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viernes, 4 de noviembre de 2016

Ser o no ser miembro del club de los ojos bonitos. (En Hoy por Hoy León, 4 de noviembre de 2016)

          Hace pocos días tuve la oportunidad de disfrutar del Hamlet de Miguel del Arco. Fue una casualidad, algo totalmente imprevisto. Ocurrió como ocurren la mayoría de las cosas que determinan verdaderamente nuestra realidad, por pura fuerza del azar. Por ejemplo, el hecho de que un óvulo sea fecundado en unas condiciones determinadas es un suceso tan aleatorio, que se podría decir que nuestra carga genética, lo que determina cómo vamos a ser a base de multiplicaciones y multiplicaciones celulares, está prescrito por esa infinitesimal posibilidad. Solo que esa suerte o esa desgracia, ese acontecimiento fatal, desencadena una serie de causas y efectos que quizá una mente prodigiosa, un demonio de Laplace preclaro, podría interpretar y predecir, salvando, eso sí, las minucias del ambiente, las pequeñas distorsiones de la experiencia, el balanceo de los sentimientos en la desbocada división celular. Y ese es el jardín en el que se enreda Hamlet. Esa es la verdadera cuestión, el verdadero asunto, la clave del problema. ¿Ser o no ser?

         Ser o no ser, ese es el tema. Tuve la oportunidad de ver a Israel Elejalde en primera fila. Casi te puedo decir que me estaba hablando a mí, que me miraba cuando desgranaba el maravilloso texto de Shakespeare. Y pensé en tantas cosas como había pensado a propósito del drama de Hamlet. Cuando lo leí por primera vez. Cuando lo estudié más a fondo a propósito de la duda como elemento demoledor de la realidad. Cuando me di cuenta de que dudar es buscar un cimiento sólido para la verdad en manos de un racionalista, pero es vivir la emoción de la verdad en el corazón de un Príncipe de Dinamarca. Y luchar contra un sable envenenado.

         Pero si volvemos a los genes, si volvemos a la idea de la traición al padre, porque la usurpación del trono es eso, una afrenta a la fuerza de la genética, me gustaría decirte que todo lo que se puede hallar en un gameto es la pertenencia o no al club de los ojos bonitos. Ser o no ser miembro del club de los ojos verdes. Ser o no ser capaz de mantener a raya la pura biología. ¿Y si ya estuviera escrito en nuestro ADN el modo en el que nos vamos a enamorar? ¿Y si fuese ese supuesto azaroso abordaje celular en una de las trompas de Falopio el que determina si años más tarde se encuentra uno escribiendo un artículo para la radio y leyéndolo a esta hora de la mañana para entretenerte mientras andas de tu corazón a tus asuntos? Y si todo eso fuera así, ¿acaso Hamlet no tendría toda la razón para fingir haber perdido toda la razón?


         Ser o no ser. ¡Menudo drama! Ser o no ser, ponte por caso, Ministro de Fomento. ¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas? Me imagino que no hace falta tomar las armas por mucho que uno sienta que se halla ante un mar de adversidades. Es lo malo que tiene sonar en las quinielas cuando es Rajoy el que arma el gobierno, que uno se queda mirando cómo pasa la oportunidad, si es que existió. ¿Cómo funciona esto? ¿Hay alguien que dice que Rajoy va a nombrar Ministro a un Alcalde del norte de España y empieza a sonar el nombre de Silván? ¿Cómo será que te suene el móvil y el Presidente del Gobierno te diga que quiere que seas Ministro? Ser o no ser miembro del club. Ser o no ser el que contesta al teléfono, me imagino que debe de ser esa la cuestión.

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