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viernes, 20 de octubre de 2017

El remolino del sueño. (En Hoy por Hoy León, 20 de octubre de 2017)

Observo tu mirada clavada en mi nuca. Me ocurre desde siempre, desde la primera vez que me senté a hablarte en esta mesa, desde aquel día lejano en el que me temblaban los papeles en la mano y te traté de usted. Ahora te tuteo y he dejado el colectivo “ustedes”, porque siento tu presencia tan cercana que advierto la responsabilidad de lo que digo en cada sílaba. Por eso tengo ciento cincuenta y cinco razones para callarme. Y una más, esta extraordinaria, de la que ya te hablé hace quince días, porque el viernes pasado nos escondimos detrás de las pastas y de los quesos y de los vinos y las cecinas, los manjares que todavía no eran de Reyes, pero que ahora lo son. Te eché de menos.

Tu  mirada en mi nuca señala cada instante. Me siento turbado por tu alegría. Lo dice el joven Escipión en palabras escritas por Camus: “Mi desgracia es que lo comprendo todo”. Lo comprendo todo. Me doy cuenta de tu presencia, del modo en el que recoges mis palabras y de mi responsabilidad. Por eso te digo que hoy me alegro con la ciudad toda de que León, manjar de Reyes haya tenido éxito. Quiero masticar cada letra de este artículo para colaborar con el aroma de la victoria y creer, con todos, en que dos mil dieciocho va a ser un año de excelente cosecha para nuestra economía, para la economía de todos, porque todos bebemos de la misma fuente y todo nos afecta. Brindemos por lo que vendrá.

Noto tu mirada, pero lo comprendo todo y veo también la nuca de los otros. No estoy hablando de Cuenca, la perdedora, aunque podría. Ni siquiera hablo de mi silencio. Te hablo de un viaje en el tiempo hacia mi memoria, un viaje por los sabores de otros días: esos sabores que León tendrá que recuperar para armar la fiesta del dieciocho. Un viaje por la piel de los monasterios que terminó en Gradefes, precisamente escuchando de boca de Reyes la necesidad de cocinar con medida todo lo que digo y allí se me quedó la mirada clavada en la cabeza de algunas mujeres que llevaban escrito en el pelo el remolino del sueño. Ya sabes de qué hablo, de esa marca que se queda en el pelo cuando dejas caer la cabeza sobre la almohada y la prisa te saca a la calle sin que hayas podido desanudar tu siesta. Habíamos ido por Mansilla y después nos volvimos por Puente Villarente. Un viaje por sabores que las piedras de la historia tienen que cocinar para que León, manjar de Reyes enseñe más pierna que la del lechazo.


No sé cómo saldrán los números, pero me imagino que bien. Estoy seguro de que saldrán bien, aunque es verdad que no se me ha ocurrido mirar en Huelva y eso que me traigo la luz de su costa siempre que puedo, como quien busca a alguien que le pueda traer la luna. Pero he mirado en el centro del remolino del sueño de tantas nucas que comprendo que el anhelo de la razón solo puede ser lo imposible. “Si hubiera conseguido la luna, nada habría sido igual”. Lo dice Calígula, no sé si antes o después de pintarse las uñas de los pies. “Y eso que sé, y tú también lo sabes, que bastaría con que lo imposible existiese”. Pero nadie nos ha traído la luna, de manera que seguiremos haciendo que lo posible brille con la misma luz que lo imposible. He mirado en tantos remolinos que me pasa eso, lo comprendo todo y además de lo que sufro, sufro también por lo que sufres. Lo comprendo todo.

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