Buscar este blog

sábado, 6 de febrero de 2016

La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. (En Hoy por Hoy León, 5 de febrero de 2016)


Ya que el viernes pasado te hablaba de una película de estreno, déjame ahora que te hable de una película del año noventa y uno, una película que tiene ya casi veinticinco años y que todavía se deja ver con la misma frescura que el día de su estreno. Se llama “Tomates verdes fritos”. Por si no la has visto, te diré que es una historia de amor, pero también un tratado sobre las relaciones humanas, la sociedad de nuestro tiempo y los valores que nos conducen a la felicidad. Estos valores no son nuevos. Están en la base de la dignidad humana y se encuentran en todas las declaraciones de derechos desde aquella Revolución Francesa que abrió la frontera de la Edad Contemporánea. Es una bellísima historia de amor, ya te digo, pero también un grito de libertad, una declaración de igualdad y una exigencia de solidaridad.

Uno de sus temas centrales es la cuestión de la justicia y se aborda desde múltiples perspectivas. Hay, por ejemplo, un juicio que forma parte central del argumento. En ese juicio uno de los testigos, el Pastor protestante, es una pieza clave y resulta que, a pesar de jurar que lo hará, no dice la verdad en su testimonio, o al menos no dice toda la verdad. Y lo hace en aras de la justicia, porque, de no hacerlo así, el juez habría declarado culpable a una persona inocente. Fíjate si es premeditada su acción que, cuando en el juicio le piden que jure, exige que le permitan hacerlo sobre su propia Biblia, pero, para mantener en calma su conciencia, en lugar de llevar consigo el Libro Sagrado, jura sobre un ejemplar de Moby Dick. Siempre me ha parecido una elección soberbia. Siempre he visto un mensaje oculto en esta sustitución. Piénsalo. De los millones de libros que hay en el mundo, ¿por qué la autora del libro en que se basa la película elige Moby Dick?

Los testigos no dicen siempre la verdad. En ocasiones, mienten. Lo pueden hacer de forma premeditada o sin darse cuenta. A veces lo hacen porque lo han hablado así con algún abogado o sencillamente porque les parece que la realidad que vieron no es exactamente la que les habría gustado ver. También ocurre que hay testigos que mienten porque les parece que así ayudan a las personas que aprecian o porque creen que así proyectan una imagen más prestigiosa de sí mismos. Creo que, en cualquier caso, es muy difícil decir la verdad, porque cualquier testimonio es solo una perspectiva de los hechos y lo que sucede tiene siempre multitud de aristas. Lo importante es que actuemos respetando la libertad, la igualdad y la solidaridad, que nuestra manifestación conduzca al establecimiento de la justicia. Esa falta de memoria de los testigos en el juicio por el asesinato de Isabel Carrasco, quizá esa audacia, si es que se da, que no lo sé, de prestar falsos testimonios, ¿se daría por bien empleada si sirviese en todo caso para que hubiera justicia? No lo sé. Verdad y justicia son dos conceptos muy escurridizos. Te diría que tan sutiles como la espuma del mar. Por eso me cuesta creer en ellos y me resulta más fácil la belleza.

Ayer sonaba una guitarra y un acordeón temblaba con la voz de una mujer que cantaba Alfonsina y el mar dejando caer en la tarde los versos escritos por Félix Luna para Mercedes Sosa en el sesenta y nueve. Había verdad y justicia, pero por la belleza; no como atributos absolutos: sólo como un revuelo, como un brillo en “la blanda arena que lame el mar”. Llamadme Ismael por un rato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario