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viernes, 25 de noviembre de 2016

Tenebrosa objetividad en un mundo de ponis. (Audio)

Tenebrosa objetividad en un mundo de ponis. (En Hoy por Hoy León, 25 de noviembre de 2016)

        Cuando lo único que queda es el relato objetivo de los hechos, lo que hacemos es poner al descubierto de manera estentórea el fracaso indiscutible de la verdad. Si lo único que sabemos decir es lo que ha pasado, nunca sabremos qué es lo que verdaderamente ha pasado. Parece un mero juego de palabras, pero pretende ser algo más. Se trata de hacerte ver que, cuando acudimos a la mera enumeración de lo que ha pasado para explicar un suceso, es porque no estamos seguros de estar contando la verdad. Lo pensaba anteayer, al leer las primeras noticias acerca de la muerte de la senadora Rita Barberá, notas escuetas en las que se relataba sucintamente lo sucedido, noticias en las que todavía nadie se atrevía a hacer valoraciones, solo la tenebrosa objetividad. Y esa tenebrosa objetividad es la que dispara todas las teorías conspiranoicas, que se cierran a medida que la oscura objetividad se va llenando de detalles subjetivos, valoraciones, impresiones, gestos. Cuando eso que nos pasa deja de ser objetivo y se integra en la subjetividad de la noticia, entonces se hace más creíble, más luminoso, más cierto, aunque pueda estar sesgado.

         No me hagas un relato objetivo de las cosas que suceden. Píntamelo de ilusiones, de deseos, de frustraciones si quieres, pero no me lo des sin más como una lista de la compra, como un menú de un programa informático, como un índice de un manual de antropología. Lo humano es la interpretación.

         Hay veces en la vida que sabemos que hemos hecho mal las cosas, que no hemos ido por el camino correcto, porque hemos hecho daño a otras personas, porque hemos sido egoístas, porque hemos actuado de manera irresponsable. Pero es extraño tener que decidir cuál es el camino correcto o pretender hacerlo con una relación objetiva de razones. Cada vez me convenzo más de la necesidad de abordar la vida con la humildad subjetiva del que sabe que no existe una verdad que se pueda describir, ni siquiera en una noticia breve sobre la muerte de una persona, si me apuras, mucho menos en un caso como este. Sea la persona que sea, sea la circunstancia que sea.


         Me dirás que vivo en un mundo de ponis, que me instalo en el arcoíris de la infancia para no afrontar la dura, la cruda, la perversa realidad, pero es que no hay más mundo que este y yo prefiero entender que está lleno de magia, de ilusiones subjetivas que alteran, que dan color a la objetividad más tenebrosa. Por eso es tan importante el brillo del mago, el polvo de estrellas en la manga del ilusionista, la varita mágica, la chistera. Cuando mi hija era una niña, jugaba con ponis. Le gustaban aquellos ponis de colorines que todavía hoy aparecen en una serie de animación: “My Little Pony: la magia de la amistad”. Y ese es el corazón del asunto, el modo en el que se unen diferentes ponis que representan los Elementos de la Armonía con la Magia de la Amistad, para conseguir triunfar sobre el mal, que se transforma, dejando atrás la oscuridad, en la brillante Princesa Luna. Es la magia, que todo lo hace brillar, como brillará León esta Navidad con el Decimotercer Festival Internacional de Magia que ahora se nos anuncia contra la más pura y estricta objetividad.

viernes, 18 de noviembre de 2016

¡Qué viene Andy! (Audio)

¡Qué viene Andy! (En Hoy por Hoy León, 18 de noviembre de 2016)

Ya es Navidad. Lo dice el anuncio de la lotería. Y, como ya es Navidad, llegan los días más emotivos del año, esos en los que el azúcar del turrón y la manteca de los polvorones se nos pegan al riñón sin consideración alguna. Bueno, en realidad todavía no ha llegado la Navidad. Por mucho que se adelanten las fechas, por mucho que se nos anuncie, por mucho que los escaparates se enciendan en acebo y rojo, todavía no es el momento. Hay que esperar. Lo que pasa es que me han contado el anuncio de la lotería y ya casi me echo a llorar solo de oírlo. Esa fibra sensible que toca la campaña de publicidad más típica de la Navidad, junto con las burbujas Freixenet, habla de lo que siempre fuimos, lo que parece que se esconde en pliegues de triste realidad. Fuimos sueño, fuimos infancia, fuimos ternura. Y lo volvemos a ser al envejecer. Volvemos a esa niebla de la infancia y con eso saltan las lágrimas de la inocencia, aunque los años nos encierren en la soledad. Por eso te digo que hay que volverse a mirar hacia atrás. Mirar ese sueño del pasado.

Fíjate lo que me contaron este martes: hay una amiga muy querida que ha dejado de tener sueños. Antes, cuando se desvelaba en la cama, en ese momento incierto del duermevela, proyectaba futuros posibles, fantasías que le cantasen la nana de la felicidad para poder dormir. Ahora, con el paso de los años, ya no queda espacio para ensoñaciones, así es que, cuando se desvela, cierra los ojos fuerte y mira para atrás y se inventa sueños de pasados que no fueron. Y así se duerme.

Y será por eso que ha recuperado el gozo del juego. Será por eso que ha vuelto a disfrutar del tacto de la soga en la palma de la mano para mover la comba, para cantar canciones de ritmos olvidados mientras los muchachos saltan; ha vuelto a llevar el pañuelo en los ojos, a saltar entre las líneas de la rayuela, a contar “un, dos, tres, al escondite inglés”. Los juegos de cuando no había tecnología. También me contaba la última moda, el reto viral del “Ahí viene Andy”. Se trata de dejarse caer al suelo cuando alguien grita “ahí viene Andy”, como hacen los personajes de la película de Pixar cuando aparecen los humanos en la habitación de los muñecos. La vida se desvanece para mantener el secreto de la magia. Y eso lo recoge un móvil y lo pone en Twitter, para que quede constancia de que sabemos de qué va la “gansada”. Es lo que tienen las modas, que lo que mola es saber que existen para poder apuntarse. Y saber que hay otros que no saben que existen.


Pero llega la Navidad. Se acerca peligrosamente para nuestros riñones, nuestro corazón, nuestro bolsillo tal vez. Y ocurre que en esa primera fiesta antes de la Navidad es cuando muchos de nuestros adolescentes se inician en el consumo de alcohol, esa inocente idea de que por tomar un poco el día de las vacaciones no pasa nada y que termina con las estadísticas que esta semana hemos conocido que nos hablan de 22 casos de jóvenes de entre 13 y 14 años que han sido atendidos en el Hospital de León en lo que va de año por intoxicación etílica. Otra manera de caerse al suelo, solo que no es Andy el que viene.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Ahora que empieza el fin del mundo. (Audio)

Ahora que empieza el fin del mundo. (En Hoy por Hoy León, 11 de noviembre de 2016)

      Ojalá que el lunes por la noche esté el cielo despejado para ver esa luna llena que se nos anuncia: la “superluna” del lunes. Parece un juego de palabras. Yo voy a dormir con la persiana levantada, porque quiero dejarme arropar por la blancura de esa luz, porque sé que ese abrazo distante y cercano a la vez, me recorrerá la piel como en un sueño de colores. Nos vamos a encontrar con la luna llena en su perigeo, en el punto de su órbita más cercano a la tierra. No es que esté más cerca que nunca, es que va a coincidir que estará muy cerca en fase de luna llena y se verá muy grande. Por eso te digo que ojalá podamos verla, que el cielo permanezca despejado, que la tengamos un ratito colgada en la ventana y sintamos, cada uno desde nuestra nube, la caricia de su belleza.

Lo otro, lo que habla de señales apocalípticas, habrá que mantenerlo en un paréntesis. Es tan usual que nos dejemos morder por el titular de la noticia, que nos quedamos sin gozar de lo que viene dentro. Nos cuentan lo que tenemos que ver, lo que tenemos que sentir, lo que tenemos que esperar y nos desmayamos en el vuelo de los titulares pensando, por ejemplo, que esta luna de noviembre es una lúgubre señal. Y si además resulta que en Estados Unidos los votantes eligen a un Presidente que ha valorado públicamente la ignorancia por encima del conocimiento, que ha defendido la pureza de la raza frente a la riqueza de la mezcla, igual hay que pensar que, cuando a partir de enero asuma el poder, tal vez, efectivamente, se trate del comienzo del fin. Aunque lo más seguro es que no llegará la sangre al río. 

Y si así fuera, si realmente leyéramos un titular en todos los medios de comunicación del planeta al mismo tiempo en el que se afirmara el comienzo del apocalipsis, ¿qué harías? Lo suyo sería coger una caja de palomitas y sentarse a verlo. Tiene que haber mucho colorido en eso del fin del mundo. O quizá no, quizá sea una cosa sosa, un espectáculo menos vistoso que esta “superluna” de noviembre, quizá un apagarse sin más, un desconectar como quien apaga un televisor. Por cierto, ¿te sentarías en el sofá a verlo por la tele o te irías a verlo llegar desde algún lugar mágico a la orilla del Bernesga? Quizá esto del apocalipsis ya está en marcha desde siempre. No es nuevo. Me cuesta creer que el mundo vaya a terminar de golpe por mucha tercera guerra mundial que pudiera organizarse. Pienso, más bien, en una degeneración, un desgaste que incluye evidencias como el grado de contaminación que nuestro primer mundo ha impuesto a todo el resto. El fin del mundo es diario para muchas personas.


Según UNICEF, mueren en el mundo 19 mil niños al día por causas evitables. Siguiendo ese cálculo se ha acabado el mundo para 40 niños en estos tres minutos, para 13 de ellos por desnutrición. Ahora que empieza el fin del mundo vamos a intentar que las cosas sean de otro modo, viva quien viva en la Casa Blanca y vamos a disfrutar de esta luna tan hermosa, si es que el cielo nos lo permite.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Ser o no ser miembro del club de los ojos bonitos. (Audio)

Ser o no ser miembro del club de los ojos bonitos. (En Hoy por Hoy León, 4 de noviembre de 2016)

          Hace pocos días tuve la oportunidad de disfrutar del Hamlet de Miguel del Arco. Fue una casualidad, algo totalmente imprevisto. Ocurrió como ocurren la mayoría de las cosas que determinan verdaderamente nuestra realidad, por pura fuerza del azar. Por ejemplo, el hecho de que un óvulo sea fecundado en unas condiciones determinadas es un suceso tan aleatorio, que se podría decir que nuestra carga genética, lo que determina cómo vamos a ser a base de multiplicaciones y multiplicaciones celulares, está prescrito por esa infinitesimal posibilidad. Solo que esa suerte o esa desgracia, ese acontecimiento fatal, desencadena una serie de causas y efectos que quizá una mente prodigiosa, un demonio de Laplace preclaro, podría interpretar y predecir, salvando, eso sí, las minucias del ambiente, las pequeñas distorsiones de la experiencia, el balanceo de los sentimientos en la desbocada división celular. Y ese es el jardín en el que se enreda Hamlet. Esa es la verdadera cuestión, el verdadero asunto, la clave del problema. ¿Ser o no ser?

         Ser o no ser, ese es el tema. Tuve la oportunidad de ver a Israel Elejalde en primera fila. Casi te puedo decir que me estaba hablando a mí, que me miraba cuando desgranaba el maravilloso texto de Shakespeare. Y pensé en tantas cosas como había pensado a propósito del drama de Hamlet. Cuando lo leí por primera vez. Cuando lo estudié más a fondo a propósito de la duda como elemento demoledor de la realidad. Cuando me di cuenta de que dudar es buscar un cimiento sólido para la verdad en manos de un racionalista, pero es vivir la emoción de la verdad en el corazón de un Príncipe de Dinamarca. Y luchar contra un sable envenenado.

         Pero si volvemos a los genes, si volvemos a la idea de la traición al padre, porque la usurpación del trono es eso, una afrenta a la fuerza de la genética, me gustaría decirte que todo lo que se puede hallar en un gameto es la pertenencia o no al club de los ojos bonitos. Ser o no ser miembro del club de los ojos verdes. Ser o no ser capaz de mantener a raya la pura biología. ¿Y si ya estuviera escrito en nuestro ADN el modo en el que nos vamos a enamorar? ¿Y si fuese ese supuesto azaroso abordaje celular en una de las trompas de Falopio el que determina si años más tarde se encuentra uno escribiendo un artículo para la radio y leyéndolo a esta hora de la mañana para entretenerte mientras andas de tu corazón a tus asuntos? Y si todo eso fuera así, ¿acaso Hamlet no tendría toda la razón para fingir haber perdido toda la razón?


         Ser o no ser. ¡Menudo drama! Ser o no ser, ponte por caso, Ministro de Fomento. ¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas? Me imagino que no hace falta tomar las armas por mucho que uno sienta que se halla ante un mar de adversidades. Es lo malo que tiene sonar en las quinielas cuando es Rajoy el que arma el gobierno, que uno se queda mirando cómo pasa la oportunidad, si es que existió. ¿Cómo funciona esto? ¿Hay alguien que dice que Rajoy va a nombrar Ministro a un Alcalde del norte de España y empieza a sonar el nombre de Silván? ¿Cómo será que te suene el móvil y el Presidente del Gobierno te diga que quiere que seas Ministro? Ser o no ser miembro del club. Ser o no ser el que contesta al teléfono, me imagino que debe de ser esa la cuestión.