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viernes, 30 de diciembre de 2016

Correr hacia todos los destinos. (Audio)

Correr hacia todos los destinos. (En Hoy por Hoy León, 30 de diciembre de 2016)

Yo no estaba en León, pero he estado viendo las fotos y me hago una idea de la fiesta del lunes en la San Silvestre. He visto faldas, pelucas, unas chicas vestidas de uvas, unos chicos disfrazados de plátanos, colores, gorros, pinturas en la cara. Me cuentan que había corredoras que eran polvorones a la fuga. ¿En qué se diferencian los mantecados de los polvorones? Hay un abecé de la dulcería navideña que lo aclara, pero yo no sé distinguirlos. Lo que sé es que soy más de polvorón que de mantecado, más de mazapán que de peladilla, más de turrón del duro que de guirlache. Y estamos hablando de correr y ya estoy enredándome en los quilos de la Navidad. Pero no escarmentamos. La cola en las pastelerías es de impresión y no hablo de la de Conrado, que debe dar la vuelta a La Bañeza, que siete mil euros, son siete mil eurazos. Pues eso, que fiesta y fiesta y más fiesta y el pobre pavo que hacía la rueda en el corral hace cuatro días está ya entre langostinos y merluza rellena, pasando a mejor vida. Comer como si no hubiera un mañana. Menos mal que ya gastamos calorías en la carrera, bueno, quien las gastase, que el lunes yo no estaba en León.

No cabe duda de que la carrera ha sido un éxito un año más. Esa pasión por correr es un veneno que se aloja en el cerebro de quienes empiezan. Lo he visto en muchas personas. Lo cuentan celebridades como Murakami, periodistas famosos como Francino. Lo hablaba con Arsenio Terrón y con Ángel Santiago Juárez y, como decimos tantas veces que vivimos en un mundo en deterioro, hoy, penúltimo día del año, me apetecía recordar esa conversación sobre la inteligencia, la sensibilidad y el espíritu de esfuerzo. Decía Arsenio que lo que más le gusta no es la carrera, sino el proceso de preparación. Lleva tiempo preparándose para la maratón de Sevilla y hablaba con pasión del modo en el que lo está haciendo. Decimos, muy a la ligera, que el verdadero valor de las cosas no está en el resultado sino en el proceso, cuando la verdad es que vivimos en una sociedad que solo exige resultados, salvo en estos ámbitos festivos en los que uno se pone una falda y una peluca para salir a correr. No sé qué opina Arsenio. Le parecerá bien, porque eso no tiene nada que ver con correr. Estas carreras son un acto social, un momento más en la vida consumista de la Navidad, pero no me malinterpretes, que me parece bien hacer fiesta y deporte a la vez. Es solo que banalizamos tanto lo que hacemos que creemos que con que sea divertido y tenga color ya vale. No hace falta que me lo digas. Es una carrera que se corre en serio por un lado y que se disfruta por el otro. Es estupendo. En eso no me voy a meter. Cada uno sabe hacia qué destino corre y es imposible correr hacia todos los destinos a no ser que seas un pollo sin cabeza.


Me gustaría meter una grabadora de pensamientos en la cabeza de Arsenio cuando corra por las calles de Sevilla. Me gustaría poder acceder directamente a lo que piensa, sin el concurso de lenguaje, sin la mediación de su conciencia. Me gustaría poder registrar cada uno de esos pensamientos. Habría que ver si hay alguno que es realmente suyo, porque los pensamientos se nos cuelan desde fuera como aves invasoras. A veces funcionamos con ideas que ni siquiera son nuestras, ideas que se nos han colado desde fuera como cuando ponemos una dirección en un GPS. Y echamos a correr, hasta que hay una voz que nos dice: “Su destino se encuentra a la izquierda”. 

viernes, 23 de diciembre de 2016

No haces más que ponerme deberes. (Audio)

No haces más que ponerme deberes. (En Hoy por Hoy León, 23 de diciembre de 2016)

Esta Navidad han crecido como setas los tiovivos por la ciudad. Los he visto en diferentes lugares, con un aire de viejo nuevo o de nuevo viejo, no sabría decir, que me llena de angustia. Déjame que te explique esto. Los tiovivos que han salido como regados por las plazas no tienen el aire gastado de las ferias, no son aquellos carruseles ajados, máquinas que dejaban ver los engranajes, que escondían a duras penas ruedas dentadas, barras, rodamientos que llevaban consigo el mágico giro de los caballitos. No tienen los kilómetros del sueño de los niños estos carruseles encendidos en llamaradas que irradian su modernidad por todas direcciones. Agreden desde lejos los amarillos, naranjas, rojos; colores calientes para el frío de León, que atrapan con su destello el capricho de los pequeños. Y desde bien lejos se escucha el sonido ensordecedor de la bocina, la llamada a comprar nuevos tickets para un mismo viaje. Pretenden mantener un aire antiguo, pero no engañan a nadie. Por todos los rincones exudan su papel de niñera; su intención de aprovechar que a las familias les cuesta sobrellevar estos días de vacaciones, quizá en ausencia de deberes; su vocación de enganchar unos euros en la pedrea del consumo.

Este aire viejo nuevo o nuevo viejo me recuerda el debate sobre los deberes. Un debate nuevo viejo o viejo nuevo, el debate sobre qué hacer con el tiempo libre de los escolares, el debate sobre el modo de organizarles el mundo de la competitividad, porque, de algún modo, las actividades que se les programan en su tiempo libre, desde el violín, hasta el inglés, la hípica o el macramé, son líneas del curriculum del futuro, salvo esos casos maravillosos, esos que no se quieren subir al tiovivo, en los que son los propios niños los que quieren aprender sin sentir ningún deber.

Diría que todas las madres se llaman Isabel, que cabe en ellas la espuma de la libertad, que saben saltar la barrera de lo necesario. Todas las madres se llaman Isabel y no necesitan tiovivos para enredarse con sus hijos en fantasías diarias que les enseñan a utilizar las herramientas de lo que está bien y lo que no, lo que hace crecer y lo que engorda, lo que libera y lo que esclaviza. No sé por qué nos ha dado por desplazar la educación a los tiovivos y enlatar las cabezas de los jóvenes con deberes sobre deberes y sobre deberes. No entiendo por qué no pueden estudiar piano unas niñas que disfrutan estudiando piano, como no entiendo por qué tienen que estudiar piano unas niñas que no tienen el menor interés en hacerlo. Danza, alemán, gimnasia rítmica, baloncesto de competición, fútbol con partidos en los que ya se aprende a insultar al árbitro. No hay Isabel que lo resista, porque toda esa presión es de la madre, que siente que ya no cuida como debe, mientras el padre trae y lleva y exige, en su hipócrita papel de proveedor, que las cosas vayan siempre por su sitio. Y hemos perpetuado esa estafa y damos vueltas como tontos mirando el tiovivo de colores.

Yo sé que no haces más que ponerme deberes y que esos deberes que me exiges me van convirtiendo en Isabel, me acercan más al sentimiento. Me hacen más madre, más cercano al corazón.  Y por eso, cuando hace falta, lloro.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Rafa, cariño, ¡apestas! (Audio)

Rafa, cariño, ¡apestas! (En Hoy por Hoy León, 16 de diciembre de 2016)

Ya sabes que hay veces que decimos que se nos funde un fusible y tomamos decisiones alocadas o desmedidas o desalmadas. Como que se nos queda hueca una parte del cerebro o del corazón, depende del registro en el que se instale la caja de los fusibles, y actuamos sin que todos los circuitos estén a pleno rendimiento. Esa frase tan popular cuando los contadores estaban en las casas y tenían una pieza de porcelana con un alambre, ha ido perdiendo su referencia, pero no significado. Todavía decimos cuando estamos muy cansados que llegamos con los “plomos fundidos”, describiendo aquel momento de palmatoria y desesperación en el que había que arreglar los fusibles para recuperar la corriente eléctrica. Y se nos “funden los plomos” cuando algo nos llega de manera tan profunda que nos desborda, cuando la intensidad de la corriente que nos recorre es excesiva. A veces pasa. A veces se nos funden los plomos.

Me gusta pensar que ese “fusible” nuestro podría traducirse en “sensible”, que ese hilo de cobre que protege las instalaciones eléctricas es un cordón de sentimientos cuando se trata de proteger nuestro corazón o una cinta de sinapsis neuronales que conducen a algún rincón especialmente recóndito, cuando lo que se protege es el cerebro. Y ocurre que, a veces, esa delicada fibra se abrasa por la intensidad de lo que sucede. Vengo pensándolo desde hace tiempo, desde que un compañero me contó cómo falleció su esposa mientras iban al hospital. Me contó que, mientras iban en el taxi, notó en su propia mano la mano de ella dejando de palpitar.

También lo he sentido este fin de semana con el fallecimiento del esposo de una compañera. Un fallecimiento repentino. Una brutalidad de la naturaleza arrebatando la vida a un hombre todavía tan joven. En el tanatorio, un profesor con nombre de profeta aseguraba que estas situaciones nos colocan, que, en contra de lo que muchos dicen, algo así no nos descoloca, sino que nos sitúa en el momento exacto en el que estamos, en el lugar único que ocupamos; El tiempo y el espacio que nos corresponden. Aquí y ahora, realidad total, sea tenebrosa o ese soñado mundo de ponis. “Lo que quiero es no hacer nada y luego descansar”, dijo alguien a quien quiero mucho y que ahora no puede moverse. “Hemos venido a sufrir y a trabajar; Estoy enfermo; Vamos a perder nuestra amistad; El amor es imposible; Estoy muerto de asco; Estoy fundido”. ¡Cuántas veces empleamos decretos semejantes sin darnos cuenta de que decir esas cosas de nosotros termina por construir nuestra propia realidad!


Y llega un día en el que se te funden los fusibles. Se te estropea el “sensible” y te conviertes no en un insensible, sino en uno de esos “sin sensibles”, gente que está ya tan requemada que no tiene ni un hilito de sensibilidad. Era lunes. Hacía una tarde espléndida de sol. La iglesia de Carbajal se había quedado pequeña para acompañar a las tres mujeres que lloraban sin cesar. El coro cantaba que, al final, es de amor de lo único que habrá examen. Y yo sentía que la intensidad del momento sobrepasaba el amperaje de mi “sensible” y notaba el olor de lo que se me requemaba por dentro. “Rafa, cariño, ¡apestas!”, me dije.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Un piscolabis a base de cecina. (Audio)

Un piscolabis a base de cecina. (En Hoy por Hoy León, 9 de diciembre de 2016)

A Pepe le pega mucho decir piscolabis. No me preguntes por qué. Como decía Homer Simpson, hay tres tipos de hombres en el mundo: los que sabemos contar y los que no. Lo mismo me pasa con esto, que la humanidad se divide en dos clases de personas: las que son capaces de preparar un piscolabis y las que organizan un lunch. Si meto a Pepe en este berenjenal es porque creo que entenderás lo que quiero decir cuando afirmo que él es una de esas personas que se apuntan al piscolabis. Y de ahí, vamos más allá.

El martes, no sé si con o sin piscolabis, se celebró en el Ayuntamiento el aniversario de la Constitución con un acto muy sencillo, pero muy interesante, algo más cercano a la filosofía del piscolabis, que a la pompa del lunch. El núcleo central de la celebración consistió en una disertación del Consejero de Educación bajo el título “La Constitución y sus enemigos”, una disertación construida sobre la base de que, tras la crisis, se ha hecho evidente una realidad, tenebrosa realidad, dijo textualmente, que obliga a ajustar cualquier política a esos parámetros de realidad, que dentro de eso se pueden hacer unas u otras cosas, pero que el margen que deja la realidad permite muy pocas alegrías y que, quienes prometan intangibles más allá de esa realidad están haciendo promesas que no van a poder cumplir. Seguro que no he resumido bien las palabras del Consejero, porque es difícil hacerlo en pocas líneas, ya que expuso muchas ideas interesantes, se compartan o no. No quiero citar a quienes identificó como enemigos de la Constitución, porque eso es lo de menos en su análisis, por evidente, por público. Lo revelador es esa renuncia ante la tenebrosa realidad, la realidad impuesta por la situación económica mundial que recoloca a Europa y sitúa al Pacífico en el centro del Mapamundi. Tenemos que aprender que ya no somos el centro del universo, que ese desplazamiento copernicano afecta no solo al planeta en relación al sol, sino a occidente en relación a la economía que se desplaza hacia oriente con todo lo que eso significa. Al frente de la lista PISA de países de la OCDE está Singapur; Finlandia pierde comba.

Ya, ya sé que si Castilla y León fuese un país estaría en el séptimo lugar del mundo. Eso quiere decir que nuestros escolares de 15 años responden de manera sobresaliente en las encuestas sobre las destrezas en matemáticas, ciencias y comprensión lectora. Un éxito. También lo señalaron el Alcalde y el propio Consejero. Lo que sucede es que ese éxito en educación no se traduce en impulso económico. No sé si porque todavía hay que esperar a que estos chicos crezcan o porque cuando crecen se van fuera, como esa cecina que viajó ayer a Londres para ofrecer a quienes gastan más de cien mil libras al año en Harrods un piscolabis de lujo.


Dijo el Consejero, cuando saludaba a los asistentes, que un amigo es una persona que te conoce bien y a pesar de ello te sigue frecuentando. Me gustó la definición. Por eso me atrevo a decir que a Pepe le gusta más decir piscolabis, porque es mi amigo y creo que lo conozco y me gusta frecuentarlo. ¡Felicidades, Pepe, disfruta del piscolabis!

viernes, 2 de diciembre de 2016

¡Anda ya, locuela! (Audio)

¡Anda ya, locuela! (En Hoy por Hoy León, 2 de diciembre de 2016)

Me encanta pegar el oído a conversaciones ajenas. Ya te habrás ido dando cuenta. Creo que tiene que ver con esa idea mía de ser escritor. Para escribir hay que leer mucho, es verdad, pero yo creo que también es necesario vivir mucho, tanto así que con la vida de uno no basta, que son necesarias otras vidas para poder explicar las historias desde diferentes perspectivas. En realidad no sonsolo las historias de cada cual, sino que hasta la propia Historia recogida en los libros se escribe viviendo vidas diferentes. Así es que, como no puedo meterme en el cuerpo de los otros, trato de escuchar lo más posible y se me da muy bien. Por mi trabajo, por mi vocación, por mi modo de ser, escucho lo que los demás me dicen. Creo que tengo facilidad para la empatía y por eso me cuentan muchas cosas, pero no me conformo solo con lo que me cuentan. También me gusta pegarme a lo que unos y otros se dicen entre sí. Y mi reflexión de hoy tiene lugar al hilo de una frase escuchada en una de esas conversaciones atrapadas sin permiso. Estaban hablando de sus cosas, una conversación banal sobre niños, colegios, quehaceres y entonces él dijo: “¡Anda ya, locuela!”

Y terminó la conversación, porque a ella se le dibujo una sonrisa y lo miró por encima de las gafas y ya no tuvieron nada más que decirse. ¡Anda ya, locuela! A veces el modo en el que sabemos tocar la fibra más sensible del otro no está en los grandes gestos, ni en los enormes sacrificios, ni en la retórica más rebuscada. Ese “locuela” deslizado en medio de una conversación del día a día descompuso el mal gesto hasta convertirlo en beso. La magia de la que hablamos siempre. La magia del corazón que modifica cualquier penuria, cualquier insatisfacción y enciende la luz de la belleza. ¡Anda ya, locuela!

Y la otra reflexión a raíz de ese “locuela” es que estamos dejando ir tantas palabras bonitas, tan expresivas, tan de nuestra memoria e incorporando tan vertiginosamente barbarismos invasores que ya no sabemos si estamos en la Plaza del Grano o en Times Square. No me malinterpretes, que no es que no crea en el proceso de globalización. Sé que es bueno que el mundo sea uno, en la medida que sea un mundo para todos y no excluya a tantos como está excluyendo este proceso de globalización primer mundialista. Sé que este inglés tan presente, tan incorporado al día a día, es innegociable, pero no sé qué palabra inglesa puede tener la fuerza expresiva de ese “locuela”, al menos para nosotros. Cuando oigo decir blackfriday, flashmobe, mannequin challenge y cosas por el estilo, comprendo que tienen la fuerza imparable de la modernidad, la novedad, la comprensión global y, desde luego, el márketing, otra palabra extranjera que se ha incorporado a nuestro diccionario porque nadie en el mundo de hoy utiliza “mercadotecnia”, si no es una asignatura.

         Aquí en León tenemos este fin de semana un encuentro informático que se llama Cybercamp con esa facilidad del inglés para la síntesis expresiva y,el que viene, un gran evento de orden internacional que se llama PurpleWeekend. No es lo mismo ir a los conciertos de un festival que se llame “fin de semana púrpura” que a uno que se llama PurpleWeekend. Fíjate que el púrpura es el color de los Cardenales y,con todo el respeto para los purpurados, no veo yo a mucho Monseñor danzando en el CHF como una locuela.