Buscar este blog

viernes, 23 de octubre de 2015

Muy difícil. (En Hoy por Hoy León, 23 de octubre de 2015)

“A mí es que es muy difícil que algo no me guste”. La frase es de un amigo, mientras caminábamos por el bosque que baja del mirador de Panderrueda hasta Oseja de Sajambre. Lo dijo, yo lo sé, porque comentábamos lo hermoso que estaba el bosque, sacudiéndose el verde de todos estos meses y luciendo los ocres, los rojizos, los marrones teñidos por los carotenos. Habíamos dicho que el bosque nos arropaba en la bajada y hablábamos de la calma, del silencio, de la deliciosa mañana de paseo y comparábamos la suave marcha de ese día con otras caminatas más exigentes, con otros paisajes más abiertos, con subidas a cotas más altas. Y no sabíamos decidir qué momento era más satisfactorio, porque la belleza de ese bosque nos atrapaba como lo habían hecho en otros días las peñas desnudas de otras montañas. Y ahí lo dijo. Valdría decir que le gusta la naturaleza y que, en ese sentido, igual de bien se siente en la arboleda que en la cumbre desnuda, pero no dijo eso, sino que dijo que es muy difícil que algo no le guste y, cuando alguien dice eso, se puede tomar por la vía del que no tiene criterio, del que acepta como buena cualquier situación, del que devora cualquier bocado, el más zafio y el más exquisito, con el mismo apetito voraz que no permite degustar nada. En cambio, yo sé que no es así, que hay en la vida momentos en los que encaja perfecto ese “es muy difícil que a mí algo no me guste”, porque son momentos en los que sabes que todo es a favor, que ya has superado tantas pruebas que vas a vivir cada historia como una posibilidad de gozo. Por eso dijo Carlos que a él es muy difícil que algo no le guste, porque su sabiduría le permite transmutar cada vivencia en un regalo, y eso que le ha tocado ir viviendo, como a todos, un buen puñado de tragos malos.

El canchal, eso que dicen los franceses que se llama “caos de rocas”, en este caso sembrado de rocas enormes a la derecha del camino, el espectáculo de la montaña derretida, te deja pensando en tu pequeñez casi en el mismo modo en que te sientes pequeño cuando alcanzas una cima y admiras el dibujo de la cordillera o tienes el valle inundado de nubes al alcance de tus pies. Pasear entre aquellas rocas enormes arrancadas a la montaña, rocas que han ido acogiendo en su propia conformación un conglomerado de otras piedras, te hace sentir pequeño, es cierto, pero esa pequeñez te permite comprender que es muy difícil que algo no te guste. Y no se trata de decir si es más bonito esto o aquello, si prefiero el vino del Bierzo o el Prieto Picudo, si el queso de Valdeón o el de los Oteros, aunque pasando por el Desfiladero de los Beyos, horas después, alguien decía que, como siempre, la zona más bonita de los Picos de Europa es la que está en León y no la que está en Asturias o en Cantabria. Luego, cuando cruzamos la raya de Oseja y dejamos atrás León hubo que decir que en Asturias los Picos de Europa siguen siendo una joya, porque todos nos habíamos contagiado de esa idea, la de que es muy difícil que algo no me guste, cuando tengo claro que estoy buscando la belleza.


Ahora que tenemos el AVE sobrevolando nuestro futuro, ahora que todo el mundo reclama tanto la marca León como un destino tan a la mano, ahora que parece que ya no va a haber dos oficinas de turismo y que se unificarán acciones, propongo ese eslogan, porque ya no sé si es que nos parece bien todo y lo mismo nos da ocho que ochenta o es que somos capaces de hacer de cualquier cosa algo valioso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario