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viernes, 20 de mayo de 2016

Bisontes. (En Hoy por Hoy León, 20 de mayo de 2016)

Ha nacido un bisonte en Valdehuesa. Me gustará hablarte de ello, de lo que significa conseguir que una especie que prácticamente había desaparecido de Europa pueda recuperarse y que lo haga aquí, en las montañas de León. Me gustará decirte que es como una estampa de esperanza, una pincelada de futuro, una llamarada de posibilidad. Me gusta pensar que las cosas son posibles, que el hecho de que no haya bisontes en España desde hace muchos años no puede impedir en modo alguno que no los haya, porque la equis de las posibilidades abre todos los caminos. Me enseñaba Isidoro ayer por la tarde una foto de tres osos que correteaban por Laciana. Una foto desde un móvil: tres animales poderosos confundidos en la tierra. Habían matado un jato delante de las narices de su madre. “Tendríais que ver también la cara de la vaca”, creo que dijo Isidoro. Solo que yo estaba absorto en la idea de la libertad, en el marrón del pelo del poder de la libertad, el pardo del corretear del oso en sus dominios. Y ahora, esta noticia del nacimiento del bisonte en Valdehuesa me llena la imaginación del sueño de Titanlux, me pinta de colores de lujo, de titánicos colores, de lujosos y titánicos colores, el cielo gris de la esperanza. Y me acuerdo también de las tardes de cine y Toro Sentado, con Búfalo Bill abatiendo bisontes entre el polvo de las llanuras de aquel salvaje oeste que luego recogió en un circo. Pienso en la vida que se termina apretando en el interior de un bote de pintura, aunque sea Titanlux y me acuerdo de esas marcas que han tenido tanto éxito, como aquellas viejas marcas de cigarrillos, Rumbo, Celtas, Condal, o los mismísimos Bisonte. Acuérdate de aquellos Bisonte sin boquilla que fumábamos al salir de los entrenamientos de balonmano, sabiendo que éramos inmortales y que nada nos podía tocar.

Solo que ahora sé que un bisonte es una mancha oscura en un fragmento de mi historia, una mancha que todavía sigue escondida entre las paredes muertas de mi pecho, como tantas cosas que se esfumaron en la idea de que no hay ya para mí ningún pecado que pueda ser como el primero; ni tan siquiera la idea de contratar un banquete para una comunión y que el postre se llame “Pecado Original”, un sinsentido del marketing con el que te puedes encontrar, si mezclas el menú de las bodas con el de otras celebraciones. Un corazón que clama por ser absuelto y que pide a gritos que le impongan otra penitencia, porque esa que le piden es una oración que nunca se ha podido aprender, termina viviendo una vida encerrada en el nudo de la corbata, resbalando por los pliegues almidonados de la pajarita, asesinando jatos o bisontes, según represente el papel de cazador americano o de oso lacianiego.


Se trata de librarse de la mirada del otro. Es pura física. Ya sabes que la observación de una partícula conlleva la modificación de su propio estado, que el hecho de mirar algo ya lo está cambiando y es por eso que hoy te cuento estas cosas saltándome todos los límites y te hablo desde la más absoluta pureza, desde la independencia total de  cualquier mirada. Date cuenta de que, si me importarse algo lo que alguien pudiera pensar sobre lo que estoy diciendo, no estaría usando estas palabras y haría un relato ordenado de los hechos y te contaría que hay osos que no han dormido en el invierno correteando por Laciana y un bisonte que da sus primeros pasos en el Museo de la Fauna Salvaje de Valdehuesa. Te contaría que ha empezado la locura de las primeras comuniones y que tanta pureza, tanta ingenuidad, nos salva.

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