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viernes, 12 de febrero de 2016

¿Cuánto dura el presente? (En Hoy por Hoy León, 12 de febrero de 2016)

Dicen que Bécquer, en una noche de juerga en compañía de un tal Yldefonso Núñez de Castro, agarró una escalera de mano de las que usaban los serenos para subirse a limpiar y encender los faroles y la colocó en la portada plateresca de San Clemente el Real. Se subió y dejó encima de un angelote uno de los atractivos de la ciudad de Toledo: un grafiti con su nombre. Ya, claro, nada que ver con El entierro del señor de Orgaz. De hecho, la firma del poeta grafitero no puede verse a simple vista, pero cada vez que un guía llega con su grupo a la portada de San Clemente, señala el angelote sobre el que está la pequeña trasgresión del artista y todos los objetivos devoran el lugar en el que se encuentra. El arte tiene estas cosas. Si se trata de la firma de Bécquer, la pintada deja de ser una gamberrada.

Me acordé del grafiti de Bécquer hace poco porque me encontré en la Plaza de Guzmán el Bueno a un grupo de turistas haciéndose fotos en el calendario vegetal del Monumento a los Reyes Leoneses y pensé que es importante para una ciudad que vive del turismo procurar este tipo de productos. No basta con tener los tesoros que tenemos. El turismo es una industria y tiene que generar productos que los turistas quieran comprar. Por eso está muy bien que se termine por fin la actuación de la muralla o que se abra la oficina de turismo en la Plaza de Regla uniendo, ya era hora, a Junta, Ayuntamiento y Diputación. Eso está bien, pero me parece que falta todavía un punto de osadía, encontrar un marchamo que identifique la ciudad, algo que no esté exactamente en sus piedras. Ayer, en una comida, se hablaba de la importancia del IBO, del interés extraordinario de la Cripta de Cascalerías y me llamó mucho la atención que personas que viven en León -y a las que considero instruidas- no conocieran su existencia.

Es como si Mérida no hubiera hecho nada con su teatro romano más que enseñarlo o como si en Almagro el Corral de Comedias solo se abriese para los turistas. Nos interesan las historias. Nos gusta que nos cuenten historias. Son las historias las que nos cuentan la vida. El interés del ser humano está en lo que se le hace presente. No puede ser de otro modo. Por eso la Historia no se puede quedar encerrada en las piedras, sino que tiene que construirse en presente para que pueda tener algún atractivo. La foto que los turistas del otro día se hicieron delante del Monumento a los Reyes Leoneses no les recordará, cuando la vean en el ordenador de su casa, que León es reconocida por la UNESCO como Cuna del Parlamentarismo. Les recordará que estuvieron en León tal día de febrero de dos mil dieciséis. Nada más. A la gente le gusta la Historia, pero solo cuando llega a ella desde el presente.


Pero, ¿a qué llamamos presente? Hacía ayer esta pregunta a mis alumnos: ¿cuánto tiempo dura el presente? ¿Cuánto tarda en convertirse en pasado? ¿Cuánto hace falta para dejar de ser futuro? Una alumna atrevida dijo que el presente es un milisegundo y enseguida le cayó un aluvión de objeciones. ¿Por qué no una millonésima de milisegundo? ¿Por qué no un segundo entero? ¿Por qué no pensar que el presente dura minutos, incluso meses o siglos? ¿Qué quiere decir exactamente la palabra “ahora”? Y lo bonito del caso es que ese presente indefinido es el escenario único de nuestra historia. La de todos como pueblo y la de cada uno.

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