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viernes, 7 de octubre de 2016

¡Ay, madre! (En Hoy por Hoy León, 7 de octubre de 2016)

Tengo entendido que hay un Spiderman negro que lucha contra el Spiderman bueno, que creo que es de color rojo y azul para no molestar a nadie. ¿Te imaginas a Spiderman revisando las placas para saber de verdad cómo se llaman las calles? Lo escuchaba en la radio y me parecía divertida la situación, porque era como que o bien los alcaldes no sabían el nombre de las calles de su pueblo o el abogado que ha interpuesto la demanda por los nombres franquistas lo hubiera hecho con un callejero trasnochado. La realidad, una vez más, no es la misma dependiendo de quien la mire. Spiderman negro frente a Spiderman en color. Y siempre me sale la misma pregunta, ¿de qué lado estoy yo? ¿Puedo estar seguro de que Black Spider, o como se llame, no tiene nada que ver conmigo? Uno nunca sabe por dónde se cuela la oscuridad. Creemos que estamos a salvo, que el poder de la verdad alumbra todo lo que vemos, pero no es así. La verdad se manipula, se masajea, se adereza, se envuelve, se distorsiona, se cree. Si hubiese una verdad ajena al mundo, sería una verdad que se sabría y estaría al alcance de la razón, no en el fango de los sentimientos. Claro que también dicen que la verdad es sentimiento y no razón, que la razón es un invento de la moral contra la vida. La conveniencia de la moral frente al impulso irrefrenable de la vida. Es difícil saber si uno se apunta al negro o al color.

Pero en el tema de las calles no hay discusión. Los nombres de los lugares evolucionan y, aunque al fijar por escrito los nombres de los sitios se frena esa deriva de la lengua, sí que entendemos que hay que cambiar el nombre a esas calles que ya no representan el sentir de la gente. La razón y el sentimiento se dan la mano y obligan a cambiar los letreros. Yo he vivido mi infancia en la calle del arroyuelo, que no se llama así. No la busques en el callejero, que es de un pueblo de La Mancha, pero me gusta ese nombre más que el que tiene, porque hace referencia al agua y la mayoría de los topónimos, como defiende el Padre Martino, que es una autoridad en esto, tienen su origen en alguna voz antigua de la palabra “agua”. Porque el agua es la vida. Por cierto que puede que alguien que ha dedicado tanto esfuerzo a estudiar de dónde vienen los nombres de los sitios deba tener un sitio para su nombre.

El día de San Froilán subía río arriba desde el Tanatorio de Eras. Venía pensando en Pepe Muñiz. Pensaba que hay un momento en el que comprendemos que la vida la tenemos que vivir siempre solos, que las personas que nos acompañan no están en nuestra vida, sino en la suya y que, sencillamente, llega un momento en el que la terminan, como nosotros vamos a terminar la nuestra. Lo malo es que las vidas se entrecruzan y cuando se va alguien que ocupa tanto en la tuya, queda un vacío que no lo llena nada. Venía pensando en eso, pensando en las mujeres del siglo pasado, las mujeres que han abierto el mundo, y me encontré en la calle de Clara Campoamor. Me quedé absorto en el busto que hay en el jardín y la mañana era calmada y bella. La luz de la verdad iluminaba las hojas que en nada estarán en el suelo y la memoria de la lucha de las mujeres por el derecho al voto se hizo visible en la placa con el nombre de la calle. Pensé en la madre de Pepe, en el valor de tantas como ella de haber vivido un siglo nuevo, un siglo que abre el camino que tenemos que aprender a andar. Pensé que es importante elegir bien los nombres de las calles y eso que a mí me haría gracia vivir en la calle Hulk, por evitar a Spiderman, supongo.

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