Buscar este blog

sábado, 4 de marzo de 2017

Del laberinto al treinta. (En Hoy por Hoy León, 3 de marzo de 2017)

Me quedo esta semana con dos noticias, aún a riesgo de que me regañe una vez más mi amigo José Luis, quien siempre critica esta manía mía de no centrarme en un solo tema. Me queda el reto de hacer de dos temas uno, quizá aprovechando que este lunes me mandó una foto desde la tumba de Hegel y, si resulta que ser y nada pueden ser la misma cosa, podré hablar yo de "simpas" y partos como si fuesen aspectos de un mismo devenir.

Porque no me digas que la historia de Lía no te enternece. No me digas que no se te dibujó una sonrisa cuando escuchaste al taxista explicar todos los detalles del nacimiento de la niña al pasar el peaje de la autopista. “Ojalá todas las mujeres pariesen así”, dijo. Me parece que esta es la tesis de la vida. La cara “A” de la dialéctica. Ese deseo tan puro de que se produzca la vida en ausencia de sufrimiento, esa convicción de que vale la pena nacer en una autopista en mitad de un festival de luces de emergencia es un manifiesto a favor de la inocencia. Es como esa cara del tablero en la que está dibujado el Juego de la Oca, un juego en el que no hay estrategias, tan solo el devenir azaroso de los acontecimientos y las fichas viajan de oca a oca o de puente a puente, hasta que llegan al estanque final o se pudren en el pozo o se atascan en la posada o vuelven a empezar si son atrapadas por la casilla de la muerte. Pero no hay intención, no hay planeamiento, no hay nada salvo el ruido del dado en el cubilete y el contar manso que es ir dejando que transcurran los días.

En el otro lado del tablero, el Parchís. Esa es ya la antítesis. No hay nada puro en este juego, porque el azar es decisivo, sí, pero la estrategia es determinante. Las reglas del juego permiten planificar tácticas, obligan a tomar decisiones y el pasar del tiempo de juego no es un transcurrir sencillo, sino que intervienen las ideas del contrario como barreras que bloquean o ataques que agreden. El Parchís es esa otra vida en la que uno no juega llevado por el tiempo, sino contra el propio tiempo y contra los otros. Hay que bloquear, impedir, comer al otro. Como estos pillos de los “simpas” bercianos, que dejan vacías las sillas del banquete y huyen de la factura a toda prisa. Me parece imposible que personas con un mínimo de arraigo en la sociedad en la que viven sean capaces de escapar así. En un tiempo en el que nos sentíamos dentro de una sociedad en la que éramos conocidos y reconocidos, a nadie se le ocurría saltarse de este modo las reglas del juego. Nadie se atrevía a semejante fechoría. Imagino la incredulidad en las gentes de los restaurantes al ver vaciarse a toda prisa la sala en un momento en el que todo el mundo está pensando en la felicidad.


Pureza y optimismo de un lado. Decepción y pillería del otro. La Oca y el Parchís. Las dos caras de una misma realidad. Solo que no encuentro la síntesis. No encuentro el modo de aunar esas dos caras tan divergentes de la naturaleza humana. O tal vez sí, tal vez esté en el gen de España: picardía y mística, santos y granujas. No sé qué pensará mi amigo José Luis desde la tumba de Hegel. Quizá se haya pasado al tablero de ajedrez, que permite jugar a la vez a tantas cosas con la inquietante condición de que no intervenga la suerte. Quizá esta sea la solución, que comes una y cuentas veinte y vas del laberinto al treinta para que te den jaque mate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario