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viernes, 16 de octubre de 2015

Lo visible y lo invisible. (En Hoy por Hoy León, 17 de octubre de 2015)

La primera vez que me sentí verdaderamente atraído por la filosofía fue con la lectura de un fragmento de “Lo visible y lo invisible”, un libro en el que Merleau-Ponty desarrolla esa teoría tan divertida del entrecruzamiento entre el cuerpo del hombre y el mundo. Puede que no fuera nada original, pero, cuando tenía diecisiete años, leer aquel fragmento me colocó frente al mundo de un modo nuevo. Lo invisible no es lo contradictorio de lo visible: lo visible tiene un armazón de invisible, y lo in-visible es la contrapartida secreta de lo visible. Fíjate qué cosa tan hermosa. Resulta que todo lo que no veo en ti es lo que te constituye o, si quieres que te lo diga de otro modo, hay en ti un secreto, un ser inasible, un armazón de materias y energías inalcanzable a mi percepción, que es lo que te construye. De hecho, tu invisibilidad plena, la imposibilidad de saberte, la certeza de tu desaparición en el instante mismo en el que termine mi comentario, te hacen más presente, más real.  Lo dijo Rosita este fin de semana: “es muy fácil ver una montaña, eso cualquiera lo ve; lo difícil es ver las cosas pequeñas”. Y a mí me apetece retorcer un poco más el pensamiento y decirte que sí, que es verdad que cualquiera puede ver una montaña, y que tiene mérito ver las cosas más pequeñas, pero lo que verdaderamente me maravilla es contemplar lo invisible y descubrir que es lo único que merece la pena. No lo digo como lo diría el Principito. No estoy hablando de lo esencial, que es verdad que es invisible a los ojos, lo digo en un sentido más fuerte, digo que lo invisible es el armazón sobre el que se construye lo real. Lo que no está, lo que no se ve, lo que no se toca es lo único importante, porque es ese misterio cuántico el que nos construye.

Lo invisible es lo que cuenta. Lo pensé estos días a cuenta de la noticia de las pintadas en la Catedral. Lo pensé de esta manera: hay un joven que ha realizado pintadas ofensivas en los muros exteriores de la Catedral; lo que se ve es bien sencillo, es una montaña que cualquiera puede contemplar; letras azules escritas con rotulador; consonantes; “p”, “t”, “v”, “g”, "n", “s”; vocales; “u”, “a”, “i”, “e”; repetidas y combinadas mostrando una ofensa inaceptable; lo que no se ve es más difícil de entender: más allá de si se trata o no de la conducta de un enfermo mental, de si ya está reparado el daño, cuesta alcanzar lo invisible del acto. Y me acordé de Merleau-Ponty, me acordé de que todo lo que se muestra oculta un lado que no se muestra. Y vengo pensando toda esta semana en este asunto, viendo en lo que se ve lo que está oculto y me llega el eco de los botones que los senadores leoneses han apretado en el Senado votando lo que no hubiera votado Herrera si fuese senador y me asomo a los cimientos del nuevo restaurante de comida rápida que se construye con trabajos previos a la concesión de la licencia de obras. Veo lo que veo.


También pienso en una niña encerrada en el alambre de espino que la rodea. Una niña torturada por la vida que oculta su drama anestesiándose en el humo de la marihuana para hacer invisible lo que todos ven. Y, a veces, creo que es mejor no darse cuenta, mirar como quien no ve ninguna montaña y vivir como si nada, porque hay mañanas que en el café, sin llegar a los posos, somos capaces de adivinar lo que nos espera del otro lado de las cosas, eso que dice Merleau-Ponty que nunca podemos ver. Pero me puede el amor por lo invisible y tengo fe en que se pueden mover montañas.

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