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viernes, 13 de enero de 2017

Entre pingüino y salamandra. (En Hoy por Hoy León, 13 de enero de 2017)

Es una canción de Carole King. Habla de un cielo que se derrumba. Dice más cosas. Dice la cantante que siente la tierra moverse bajo sus pies. Son sentimientos conocidos. Un cielo que se derrumba. La tierra moviéndose bajo mis pies. He tenido esa sensación de pérdida de control y, cuando eso sucede, cuando creo que tierra y cielo desaparecen, me descubro como una salamandra, aferrado y camuflado en la pared, porque hay un lugar intermedio, un punto que no es ni cielo ni tierra en el que  estoy seguro, separado de toda la red de inseguridades que se teje a mi alrededor. Cuando era más pequeño, era capaz de hacerlo literalmente. Ahora me resulta imposible vencer la gravedad y caigo al suelo como un torpe pingüino que se tambalea en su pedazo flotante de hielo camino de la deriva más insensata, pensando que esa isla mínima flotante es un refugio entre el suelo y el cielo, un estante en el mar.

Ser pingüino o salamandra es optar por una verticalidad ocre o blanca, un cielo mar o un suelo arena, pero es engañarse en todo, porque en la letra pequeña del contrato de la vida no nos explican que el hielo y el sol son la misma cosa, ni nos dicen que verano e invierno se vencen en las mismas bisagras. Verano salamandra. Pingüino invierno. Date cuenta de que estás con todos los agobios del mes de enero, todas esas cuentas que no terminan de crecer y crecer, con gastos con los que no contabas que se van sumando a los excesos de días pasados y todo se revuelve en una resaca de toses y fiebre que te lleva de cabeza a una cama cruzada en una habitación de hospital. Y te sientes agarrado a la pared como una salamandra, fijo con ventosas de invierno que se pegan al muro para no caerte en un suelo que se derrumba como si fuera el cielo ese del que habla Carole King. O te sientes pingüino tentetieso arrastrado por el hielo que se deshace con el calor del cambio climático, navegando en el río helado que ha dejado de ser glaciar y es esa tierra que tiembla, como la de la canción.

La letra pequeña del contrato de la vida no dice cuándo hay que abrir las plantas que estaban cerradas en los hospitales. No nos explica que la gripe llega antes de tiempo sin avisarnos, sin dejar que nuestro cuerpo herido, salamandra y pingüino, se reponga del susto de la cuenta de la tarjeta de crédito. Pero hay una pared a la que agarrarse para evitar la caída del cielo, un suelo firme en el que resbalar por el hielo sin temor al temblor de la tierra. Es un espacio en el que habita la poesía. No te dejo que vacíes de versos los hospitales. No te dejo que limpies de música los días de ensueño de la luna llena. No te dejo que todo sea gripe o esa enfermedad de la que hablas, esa enfermedad que te obliga a aparcar el vuelo libre de tus palabras.


¿Qué vamos a hacer contigo? Sabes la tempestad que has desatado con lo que has dicho, que se hace poesía solo porque eres tú quien lo dice y eso que ya explicas que no te lo esperabas. Ser poeta. Ser joven. Ser leonesa, o de Ponferrada, como quieras. Ser salamandra o pingüino. Ser tormenta. Estar entre un cielo que se derrumba y una tierra que tiembla destapando el sonido brutal de tus poemas. Hay más poesía que tristeza. Los hospitales están llenos de gripe y de otras muchas amenazas.

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