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viernes, 30 de diciembre de 2016

Correr hacia todos los destinos. (Audio)

Correr hacia todos los destinos. (En Hoy por Hoy León, 30 de diciembre de 2016)

Yo no estaba en León, pero he estado viendo las fotos y me hago una idea de la fiesta del lunes en la San Silvestre. He visto faldas, pelucas, unas chicas vestidas de uvas, unos chicos disfrazados de plátanos, colores, gorros, pinturas en la cara. Me cuentan que había corredoras que eran polvorones a la fuga. ¿En qué se diferencian los mantecados de los polvorones? Hay un abecé de la dulcería navideña que lo aclara, pero yo no sé distinguirlos. Lo que sé es que soy más de polvorón que de mantecado, más de mazapán que de peladilla, más de turrón del duro que de guirlache. Y estamos hablando de correr y ya estoy enredándome en los quilos de la Navidad. Pero no escarmentamos. La cola en las pastelerías es de impresión y no hablo de la de Conrado, que debe dar la vuelta a La Bañeza, que siete mil euros, son siete mil eurazos. Pues eso, que fiesta y fiesta y más fiesta y el pobre pavo que hacía la rueda en el corral hace cuatro días está ya entre langostinos y merluza rellena, pasando a mejor vida. Comer como si no hubiera un mañana. Menos mal que ya gastamos calorías en la carrera, bueno, quien las gastase, que el lunes yo no estaba en León.

No cabe duda de que la carrera ha sido un éxito un año más. Esa pasión por correr es un veneno que se aloja en el cerebro de quienes empiezan. Lo he visto en muchas personas. Lo cuentan celebridades como Murakami, periodistas famosos como Francino. Lo hablaba con Arsenio Terrón y con Ángel Santiago Juárez y, como decimos tantas veces que vivimos en un mundo en deterioro, hoy, penúltimo día del año, me apetecía recordar esa conversación sobre la inteligencia, la sensibilidad y el espíritu de esfuerzo. Decía Arsenio que lo que más le gusta no es la carrera, sino el proceso de preparación. Lleva tiempo preparándose para la maratón de Sevilla y hablaba con pasión del modo en el que lo está haciendo. Decimos, muy a la ligera, que el verdadero valor de las cosas no está en el resultado sino en el proceso, cuando la verdad es que vivimos en una sociedad que solo exige resultados, salvo en estos ámbitos festivos en los que uno se pone una falda y una peluca para salir a correr. No sé qué opina Arsenio. Le parecerá bien, porque eso no tiene nada que ver con correr. Estas carreras son un acto social, un momento más en la vida consumista de la Navidad, pero no me malinterpretes, que me parece bien hacer fiesta y deporte a la vez. Es solo que banalizamos tanto lo que hacemos que creemos que con que sea divertido y tenga color ya vale. No hace falta que me lo digas. Es una carrera que se corre en serio por un lado y que se disfruta por el otro. Es estupendo. En eso no me voy a meter. Cada uno sabe hacia qué destino corre y es imposible correr hacia todos los destinos a no ser que seas un pollo sin cabeza.


Me gustaría meter una grabadora de pensamientos en la cabeza de Arsenio cuando corra por las calles de Sevilla. Me gustaría poder acceder directamente a lo que piensa, sin el concurso de lenguaje, sin la mediación de su conciencia. Me gustaría poder registrar cada uno de esos pensamientos. Habría que ver si hay alguno que es realmente suyo, porque los pensamientos se nos cuelan desde fuera como aves invasoras. A veces funcionamos con ideas que ni siquiera son nuestras, ideas que se nos han colado desde fuera como cuando ponemos una dirección en un GPS. Y echamos a correr, hasta que hay una voz que nos dice: “Su destino se encuentra a la izquierda”. 

viernes, 23 de diciembre de 2016

No haces más que ponerme deberes. (Audio)

No haces más que ponerme deberes. (En Hoy por Hoy León, 23 de diciembre de 2016)

Esta Navidad han crecido como setas los tiovivos por la ciudad. Los he visto en diferentes lugares, con un aire de viejo nuevo o de nuevo viejo, no sabría decir, que me llena de angustia. Déjame que te explique esto. Los tiovivos que han salido como regados por las plazas no tienen el aire gastado de las ferias, no son aquellos carruseles ajados, máquinas que dejaban ver los engranajes, que escondían a duras penas ruedas dentadas, barras, rodamientos que llevaban consigo el mágico giro de los caballitos. No tienen los kilómetros del sueño de los niños estos carruseles encendidos en llamaradas que irradian su modernidad por todas direcciones. Agreden desde lejos los amarillos, naranjas, rojos; colores calientes para el frío de León, que atrapan con su destello el capricho de los pequeños. Y desde bien lejos se escucha el sonido ensordecedor de la bocina, la llamada a comprar nuevos tickets para un mismo viaje. Pretenden mantener un aire antiguo, pero no engañan a nadie. Por todos los rincones exudan su papel de niñera; su intención de aprovechar que a las familias les cuesta sobrellevar estos días de vacaciones, quizá en ausencia de deberes; su vocación de enganchar unos euros en la pedrea del consumo.

Este aire viejo nuevo o nuevo viejo me recuerda el debate sobre los deberes. Un debate nuevo viejo o viejo nuevo, el debate sobre qué hacer con el tiempo libre de los escolares, el debate sobre el modo de organizarles el mundo de la competitividad, porque, de algún modo, las actividades que se les programan en su tiempo libre, desde el violín, hasta el inglés, la hípica o el macramé, son líneas del curriculum del futuro, salvo esos casos maravillosos, esos que no se quieren subir al tiovivo, en los que son los propios niños los que quieren aprender sin sentir ningún deber.

Diría que todas las madres se llaman Isabel, que cabe en ellas la espuma de la libertad, que saben saltar la barrera de lo necesario. Todas las madres se llaman Isabel y no necesitan tiovivos para enredarse con sus hijos en fantasías diarias que les enseñan a utilizar las herramientas de lo que está bien y lo que no, lo que hace crecer y lo que engorda, lo que libera y lo que esclaviza. No sé por qué nos ha dado por desplazar la educación a los tiovivos y enlatar las cabezas de los jóvenes con deberes sobre deberes y sobre deberes. No entiendo por qué no pueden estudiar piano unas niñas que disfrutan estudiando piano, como no entiendo por qué tienen que estudiar piano unas niñas que no tienen el menor interés en hacerlo. Danza, alemán, gimnasia rítmica, baloncesto de competición, fútbol con partidos en los que ya se aprende a insultar al árbitro. No hay Isabel que lo resista, porque toda esa presión es de la madre, que siente que ya no cuida como debe, mientras el padre trae y lleva y exige, en su hipócrita papel de proveedor, que las cosas vayan siempre por su sitio. Y hemos perpetuado esa estafa y damos vueltas como tontos mirando el tiovivo de colores.

Yo sé que no haces más que ponerme deberes y que esos deberes que me exiges me van convirtiendo en Isabel, me acercan más al sentimiento. Me hacen más madre, más cercano al corazón.  Y por eso, cuando hace falta, lloro.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Rafa, cariño, ¡apestas! (Audio)

Rafa, cariño, ¡apestas! (En Hoy por Hoy León, 16 de diciembre de 2016)

Ya sabes que hay veces que decimos que se nos funde un fusible y tomamos decisiones alocadas o desmedidas o desalmadas. Como que se nos queda hueca una parte del cerebro o del corazón, depende del registro en el que se instale la caja de los fusibles, y actuamos sin que todos los circuitos estén a pleno rendimiento. Esa frase tan popular cuando los contadores estaban en las casas y tenían una pieza de porcelana con un alambre, ha ido perdiendo su referencia, pero no significado. Todavía decimos cuando estamos muy cansados que llegamos con los “plomos fundidos”, describiendo aquel momento de palmatoria y desesperación en el que había que arreglar los fusibles para recuperar la corriente eléctrica. Y se nos “funden los plomos” cuando algo nos llega de manera tan profunda que nos desborda, cuando la intensidad de la corriente que nos recorre es excesiva. A veces pasa. A veces se nos funden los plomos.

Me gusta pensar que ese “fusible” nuestro podría traducirse en “sensible”, que ese hilo de cobre que protege las instalaciones eléctricas es un cordón de sentimientos cuando se trata de proteger nuestro corazón o una cinta de sinapsis neuronales que conducen a algún rincón especialmente recóndito, cuando lo que se protege es el cerebro. Y ocurre que, a veces, esa delicada fibra se abrasa por la intensidad de lo que sucede. Vengo pensándolo desde hace tiempo, desde que un compañero me contó cómo falleció su esposa mientras iban al hospital. Me contó que, mientras iban en el taxi, notó en su propia mano la mano de ella dejando de palpitar.

También lo he sentido este fin de semana con el fallecimiento del esposo de una compañera. Un fallecimiento repentino. Una brutalidad de la naturaleza arrebatando la vida a un hombre todavía tan joven. En el tanatorio, un profesor con nombre de profeta aseguraba que estas situaciones nos colocan, que, en contra de lo que muchos dicen, algo así no nos descoloca, sino que nos sitúa en el momento exacto en el que estamos, en el lugar único que ocupamos; El tiempo y el espacio que nos corresponden. Aquí y ahora, realidad total, sea tenebrosa o ese soñado mundo de ponis. “Lo que quiero es no hacer nada y luego descansar”, dijo alguien a quien quiero mucho y que ahora no puede moverse. “Hemos venido a sufrir y a trabajar; Estoy enfermo; Vamos a perder nuestra amistad; El amor es imposible; Estoy muerto de asco; Estoy fundido”. ¡Cuántas veces empleamos decretos semejantes sin darnos cuenta de que decir esas cosas de nosotros termina por construir nuestra propia realidad!


Y llega un día en el que se te funden los fusibles. Se te estropea el “sensible” y te conviertes no en un insensible, sino en uno de esos “sin sensibles”, gente que está ya tan requemada que no tiene ni un hilito de sensibilidad. Era lunes. Hacía una tarde espléndida de sol. La iglesia de Carbajal se había quedado pequeña para acompañar a las tres mujeres que lloraban sin cesar. El coro cantaba que, al final, es de amor de lo único que habrá examen. Y yo sentía que la intensidad del momento sobrepasaba el amperaje de mi “sensible” y notaba el olor de lo que se me requemaba por dentro. “Rafa, cariño, ¡apestas!”, me dije.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Un piscolabis a base de cecina. (Audio)

Un piscolabis a base de cecina. (En Hoy por Hoy León, 9 de diciembre de 2016)

A Pepe le pega mucho decir piscolabis. No me preguntes por qué. Como decía Homer Simpson, hay tres tipos de hombres en el mundo: los que sabemos contar y los que no. Lo mismo me pasa con esto, que la humanidad se divide en dos clases de personas: las que son capaces de preparar un piscolabis y las que organizan un lunch. Si meto a Pepe en este berenjenal es porque creo que entenderás lo que quiero decir cuando afirmo que él es una de esas personas que se apuntan al piscolabis. Y de ahí, vamos más allá.

El martes, no sé si con o sin piscolabis, se celebró en el Ayuntamiento el aniversario de la Constitución con un acto muy sencillo, pero muy interesante, algo más cercano a la filosofía del piscolabis, que a la pompa del lunch. El núcleo central de la celebración consistió en una disertación del Consejero de Educación bajo el título “La Constitución y sus enemigos”, una disertación construida sobre la base de que, tras la crisis, se ha hecho evidente una realidad, tenebrosa realidad, dijo textualmente, que obliga a ajustar cualquier política a esos parámetros de realidad, que dentro de eso se pueden hacer unas u otras cosas, pero que el margen que deja la realidad permite muy pocas alegrías y que, quienes prometan intangibles más allá de esa realidad están haciendo promesas que no van a poder cumplir. Seguro que no he resumido bien las palabras del Consejero, porque es difícil hacerlo en pocas líneas, ya que expuso muchas ideas interesantes, se compartan o no. No quiero citar a quienes identificó como enemigos de la Constitución, porque eso es lo de menos en su análisis, por evidente, por público. Lo revelador es esa renuncia ante la tenebrosa realidad, la realidad impuesta por la situación económica mundial que recoloca a Europa y sitúa al Pacífico en el centro del Mapamundi. Tenemos que aprender que ya no somos el centro del universo, que ese desplazamiento copernicano afecta no solo al planeta en relación al sol, sino a occidente en relación a la economía que se desplaza hacia oriente con todo lo que eso significa. Al frente de la lista PISA de países de la OCDE está Singapur; Finlandia pierde comba.

Ya, ya sé que si Castilla y León fuese un país estaría en el séptimo lugar del mundo. Eso quiere decir que nuestros escolares de 15 años responden de manera sobresaliente en las encuestas sobre las destrezas en matemáticas, ciencias y comprensión lectora. Un éxito. También lo señalaron el Alcalde y el propio Consejero. Lo que sucede es que ese éxito en educación no se traduce en impulso económico. No sé si porque todavía hay que esperar a que estos chicos crezcan o porque cuando crecen se van fuera, como esa cecina que viajó ayer a Londres para ofrecer a quienes gastan más de cien mil libras al año en Harrods un piscolabis de lujo.


Dijo el Consejero, cuando saludaba a los asistentes, que un amigo es una persona que te conoce bien y a pesar de ello te sigue frecuentando. Me gustó la definición. Por eso me atrevo a decir que a Pepe le gusta más decir piscolabis, porque es mi amigo y creo que lo conozco y me gusta frecuentarlo. ¡Felicidades, Pepe, disfruta del piscolabis!

viernes, 2 de diciembre de 2016

¡Anda ya, locuela! (Audio)

¡Anda ya, locuela! (En Hoy por Hoy León, 2 de diciembre de 2016)

Me encanta pegar el oído a conversaciones ajenas. Ya te habrás ido dando cuenta. Creo que tiene que ver con esa idea mía de ser escritor. Para escribir hay que leer mucho, es verdad, pero yo creo que también es necesario vivir mucho, tanto así que con la vida de uno no basta, que son necesarias otras vidas para poder explicar las historias desde diferentes perspectivas. En realidad no sonsolo las historias de cada cual, sino que hasta la propia Historia recogida en los libros se escribe viviendo vidas diferentes. Así es que, como no puedo meterme en el cuerpo de los otros, trato de escuchar lo más posible y se me da muy bien. Por mi trabajo, por mi vocación, por mi modo de ser, escucho lo que los demás me dicen. Creo que tengo facilidad para la empatía y por eso me cuentan muchas cosas, pero no me conformo solo con lo que me cuentan. También me gusta pegarme a lo que unos y otros se dicen entre sí. Y mi reflexión de hoy tiene lugar al hilo de una frase escuchada en una de esas conversaciones atrapadas sin permiso. Estaban hablando de sus cosas, una conversación banal sobre niños, colegios, quehaceres y entonces él dijo: “¡Anda ya, locuela!”

Y terminó la conversación, porque a ella se le dibujo una sonrisa y lo miró por encima de las gafas y ya no tuvieron nada más que decirse. ¡Anda ya, locuela! A veces el modo en el que sabemos tocar la fibra más sensible del otro no está en los grandes gestos, ni en los enormes sacrificios, ni en la retórica más rebuscada. Ese “locuela” deslizado en medio de una conversación del día a día descompuso el mal gesto hasta convertirlo en beso. La magia de la que hablamos siempre. La magia del corazón que modifica cualquier penuria, cualquier insatisfacción y enciende la luz de la belleza. ¡Anda ya, locuela!

Y la otra reflexión a raíz de ese “locuela” es que estamos dejando ir tantas palabras bonitas, tan expresivas, tan de nuestra memoria e incorporando tan vertiginosamente barbarismos invasores que ya no sabemos si estamos en la Plaza del Grano o en Times Square. No me malinterpretes, que no es que no crea en el proceso de globalización. Sé que es bueno que el mundo sea uno, en la medida que sea un mundo para todos y no excluya a tantos como está excluyendo este proceso de globalización primer mundialista. Sé que este inglés tan presente, tan incorporado al día a día, es innegociable, pero no sé qué palabra inglesa puede tener la fuerza expresiva de ese “locuela”, al menos para nosotros. Cuando oigo decir blackfriday, flashmobe, mannequin challenge y cosas por el estilo, comprendo que tienen la fuerza imparable de la modernidad, la novedad, la comprensión global y, desde luego, el márketing, otra palabra extranjera que se ha incorporado a nuestro diccionario porque nadie en el mundo de hoy utiliza “mercadotecnia”, si no es una asignatura.

         Aquí en León tenemos este fin de semana un encuentro informático que se llama Cybercamp con esa facilidad del inglés para la síntesis expresiva y,el que viene, un gran evento de orden internacional que se llama PurpleWeekend. No es lo mismo ir a los conciertos de un festival que se llame “fin de semana púrpura” que a uno que se llama PurpleWeekend. Fíjate que el púrpura es el color de los Cardenales y,con todo el respeto para los purpurados, no veo yo a mucho Monseñor danzando en el CHF como una locuela.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Tenebrosa objetividad en un mundo de ponis. (Audio)

Tenebrosa objetividad en un mundo de ponis. (En Hoy por Hoy León, 25 de noviembre de 2016)

        Cuando lo único que queda es el relato objetivo de los hechos, lo que hacemos es poner al descubierto de manera estentórea el fracaso indiscutible de la verdad. Si lo único que sabemos decir es lo que ha pasado, nunca sabremos qué es lo que verdaderamente ha pasado. Parece un mero juego de palabras, pero pretende ser algo más. Se trata de hacerte ver que, cuando acudimos a la mera enumeración de lo que ha pasado para explicar un suceso, es porque no estamos seguros de estar contando la verdad. Lo pensaba anteayer, al leer las primeras noticias acerca de la muerte de la senadora Rita Barberá, notas escuetas en las que se relataba sucintamente lo sucedido, noticias en las que todavía nadie se atrevía a hacer valoraciones, solo la tenebrosa objetividad. Y esa tenebrosa objetividad es la que dispara todas las teorías conspiranoicas, que se cierran a medida que la oscura objetividad se va llenando de detalles subjetivos, valoraciones, impresiones, gestos. Cuando eso que nos pasa deja de ser objetivo y se integra en la subjetividad de la noticia, entonces se hace más creíble, más luminoso, más cierto, aunque pueda estar sesgado.

         No me hagas un relato objetivo de las cosas que suceden. Píntamelo de ilusiones, de deseos, de frustraciones si quieres, pero no me lo des sin más como una lista de la compra, como un menú de un programa informático, como un índice de un manual de antropología. Lo humano es la interpretación.

         Hay veces en la vida que sabemos que hemos hecho mal las cosas, que no hemos ido por el camino correcto, porque hemos hecho daño a otras personas, porque hemos sido egoístas, porque hemos actuado de manera irresponsable. Pero es extraño tener que decidir cuál es el camino correcto o pretender hacerlo con una relación objetiva de razones. Cada vez me convenzo más de la necesidad de abordar la vida con la humildad subjetiva del que sabe que no existe una verdad que se pueda describir, ni siquiera en una noticia breve sobre la muerte de una persona, si me apuras, mucho menos en un caso como este. Sea la persona que sea, sea la circunstancia que sea.


         Me dirás que vivo en un mundo de ponis, que me instalo en el arcoíris de la infancia para no afrontar la dura, la cruda, la perversa realidad, pero es que no hay más mundo que este y yo prefiero entender que está lleno de magia, de ilusiones subjetivas que alteran, que dan color a la objetividad más tenebrosa. Por eso es tan importante el brillo del mago, el polvo de estrellas en la manga del ilusionista, la varita mágica, la chistera. Cuando mi hija era una niña, jugaba con ponis. Le gustaban aquellos ponis de colorines que todavía hoy aparecen en una serie de animación: “My Little Pony: la magia de la amistad”. Y ese es el corazón del asunto, el modo en el que se unen diferentes ponis que representan los Elementos de la Armonía con la Magia de la Amistad, para conseguir triunfar sobre el mal, que se transforma, dejando atrás la oscuridad, en la brillante Princesa Luna. Es la magia, que todo lo hace brillar, como brillará León esta Navidad con el Decimotercer Festival Internacional de Magia que ahora se nos anuncia contra la más pura y estricta objetividad.

viernes, 18 de noviembre de 2016

¡Qué viene Andy! (Audio)

¡Qué viene Andy! (En Hoy por Hoy León, 18 de noviembre de 2016)

Ya es Navidad. Lo dice el anuncio de la lotería. Y, como ya es Navidad, llegan los días más emotivos del año, esos en los que el azúcar del turrón y la manteca de los polvorones se nos pegan al riñón sin consideración alguna. Bueno, en realidad todavía no ha llegado la Navidad. Por mucho que se adelanten las fechas, por mucho que se nos anuncie, por mucho que los escaparates se enciendan en acebo y rojo, todavía no es el momento. Hay que esperar. Lo que pasa es que me han contado el anuncio de la lotería y ya casi me echo a llorar solo de oírlo. Esa fibra sensible que toca la campaña de publicidad más típica de la Navidad, junto con las burbujas Freixenet, habla de lo que siempre fuimos, lo que parece que se esconde en pliegues de triste realidad. Fuimos sueño, fuimos infancia, fuimos ternura. Y lo volvemos a ser al envejecer. Volvemos a esa niebla de la infancia y con eso saltan las lágrimas de la inocencia, aunque los años nos encierren en la soledad. Por eso te digo que hay que volverse a mirar hacia atrás. Mirar ese sueño del pasado.

Fíjate lo que me contaron este martes: hay una amiga muy querida que ha dejado de tener sueños. Antes, cuando se desvelaba en la cama, en ese momento incierto del duermevela, proyectaba futuros posibles, fantasías que le cantasen la nana de la felicidad para poder dormir. Ahora, con el paso de los años, ya no queda espacio para ensoñaciones, así es que, cuando se desvela, cierra los ojos fuerte y mira para atrás y se inventa sueños de pasados que no fueron. Y así se duerme.

Y será por eso que ha recuperado el gozo del juego. Será por eso que ha vuelto a disfrutar del tacto de la soga en la palma de la mano para mover la comba, para cantar canciones de ritmos olvidados mientras los muchachos saltan; ha vuelto a llevar el pañuelo en los ojos, a saltar entre las líneas de la rayuela, a contar “un, dos, tres, al escondite inglés”. Los juegos de cuando no había tecnología. También me contaba la última moda, el reto viral del “Ahí viene Andy”. Se trata de dejarse caer al suelo cuando alguien grita “ahí viene Andy”, como hacen los personajes de la película de Pixar cuando aparecen los humanos en la habitación de los muñecos. La vida se desvanece para mantener el secreto de la magia. Y eso lo recoge un móvil y lo pone en Twitter, para que quede constancia de que sabemos de qué va la “gansada”. Es lo que tienen las modas, que lo que mola es saber que existen para poder apuntarse. Y saber que hay otros que no saben que existen.


Pero llega la Navidad. Se acerca peligrosamente para nuestros riñones, nuestro corazón, nuestro bolsillo tal vez. Y ocurre que en esa primera fiesta antes de la Navidad es cuando muchos de nuestros adolescentes se inician en el consumo de alcohol, esa inocente idea de que por tomar un poco el día de las vacaciones no pasa nada y que termina con las estadísticas que esta semana hemos conocido que nos hablan de 22 casos de jóvenes de entre 13 y 14 años que han sido atendidos en el Hospital de León en lo que va de año por intoxicación etílica. Otra manera de caerse al suelo, solo que no es Andy el que viene.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Ahora que empieza el fin del mundo. (Audio)

Ahora que empieza el fin del mundo. (En Hoy por Hoy León, 11 de noviembre de 2016)

      Ojalá que el lunes por la noche esté el cielo despejado para ver esa luna llena que se nos anuncia: la “superluna” del lunes. Parece un juego de palabras. Yo voy a dormir con la persiana levantada, porque quiero dejarme arropar por la blancura de esa luz, porque sé que ese abrazo distante y cercano a la vez, me recorrerá la piel como en un sueño de colores. Nos vamos a encontrar con la luna llena en su perigeo, en el punto de su órbita más cercano a la tierra. No es que esté más cerca que nunca, es que va a coincidir que estará muy cerca en fase de luna llena y se verá muy grande. Por eso te digo que ojalá podamos verla, que el cielo permanezca despejado, que la tengamos un ratito colgada en la ventana y sintamos, cada uno desde nuestra nube, la caricia de su belleza.

Lo otro, lo que habla de señales apocalípticas, habrá que mantenerlo en un paréntesis. Es tan usual que nos dejemos morder por el titular de la noticia, que nos quedamos sin gozar de lo que viene dentro. Nos cuentan lo que tenemos que ver, lo que tenemos que sentir, lo que tenemos que esperar y nos desmayamos en el vuelo de los titulares pensando, por ejemplo, que esta luna de noviembre es una lúgubre señal. Y si además resulta que en Estados Unidos los votantes eligen a un Presidente que ha valorado públicamente la ignorancia por encima del conocimiento, que ha defendido la pureza de la raza frente a la riqueza de la mezcla, igual hay que pensar que, cuando a partir de enero asuma el poder, tal vez, efectivamente, se trate del comienzo del fin. Aunque lo más seguro es que no llegará la sangre al río. 

Y si así fuera, si realmente leyéramos un titular en todos los medios de comunicación del planeta al mismo tiempo en el que se afirmara el comienzo del apocalipsis, ¿qué harías? Lo suyo sería coger una caja de palomitas y sentarse a verlo. Tiene que haber mucho colorido en eso del fin del mundo. O quizá no, quizá sea una cosa sosa, un espectáculo menos vistoso que esta “superluna” de noviembre, quizá un apagarse sin más, un desconectar como quien apaga un televisor. Por cierto, ¿te sentarías en el sofá a verlo por la tele o te irías a verlo llegar desde algún lugar mágico a la orilla del Bernesga? Quizá esto del apocalipsis ya está en marcha desde siempre. No es nuevo. Me cuesta creer que el mundo vaya a terminar de golpe por mucha tercera guerra mundial que pudiera organizarse. Pienso, más bien, en una degeneración, un desgaste que incluye evidencias como el grado de contaminación que nuestro primer mundo ha impuesto a todo el resto. El fin del mundo es diario para muchas personas.


Según UNICEF, mueren en el mundo 19 mil niños al día por causas evitables. Siguiendo ese cálculo se ha acabado el mundo para 40 niños en estos tres minutos, para 13 de ellos por desnutrición. Ahora que empieza el fin del mundo vamos a intentar que las cosas sean de otro modo, viva quien viva en la Casa Blanca y vamos a disfrutar de esta luna tan hermosa, si es que el cielo nos lo permite.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Ser o no ser miembro del club de los ojos bonitos. (Audio)

Ser o no ser miembro del club de los ojos bonitos. (En Hoy por Hoy León, 4 de noviembre de 2016)

          Hace pocos días tuve la oportunidad de disfrutar del Hamlet de Miguel del Arco. Fue una casualidad, algo totalmente imprevisto. Ocurrió como ocurren la mayoría de las cosas que determinan verdaderamente nuestra realidad, por pura fuerza del azar. Por ejemplo, el hecho de que un óvulo sea fecundado en unas condiciones determinadas es un suceso tan aleatorio, que se podría decir que nuestra carga genética, lo que determina cómo vamos a ser a base de multiplicaciones y multiplicaciones celulares, está prescrito por esa infinitesimal posibilidad. Solo que esa suerte o esa desgracia, ese acontecimiento fatal, desencadena una serie de causas y efectos que quizá una mente prodigiosa, un demonio de Laplace preclaro, podría interpretar y predecir, salvando, eso sí, las minucias del ambiente, las pequeñas distorsiones de la experiencia, el balanceo de los sentimientos en la desbocada división celular. Y ese es el jardín en el que se enreda Hamlet. Esa es la verdadera cuestión, el verdadero asunto, la clave del problema. ¿Ser o no ser?

         Ser o no ser, ese es el tema. Tuve la oportunidad de ver a Israel Elejalde en primera fila. Casi te puedo decir que me estaba hablando a mí, que me miraba cuando desgranaba el maravilloso texto de Shakespeare. Y pensé en tantas cosas como había pensado a propósito del drama de Hamlet. Cuando lo leí por primera vez. Cuando lo estudié más a fondo a propósito de la duda como elemento demoledor de la realidad. Cuando me di cuenta de que dudar es buscar un cimiento sólido para la verdad en manos de un racionalista, pero es vivir la emoción de la verdad en el corazón de un Príncipe de Dinamarca. Y luchar contra un sable envenenado.

         Pero si volvemos a los genes, si volvemos a la idea de la traición al padre, porque la usurpación del trono es eso, una afrenta a la fuerza de la genética, me gustaría decirte que todo lo que se puede hallar en un gameto es la pertenencia o no al club de los ojos bonitos. Ser o no ser miembro del club de los ojos verdes. Ser o no ser capaz de mantener a raya la pura biología. ¿Y si ya estuviera escrito en nuestro ADN el modo en el que nos vamos a enamorar? ¿Y si fuese ese supuesto azaroso abordaje celular en una de las trompas de Falopio el que determina si años más tarde se encuentra uno escribiendo un artículo para la radio y leyéndolo a esta hora de la mañana para entretenerte mientras andas de tu corazón a tus asuntos? Y si todo eso fuera así, ¿acaso Hamlet no tendría toda la razón para fingir haber perdido toda la razón?


         Ser o no ser. ¡Menudo drama! Ser o no ser, ponte por caso, Ministro de Fomento. ¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas? Me imagino que no hace falta tomar las armas por mucho que uno sienta que se halla ante un mar de adversidades. Es lo malo que tiene sonar en las quinielas cuando es Rajoy el que arma el gobierno, que uno se queda mirando cómo pasa la oportunidad, si es que existió. ¿Cómo funciona esto? ¿Hay alguien que dice que Rajoy va a nombrar Ministro a un Alcalde del norte de España y empieza a sonar el nombre de Silván? ¿Cómo será que te suene el móvil y el Presidente del Gobierno te diga que quiere que seas Ministro? Ser o no ser miembro del club. Ser o no ser el que contesta al teléfono, me imagino que debe de ser esa la cuestión.

viernes, 28 de octubre de 2016

Crema de torreznos. (Audio)

Crema de torreznos. (En Hoy por Hoy León, 28 de octubre de 2016)

“¿Qué es la crema de naranja?”, le preguntó a la camarera que le acababa de recitar de corrido la lista de los postres. Ella le sonrió amablemente y le dijo: “lo mismo que la crema de limón, pero con naranja”. Al cliente no le pareció mal. Al contrario. Encajó la broma con estilo deportivo, como quien encaja un siete a uno y sale del campo tan contento, con la sensación de haber ganado, así es que eligió la crema de naranja y siguió conversando con su colega. Se veía que eran compañeros de trabajo y estaban analizando los pros y contras de una operación comercial. No estaban vestidos con el típico uniforme de guerra de los ejecutivos, sino que tenían un aspecto normal, de personas normales, como somos normales todos los que somos normales.

Ya me ves venir, ¿verdad? Es que esto de ser normal me parece un poco delicado. Sí, porque estábamos hablando el viernes pasado de una atrocidad, hablábamos de lo que nos habían contado y fíjate que yo te decía que no me parecía que fuera bueno que la víctima hiciera aquellas declaraciones. Te decía que me ponía en su piel y sentía su dolor. Y sigo pensando que la atrocidad existe, que la crema de naranja es lo mismo que la crema de limón, pero con naranja, que el hecho de que la policía haya descubierto que fue ella misma quien simuló la agresión obviamente sitúa la cuestión en otro escenario, pero sigue siendo más de lo mismo, sufrimiento innecesario, absurda violencia. No tengo ni idea de qué es lo que puede haber pasado en todo esto, no comprendo por qué alguien puede llegar a simular algo así. Imagina el grado de distanciamiento de la realidad que alguien debe tener para llegar a hacer eso. Es crema, es lo mismo, es violencia, es dolor. Es crema de autolesiones en lugar de crema de agresión, tal vez crema de odio, crema de simulación, crema de engaño. Y ese despliegue morboso de la idea del pegamento en el que caímos todos, alentados por aquella forma de airear los detalles más escabrosos de la ahora descubierta como falsa agresión, nos deja a todos con un palmo de narices. Aunque no del todo, porque todo aquello que dijimos sigue valiendo bajo el supuesto de que estuviésemos comiendo supuesta crema de naranja, porque somos gente normal y es a la gente normal a la que le pasan estas cosas.

Y te digo más. Aquellos dos colegas de trabajo que encajaron sin pestañear la guasa de la camarera, se tomaron su crema de naranja como si fuese crema de limón, saboreando cada cucharada del mismo modo en el que habrían saboreado una crema del néctar más delicioso, pero podían estar simulando, podrían estar aparentando ser gente normal y no serlo, porque detrás de cada detalle mínimo de la vida se esconde una historia entera, quizá una historia de auténtico terror. Quizá en el fondo de todo esto que comentamos del pegamento solo exista eso, inseguridad, miedo, pánico o tal vez venganza fría. ¿Quién lo puede saber en este estado de cosas?

A mí lo que me sobrecoge es pensar que eso le pasa a la gente normal, que un día la mirada se sube a los raíles del desvarío y uno se cree que sigue siendo una persona normal mientras se come una crema de limón que no es tal, una crema que pudiera ser, ponte por caso, igual que la crema de limón, pero de torreznos. Y es que las gafas de ver el mundo como gente normal son, en ocasiones, engañosas.

domingo, 23 de octubre de 2016

Pegamento. (Audio)

Pegamento. (En Hoy por Hoy León, 21 de octubre de 2016)

Hoy te traigo un número de juegos malabares con tres palabras: fundido, difundido y confundido. Ya sé que el tema debería de ser el modo de conseguir entradas para el partido del miércoles, pero para eso ya tienes una guía en la web de Radio León que te explica todos los vericuetos. Eso sí que son juegos malabares. Ya verás cómo el miércoles es una fiesta el Reino de León y todo el mundo disfruta de la noche como de una de esas grandes noches de gala en las que parece que el mismo aire que respiras va vestido de largo y lleva lentejuelas. Poco importa que seas o no del Madrid. Si puedes y te gusta el fútbol vas a ir o lo vas a intentar y vas a emocionarte con esa sensación tan especial de los días de magia.

Te sentirás confundido en la masa, fundido con los demás, difundido a todo el planeta formando parte de ese rostro sin máscara que es el público. Esa manera de estar, de dejar de ser uno para ser la masa, produce una psicología diferente del comportamiento humano. Lo hemos visto con los hooligans polacos en su versión más cafre, pero sabes a qué me refiero, porque ese sentimiento colectivo, ese fundirse, confundirse, difundirse en la masa, provoca en ocasiones un bienestar que genera adicción. Ya lo hemos hablado más veces. Las grandes concentraciones de personas alteran la percepción de la realidad. Goebbels lo sabía muy bien. A veces esa impunidad de masa se extiende después al comportamiento ordinario y nos comportamos en pequeños grupos como jamás nos comportaríamos a nivel individual. Es lo que te contaba de los polacos el martes.

Y, en muy pocas ocasiones, pero muchas más de las que deberíamos permitir, algunos se dejan cegar por lo que les van contando a su alrededor y se transforman ellos en un subproducto de la masa y entonces se convierten en salvajes capaces de las peores atrocidades. Y dan rienda suelta a su frustración, a su dolor o a su sencilla incapacidad para aceptar la realidad y cometen las peores tropelías, apoyándose en una supuesta situación de superioridad. Esa falsa percepción de la realidad no les exculpa, porque se asienta sobre la creencia de que el otro, la otra en este desgraciado asunto, es un objeto de su propiedad. Ya sé que hay grados en todo esto del maltrato, que es muy difícil saber decir en dónde empieza el maltrato, porque damos por buenas muchas maneras de relacionarnos que suponen agresiones encubiertas. No es una puñalada, pero, cuando decimos “mira qué pinta llevas, pareces yo que sé qué”, ya estamos traspasando la frontera de lo admisible. Quiero decir que es una barbaridad lo que ha pasado esta semana. No obstante, no sé si necesitábamos conocer todos los detalles. Tampoco tengo claro que fuera bueno que la víctima hiciera declaraciones. Me pongo en la piel de esa mujer tan despreciablemente vejada y agredida. Es importante la visibilidad, cierto, pero, ¡qué dolor! ¿No te parece?

Hay que difundirlo. Lo sé. Pero me siento confundido. Fundido con ella, para volver a los malabares del principio. No hay disolvente suficiente para separar el modo en que mi dolor se pega al de ella. Pero no sé si hacía falta que estuviese en el foco de todos los medios. Con lo que nos había contado su abogada era suficiente. La masa necesita un buen rodillo para estirarse y amasarse y hay que darle duro para que luego se convierta en pan, eso está claro. ¡Ojalá que el miércoles disfrutes del partido!

viernes, 14 de octubre de 2016

Gran Lujo. (Audio)

Gran Lujo. (En Hoy por Hoy León, 14 de octubre de 2016)

El hecho de que el Parador de San Marcos ya no ostente la categoría de Gran Lujo me lleva, ya te lo puedes imaginar, a pararme a pensar en qué es eso que pueda llamarse lujo y, una vez descubierto en qué consiste, intentar saber cómo se alcanza a lo grande, más que nada para poder saber qué es lo que se ha perdido, porque otra cosa es decidir si eso del lujo es algo importante, algo que merezca la pena perseguir.

En principio veo que “lujo” es algo que puede uno permitirse o no, es decir, que no está al alcance de cualquiera y que para aquellos que lo tienen a su alcance es optativo, en el sentido de que tiene un punto de “me da o no me da” por la cosa del lujo. Cuentan de Amancio Ortega que hubo una época en la que se le podía ver en la playa de Silgar como un bañista más, que le gustaba estar allí sin más lujo que el de estar en una playa de la Ría de Pontevedra, aprovechando esa idea falsa de que en bañador todos somos iguales. Ignoro si la anécdota es verídica y me imagino que en el modo en el que debe vivir ese hombre actualmente le será bastante incómodo ponerse en bañador al lado de todo el mundo. Quizá sea ahora un lujo para él pasar desapercibido entre la gente y poder tomar el sol en la playa tumbado en la toalla como un paisano más. ¿Acaso no es un lujo tomarse un vermú en el Húmedo sin que nadie te señale? Quiero decir que son cosas de las que algunos ya no pueden disfrutar. Imagínate a Brad Pitt en la barra de un bar tomándose una morcilla con un permanente, “que no hombre, que no soy yo, que es que me parezco mucho a mí mismo”.

Un gran lujo es poder hablarte y que me entiendas. A veces dejamos de lado lujos asiáticos que no puede ofrecernos ningún Parador. ¿Con qué puede pagarse el lujo de que alguien te diga que siempre que quieras te ofrece un oído que te escucha? Asociamos el lujo con lo inalcanzable, con lo que es caro. Ropas, muebles, casas, coches, viajes de lujo. Y empleamos en sentido figurado la expresión “estar de lujo”, “tener un amigo de lujo”. No sé si te acuerdas de aquellas artistas americanas que se nos colaban en el salón de casa para anunciarnos un jabón que era la materialización del lujo. Lux, se llamaba, el jabón de las estrellas. Todavía Lux se anuncia de ese modo. Hace anuncios con las estrellas de Bollywood y acaba de lanzar en Japón la campaña de un champú con Scarlett Johansson y Hatsune Miku, abundando en esa idea deleznable de la mujer como objeto. Mujer de lujo, jabón de lujo.

Lo que sucede es que una pastilla de jabón puede ser efectivamente un lujo. Cuando veo las imágenes desoladoras de los destrozos del huracán en Haití, pienso que es un lujo vivir en Florida aunque ese mismo huracán haya arrasado tu casa, porque no son las mismas condiciones. Y pienso que es un lujo vivir en León cuando me doy cuenta de lo que significa perder tu casa en un huracán, por mucho que sea un lujo el sol de la Florida en estas tardes plomizas de otoño. El lujo es una cuestión de medida y de necesidad. Para ti puede ser un lujo lo que para mí es algo cotidiano y al revés. Pensamos que el lujo tiene que ver con lo superfluo, con lo que no es necesario y eso que yo sé que es un lujo tan grande hablar contigo y que me escuches, que empiezo a ver en ello la plenitud y la abundancia que se promete bajo su definición.

viernes, 7 de octubre de 2016

¡Ay, madre! (Audio)

¡Ay, madre! (En Hoy por Hoy León, 7 de octubre de 2016)

Tengo entendido que hay un Spiderman negro que lucha contra el Spiderman bueno, que creo que es de color rojo y azul para no molestar a nadie. ¿Te imaginas a Spiderman revisando las placas para saber de verdad cómo se llaman las calles? Lo escuchaba en la radio y me parecía divertida la situación, porque era como que o bien los alcaldes no sabían el nombre de las calles de su pueblo o el abogado que ha interpuesto la demanda por los nombres franquistas lo hubiera hecho con un callejero trasnochado. La realidad, una vez más, no es la misma dependiendo de quien la mire. Spiderman negro frente a Spiderman en color. Y siempre me sale la misma pregunta, ¿de qué lado estoy yo? ¿Puedo estar seguro de que Black Spider, o como se llame, no tiene nada que ver conmigo? Uno nunca sabe por dónde se cuela la oscuridad. Creemos que estamos a salvo, que el poder de la verdad alumbra todo lo que vemos, pero no es así. La verdad se manipula, se masajea, se adereza, se envuelve, se distorsiona, se cree. Si hubiese una verdad ajena al mundo, sería una verdad que se sabría y estaría al alcance de la razón, no en el fango de los sentimientos. Claro que también dicen que la verdad es sentimiento y no razón, que la razón es un invento de la moral contra la vida. La conveniencia de la moral frente al impulso irrefrenable de la vida. Es difícil saber si uno se apunta al negro o al color.

Pero en el tema de las calles no hay discusión. Los nombres de los lugares evolucionan y, aunque al fijar por escrito los nombres de los sitios se frena esa deriva de la lengua, sí que entendemos que hay que cambiar el nombre a esas calles que ya no representan el sentir de la gente. La razón y el sentimiento se dan la mano y obligan a cambiar los letreros. Yo he vivido mi infancia en la calle del arroyuelo, que no se llama así. No la busques en el callejero, que es de un pueblo de La Mancha, pero me gusta ese nombre más que el que tiene, porque hace referencia al agua y la mayoría de los topónimos, como defiende el Padre Martino, que es una autoridad en esto, tienen su origen en alguna voz antigua de la palabra “agua”. Porque el agua es la vida. Por cierto que puede que alguien que ha dedicado tanto esfuerzo a estudiar de dónde vienen los nombres de los sitios deba tener un sitio para su nombre.

El día de San Froilán subía río arriba desde el Tanatorio de Eras. Venía pensando en Pepe Muñiz. Pensaba que hay un momento en el que comprendemos que la vida la tenemos que vivir siempre solos, que las personas que nos acompañan no están en nuestra vida, sino en la suya y que, sencillamente, llega un momento en el que la terminan, como nosotros vamos a terminar la nuestra. Lo malo es que las vidas se entrecruzan y cuando se va alguien que ocupa tanto en la tuya, queda un vacío que no lo llena nada. Venía pensando en eso, pensando en las mujeres del siglo pasado, las mujeres que han abierto el mundo, y me encontré en la calle de Clara Campoamor. Me quedé absorto en el busto que hay en el jardín y la mañana era calmada y bella. La luz de la verdad iluminaba las hojas que en nada estarán en el suelo y la memoria de la lucha de las mujeres por el derecho al voto se hizo visible en la placa con el nombre de la calle. Pensé en la madre de Pepe, en el valor de tantas como ella de haber vivido un siglo nuevo, un siglo que abre el camino que tenemos que aprender a andar. Pensé que es importante elegir bien los nombres de las calles y eso que a mí me haría gracia vivir en la calle Hulk, por evitar a Spiderman, supongo.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Invertir en pérdidas. (Audio)

Invertir en pérdidas. (En Hoy por Hoy León, 30 de septiembre de 2016)

En la calculada vida del político profesional no tiene sitio la extravagante idea de invertir en pérdidas. Todo lo que se hace, se hace para ganar. La clave se encaja en la cerradura del “qué” es eso en lo que consiste ganar y el “quien o quienes” son aquellos que deben ganar. El espectáculo de los vaivenes dentro del PSOE, pongamos por caso ese ir y venir que dice José Antonio Díez respecto al Secretario Provincial de su partido, nos habla precisamente de esto, del modo en el que todo el mundo en política invierte en la victoria final. En la política, si se pierden dos piedras en un envite a pares, es con la idea de ganar el órdago a juego. Por eso se están cruzando tantas declaraciones en el PSOE, en Ferraz, en la calle, en los medios y en las redes sociales, aquí en León y en todas partes, porque la partida que se está jugando se juega con la intención exclusiva de ganar y ganar significa mantener una posición de poder.

Está bien. Vamos a pensar sobre eso. Vamos a decir que mantener una posición de poder es ganar. Pero, ¿ganar qué? Para mí, nada que tenga valor. Me contaba mi amigo Vlado que, ya en los años setenta, su padre, que era un serbio viviendo en Croacia, supo ver que tenían que volver a Belgrado. Luego la guerra no empezó hasta el noventa y uno, pero la pelea, el vaivén de los políticos por ganar a toda costa, había empezado mucho antes que el final de Tito. Tierra de nadie. ¿Quién ganó aquella guerra? ¿Quién gana cualquier guerra? Siempre vamos buscando el modo de rentabilizar al máximo nuestra inversión y yo creo que eso es un error, que debemos intentar esforzarnos en invertir en pérdidas, sacar lo mejor de nosotros aunque no nos conduzca a ningún beneficio, es más, creo que debemos de ser implacables en eso e invertir nuestro modo de ver las cosas, darle la vuelta, comprender que ganar no es importante. ¿Qué modelo de sociedad queremos, el modelo competitivo o el modelo colaborativo? Colaborar casi nunca significa ganar. En cambio nos suena moralmente mejor que competir. ¿Por qué, si lo que queremos es ganar, nos asusta moralmente lo que significa competir frente a la idealización de la acción colaborativa? Porque casi nunca podemos estar seguros de que vamos a ganar. Y eso es muy triste. Tan triste como que, en realidad, muy pocos son capaces de invertir realmente en pérdidas.

Ayer sentí qué es perderlo todo. Hubo un momento en el que pensé seriamente que eso me podría haber pasado a mí, que podría haberme visto absolutamente vencido por todas las circunstancias, quemado, derretido, desaparecido. Pero me metí las manos en los bolsillos y me puse a hablar por teléfono y descubrí lo afortunado que soy, lo rodeado que estoy de buenos amigos y me dije que esa buena sensación debía de ser porque ayer era el día del corazón. Cuidar el corazón es usarlo. Piensa en el modo en el que estás usando tu corazón, piensa si sale de él invertir en pérdidas, piensa si el esfuerzo al que lo sometes para cada latido soportaría una pérdida total sin desfallecimiento.


Yo quiero un corazón que funcione en todos los latidos de la vida, quiero un corazón que bombee, un corazón que sepa que no todo consiste en ganar y conseguir lo que yo quiero. Quizá todo este maremágnum de opiniones y posicionamientos sea el modo en el que los corazones socialistas se preparan para el latido final.

sábado, 24 de septiembre de 2016

El agujero. (Audio)

El agujero. (En Hoy por Hoy León, 23 de septiembre de 2016)


Ayer, en la puerta de entrada del Instituto de Eras de Renueva, había un tiovivo. Los colores de la carpa decoraban la noche, esa primera noche de otoño, y el resto de caravanas, no sé si la taquilla u otras atracciones, dormían recogidas junto a la acera. Es una imagen que siempre me produce melancolía, la imagen de la feria recogida, una imagen apropiada para señalar el comienzo del otoño.

De pequeño soñaba con la libertad de los feriantes. Envidiaba el hecho de no vivir en un solo lugar y reconozco que había una mujer rubia en una caseta de tiro que me parecía el arquetipo de la sensualidad. El verano es eso. La infancia viene y va. Nunca desaparece por entero. Ayer también en el hall del Auditorio, me encontré con la infancia al salir de la platea. Estuve charlando dos minutos con un amigo de mi hijo, ese amigo de toda la infancia con el que se aprende que las familias no son todas como la de uno mismo, pero que son todas la misma, porque en todas las casas hay mesa camilla, en todas las casas duermen los recuerdos de los veranos, en todas las casas el frío del invierno se acuesta en la chimenea a ver llegar la primavera, en todas las casas se oye alguna vez el sonido de la cucharilla rebañando el plástico del yogur, hasta que suenan las voces que llaman desde fuera y hay que salir a la calle y escapar de las faldas, soltar la cucharilla, dejar atrás la chimenea. Los chicos se hacen mayores y vuelan y te los encuentras al salir del teatro y de repente te dicen que se han convertido en un hombre o en una mujer y que se van, que se van al Reino Unido, a Brasil, a Italia, que se van a la otra esquina a empezar una vida cuyos tickets se venden en la roulote que hay aparcada en la acera de al lado del Instituto. Y es así como uno siente que está tan cerca el agujero, porque todo se cae, porque el tiempo resbala hacia ese momento de soledad en el que tu propia infancia te impone la obligación de ser feliz.

Ayer este amigo de mi hijo salía feliz del teatro, como todos. Habíamos podido elegir el agujero, porque estaba enfrente, pero nos fuimos al otro lado, a que nos pusieran un supositorio de inteligencia. Nos contagió el virus cervantino de la libertad, de la capacidad de pensar por uno mismo, de imaginar el río Guadalquivir en el escenario del Auditorio. Nos sobrepasó el eco de Cervantes contagiando cada neurona, cada célula, para comprender que la manera de salir del agujero no es otra que resbalar hacia la risa, la risa de la infancia estallando a carcajadas, la risa cómplice, la risa comprometida con la verdad y con el sueño, la risa franca de quienes entienden que es posible salir de las cadenas de la televisión, el encierro de la rutina, la prisión de la incultura. Y allí estaba Corrales, para recordármelo todo, para centrarme en mi realidad de hoy, diciéndome que se iba al Reino Unido y que le había encantado Ron La Lá.

No necesitamos agujeros, no necesitamos paraísos en las Bahamas, no nos hace falta nada de eso. El viejo sueño de vivir una vida auténtica está escrito desde hace años en los colores de los caballitos del tiovivo, por eso lucía elegante en la entrada del Instituto cuando todo lo demás estaba recogido, porque ese giro de belleza hacia la infancia nos conduce a la felicidad y es nuestro deber saber reconocerlo en todo.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Bajarse del tren. (Audio)

Bajarse del tren. (En Hoy por Hoy León, 16 de septiembre de 2016)

Como cada vez creo menos en la casualidad, me he pregunto si tendrá algún significado extra el hecho de que, esta semana, dos de las noticias de mayor repercusión en los medios hayan tenido como protagonistas a dos conductores leoneses. ¿No te parece curioso que fuera un leonés el que se bajó del tren en Osorno y que también lo fuera el que conducía, permíteme la licencia, el camión de Rosa Valdeón?

Sobre el segundo, solo quiero decirte que me encanta el modo en el que explica que tampoco fue para tanto. Me encanta la claridad con la que se expresa. Me doy cuenta de que muchas veces me enredo en mis pensamientos y me pierdo en palabras que me cuesta digerir, en construcciones falsamente engoladas que me hacen vomitar cuando las descubro, como esta misma que estoy elaborando ahora y que avanza por el papel sin decir nada de nada. En cambio, la contundencia del conductor del camión es solemne. No es para tanto y, si es verdad que Valdeón tiene que dimitir por esto, otros muchos deberían dimitir por cosas mucho peores. Al pan, pan y al vino, vino.

Y del primero, en cambio, habría que decir muchas cosas. Solo conozco del hecho lo poco que he podido leer ayer en el periódico, es decir, que un maquinista leonés decidió no seguir conduciendo el Alvia porque había llegado al límite de horas de conducción continuada y que dejó en la estación de Osorno a un centenar de pasajeros que tuvieron que esperar un buen rato para que les llevasen a sus destinos. Me importa poco si el error es de Renfe o del maquinista. Solo te quería hacer reflexionar un momento sobre el carácter poliédrico de las consecuencias de nuestras decisiones. Me imagino al maquinista valorando su decisión kilómetros antes de llegar a Osorno, cuando ya se da cuenta de que no debe seguir al frente del tren. Tiene sobre sí un gran peso, una responsabilidad con dos caras, la de llevar sanos y salvos a los pasajeros a su destino y la de llevarlos a tiempo. ¡Cuántas veces nos encontramos en situaciones semejantes! ¿Cuántas veces te has dado cuenta de que hacer lo que debes conlleva un riesgo tan grande que pones en peligro precisamente ese mismo hacer lo que debes? La vida entera es un círculo vicioso en el que debes vivir para poder dejar de hacerlo. Así es que, si en un momento dado hay que bajarse del tren, yo creo que es mejor hacerlo, hayas avisado o no, causes un perjuicio a la compañía y a los pasajeros o no.


Cuando viajaba a Ponferrada con mi amigo Fernando todos los días en un tren que salía muy temprano de León, nos pasábamos el viaje charlando en el vaivén de las vías y repasábamos el mundo, pero en algunos momentos en los que el tren se paraba, se quedaba quieto en mitad de la nada y se callaban todos los sonidos con un estridente chirrido de frenos, nosotros nos mimetizábamos con el ambiente y nos callábamos también, no fuera a ser que hubiera ocurrido algo malo y en mitad de nuestras chácharas no pudiéramos enterarnos. El tren era como zambullirse fuera del tiempo, como bucear en un paréntesis de la vida. Por cierto, que bucear, lo que se dice bucear, como dice mi amigo el buzo, es sumergirse en el silencio, ese silencio que nos unía al frío de Brañuelas cuando conspirábamos contra el mal.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Antropoceno. (Audio)

Antropoceno. (En Hoy por Hoy León, 9 de septiembre de 2016)

Yo no lo sabía. Me impresiona saber la cantidad de cosas que no sé y te digo que no es aquella sabia actitud socrática de abordar el saber desde la ignorancia, es que sencillamente, si comparamos las pocas cosas que sé con el ingente río de cosas que desconozco, soy un absoluto ignorante. Resulta que desde 1950 la tierra ha entrado en una nueva etapa geológica. Se ha terminado el Holoceno y dicen los científicos que forman parte de la Subcomisión de Estratografía del Cuaternario, que a su vez forma parte de la Comisión Internacional de Estratografía, que desde ese momento en el que se pueden registrar en los sedimentos geológicos isótopos de Uranio, hemos entrado en el Antropoceno.

Para empezar yo me había quedado en lo del Cuaternario, reconozco mi ignorancia y me siento enrojecer al admitir que ni Holoceno, ni Antropoceno, que me suena eso del Pleistoceno porque… ¡Yo qué sé por qué! Creo que porque los primeros restos fósiles humanos proceden de ese periodo geológico, pero me pierdo si me preguntas mucho más. Sé que venimos del Pleistoceno y parece que vamos al Antropoceno y que este último periodo se va a caracterizar porque en él va a quedar indeleble la huella del ser humano, una huella que ya está desde el propio inicio de la Era Cuaternaria, pero que ahora se deja sentir como un cambio de ciclo en el comportamiento del planeta entero, provocado por los humanos y sus plásticos, sus emisiones de gases, los desechos de sus industrias, la alteración de ecosistemas, la desaparición masiva de biodiversidad, la acidificación de los mares. Y cito en esto a Javier Salas, que publicó en El País un interesante artículo sobre el tema, apoyándose en las afirmaciones del geólogo español Alejandro Cearreta. ¿Qué por qué te estoy soltando este rollo? No lo sé. Creo que porque, para empezar la temporada, no encuentro un tema más interesante que tú. Me parece que solo hablar de ti puede aligerar este ajetreo monumental que desarbola al mundo, porque tú eres el mundo, tú que me estás escuchando después de dos meses, o tú que vienes por primera vez a este rincón de la mañana, o tú que has buscado en el podcast de Radio León mi artículo porque te gusta escucharlo los sábados mientras desayunas. Tú eres el mundo. Y el Antropoceno te ha cambiado. Te ha convertido en algo que ya no es enteramente natural.

Pero esa es una discusión que adoro. ¿Por qué el nido de una cigüeña es algo natural y no lo es un edificio de diez pisos en Guzmán? ¿Acaso no se trata en ambos casos de productos de la acción de un ser natural? Si todo lo que es artificial procede en algún sentido, o en algún modo, de algo natural como es el ser humano, la acción del ser humano, ¿por qué distinguimos lo artificial de lo natural? Porque somos el veneno del mundo. Yo que soy el mundo, como tú, soy su muerte, su aniquilación.


Te veo feliz al otro lado de la radio, feliz en funciones, es verdad, como todo cuanto hay en la realidad social de esta España que espera. Quizá se te haya pegado el aire de optimismo que nos dejó la roja el lunes. Esa alegría inmensa que quedará en León en algún estrato de este Antropoceno terminal. Fue un éxito rotundo, una sensación de fiesta hasta para los que no saben lo que es el fútbol. Y el aplauso a Piqué, una hazaña propia del Pleistoceno, un acto de justicia natural y geológica.

viernes, 1 de julio de 2016

Cutrefacción. (Audio)

Cutrefacción. (En Hoy por Hoy León, 1 de julio de 2016)


La cuestión que más comentamos, al margen de las propias del proyecto en el que participamos, es la del Brexit. El asunto es interesante porque se trata de un grupo de trabajo sobre aprendizaje sostenible en el marco de un proyecto financiado con fondos de la Unión Europea. Se entiende que, si el proyecto ya está en marcha, no debe haber ningún problema aunque uno de los socios que participan sea un colegio del Reino Unido. Lo que pasa es que queda un sinsabor, una especie de regusto amargo, sobre todo entre los colegas ingleses, que están muy enfadados por la decisión de la mayoría. A veces las mayorías se dejan llevar por un impulso y convierten una moda tonta en un hecho de consecuencias irreparables.

 

No voy a simplificar con la expresión “una moda tonta” todo lo que ha llevado a la mayoría a tomar decisiones como la de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Sé que el asunto es muy complejo, porque en esa votación se mezclan circunstancias de todo tipo, desde la pretensión de castigar al Primer Ministro hasta los peores sentimientos xenófobos. Te estoy hablando de esto porque nos hemos reunido profesores de diferentes países para desarrollar un proyecto en el que ya venimos trabajando todo este curso: la puesta en práctica de acciones conjuntas que conduzcan a nuestro alumnado a concienciarse de la necesidad de un desarrollo sostenible. Son instituciones de ocho países de la Unión y, entre ellas, está el IES Antonio García Bellido. La reunión es en Creta. A lo largo de la vida del proyecto tendrán lugar acciones en cada uno de esos ocho países. Ya hubo una reunión en París, un encuentro tecnológico en Lituania y un campamento lingüístico en Italia. Por cierto que muchos profesores me preguntan por Héctor, un alumno nuestro de cuarto de ESO, que participó en ese campamento. Y es curioso que lo hagan señalando su capacidad de liderazgo y su disposición a hacer funcionar las actividades. Digo que es curioso, porque Héctor es un chico inmigrante que ha llegado a obtener el título de Secundaria superando muchísimas dificultades. No te voy a contar ahora cuáles son, pero nos encontramos ante el ejemplo de una persona muy valiosa que, con las políticas de algunos que se esconden en esa mayoría que ha apoyado el Brexit, no habría tenido ninguna opción de estar dónde está.

 
         Pero te quería hablar de otra cosa, porque lo veo todo desde la isla de Creta y observo que, a mi alrededor, hay un sinfín de realidades que no es que se estén pudriendo, es que inevitablemente van a peor. Me ha dado por pensar en ello como un proceso de cutrefacción. Hablo de todo eso que anda desperdigado por ahí sin que nadie tenga recursos para recogerlo o recuperarlo o terminarlo: coches, edificios, casas, cajas de fruta, cajas de cartón, no sé decirte bien. Es una sensación. Me da la impresión de que hay medio mundo que no es que se esté pudriendo, sino que se está volviendo cutre. Y esa idea de cutrefacción afecta a cosas y a personas. Y sobre todo a procesos, procesos que no es que se emponzoñen, es que, sencillamente, se cutrifican, con lo sencillo que sería tirar del hilo de Ariadna para salir del laberinto. Pero nos empeñamos en dar vueltas buscando la salida y todo se vuelve cutre a nuestro alrededor, porque no encontramos el modo de salir a la luz y respirar aire puro. A mí me pasa, pero claro que también podría ocurrirme como a Epiménides, que soy cretense y los cretenses nunca decimos la verdad.

viernes, 17 de junio de 2016

Reparando el cielo. (Audio)

Reparando el cielo. (En Hoy por Hoy León, 17 de junio de 2016)

Se me hace muy duro, visto así, eso de quemar dieciocho mil euros en menos de media hora. Se me hace muy duro, porque sé lo que te gustan los fuegos artificiales y contarte que eso es lo que va a costar la tirada del día veintitrés es, de algún modo, hacerte sentir culpable, porque sabes todas las cosas necesarias que se pueden hacer con ese dinero y encender el cielo de colores quizá no te parezca del todo necesario y menos hoy, hoy que sientes que están rotas todas las promesas. Pero hace falta llenar de luces las miradas. No sé si es gastar demasiado o demasiado poco, pero sí sé que hace falta cubrir de brillo el horizonte en estos días tan ciegos.

Sé que detrás está lo oscuro, que ese cielo que se incendia es solo un momento de vanidad, una ilusión efímera que salta a tus ojos para anunciar la fiesta. Luego no hay nada. Tras el apagón del último estallido, vuelve la oscuridad. Pero qué bonito es ver el cielo arañado de colores. Cuando era niño aprendí a ver los fuegos artificiales desde la distancia y me sorprendió después el ruido. Me enciende el temblor de la traca y me apena su anuncio de final. Dieciocho mil euros que se queman en un momento, una nadería al lado del caché de Bertín, otra traca. Y hay veces, situaciones de la vida, en las que uno siente que alguien muy cercano está encendiendo una traca final, una especie de arrebato ruidoso de insultos y descalificaciones, el descorche de todas las iras contenidas durante años y es un momento de pólvora, un fulgor de luces que lo llenan todo, hasta que después del último estallido la noche se apodera otra vez del silencio y es como el martes, que solo había en el cielo de León el rastro de la estación espacial. Así es que esa estrella que veías, pensando que era algo mágico, era solo un montón de chatarra del futuro. El Rey Arturo nos avisó del fenómeno y no supimos levantarnos de la mesa redonda para asomarnos, pero el cielo estaba roto y tuvimos que salir a repararlo. Estuvimos reparando el cielo para que no se cayeran las estrellas que albergan los sueños.

Te digo que no sé si el concierto de Bertín Osborne dará tanto juego. Me dan ganas de salir corriendo y, desnudo en un lago de plata, levantarme como si de verdad fuera Lancelot y buscar a Ginebra entre las sombras y leerle lo que escribo, mientras lo escribo, para que sonría y suspire y se ría y no pueda dormir ya nunca más y me pregunte en la distancia por qué hago estas cosas, por qué no me siento culpable mientras se derrochan dieciocho mil euros en un disparo de luz y de ruido. Y me imagino que el fuego que arde en el sueño del amor es el fuego de la Noche de San Juan, el fuego auténtico, el fuego de la hoguera, esa hoguera que se enciende para que la salten los que saben de la fiesta, los que juegan a la fiesta, los que construyen la fiesta sin ser meros espectadores.


No sé si te das cuenta de que estamos viviendo un mundo en el que solo admiramos lo que pasa, como ese espectador que se asoma a su propia vida sin vivirla. Por eso vamos a ir al concierto de Bertín, por eso nos gustará ver los fuegos artificiales junto al río, porque no tendremos nada que hacer, salvo mirar. Lo otro, bañarse a la luz de la luna en un río escondido o prender la leña de la hoguera que después saltarán, queda reservado a los caballeros de la mesa redonda y a sus damas.

viernes, 10 de junio de 2016

Elástico, como la cinturilla de una falda. (Audio)

Elástico, como la cinturilla de una falda. (En Hoy por Hoy León, 10 de junio de 2016)

La plaga del gusano gris devora el maíz al atardecer y los agricultores hacen sonar las alarmas porque los tratamientos fitosanitarios que están llevando a cabo no están siendo eficaces. El campo siempre está en problemas. Miramos la negrura de la mina a la vez que vemos la inseguridad de la agricultura y si escuchamos en el recuerdo de las noticias, enseguida vemos cómo el sector primario se encuentra siempre en primera línea de alerta. Me parece que no está bien incluir la minería en el sector primario, pero a mí me gusta verlo así, porque creo que los minerales son algo que nos da la tierra, algo que recogemos de ella como quien recoge la miel de las abejas o la madera de los chopos. Y sobre esas cosas que nos da la tierra venimos oyendo voces de alarma desde siempre, porque cada vez estiramos más de ellas.

Así es que el gusano gris devora las plantas de maíz a la altura del grano de germinación y de esa manera impide el brote. La frase es tan enigmática como clarificadora, quiero decir que, sin saber bien qué es exactamente lo que hace el gusano, se comprende que es algo devastador, y la advertencia de que devora una finca entera en una noche es sobrecogedora. Cierto que en la noticia que he leído se habla de “una finca” sin clarificar el estándar, porque ya me imagino que esa finca no es devorada por un solo gusano y que sus dimensiones no son unas dimensiones concretas. Me da por imaginarme un gusano glotón devorando todo el maíz que hay entre Villadangos y Hospital de Órbigo en una sola noche y me echo a temblar. ¡Menudo gusanón! Pero no es mi intención entrar en polémica sobre esta cuestión, que ya sé que decir que el gusano devora una finca en una noche es solo una manera de hablar, una forma de explicar lo importante del problema. Pero déjame que estire el asunto por ese lado, déjame tirar de ahí. Déjame hablarte del gusano, déjame explicarte cómo se siente, cómo vive esa vida gris de gusano gris escapando del tratamiento fitosanitario.


Ocurre que uno puede sentirse gris como un gusano gris, devorador insaciable del grano, y pensar que su vida no es otra cosa que eso, arrastrar la barriga por los campos de maíz sin más horizonte que ese mundo pequeño y sin colores. Nos ocurre con frecuencia que los otros nos colocan, o nosotros mismos nos colocamos -¡qué sé yo!-,  en ese estante del fracaso y nos sentimos grises como un gusano, pequeños, desafortunados. Es porque, en muchas ocasiones, estamos viviendo una vida impropia y lo hacemos porque nuestra realidad es como el elástico de un pantalón de deporte o la cinturilla de una falda, que se pueden estirar para que quepa cualquier barriga, aunque sabemos que la falda, o el pantalón, solo le quedan bien al que viste la ropa de su talla. La realidad nos permite creernos que vivimos como nosotros queramos creer que vivimos, esa es su gran virtud, la elasticidad. Es terca, porque la realidad siempre termina imponiéndose, siempre termina volviendo a su verdadera dimensión, pero puede estirarse cuanto haga falta para hacernos creer que vivimos lo que nosotros queremos. Pero, escúchame bien, es muy importante saber vestirse un pantalón o una falda de la talla en la que uno está cómodo, para que estirar de la cinturilla sea solo una pequeña aventura, un acto infantil, una travesura y no un eterno suplicio, para no verse en la obligación de gusano gris de tener que devorar en una noche una finca entera.

sábado, 4 de junio de 2016

Más nostalgia que tristeza. (Audio)

Más nostalgia que tristeza. (En Hoy por Hoy León, 3 de junio de 2016)

La noticia es que “la roja” vuelve a León. Así dicho, descoloca a cualquiera. En cuánto ves las fotos te das cuenta de que esa roja que viene es la selección española y que eso que tanto importa es el fútbol. Claro que es estupendo para la ciudad que venga la selección. Saldremos por la tele y es que, como se decía en León Deportivo esta semana, estamos de moda. “Será por el AVE”, dijo alguien. Será por eso o porque hay instituciones deportivas y políticas que están favoreciendo que esto suceda. Y eso es bueno. Ya hace tiempo que sabemos que el pulso de la ciudad late con el turismo. Por eso es importante estar de moda, y por eso es una noticia, casi tan buena como la de que la roja viene al Reino de León, la de que se va a poner en marcha la reforma del Museo de San Isidoro, aunque no tenga tanta repercusión mediática. Tengo que confesarte que de todos los lugares hermosos que hay en León, para mí no hay ninguno tan especial como el Panteón de los Reyes. Siento que en esa pequeña cripta, envuelto en esas maravillosas pinturas, late el corazón de la historia del Reino. Y, cada vez que bajo allí, percibo sus latidos.

Esas pinturas son como el pericardio del corazón del león y esa imagen de la sangre bombeada desde la cripta me devuelve a la idea de la roja y recuerdo aquel once de junio del año pasado en que todavía no habían ocurrido tantas cosas y me parece que este año que ha transcurrido es una brecha en el tiempo tan sangrante que va a ser imposible de restañar. Y eso que, cuando me paro a pensarlo, entiendo enseguida que todos los años pasan muchas cosas, que todos los años hay atentados, escándalos políticos, terremotos, migraciones, desastres de toda clase. Todos los años, en lo personal, mudamos la piel sin darnos cuenta y nos convertimos en lagartos extraños a nosotros mismos. Lo que pasa es que hay mucha gente que anda estos días con tensión en el pericardio. Me lo describía un amigo: “tengo arritmias, angustia, presión en el pecho, yo creo que tengo tensión en el pericardio”, me dijo. Y sí, andamos con el pericardio a cien. Así es que hay que tomar distancia de las cosas y olvidarse del color rojo de la sangre y buscar el rojo en otras cosas. Mira por ejemplo el rojo de las amapolas que han crecido en el andén de la estación. De la antigua estación, ya sabes, la de la calle Astorga, que sigue luciendo su belleza esperando a ver qué hacemos con ella y que aprovechando que llega la primavera se decora de amapolas. Mi cuerpo es una locura de amapolas, dice, y se sobreentiende que está ahí para que la disfrutes. El  rojo de la sangre, con la muerte, se transforma en rojo de amapolas, en azul de malvas, en amarillo de retamas, en vida que se extiende desde el suelo.


Te lo cuento porque hace unos días se murió Carlos Romero uno de los hombres que más se preocupó por otro de los grandes tesoros de León, su riqueza natural y paisajística, un doctor en flores, como lo bautizó Trapiello y, hablando con su hijo, me quedé con una frase que vengo repitiendo. “Tengo más nostalgia que tristeza”. ¡Qué cosas! Eso es justo lo que me pasa, que tengo más nostalgia que tristeza. No por la muerte del padre de mi amigo, que esa nostalgia le corresponde a él, sino por ese pericardio sano y fuerte que tuvimos algún día. A ver si cuando venga la roja a León nos inventamos otra moda, que esa de silbarle a Piqué ya está pasada y, aunque sea septiembre, podremos conservar en el alma esa locura de amapolas.

sábado, 28 de mayo de 2016

Regaliz. (Audio)

Regaliz. (En Hoy por Hoy León, 27 de mayo de 2016)

         El hecho es que, con la fábrica, se queman tantas cosas que me pierdo en su enumeración. La cuestión de los bomberos me resulta tangencial en el momento en el que se sitúa en el centro de la imagen el humo que se lleva envuelto el día a día de personas que se encontraron una vida nueva en el rescoldo de las llamas; una vida nueva que no querían, una vida abrasada en la grasa derretida por el fuego.

¿Por qué se quema una fábrica? ¿Qué se quema, cuando se quema una fábrica que está a punto de dar el salto a un nuevo mercado, un mercado tan extenso como el chino, tan dispuesto a consumir, tan atractivo? ¿Cuál es la chispa que enciende el desastre? Recuerdo, de pequeño, el incendio de una fábrica de tejidos en mi pueblo, una fábrica que después resurgió de sus cenizas y se hizo mucho más grande de lo que era antes de incendiarse. Recuerdo el pavor que me produjeron las llamas y tuve esa sensación de “no-somos-nadie” que acompaña las grandes catástrofes. También, como aquí, ocurrió que muchas de las personas que trabajaban para la empresa no estaban directamente empleadas en ella y creo que tuvieron que asumir el tiempo que estuvieron sin trabajar sin percibir ningún tipo de ayuda. Eran otros tiempos, desde luego, tiempos en los que a la administración no se le exigía del modo en el que se le exige ahora, aunque quizá, y ojalá me equivoque, el resultado sea el mismo a pesar de todo. ¿Por qué arde una ilusión? ¿Por qué se convierte en humo un modo de vida? Creo que lo que ocurre es que todo lo que es combustible termina por ser fuego, como pasa con un roce, una mirada, un verso. Hay versos que se incendian solos, miradas que encienden sueños, roces que queman la piel, pero eso solo nos pasaba a los quince años. Vale, sí, también a los diecisiete. Creo que es un poco lo que te pasa, que estás en ese fuego y la carne, el embutido entero, se incinera entre los gritos exigentes de quienes lo pierden todo.

Por eso te enciende que te roben las piedras de ese modo, que se las lleven en la impunidad de tu ausencia, que construyan su pared con lo que es tuyo, que te dejen sin muro en esa casa en Cacabillo. Ya sé que los has visto, que los denuncias en el FaceBook, que los abrasas, pero no tienes cómo apagar esa hoguera, porque los hombres que no están dónde deben son incapaces de extinguir nada. Es un libro que ha caído milagrosamente entre mis manos, es un poemario de Daniel Faria: Hombres que son como lugares mal situados. Y es lo que nos pasa, que somos como lugares que no están donde deben y nos roban las piedras y nos descomponen y nos desaparece la casa. Pero dice Faria que “muchas mujeres se convierten en paisajes”, porque ellas sí se mantienen piedra sobre piedra y no se desvanecen, ni arden, ni se queman, sino que se hunden en sí mismas y “se transforman en huertos”.


Creo que ya lo sabes, creo que lo entiendes bien, que el regaliz es la aspirina del corazón. Y en la saliva que lo envuelve está el secreto para mantener a salvo de cualquier fuego las piedras de la fábrica. El corazón de tu impulso se hace roca, cuando separas lo que puede arder de lo que no se mezcla nunca con el aire y permanece a salvo entre jamones que se secan a la espera del momento en que enseñarán su veta blanca entre la carne rosada. Y desaparecerán en la mesa de algún restaurante de Saigón.