Buscar este blog

viernes, 14 de octubre de 2016

Gran Lujo. (En Hoy por Hoy León, 14 de octubre de 2016)

El hecho de que el Parador de San Marcos ya no ostente la categoría de Gran Lujo me lleva, ya te lo puedes imaginar, a pararme a pensar en qué es eso que pueda llamarse lujo y, una vez descubierto en qué consiste, intentar saber cómo se alcanza a lo grande, más que nada para poder saber qué es lo que se ha perdido, porque otra cosa es decidir si eso del lujo es algo importante, algo que merezca la pena perseguir.

En principio veo que “lujo” es algo que puede uno permitirse o no, es decir, que no está al alcance de cualquiera y que para aquellos que lo tienen a su alcance es optativo, en el sentido de que tiene un punto de “me da o no me da” por la cosa del lujo. Cuentan de Amancio Ortega que hubo una época en la que se le podía ver en la playa de Silgar como un bañista más, que le gustaba estar allí sin más lujo que el de estar en una playa de la Ría de Pontevedra, aprovechando esa idea falsa de que en bañador todos somos iguales. Ignoro si la anécdota es verídica y me imagino que en el modo en el que debe vivir ese hombre actualmente le será bastante incómodo ponerse en bañador al lado de todo el mundo. Quizá sea ahora un lujo para él pasar desapercibido entre la gente y poder tomar el sol en la playa tumbado en la toalla como un paisano más. ¿Acaso no es un lujo tomarse un vermú en el Húmedo sin que nadie te señale? Quiero decir que son cosas de las que algunos ya no pueden disfrutar. Imagínate a Brad Pitt en la barra de un bar tomándose una morcilla con un permanente, “que no hombre, que no soy yo, que es que me parezco mucho a mí mismo”.

Un gran lujo es poder hablarte y que me entiendas. A veces dejamos de lado lujos asiáticos que no puede ofrecernos ningún Parador. ¿Con qué puede pagarse el lujo de que alguien te diga que siempre que quieras te ofrece un oído que te escucha? Asociamos el lujo con lo inalcanzable, con lo que es caro. Ropas, muebles, casas, coches, viajes de lujo. Y empleamos en sentido figurado la expresión “estar de lujo”, “tener un amigo de lujo”. No sé si te acuerdas de aquellas artistas americanas que se nos colaban en el salón de casa para anunciarnos un jabón que era la materialización del lujo. Lux, se llamaba, el jabón de las estrellas. Todavía Lux se anuncia de ese modo. Hace anuncios con las estrellas de Bollywood y acaba de lanzar en Japón la campaña de un champú con Scarlett Johansson y Hatsune Miku, abundando en esa idea deleznable de la mujer como objeto. Mujer de lujo, jabón de lujo.

Lo que sucede es que una pastilla de jabón puede ser efectivamente un lujo. Cuando veo las imágenes desoladoras de los destrozos del huracán en Haití, pienso que es un lujo vivir en Florida aunque ese mismo huracán haya arrasado tu casa, porque no son las mismas condiciones. Y pienso que es un lujo vivir en León cuando me doy cuenta de lo que significa perder tu casa en un huracán, por mucho que sea un lujo el sol de la Florida en estas tardes plomizas de otoño. El lujo es una cuestión de medida y de necesidad. Para ti puede ser un lujo lo que para mí es algo cotidiano y al revés. Pensamos que el lujo tiene que ver con lo superfluo, con lo que no es necesario y eso que yo sé que es un lujo tan grande hablar contigo y que me escuches, que empiezo a ver en ello la plenitud y la abundancia que se promete bajo su definición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario