Buscar este blog

viernes, 18 de diciembre de 2015

Estar en Paz. (Audio)

Estar en Paz. (En Hoy por Hoy León, 18 de diciembre de 2015)

Anoche me decía una amiga que lo único que realmente importa es estar en paz. Sentir esa paz interior que te permite la felicidad. Ya sabes que había unos griegos sabios que hablaban de que la felicidad es no necesitar nada, alcanzar la apatía o la imperturbabilidad. La idea es que la felicidad no es algo que se tiene o se alcanza, sino que lo que debe perseguirse es la lucha contra la infelicidad, algo así como una doble negación: no se trata tanto de ser feliz, como de no ser infeliz. No es esta la idea de esa amiga que te hablo. Ella me decía que es posible alcanzar un estado de paz que se convierte en gozo y que esa paz no es ausencia de daño, sino que es un estado positivo, un estado de creación, aunque desde luego no es posible esa paz en medio de la violenta agitación de la hiperactividad del universo consumista. Para alcanzar esa paz interior hay que frenar la mente, liberarse de los deseos, permanecer más allá de toda necesidad.

Como resulta que no volveremos a encontrarnos hasta el viernes ocho, quería dejarte dicho esta mañana este deseo para las fiestas y el año nuevo. Mi deseo es un deseo de paz. Te deseo que estos días, en los que comeremos turrón mientras los políticos que elijamos el domingo se reparten el turrón del poder, sean para ti días de paz y que esa paz se extienda al año que empieza en dos semanas y -¡por pedir que no quede!- al resto de los días de nuestras vidas. ¿Cómo lo ves? ¿Crees que este mundo alocado nos permitirá vivir en la paz? Me siento como un hippie setentero hablándote de paz y amor, pero créeme que es lo que me sale, porque creo que es verdad lo que me decía ayer esta amiga, que solo se puede ser feliz viviendo en la paz. Y yo quiero añadir que en la paz y en el amor.


Y algo de esa paz sentía el domingo pasado paseando por la ribera del Bernesga cerca ya de las huertas de Lorenzana. Hablaba con Juan Carlos de sus nogales y de unos almendros jóvenes que casi le comen las ovejas, de los melocotoneros que se le están dando en el huerto y que nunca pensó que se pudieran dar en esta tierra, pero que él se atrevió a plantar y que le están sirviendo quizá para demostrar que eso del cambio climático está empezando a ser más que una teoría. Me enseñó las sendas por las que anda la nutria, los caminos que usa para entrar y salir del río, las trochas de los jabalíes. Me contaba historias de otros tiempos, de cuando el matarife de Rioseco se iba al río Luna para pescar truchas con arpón. 

Juan Carlos caminaba en paz, acomodándose a mi paso, hasta que llegamos a Lorenzana y torció su camino, justo cuando íbamos a empezar a hablar de filosofía. Al dejarme solo me dio por pensar en la paz, la paz de la arboleda, la paz del río, la paz de un mirlo de pecho blanco señalando la pureza de las aguas debajo del puente de Carbajal. Pensé que esto de la paz es una tarea de todos, una construcción común. Me gustaría señalar a esos pequeños héroes silenciosos, esos constructores de la catedral de la paz que se esconden en el anonimato de sus pequeñas acciones. Te hablo por ejemplo de un muchacho de quince años entre la espada y la pared, un héroe que da la cara por la paz, a pesar de sentirse apresado entre los sentimientos de lealtad a su familia y la lealtad a su conciencia. Es un héroe porque ha optado por su conciencia y ha dado un paso valiente y silencioso a favor de la paz. Algunos se dejan la vida en ello, pero no es necesario, porque, como dijo un amigo electricista, lo que cuenta es la intensidad.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Medias de cristal. (Audio)

Medias de cristal. (En Hoy por Hoy León, 11 de diciembre de 2015)

Así es que resulta que León es una ciudad fría. Ya sabes. Parece ser que la Agencia Estatal de Meteorología dice que en León hay una temperatura de entre dos y seis grados más fría que la que realmente hay. Yo creo que a la mayoría nos da igual, grado arriba grado abajo. Quiero decir que no me parece que el cliché de que León es una ciudad fría vaya a desaparecer porque midamos de otra manera la temperatura.

 Lo que dicen los expertos que debe contar es la sensación térmica, no el frío dato que señala el termómetro. Me gusta esta idea como punto de partida para la reflexión. No es el hecho lo que importa, el dato registrado por una escala previamente convenida, sino lo que sentimos, la sensación que ese hecho medido tan precisamente nos puede provocar. ¿Y cómo medimos esa sensación? ¿Acaso no es esa una cuestión subjetiva? ¿Cómo vamos a poder ponernos de acuerdo sobre una escala de sensaciones térmicas si cada uno tiene una experiencia única y privada de lo que siente? En general vale decir que cada uno tiene una experiencia de cada una de las cosas que componen la realidad, cada uno de los aconteceres que escriben la historia. Lo hermoso es componer una verdad intersubjetiva, desde lo que cada uno siente, sabiendo que eso es algo privado e imposible de comunicar. Eso evitaría muchos casos de invasión del territorio del otro y resolvería situaciones en las que el hablante no transmite lo que quiere decir, aunque los otros crean entenderlo.

He aprendido muchas cosas en los libros. Yo soy, como decía Enrique, el practicante de mi pueblo, uno de esos tontos adulterados por el estudio, pero he aprendido desde muy pequeño que en cada uno hay una sensación respecto a todo lo demás que es personal, tan personal que no es intercambiable, ni tan siquiera puede ser objeto de comunicación. Por eso hay que aprender a escuchar al otro, aprender del otro. Esto me lo enseñó una persona muy querida, otro de esos tontos adulterados por el estudio, pero uno que tuvo además la fortuna de ver mundos diversos. ¿Te imaginas un marinero nacido en un pueblo del corazón de La Mancha? Date cuenta de lo que te estoy contando. Te estoy hablando de un hombre que nació en medio del desierto de La Mancha y que vivió media vida embarcado, cruzando el Atlántico en barcos de toda clase. Barcos mercantes, barcos transatlánticos que eran palacios flotantes sin la masificación de los actuales cruceros. Imagina las sensaciones de un muchacho de un pueblo manchego que abre los ojos en Nueva York, en Uruguay, en el cóctel de un lujoso crucero de los años cincuenta. Imagínate lo que me ha enseñado en cientos de conversaciones insaciables sobre lo divino y lo humano. ¿Y dices que la gente igual no viene a León porque el hombre del tiempo dice que hay dos grados menos de los que realmente hay? No te creo. Yo que he visto el horizonte en los ojos de este marinero, te digo que el que tiene que ir va, sea la sensación térmica que sea. Me cuenta mi madre que les trajo por primera vez al pueblo un recipiente de plástico y les pareció una cosa de magia, como les parecieron cosa del demonio unas revistas con anuncios demasiado atrevidos para la época, como les parecieron cosa de ricos aquellas telas tan finas, tan delicadas, telas que nunca habían podido tocar, otras sensaciones. Como la del tacto en la piel de los muslos de esas prendas que trajo por primera vez al pueblo el marinero, las medias de cristal. 

¿La sensación térmica? Ahora yo quiero creer que la que diga el termómetro de la farmacia. 

viernes, 4 de diciembre de 2015

Un tiempo sin fisuras. (Audio)

Un tiempo sin fisuras. (En Hoy por Hoy León, 4 de diciembre de 2015)

En el Bar de Sergio, en Méizara, a media tarde, hay una partida de cartas que se juega al margen del tiempo. No sé decirte si es al bridge o al cinquillo a lo que se juega, me inclino más por lo segundo, pero eso no tiene ninguna importancia, porque lo que se aprecia al abrir la puerta es esa sensación de tiempo detenido en la que tanto nos gusta mecernos. Y te señalo que es a media tarde, cayendo en una inconsistencia aparente, para situarte a propósito en un momento impreciso del día. Un momento vago en el que se aplazan los quehaceres del huerto y de la casa.

Te hablo del tiempo detenido para referirme a esa experiencia de la vida al margen del reloj. Me pasa en algunos sitios, que todavía no sé decir si es que los relojes de la pared están parados o es que el tiempo se detiene para poder vivir con intensidad absoluta todo lo que ocurre. Pero el tiempo detenido es también la muerte. “Hasta aquí tus pasos, desde aquí tus obras”. Hay una línea en medio, precisamente la línea que separa el tiempo del no tiempo. La línea que separa tus pasos en la vida de las obras que quedan en tu historia. Está escrito al lado de la puerta del cementerio de Méizara. Quizá tendría más sentido si la inscripción estuviese colocada en el suelo, justo en la puerta, en el lugar en que hemos convenido colocar la entrada al universo sin tiempo. Pero me gusta conversar mirando al reloj de la pared que mantiene clavadas sus agujas en el mismo punto de encaje con las cosas desde que hemos empezado a hablar. En el banco de la entrada del cementerio, dos rosas de papel abandonadas y desde allí, un camino entre maizales que deja a la izquierda el corredor verde hasta Mozóndiga. Una plantación de avellanos y los fortificados de paleras en las zonas más húmedas, alrededor de las huertas. Un camino enganchado al cielo, como cualquiera de estos que se andan por el Páramo, un camino para entrar en el tiempo por el único punto que es posible: ahora.


No me invento la experiencia del tiempo sin tiempo. La recordamos todos de cuando éramos niños, de cuando el columpio de los días se colgaba en las ramas de la tarde y nos dejábamos las rodillas en la tierra de las eras o en el cemento de la plaza. ¿A quién le he oído decir hace nada que ser niño era no tener rodillas? Y este es el punto, el ahora por el que se cuela la actualidad. No sé si lo sabes, pero me gusta, antes de sentarme a escribir este artículo, mirar en la web de Radio León las noticias del día y, a veces, bucear por alguno de los temas de la semana. Anoche me tropecé con la noticia del alijo de chocolate. No de hachís, sino de chocolate Lindt, bombones Ferrero Rocher, tabletas de turrón Suchard y Lacasitos. Y resulta que era la noticia más visitada a esa hora de la noche en la que yo miré la página. ¿Ves? El tiempo detenido, el interés del mundo colgado en la merienda, y es que, entre todas las noticias del día, la que más nos llama la atención es esta del robo del chocolate, porque nos devuelve a un tiempo sin fisuras. Si te fijas bien en la foto del alijo, al fondo se ven unos estuches de Avecrem, como diciendo que la vida necesita un pellizco de caldo, un extra de sabor artificial para añadir al chocolate. Y la prueba de que no todo es dulce son las latas de atún que aparecen en primer término. Es una mezcla como la de esta campaña electoral navideña que hoy empieza, competencia feroz entre reclamos del voto y luces de colores. 

Cómo me gustaría recuperar aquel tiempo en el que es auténtico todo lo que sucede. Un tiempo sin fisuras.