué soluciones ni qué
problemas son esos, hasta que la realidad nos roza con su dedo y nos pone
frente a frente en una de estas situaciones.
Te cuento todo esto porque
hace unos días me llegó la noticia del suicidio del hijo de un amigo mío. Era
un chico cariñoso, sin problemas, un chaval estupendo, que tenía la costumbre
de beber quizá un poco más de la cuenta cuando salía de fiesta, pero como
tantos otros. Un muchacho normal en una situación normal. Y, de repente, me
llega la noticia terrible de que se ha quitado la vida.
La persona que me contó la existencia de “la menos uno”, la planta en la que
está la Unidad de Custodia en el Hospital de León, sabe bien de qué te estoy
hablando. Le tuvieron encerrado allí hasta un treinta y uno de diciembre y
cuando el día uno quiso ir a felicitar el año a las personas con las que había
estado internado, no le dejaron entrar. “¿Tú sabes?”, me decía, “¡qué
impotencia, chico! No me dejaron saludar”. Después supo que dos de los que
habían estado con él se habían suicidado y lloró de pensar el dolor y la
tristeza que tenía esa gente sin que nadie se diera cuenta. Mientras me lo
contaba estaba sonando “Lágrimas negras”. Se oyen lágrimas negras, aunque me
cueste morir y permanezco ajeno al drama inmenso que se desata a cinco
centímetros de mi rutina. Pero no te dejes engañar. Esa distancia que te parece
tan pequeña es absolutamente insalvable y ni mi amigo, ni su mujer, ni los
amigos del chico, ni sus médicos, ni los dioses más cercanos pudieron prever el
dolor de su angustia. Esa distancia es eterna.
El dolor y la tristeza de
“la menos uno” no son reconocibles en ningún escáner. Todo lo verdaderamente
real es tan fugaz y tan íntimo que se escapa entre los dedos como el agua, que
creo que fue una canción que también intentó cantarse aquella noche. Me decía
mi hija ayer por la tarde que hay momentos en la vida que son mágicos,
instantáneas irrepetibles como la del día que paseábamos por una chopera y un
corzo que cruzaba por el camino se resbaló ante nuestras narices, nos miró
desde el suelo y se levantó de un salto. Yo la llevaba en una silla de ruedas.
Acababa de salir de una dolorosa operación. La belleza de aquel instante se
grabó para siempre en su memoria y desde entonces ha intentado repetir la
experiencia de encontrarse con un corzo en la misma chopera. Ayer me decía que
ya sabe que eso no puede ser, que el momento exacto en el que la magia se asomó
a su dolor fue aquel instante y que nunca más un corzo la volverá a mirar a los
ojos como aquel día. Saber esto, comprender la valiosa intensidad de cada
instante, es todo cuánto podemos hacer para aliviar el dolor que nos rodea. Eso
y completar un cuadro para organizar el alma.
sábado, 19 de septiembre de 2015
El suero de la verdad. (En Hoy por Hoy León, 18 de septiembre de 2015)
Así es que el perro de la
Guardia Civil no sabía que acababa de traspasar la línea del límite de sus
competencias. Estaba siguiendo el rastro de la peregrina desaparecida cerca de
Castrillo y se metió en terrenos de la Policía Nacional, ¡vaya faena! ¿Quién
sabe si la investigación habría ido más rápido si el sabueso hubiera seguido
haciendo su trabajo sin que la curiosa manía de los humanos por parcelar la
vida (y apropiarse de un trozo) no hubiera interferido en su animal instinto al
margen de toda regla de demarcación? Es difícil decirlo, al menos lo es para
mí, que no tengo ni idea de cómo se desarrolla una investigación policial y
tampoco entiendo mucho de los ritmos de la instrucción judicial, pero el
sentido común dice que todo habría ido más rápido.
Seguro que es importante que
cada uno conozca bien sus competencias y no se extralimite, porque se entiende
que cada uno sabe de lo que le toca y es mejor que las cosas las hagan los que
saben. Me parece bien que se organice el trabajo, que se reparta, que haya
personas que tengan una visión global de los problemas y que quienes actúen
sólo tengan que ocuparse de hacer lo que les mandan para que todo funcione en
interés de un fin global que no puede ser otro que el del bien común. Y eso a
todos los niveles, en la búsqueda de una joven peregrina desaparecida, en la
educación de un niño, en la venta de un terreno, en la puesta en marcha de un
polígono industrial, en la sanación de un cáncer. Creo que es una buena manera
de organizarse. Lo que pasa es que, esos límites, esa demarcación del
territorio adecuado de actuación tiene que ser flexible. Ya, ya sé que me vas a
decir que si las normas son flexibles no son normas, que precisamente en eso
está su virtud, en el hecho de ser rígidas, conocidas por todos e inamovibles,
lo que nos procura un espacio de seguridad, un modo de saber lo que debemos
hacer y lo que no en cada momento. Ya. Tienes razón. Lo que pasa es que muchas
veces la vida se desborda más allá de las líneas rojas y nuestra animalidad, la
del perro de la Guardia Civil, se desentiende de las marcas impuestas por la razón
y alcanza el objetivo perseguido, la felicidad, el bien común. En el caso del
perro rastreador, el triste descubrimiento de un cadáver.
Llama la atención en este
suceso que se acelerase la investigación ante la presión del gobierno de los
EEUU. ¿Te quieres creer que tengo amigos que me han dicho que el FBI le inyectó
el suero de la verdad al sospechoso para que confesase? Yo me imagino que no
tienen ningún dato para afirmar tal cosa, que es algo que sencillamente se les
ha ocurrido y lo sueltan así, como si fuese verdad. Como si fuese una de esas
verdades que cualquiera con dos dedos de frente debería conocer. “No te
preocupes” dijo uno, “en cuanto les dejen a los americanos, le inyectan el
suero de la verdad y ese canta la Traviata”. Lo dijo el día antes de que
confesase el presunto asesino. Supongo que sería una pura coincidencia, porque
los motivos que llevan a un ser humano a cometer un crimen son inconfesables,
pero el alivio moral que supone la confesión termina en muchos casos por
empujar a los criminales a confesar. Es cierto que entramos en el territorio
del sermón y esa ya no es nuestra competencia, pero déjame que te pregunte, ¿a
ti no te gustaría que te inyectaran el suero de la verdad para saber qué cosas dices?
martes, 15 de septiembre de 2015
sábado, 12 de septiembre de 2015
Soñar es vivir un rato más. (En Hoy por Hoy León, 11 de septiembre de 2015)
Parece ser que se trataba de una persona que no recordaba
sus sueños y te digo que se trataba, porque según me cuenta mi amigo Luis,
ahora ha aprendido a recordarlos. Tengo que confesar que no sé cómo se puede
hacer eso. Una vez escuché a Lolo hablar del asunto, pero no le hice mucho
caso. En principio porque uno casi nunca sabe cuándo habla en broma y cuándo
habla en serio y lo que estaba diciendo que había que hacer para recordar los
sueños sonaba un poco peregrino. Era algo con un vaso de agua y ya no sé bien
qué más. Creo que el plan consistía en asociar un objeto físico a un proceso
mental. El modo concreto de hacerlo era, según me parece recordar, beber medio
vaso de agua antes de irse a dormir pensando en el deseo de recordar los sueños
al día siguiente y dejarlo en la mesita de noche para beber la otra mitad del
vaso al despertarse. ¿Qué te parece? Menos mal que siempre avisaba de que en
unos casos funciona y en otros no.
Eso es lo tremendo, que
tomamos por cierto lo que solo es probable y hacemos que meras coincidencias se
conviertan en leyes indiscutibles. Si lo hemos hecho con las leyes de la
física, ¿por qué no lo vamos a hacer con el arte de recordar lo que se sueña?
En fin, que confieso que no sé cómo se las arregló mi amigo para que esta
persona de la que os hablo comenzara a recordar sus sueños. Nunca antes había
recordado ninguno y, la primera vez que se acordó de lo que había soñado al
despertarse, dijo: “¿sabes? Creo que soñar es vivir un rato más”. Y me gustó mucho
la expresión, porque conecta con una verdad que tenemos en la base genética de
nuestra cultura, aunque nunca hayamos leído a Calderón de la Barca, la idea de
que vivir y soñar son la misma cosa. Y me atrapa el modo de decirlo, porque ese
rato más, ese ratito más, son esos cinco minutos que tan deliciosos nos saben
cuando se los robamos al despertador. ¡Déjame cinco minutituos más!, que aquí,
en la confortable placidez de mi cama no hay otra vida que la de mis sueños.
Entiendo que para alguien que nunca ha soñado pueda resultar difícil distinguir
la realidad.
Y como resulta que soñar es
vivir un ratito más al delicioso calor de tus deseos, se hace maravilla la vida
cuando sientes que estás viviendo eso que te parecía algo soñado. Hay algunos
momentos brillantes en el cielo de nuestras biografías, ratitos de vida que son
la realización de un sueño. Yo siento hoy el calor de uno de estos momentos,
pero no por mí, sino por contagio, por desborde de la alegría de haber visto un
sueño realizado. Es vivir un ratito más, ya lo creo. Le ha pasado a Paz Brasas,
una escritora leonesa que lleva muchos años con la literatura escondida entre
las venas, enhebrada en sueños, encallecida en el trabajo de todas las mañanas.
Ha escrito muchas cosas Paz y ya había publicado algunos relatos de forma
dispersa en una publicación mensual en la que también el maestro Muñiz colaboró
algunos años. Ahora tiene la fortuna de vivir un rato más, de recordar su sueño
y verlo en el escaparate de una librería, apoyado al lado de un libro de
Tolkien, pongamos por caso. El libro de ella, su sueño, se llama Teófilo y las
bestias, bueno, Teófilo y las bestias de
la catedral para más señas. Lo edita la editorial Rimpego y es más que un
cuento para niños. Te animo a que entres en su sueño y puedas vivir tú también
ese ratito extra. “Me encanta lo bonito que es, me decía Paz la otra mañana, y
huele tan bien…” Es lo que pasa a veces con la vida, que huele como en los
mejores sueños.
viernes, 4 de septiembre de 2015
Ahora que sé que te asustan las tormentas. (En Hoy por Hoy León, 4 de septiembre de 2015)
Me ha gustado mucho leer
algo que dice Luis Mateo Díez, hablando de su nuevo libro. Dice que “le
interesa más la leyenda que la realidad”, que la realidad está desacreditada,
que parece que todo es un poco mentira o que todo está lleno de engaños. Y creo
que esa ficción de lo real es más que una pose estética. Se convierte en un
modo de vida, en una descripción. Te dejé en junio hablándote de mentiras y
vuelvo en septiembre diciéndote que la realidad es un tremendo engaño que
nuestra desidia ha dejado que se vaya construyendo a su antojo. ¡Fíjate qué
canallada! ¡Cuándo resulta que estaba en nuestra mano imaginar nuestras propias
ficciones y vivir en ellas, hemos sentado el trasero en el salón del sofá para
creernos las fantasías de otros!
Por lo menos, las que se
inventa Luis Mateo Díez tienen la ventaja de la belleza. Las que se nos cuelan
en el salón de casa por los rincones del cable son torticeras e interesadas,
como si la ficción del dinero fuese lo único real, lo único verdaderamente
real, lo único. Me sobrecoge ver anunciadas en la tele colecciones de historia
de la filosofía y cursos de inglés, mezclados con fascículos para aprender a
tricotar que te regalan las agujas y un poco de lana para que te enredes en tu
imaginada felicidad. Y es que coser es un ejercicio de relajación máxima y de
poderoso entrenamiento mental. Es necesario ejercitar la coordinación mano-ojo,
se produce un esfuerzo de concentración que mejora el funcionamiento
intelectual y además se trabaja en relación a la consecución de un objetivo.
Más o menos lo que dicen de los videojuegos los que defienden los videojuegos. Un
ticket para la evasión.
Así es que, si te parece
bien, voy a tratar de hablar este año lo menos posible de
la realidad de las noticias, de la realidad de la calle, de la realidad de la
vida, porque, como dice Luis Mateo Díez, tiene uno la sensación de que acaso no
sea eso una verdadera realidad. Y no, no pienses que es que me he vuelto
definitivamente platónico y que niego la realidad del mundo sensible para
afirmar una realidad racional, no. Lo que me pasa es que ya solo veo mentiras y
para hablar de las mentiras de otros, prefiero ir inventándome las mías y
contártelas despacio ahora que he descubierto que te asustan las tormentas,
ahora que sé que no quieres oír los truenos de lo que se mueve ahí fuera, ahora
que veo que te parte el alma el rayo de una foto de un niño sin vida en una
playa turca, una foto que no ha hecho López, de sobra sabes ya por qué. ¿En qué
perversa fantasía tienen lugar realidades como esas?
En mi fantasía no hay globos
de agua en un parque. No juego con globos de colores, ni los dejo en papeleras,
ni discuto con policías, ni multo a un padre por jugar con su hija, ni promuevo
una campaña en las redes sociales para airear una situación que quizá fuese una
pequeña tormenta en un vaso de agua. Pero se airea fácil cuando hablamos de
globos y de niños. Y es una forma de falsear la realidad, porque los verdaderos
dramas hablan de fronteras que se cierran. “Si ustedes parasen la guerra en mi
país, nosotros no querríamos venir a Europa”, lo dijo un niño en su fantasía,
un niño al que no asustan las tormentas, porque sus demonios son otros: tienen
cara y sonríen ciegos de ira en la blancura aterradora de la noche más cerrada.
Menos mal que nos queda la literatura, Luis Mateo.
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