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sábado, 23 de enero de 2016

Perder el juicio. (En Hoy por Hoy León, 22 de enero de 2016)

         Una de las consecuencias de haber nacido en La Mancha es que uno se cría en la idea de que Don Quijote fue un personaje histórico. Es muy difícil comprender que se trata de un personaje de ficción. En cada uno de esos lugares en los que se hace referencia a algo que hizo el Ingenioso Hidalgo, los molinos, la cueva de Montesinos, la Venta en la que veló sus armas para armarse caballero, aparece alguna inscripción que lo atestigua, con lo que resulta difícil deslindar ficción y realidad. La verdad es que siento que es verdaderamente difícil deslindar una cosa de la otra. Y si no, que se lo pregunten a Rajoy con el tema de la llamada del falso President.

         En la tele, en la radio, en los periódicos, en internet, la cuestión de la semana es sin duda alguna, como hablábamos el viernes pasado, el tema del juicio, pero el tema del juicio es una discusión, un deslinde, una dilucidación entre lo que es fantasía y lo que realmente sucedió. Ocurre como con el Quijote, que lo que realmente sucedió no lo sabe nadie, quiero decir que, hay una realidad, la de que Cervantes se inventó esa maravillosa novela, como es verdad que hay otra realidad, que es la del asesinato de una persona y el juicio que se hace de quienes pudieran haber sido las autoras, aunque esa realidad no nos es enteramente cognoscible, por mucho que alcancemos a conocer multitud de circunstancias. Por eso mi idea de hoy es la de proponer una pérdida del juicio. No hablo exactamente de lo que te imaginas, sino que sencillamente propongo una huida de todo lo que pueda tener que ver con el Juicio del crimen de Isabel Carrasco, como si desapareciese, como si se perdiera en la noche informativa. ¿Te das cuenta de lo que te digo? ¿Qué pasaría si dejásemos de ver el juicio y de emitir nuestra propia sentencia? ¿Qué pasaría si, en ese sentido en el que lo estoy diciendo, perdiéramos el juicio? Perder el juicio, sí. Claro que no el nuestro. No nuestro juicio, sino el de ellos. Podríamos hacer una intentona y dejarlo absolutamente de lado y convertirnos en un Quijote del XXI, alguien que ha perdido el juicio, alguien que ha perdido virtualmente el juicio.


         Perder el juicio podría ser la ausencia de arrepentimiento. Hablan quienes defienden las teorías de la comunicación no violenta de que existe una bondad natural, en el más puro estilo rousseauniano, una especie de compasión natural que se experimenta en todos los seres humanos. Dicho a lo cañí: todo el mundo es bueno. ¿Acaso no tenemos tendencia, llevados de esa compasión natural, a sentirnos un poco en la piel del otro? Parece una locura, una insania, una pérdida absoluta de juicio pensar que todo el mundo es bueno. Desde luego, quienes asesinaron a Isabel Carrasco pensaron que eso no era verdad. ¿Y cuántos en aquellos días se lanzaron a proclamar juicios sin pruebas sobre la supuesta maldad de la persona asesinada? Asistimos a los festivales de opinión como quien oye llover. Dejamos que algunas opiniones, la mayoría de las veces exageradas o infundadas, tomen cuerpo a nuestro alrededor llevados por un enfermizo afán de bonhomía. ¿Y luego qué? Luego el débil sueño de los justos, el silencio de los bienpensantes, el dejar pasar que llevó en los años treinta a Hitler al poder en Alemania y que permitió al partido nazi devenir en la máquina imparable de destrucción del ser humano en que se convirtió. El fanatismo es ese mecanismo el que utiliza, el silencio de los más, esa callada aceptación que nos mueve a deshacernos para siempre de todo arrepentimiento.

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