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viernes, 27 de octubre de 2017

Out of the Box. (Audio)

Out of the Box. (Escrito para ser emitido en Hoy por Hoy León el 27 de octubre de 2017. La emisión se canceló debido a los acontecimientos de Cataluña)

Todavía se cimbrea el aire humilde del genio en la atmósfera plácida de este León nuestro que está en los cielos de la cultura. Uno reconoce a un genio cuando lo ve, aunque no lo haya leído nunca, aunque no lo haya oído nunca interpretar su música, aunque nunca haya visto un cuadro suyo o una fotografía. Y el miércoles por la noche, bajo los focos que encendían el MUSAC, había un genio recogiendo un premio. Cualquiera que hubiera estado allí lo habría sabido ver.

Yo ya venía avisado —tenía esa ventaja—, porque tengo la suerte de aprender de mis alumnos y fue gracias a un antiguo alumno como supe de la existencia de Mircea Cartarescu, un autor “en principio desconocido”, o al menos desconocido para mí. Me lo enseñó mi querido Borja, quien se asoma desde París a esta pequeña ventana leonesa de la radio, y me habló con tanta pasión de sus escritos que me animé a acudir a la entrega del último premio Leteo. No el último por ahora, sino lo que parece ser definitivamente el último. No voy a llorar porque se pierda esta ocasión de tener en León una vez al año a uno de los grandes genios de la literatura mundial contemporánea, porque ya advirtió Saravia que no se trata de eso, así es que me animo a compartir contigo un momento de magia como el que se nos sirvió el miércoles a la luz de los ladrillos del Museo.

La magia estuvo en la voz de Cartarescu, que rasgó el silencio con su milagro y descorchó escalofríos en toda columna vertebral. Te traigo algunas de sus ideas para que las repienses, porque a mí todavía me hacen pensar. Dijo algo así como esto: “el mundo tiene el diámetro de mi cerebro y mi esperanza es poder reflejar todo lo que está a mi alrededor del mismo modo en que lo hace una gota de rocío”. Luego habló del Wittgenstein del Tractatus y recordó aquellos pensamientos que a mí tanto me turban, aquellos pensamientos que me conducen a la jaula de hierro del lenguaje. El mundo es mi mundo, porque el mundo es el lenguaje y los límites de mi mundo, son los límites de mi lenguaje. Yo no puedo ir más allá de mis palabras. No puedo escapar de esto que digo, porque hay un espacio para lo inexpresable, eso de lo que el filósofo austríaco dijo que no se podía hablar, y ese espacio es el de la poesía, el de la belleza, el de la gracia. Y cuando lo tocas, lo sabes, pero no lo puedes decir, porque es inexpresable. En cambio, para un niño resulta natural.

Entonces ocurrió el milagro y Cartarescu dijo lo que nunca pensé que oiría. Dijo que escribir, para él, es un intento de poner dinamita en la frente, de hacer volar en pedazos esa pared, ese límite, para poder expresar lo inexpresable. Poder expresar lo inexpresable, salir de la inexorable jaula de hierro del lenguaje, esa que nos deja perplejos, atrapados por las palabras rituales, las palabras mágicas, las benditas palabras nuestras de cada día que nos sacan al mundo de las flores y el rocío, ese espacio fuera de los límites en el que vuela solo ya lo inexpresable, como ese caballo que corre hacia la meta cuando el jockey sabe permitir que corra con toda su potencia sin serle un peso, sin serle un freno, sin hacerle daño.


Luego dijo que su madre tenía el talento de soñar. Y me quedé pensando si mis hijos sabrían reconocer en mí algún talento.

viernes, 20 de octubre de 2017

El remolino del sueño. (Audio)

El remolino del sueño. (En Hoy por Hoy León, 20 de octubre de 2017)

Observo tu mirada clavada en mi nuca. Me ocurre desde siempre, desde la primera vez que me senté a hablarte en esta mesa, desde aquel día lejano en el que me temblaban los papeles en la mano y te traté de usted. Ahora te tuteo y he dejado el colectivo “ustedes”, porque siento tu presencia tan cercana que advierto la responsabilidad de lo que digo en cada sílaba. Por eso tengo ciento cincuenta y cinco razones para callarme. Y una más, esta extraordinaria, de la que ya te hablé hace quince días, porque el viernes pasado nos escondimos detrás de las pastas y de los quesos y de los vinos y las cecinas, los manjares que todavía no eran de Reyes, pero que ahora lo son. Te eché de menos.

Tu  mirada en mi nuca señala cada instante. Me siento turbado por tu alegría. Lo dice el joven Escipión en palabras escritas por Camus: “Mi desgracia es que lo comprendo todo”. Lo comprendo todo. Me doy cuenta de tu presencia, del modo en el que recoges mis palabras y de mi responsabilidad. Por eso te digo que hoy me alegro con la ciudad toda de que León, manjar de Reyes haya tenido éxito. Quiero masticar cada letra de este artículo para colaborar con el aroma de la victoria y creer, con todos, en que dos mil dieciocho va a ser un año de excelente cosecha para nuestra economía, para la economía de todos, porque todos bebemos de la misma fuente y todo nos afecta. Brindemos por lo que vendrá.

Noto tu mirada, pero lo comprendo todo y veo también la nuca de los otros. No estoy hablando de Cuenca, la perdedora, aunque podría. Ni siquiera hablo de mi silencio. Te hablo de un viaje en el tiempo hacia mi memoria, un viaje por los sabores de otros días: esos sabores que León tendrá que recuperar para armar la fiesta del dieciocho. Un viaje por la piel de los monasterios que terminó en Gradefes, precisamente escuchando de boca de Reyes la necesidad de cocinar con medida todo lo que digo y allí se me quedó la mirada clavada en la cabeza de algunas mujeres que llevaban escrito en el pelo el remolino del sueño. Ya sabes de qué hablo, de esa marca que se queda en el pelo cuando dejas caer la cabeza sobre la almohada y la prisa te saca a la calle sin que hayas podido desanudar tu siesta. Habíamos ido por Mansilla y después nos volvimos por Puente Villarente. Un viaje por sabores que las piedras de la historia tienen que cocinar para que León, manjar de Reyes enseñe más pierna que la del lechazo.


No sé cómo saldrán los números, pero me imagino que bien. Estoy seguro de que saldrán bien, aunque es verdad que no se me ha ocurrido mirar en Huelva y eso que me traigo la luz de su costa siempre que puedo, como quien busca a alguien que le pueda traer la luna. Pero he mirado en el centro del remolino del sueño de tantas nucas que comprendo que el anhelo de la razón solo puede ser lo imposible. “Si hubiera conseguido la luna, nada habría sido igual”. Lo dice Calígula, no sé si antes o después de pintarse las uñas de los pies. “Y eso que sé, y tú también lo sabes, que bastaría con que lo imposible existiese”. Pero nadie nos ha traído la luna, de manera que seguiremos haciendo que lo posible brille con la misma luz que lo imposible. He mirado en tantos remolinos que me pasa eso, lo comprendo todo y además de lo que sufro, sufro también por lo que sufres. Lo comprendo todo.

viernes, 6 de octubre de 2017

El "soci". (Audio)

El "soci". (En Hoy por Hoy León, 6 de octubre de 2017)

Conozco muchos leoneses a quienes les gusta más el Barcelona que el Madrid o el Betis o el Bilbao. Una simple afición, eso que se llama “aficionados” o como mucho “seguidores”, porque siguen a ese equipo de fútbol y no a otro. Pero también conozco a algunos cuya afición va más allá de un mero seguimiento y se organizan en peñas y participan de la vida del club asistiendo a partidos incluso fuera de nuestras fronteras -perdón por utilizar la palabra “fronteras” en este contexto-. Aman a su equipo y odian al contrario.

Ayer en la prensa se publicó un comunicado de la peña leonesa del Fútbol Club Barcelona en el que anuncia la suspensión de todos sus actos en señal de protesta por la actuación de la directiva del Barça. Mientras tanto la vida sigue y la Cultural irá a Reus, si no ocurre nada nuevo en estos días y los jugadores catalanes seguirán en la Selección Española y posarán delante de las cámaras mientras suena el himno. Sería curioso que el lunes se proclamase en el Parlament la independencia de Cataluña mientras los jugadores catalanes defienden los colores de España en Israel. ¡Qué cosas tiene la vida, precisamente en Israel!

Me doy cuenta de que nunca he necesitado de tanto preámbulo para decir lo que quiero. Me doy cuenta de que mido las palabras con la sensación de que decir o no decir puede avivar fuegos. Pequeños fuegos, ya sé, pero no me apetece encender más discusiones y por eso mido las palabras, porque veo que cualquier palabra dicha de más o de menos encubre un daño, una agresión. Es lo que sucede en las situaciones de conflicto emocional. Lo han dicho muy bien en la peña leonesa del Barcelona. Se trata de un problema de corazón y no de cabeza. Y los problemas del corazón tienen muy mal arreglo por mucho que se hable y se hable.

Todo este preámbulo es porque tengo en los dedos el tema de Cataluña, pero me arde a través del corazón y no soy capaz de sacarlo hacia el papel. Sé que para este pequeño rincón de los viernes debería buscar temas diferentes de los que te acosan en los titulares a todas horas, pero soy incapaz de resistirme porque sufro el dolor de lo insensato. ¿Sabes que esta semana se ha cancelado un vuelo a Cuba vía Barcelona solo porque salía de Madrid? No logro entender esto de las fronteras en la tierra. ¡Cómo para entenderlas en el aire! ¡Imagínate si además son fronteras que no existen! Y el caso es que sé que esta insensatez galopa hacia la locura. Pero mi dolor no nace de ahí. Si te soy sincero, veo la sinrazón y la insania en todas las esquinas, pero no es eso lo que me hace llorar. Lloro porque este miércoles quise hablar con mi amigo Quique, un leonés en Barcelona que me contara cómo ve lo que está pasando, y me mandó un mensaje de respuesta su hermana. Un mensaje terrorífico, helador. La enfermedad con la que ha luchado tanto tiempo acabó con él este martes. Ya no podremos compartir penurias. Me quedaré sin su visión del conflicto. A cambio guardo en cada lágrima su último abrazo y pienso que por encima de los problemas del corazón están los asuntos del alma. Un socio se encuentra en cualquier parte, solo hace falta un interés común: ¡Qué se lo digan a Ramos y a Piqué!


Un amigo del alma es otra cosa y, cuando se va, se te abre una herida que no se cierra con nada.